Cincuenta
años sin Luis Cernuda/Javier
López Iglesias
Tomado de http://www.hoyesarte.com/literatura/cincuenta-anos-sin-cernuda_140157/#sthash.usT2qFuB.dpuf
Luis
Cernuda (Sevilla, 21 de septiembre de 1902) moría en el exilio el 5 de
noviembre de 1963. Fue hace hoy cincuenta años tras un fulminante ataque
cardíaco en el amanecer de Coyoacán, al sur de Ciudad de México, cuando por el
cambio horario en su Sevilla natal, a la que nunca pudo regresar, relumbraba el
mediodía.
Había
salido de España a principios de 1938. Dejando atrás el escenario de la Guerra
Civil recaló brevemente en París y desembarcó en Inglaterra con el objetivo de
apoyar a través de unas conferencias la causa republicana. La cuestión se le
iría complicando y el regreso pasó de complicado a imposible.
ras
colaborar en Oxford con una colonia de niños vascos expatriados, ejercería como
lector y profesor de español, siempre en difíciles circunstancias, en Surrey,
Glasgow, Cambrigde y Londres.
Posteriormente
mejoraría algo su situación con su salto a Estados Unidos, impartiendo clases
en colegios universitarios de Vermont y Massachusetts. Por fín, y renunciando a
la seguridad que le ofrecía la docencia estadounidense, cruzaría a México en
donde, entre amores, añoranzas, amistades y desdenes, sucumbiría
definitivamente su cuerpo.
Bulos
y verdades
Se
han dicho tantas cosas sobre su carácter y ostracismo… Tantas han sido las
habladurías en torno a su persona en una sociedad en la que el falso
testimonio, lejos de penalizarse, corría y sigue corriendo como la pólvora…
Pero tanto bulo sobre su personalidad compleja ha quedado desmentido por la
realidad.
Octavio
Paz recoge la apreciación de muchos de los que directamente trataron a Cernuda
escribiendo: “Lo encontré siempre tolerante y cortés; amigo leal y buen
consejero, tanto en la vida como en la literatura. Era tímido pero no cobarde;
era reservado pero también franco. La moderación de su lenguaje daba firmeza a
su rechazo de los valores de nuestro mundo. Respetaba los gustos y opiniones
ajenos y pedía respeto para los suyos. Su intransigencia era de orden moral e
intelectual. Odiaba la inautenticidad, mentira e hipocresía, y no soportaba a
los necios ni a los indiscretos. Era un ser libre y amaba la libertad en los
otros. Cierto, a veces sus reacciones eran exageradas y sus juicios no eran
siempre justos ni piadosos”.
O
la visión de Pedro Salinas: “Difícil de conocer. Delicado, pudorosísimo,
guardándose su intimidad para él solo, y para las abejas de su poesía que van y
vienen trajinando allí dentro –sin querer más jardín– haciendo su miel”.
O
el apunte de Alberti: “Cernuda era el cristal, capaz en un instante de
romperse”.
El
hecho es que hoy sabemos mucho más de su vida, condicionantes y circunstancias
verdaderas gracias a trabajos como el Antonio Rivero Taravillo que ha levantado
un espléndida y amplia biografía sobre el poeta sevillano.
Poeta
Para
empezar eso; por encima de todo, poeta. Porque Luis Cernuda escribió mucho:
narraciones, artículos, ensayos literarios, cartas, una obra de teatro incluso.
Pero, sobre cualquier otra cosa, hablamos del poeta. Así lo era y se sentía.
Cernuda
está hoy unánimemente (todo lo “unánime” que la subjetividad literaria permite)
considerado como el creador más influyente de la Generación del 27, que él
siempre prefirió denominar “del 25”. Uno de los poetas esenciales de la lírica
contemporánea en español.
“Fui
niño/prisionero entre muros cambiantes”, escribe en Donde habite el olvido
quien había nacido el día que comenzaba el otoño de 1902 como Luis Mateos
Bernardo José Cernuda Bidón en Sevilla, una ciudad con algo más de 150.000
habitantes.
Ese
mismo año nacerían Alberti, Sender y Max Aub; publicaba Machado sus Soledades,
y Juan Ramón Jiménez sus Rimas en una España que no acababa de curar las
heridas provocadas por las pérdidas coloniales, entre ellas Puerto Rico, de
donde procedía el padre del poeta.
Escapar
Del
primer tramo de su vida, Cernuda escribe: “Una constante de mi vida ha sido
actuar por reacción contra el medio donde me hallaba. Eso me ayudó a escapar al
peligro de lo provinciano, habiendo pasado la niñez y juventud primera en Sevilla,
donde la gente pretendía vivir no en una capital de provincias más o menos
agradable, sino en el ombligo del mundo, con la falta consiguiente de
curiosidad hacia el resto de él”.
No
se pretende en esta reseña biografiar al escritor, sino dar unos breves apuntes
que remarquen aspectos que condicionaron su existencia. Como el que en torno a
los 14 años, con el despertar de la pubertad y de su homosexualidad, comenzara
a escribir versos: “Aunque me escondiera para hacerlo y nadie en torno mío
tuviera noticia de tales intentos”.
Se
ha marchado el deseo
por
la noche entreabierta
y
en tímido reposo
el
cuerpo se contempla
Más
tarde compagina estudios de Derecho y el servicio militar y “descubre” su gran
afición por el cine, que no abandonará hasta el final de sus días. El previo a
su muerte vio Divorcio a la italiana y el mismo de su fin pensaba volver a
verla con Concha Méndez, la mujer de Manuel Altolaguirre, con quienes el poeta
vivía en México .
Publicación
y rechazo
En
abril de 1927 se publica Perfil del aire, su primer libro de poemas. Dedicado a
Pedro Salinas, ve la luz en la imprenta Sur, de Málaga, fundada por Emilio
Prados y Altolaguirre. En general, no fue bien recibido y, como indica Rivero
Taravillo, “ya por entonces, en 1927, sentirá que la vocación poética es lo que
dará único sentido a su vida”. Por eso le duele sobremanera el desprecio con el
que ve que se acoge su obra y, amargamente, Cernuda escribe:
“La
experiencia me iría indicando luego las causas para aquellos ataques; pero
entonces, conociendo cómo a todos los libritos de versos que por aquellos años
aparecían en España se les había recibido, por lo menos con benevolencia, la
excepción hecha al mío me mortificó tanto más cuanto que ya comenzaba a
entrever que el trabajo poético era razón principal, si no única, de mi
existencia”.
Este
resquemor le durará hasta el fin. Muchos años más tarde, en el poema A sus
paisanos y refiriéndose al recibimiento de Perfil del aire, lamenta:
No
me queréis, lo sé, y que os molesta
cuanto
escribo. ¿Os molesta? Os ofende.
¿Culpa
mía tal vez o es de vosotros?
Porque
no es la persona y su leyenda
lo
que ahí, allegados a mí, atrás os vuelve.
Mozo,
bien mozo era, cuando no había brotado
leyenda
alguna, caísteis sobre un libro
primerizo
lo mismo que su autor: yo, mi primer libro.
Algo
os ofende, porque sí, en el hombre y su tarea.
Años,
destinos, libros….
En
septiembre de 1928 Cernuda salta de Andalucía a Madrid. “Aquellos años la
ciudad grande era tema literario muy a la moda y aunque Madrid no era ciudad
comparable a Berlín o Nueva York, en mi caso resultaba al menos aquella donde
yo debía tratar de ganarme la vida. Mi grado universitario no podía servirme de
mucho, porque era de licenciado en Derecho y éste nunca me atrajo. Entreveía
también que yo servía de algo que, en mi caso, no admitía se le diese devoción
secundaria ni compartida: la poesía”.
Pasarán
los años, los destinos, los trabajos, los libros, los acontecimientos… Tiemblan
sus palabras…
Todo
lo que es hermoso tiene su instante y pasa.
Importa
como eterno gozar de nuestro instante.
Yo
no te envidio, Dios; déjame a solas
con
mis obras humanas que no duran:
el
afán de llenar lo que es efímero
de
eternidad , vale tu omnipotencia.
Sagrada
y misteriosa cae la noche,
dulce
como una mano amiga que acaricia,
y
en su pecho, donde tal ahora yo, otros un día
descansaron
la frente, me reclino
a
contemplar sereno el campo y las ruinas.
Final
Como
cada día tras su regreso a México desde California en mayo de 1963, Cernuda
madruga. De pie, a las seis cada mañana, se prepara el desayuno, exprime unas
naranjas y él mismo arregla la cama y su cuarto.
En
la del 5 de noviembre la rutina se rompe. No baja a desayunar. Suben a buscarlo
y lo encuentran tendido delante de su cuarto de baño en pijama, batín y
pantuflas. Sujeta en la mano derecha una pipa y en la izquierda una cerilla que
no ha tenido tiempo de prender. Está muerto.
“Cuando
abrimos la puerta de su cuarto nos dio la impresión de que estábamos entrando
en la celda de un monasterio, relata la periodista C. Rivas. Las paredes
desnudas. Un sofá, una cama (que el fallecido tuvo tiempo de estirar), un vaso
de agua en la mesilla de noche, un pañuelo bajo la almohada. Un escritorio, un
librero… Todo igual. Parecía que de un momento a otro iba a entrar el poeta
protestando porque habíamos violado su intimidad.”
En
la mesilla de noche, el libro que leía en el momento de su muerte: Novelas y
cuentos, de Emilia Pardo Bazán. Marcando la página dos reproducciones: el David
de Miguel Ángel y el retrato de Francisco I pintado por Tiziano.
Fue
enterrado el 6 de noviembre en el Cementerio Panteón Jardín, fosa 48, fila 4,
sector C, muy cerca de donde yacía Emilio Prados. Entre las 17 personas que
asistieron al sepelio se contaban Manuel Andújar, Max Aub y Giner de los Ríos
que, como refiere Rivero Taravillo, reservó algunos de los claveles que llevaba
para ponerlos sobre la cercana lápida de Prados.
Fin.
En el aire los versos de quien nunca pudo volver pero siempre tuvo la añoranza
del regreso:
Quizá
mis lentos ojos no verán más el sur
de
ligeros paisajes dormidos en el aire,
con
cuerpos a la sombra de ramas como flores
o
huyendo en un galope de caballos furiosos.
La foto es el archivo Tomás Montero DR:
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