Columna Juegos de Poder/Leo Zuckermann
Guerra sin comunicación
Excélsior, 25 de marzo de 2010;
Una de las responsabilidades más importantes de todo gobierno durante una guerra es comunicar. Informarle a la población qué está sucediendo. Presumir los aciertos y reconocer los errores. Explicar la estrategia y darle seguimiento a las acciones. De lo contrario, si el gobierno no comunica, deja el espacio libre a sus críticos quienes se incrementan conforme la guerra se extiende y los muertos se multiplican.
Es lo que está sucediendo en México. Cada vez hay más voces que piensan que el gobierno va perdiendo la guerra en contra del crimen organizado; que hay severos problemas de coordinación; que no hay estrategia o, si la hay, es errada. O que existe un caos generalizado o que las Fuerzas Armadas están violando los derechos humanos. Y del lado gubernamental nos encontramos con un extraño silencio.
No hay un vocero gubernamental que nos diga qué está pasando. Un comunicador que salga todas las mañanas a dar el parte de guerra. Que explique por qué la detención de un supuesto jefe del narcotráfico es tan importante. Que exponga lo que sucedió en Ciudad Juárez con los adolescentes asesinados en una fiesta o los estadunidenses muertos a balazos. Que revele qué pasó en Monterrey con los dos estudiantes del Tecnológico de Monterrey ultimados.
No tenemos una versión oficial del gobierno. Hay silencio o muchas voces que se contradicen. Desde hace tiempo habíamos advertido de la necesidad de que el gobierno federal nombrara un vocero único para dar a conocer su punto de vista. En algún momento designaron a Monte Alejandro Rubido. Sin embargo, este funcionario pronto regresó a ser subsecretario en la Secretaría de Seguridad Pública federal y dejó atrás esa responsabilidad que cumplió parcialmente.
Hoy, la comunicación gubernamental no es que esté fallando sino que, simplemente, no existe. ¿Por qué el gobierno de Calderón ha renunciado a dar la batalla en los medios de comunicación? ¿A qué le tienen miedo?
Cuando un editorialista de la talla de Jorge Castañeda dice, por ejemplo, que la guerra es fallida y nadie le contesta, pues aplica aquella máxima de que “el que calla otorga”. Cuando el rector del Tec, Rafael Rangel Sostmann, es el que aclara cómo murieron dos de sus estudiantes en un enfrentamiento de las Fuerzas Armadas y el gobierno se queda callado, pues otra vez aplica la misma sentencia. Cuando nadie, absolutamente nadie, explica por qué un narcotraficante arrestado por la Armada aparece al otro día muerto, pues queda la sospecha de que hay una “operación limpieza” donde los soldados matan con toda impunidad a los enemigos del Estado.
¿Es sostenible el silencio comunicativo del gobierno? Creo que no, por lo que está en juego. Y doy un ejemplo para ilustrarlo. Durante la crisis económica de 1995, que afectó a muchos mexicanos, el gobierno de Ernesto Zedillo tenía un problema comunicativo similar. Había muchas voces disonantes o silencios frente a eventos trascendentales. Se generó, así, la percepción de un gobierno que no estaba pudiendo con el paquete. Hasta que la Presidencia nombró a un vocero económico único: Alejandro Valenzuela. A partir de ese momento, las cosas cambiaron. Valenzuela (hoy director general de Banorte) tuvo que informar mucho y explicar más. Reconoció errores y, desde luego, presumió los aciertos. Ciertamente, del otro lado, había voces incrédulas. Sin embargo, por lo menos había una versión oficial, única y consistente del gobierno. Lo cual, hoy en día, no existe y se extraña.
¿Por qué el gobierno de Calderón ha renunciado a dar la batalla en los medios de comunicación? ¿A qué le tienen miedo?
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