“Los
escándalos no tienen que ver con la renuncia”
Georg
Ratzinger dice que su hermano no influirá para elegir a un sucesor
Nota de JUAN
GÓMEZ Ratisbona
El País, 12 FEB 2013;
Hasta a
Georg Ratzinger se le escapaba por un momento el precedente histórico,
“Celestino IV o V… ¿cuál era?”, para la renuncia de su hermano a la silla de
Pedro. Era el V, Pietro da Morrone, un eremita del siglo XIII venerado como
santo pero también condenado por Dante al infierno de los pusilánimes como “el
que por cobardía hizo aquella gran renuncia”. De negro y con alzacuellos en el
salón de la planta baja de su casa en Baviera, el casi nonagenario Ratzinger
esboza un gesto paciente: “Es bueno que haya discrepancias”. Habló con su
hermano la víspera, unas horas después de que anunciara en latín su renuncia.
La charla con Roma le confirmó que Benedicto XVI “ha meditado sobre todos los
argumentos, a favor y en contra, antes de renunciar”. Georg, el hermano mayor,
lo sabía desde hace meses y está convencido de que lo decidió “siempre pensando
en la tarea y en su mejor cumplimiento, para el que a veces es mejor
retirarse”. La tarea, dice dándole la vuelta al argumento de los que critican
la renuncia papal como una rendición, “tiene prioridad sobre la persona”.
“La
tarea” es encarnar el entramado diplomático, político, religioso y económico
del Vaticano. Un poder absoluto que, siguiendo las reflexiones de Georg,
impondrá su prioridad y será capaz de abandonarlo a uno.
El
hermano mayor del Papa es un sacerdote dedicado a la música, pero no es ajeno
al mando ni tampoco a sus símbolos. Un director de orquesta o de coro, como lo
fue durante décadas, siempre tiene poder absoluto. Va en el cargo y puede
ejercerse con suavidad, como cuando se despedía de un grupo de reporteros de
televisión antes de atender a EL PAÍS este martes por la tarde: “Por favor, por
favor, adelante, por favor sigamos… esto ya lo he explicado antes”. Fuera de su
bonita casa en el casco histórico de Ratisbona, una placa bajo el chaflán que
adorna el mirador con visillos conmemora la visita del “Santo Padre Benedicto
XVI a su hermano Georg Ratzinger” en 2006. Nunca, dice el visitado, “habría
imaginado verlo en esa tarea”. Ahora está seguro de que su retirada será
definitiva y de que “no ejercerá ningún tipo de influencia indeseada” en la
elección de su sucesor.
En
cuanto a Georg, ¿prefiere el trato de padre o el intrincado herr
domkapellmeister (maestro de capilla catedralicio) que usa su ama de llaves,
frau Heindl? “Prelado”, dice con la sonrisa algo traviesa que Benedicto XVI
lucía en el balcón de San Pedro cuando lo proclamaron Papa en 2005. También
sonríe cuando elogia el vino español, que compara con las voces de la Escolanía
de Montserrat. Se permite alguna familiaridad así cuando no tiene que ver con
el Papa, a quien no se refiere en ningún momento como “mi hermano”. Su nombramiento,
recuerda, le hizo sentir que lo había “perdido para siempre”. Esta es otra
razón por la que celebra la renuncia de Benedicto XVI: “espero que podamos
pasar más tiempo juntos, hablando de teología, de liturgia o de recuerdos y
vivencias comunes”.
Joseph
Ratzinger, rememora, “siempre fue muy reflexivo y ha dado prioridad al
raciocinio, con pensamientos muy realistas”. Desde muy pequeño, el actual papa
“afronta los problemas buscando categorías racionales para las cuestiones que
se plantean”. Su arrojo físico es otra cosa, porque si bien “defendió
invariablemente sus posiciones y sus convicciones, no puede decirse exactamente
que fuera combativo”.
Así lo
recuerda también Hans Küng, el célebre teólogo católico que entregó a Ratzinger
una cátedra en la Universidad de Tubinga. Küng, enemistado con ambos hermanos
desde hace décadas, ha contado que Ratzinger evitaba cualquier enfrentamiento
con los estudiantes contestatarios de los años sesenta. Después de que le
prometiera que lidiaría con los desórdenes, Küng dice haber recibido una
inesperada carta de renuncia del teólogo, que se trasladó a la Universidad de
Ratisbona.
Georg
Ratzinger ironizaba el martes sobre el particular: “El caso Küng es en verdad
interesante… lo que pasó entonces no tiene nada que ver” con estas disputas
teológicas. Cuenta el sacerdote que Küng se molestó porque “tenía un semestre
libre al que tuvo que renunciar” por la partida de Ratzinger.
En
cualquier caso, Tubinga “fue una vivencia muy dura” para Joseph Ratzinger,
“porque en aquella época, la juventud alemana se contagió de una confusión
mayúscula, una fiebre que se extendió por el país”. El catedrático explicó a su
hermano que “le impresionó mucho, porque tenía carácter destructivo”. Se ha
escrito esta experiencia con los levantiscos estudiantes de Tubinga empujaron a
la derecha tradicionalista a un teólogo que se había contado entre los
progresistas del Concilio Vaticano II. Pero Georg Ratzinger ataja: “Eso es un
malentendido”.
En
cuanto al legado del Papa, dice no tener “duda de que esta es una decisión que
pasará a la Historia”, pero tampoco “será su único legado”. Mientras sigue
nevando en Ratisbona, Georg Ratzinger carga contra los enemigos de su hermano,
que para él no son otros que “los de la Iglesia y los de la verdadera fe”. ¿Y
dentro de la Iglesia? “En el mundo hay pecado y también lo hay en la Iglesia”.
Combatirlo “defendiendo la fe es una tarea exigente para cualquiera, pero le
aseguro que no fue determinante para la decisión; esto lo sé”. Los repetidos
escándalos que han partido del Vaticano “no han tenido nada que ver”.
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