La
misión de la televisión/Enrique
Krauze
Reforma, 3
Feb. 13
La
televisión no tiene poderes públicos, pero tiene al público, y eso es un poder.
Por eso, la pregunta de nuestro tiempo es ¿cómo usar ese poder para beneficio
de la sociedad? Los estados totalitarios tienen una respuesta sencilla:
estatizarlo. Pero en los estados democráticos el problema, por fortuna, es más
complejo.
Daniel
Cosío Villegas creyó que el poder de la televisión podía usarse para fines de
educación y cultura. Su Historia mínima de México fue, en el origen, un guión
para televisión. Al final de su vida, Don Daniel apareció en varios programas
con Lolita Ayala y Miguel Sabido comentando el escenario internacional. Octavio
Paz creyó también en la posibilidad de orientar el poder de la televisión hacia
la cultura. En el noticiero 24 Horas, de Jacobo Zabludovsky, Paz fue el
precursor del comentario editorial
que ahora se ha vuelto común. Y a lo largo
de casi veinte años, Paz encabezó varios proyectos de alta calidad intelectual
que tuvieron, además, un rating respetable: la serie "Encuentros", la
serie "México en la obra de Octavio Paz", el "Encuentro Vuelta:
La experiencia de la libertad" y finalmente el "Encuentro Vuelta: Los
usos del pasado". Luego de su muerte, muchos de quienes lo criticaban por
aparecer en la televisión lo imitaron. La televisión puede ser también un
espléndido vehículo de difusión histórica, como demostraron antes que nadie las
telenovelas de Ernesto Alonso y Fausto Zerón Medina. Los documentales de Clío,
que desde 1998 hasta hoy se han trasmitido por Canal 2, son -quiero pensar-
otro ejemplo de que la televisión puede llevar la atención del público a temas
de la vida nacional que no son noticia cotidiana.
Se
dice que la vocación de la televisión es entretener. Puesto así el asunto
parece sencillo, pero se complica según los contenidos. Los más violentos,
degradantes, transgresivos (para no hablar de los simplemente vacuos) pueden
ser "entretenidos", pero hacen daño a la sociedad. Por eso Karl
Popper -el filósofo liberal más influyente del siglo XX- sostenía que, por la
naturaleza de su "producto", la televisión requería de una
reglamentación. Sería deseable -agregaba- que los medios electrónicos adoptaran
públicamente un código autoimpuesto de ética, y crearan un instituto que
emitiera licencias revocables en caso de violación (Karl Popper: La televisión
es mala maestra, Fondo de Cultura Económica). En el mismo sentido, sería
también muy sano que la televisión privada mexicana tomara la iniciativa de
abrir un debate crítico y autocrítico sobre todos sus contenidos, y explorara seriamente
la manera de mejorarlos atrayendo la creatividad de muchos jóvenes egresados de
carreras de comunicación. Un concurso abierto de guiones para series de
televisión, programas de concurso y hasta programas cómicos sería un primer
paso.
La
televisión nació con el PRI, y no para servir al público, sino al poder. Al
parecer, lo primero que transmitió fue un informe presidencial. Su verdad era
la verdad oficial. No había lugar para la oposición, el debate o el documental
histórico y político. El cambio sobrevino a cuentagotas.
En
1990, Mario Vargas Llosa denunció "la dictadura perfecta" en el marco
del "Encuentro Vuelta", trasmitido por Televisa. Los hechos
dramáticos de 1994 se abrieron paso en la pantalla. En 2000, el noticiero de
López Dóriga dio inicio a "En opinión de...", espacio plural y
abierto a todas las voces del espectro político, incluidos Carlos Monsiváis,
Carlos Montemayor y (de entonces hasta ahora) Elena Poniatowska. El mismísimo
subcomandante "Marcos" salió en la pantalla del Canal 2, entrevistado
por Julio Scherer. Algo similar ocurrió en Televisión Azteca y en Canal Once.
Aparecieron o se consolidaron programas de discusión: "La Entrevista con
Sarmiento", "Primer Plano". Los noticieros comenzaron a producir
reportajes sobre temas que habían sido tabú. Y fue entonces también cuando se
trasmitió el primer programa de Clío, con escenas del 68 nunca antes vistas en
televisión.
Durante
el sexenio de Fox, la televisión privada abrió sus espacios a la oposición, no
sólo en los tiempos de cobertura sino en la filiación abierta de algunos de sus
comentaristas. Conforme se aproximaron las elecciones del 2006, la izquierda
tuvo una presencia mayor: en el 2006, el número de menciones en radio y
televisión de la Coalición por el Bien de Todos (encabezada por Andrés Manuel
López Obrador) fue de 51,318; el PAN tuvo 39,243 y el PRI 43,467. Pero el
candidato del PRI tuvo la ventaja de muchas apariciones formalmente no
electorales mientras fue gobernador del Estado de México, como las tuvo antes
López Obrador, mientras fue jefe del Gobierno del Distrito Federal.
¿Cumple
la televisión con su responsabilidad social? Sobre este tema, sigo sosteniendo
lo que escribí hace nueve años: "la televisión no ha estado a la altura de
los tiempos... ha relegado uno de sus deberes fundamentales, sobre todo en un
país atrasado y pobre como México: el deber de educar y formar opinión"
("Para salir de Babel", Letras Libres 65, mayo de 2004).
No
se trata, por supuesto, de que la televisión tome el lugar de la SEP o que deje
de producir programas de alto rating. Se trata, eso sí, de que asuma mejor su
responsabilidad cívica produciendo contenidos de alto nivel, programas
perdurables y reconocidos internacionalmente, como las series que ahora
revolucionan la TV en Estados Unidos, Inglaterra, España y Brasil. Y se trata
también de propiciar la cultura democrática en México. Sobre este punto, en el
mismo texto, escribí: "La televisión podría ser un foro espléndido para
que los actores de la vida pública y los ciudadanos en general (estudiantes,
académicos, empresarios, militares, religiosos, obreros, campesinos) debatan
(no sólo conversen) sobre los temas urgentes de nuestra agenda pública".
En México, los debates son una alternativa inexplorada y pueden ser una gran
escuela de tolerancia y civilidad. De entonces a acá hay avances (en los
programas de Foro TV, en Canal 11) pero los verdaderos debates, con público
abierto, siguen inéditos.
¿Podrá
mejorar la calidad de los contenidos a través del mercado? En lo personal,
pienso que la competencia es una condición necesaria pero no suficiente para
lograrlo. El escritor Enrique Serna (autor de series memorables de televisión)
sugiere que sea la televisión pública la que enfrente el desafío de hacer
programas comerciales de alto rating y calidad que compitan con los privados
("La competencia deseable", Letras Libres, febrero, 2013). Por su
parte, Gabriel Zaid publicó una propuesta ("La tercera cadena",
Reforma, 26 de febrero de 2012) con la idea de que la licitación de las futuras
cadenas tenga un sentido cultural: que el público abierto pueda tener acceso a
mejores contenidos, aunque no sean muy taquilleros. Tiene en mente una especie
de BBC o PBS.
Para
muchos millones de mexicanos, la televisión abierta no es una opción: es la
única opción. Las licitaciones anunciadas por el Presidente el 1 de diciembre
deben tener en cuenta a ese público cautivo, y ofrecerle una mejor ventana al
mundo. Esa, me parece, es la misión de la televisión.
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