Balance del viaje a Río de Janeiro y Aparecida, que marca
la primera gran etapa del Pontificado
Por ANDREA TORNIELLI/ Vatican Insider, 29 de julio de 2013;
El primer viaje internacional del nuevo Papa estuvo lleno
de sorpresas. Sobre todo sorprendieron la vitalidad el aguante de Francisco,
que en ningún momento ahorró sus fuerzas y, a pesar de las cansadas jornadas,
nunca mostró cansancio.
Es más, se puede decir que justamente en el contacto con
las personas, en el contacto con los jóvenes -que lo recibieron
extraordinariamente-, Bergoglio demostró una energía fuera de lo común. No hubo
problemas de seguridad, a pesar de las polémicas que desencadenó el Papa mismo
con la decisión de no usar el “papamóvil” blindado. Además, sorprendió la
decisión de Bergoglio de recorrer las vías de Río de Janeiro a bordo de una
Fiat Idea. El coche más pequeño y modesto de toda la flotilla papal.
El rasgo característico de la semana que pasó Francisco
en Brasil fue la enorme cordialidad que se vivió en los encuentros, la
disponibilidad para acercarse a todos, sin ningún problema, sin llevar un
séquito papal de prelados y asistentes y con el menor número posible
guardaespaldas.
Es evidente que la agenda del Pontífice, las decisiones
sobre sus traslados, las modalidades del encuentro con las personas, fueron
tomadas en diálogo con sus colaboradores más cercanos y con los gendarmes de la
seguridad. Pero, como siempre, la última palabra era la suya. Y así, pudimos
ver en cuatro ocasiones al Papa recorriendo los 3 kilómetros que separan el
Fuerte de Copacabana del lugar en el que se encontraba el palco sobre la playa.
En este sitio se habrían debido celebrar solamente la fiesta de acogida inicial
del jueves y el Vía Crucis del viernes. Pero la vigilia y la misa final no,
como acabó sucediendo, pues habían sido programadas en una zona periférica de
la ciudad; todo estaba listo, pero se convirtió en un “acuario” debido a las
condiciones meteorológicas.
Y así, Francisco recorrió cuatro veces, con su jeep
descubierta, un recorrido completamente expuesto entre una larga fila de
edificios (la “skyline” de Copacabana). El Papa no estaba preocupado por esta
“exposición” y los agentes de la seguridad tuvieron que adecuarse a su deseo de
abrazar a los jóvenes, de detenerse constantemente ara bendecir y saludar a los
niños y a los enfermos. Otra novedad fue la avalancha de gorras, banderas,
camisetas, cartas y demás regalos que los jóvenes arrojaban hacia el
“papamóvil” durante estos recorridos. A veces el Papa “cachaba” alguno de estos
objetos, otras eran los gendarmes que los recogían y alguno que otro llegó
directamente a la cabeza del secretario del Papa, Alfred Xuareb, que
diligentemente lo recogía y lo metía al vehículo.
El viaje a Brasil fue decisivo por la fuerza de los
mensajes. Más que por los discursos, el nuevo Papa apostó por los gestos y los
signos. La visita a la favela conocida como “la Franja de Gaza de Río” fue el
momento culminante, con Francisco feliz al encontrarse con los pobres de la
favela, que hasta hace un año todavía era el escenario de feroces
enfrentamientos entre traficantes y compradores de droga. A pesar de la lluvia
y el lodo, Bergoglio estaba contentísimo abrazando a todos los que se le ponían
delante. Durante la semana en Brasil, el Papa pronunció mensajes precisos para
los políticos: invitó a seguir sin descanso la vía del diálogo y del encuentro,
dijo que no era suficiente la “pacificación” porque ninguna sociedad podrá
tener paz si permanecen las desigualdades sociales. Pidió a los políticos un
verdadero compromiso para erradicar la pobreza.
A los que protestan en las calles para cambiar la
situación, Francisco recordó que la violencia nunca podrá ser el camino
correcto. Y que cualquier reforma verdadera
parte siempre del corazón del hombre. Dos discursos del Papa tuvieron el
sabor de “textos programáticos” y representan, hasta ahora, los más largos y
complejos del Pontificado. Francisco habló a la Iglesia y pidió un profundo
cambio de mentalidad y de enfoque. Hizo una crítica más puntual y sistemática
en contra del clericalismo en la Iglesia, en contra de los pastores burócratas
y funcionarios, en contra de la Iglesia que confía demasiado en las
estructuras, en contra de los enfoques pastorales “disciplinarios”, que
privilegian los principios, las conductas y los procedimientos organizativos,
pero que “obviamente” no tienen ni cercanía, ni ternura ni caricias. Criticó
las acciones pastorales que están planeadas de manera que no son cercanas y son
incapaces de encontrar a los hombres y mujeres de hoy.
Pero Francisco también denunció un enfoque que transforma
a la Iglesia en una “Controladora”. Una “Iglesia-aduana” que controla la fe de
las personas en lugar de favorecerla. El entusiasmo de los jóvenes y la
urgencia del llamado a la misión quedarán impresos en los recuerdos de esta
Jornada Mundial de la Juventud. No hay duda de que lo que sucedió en Río de
Janeiro exige replantear las cosas y un cambio profundo de perspectiva incluso
entre las Iglesias del Viejo continente.
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