El
formalismo de la anexión/PATRICIA
LEE
Proceso # 1950, 16 de marzo de 2014
El
referéndum en Crimea este domingo 16 formalizará un hecho: el control de la
península por parte de Rusia, el cual se ha reforzado en las últimas semanas
con la presencia de supuestos soldados rusos armados, que visten uniformes pero
sin portar insignias y controlan las entradas y salidas de la región, los
aeropuertos y los edificios gubernamentales. Pero el tránsito hacia una entidad
incorporada a la Federación Rusa no será fácil: Crimea depende de la energía y
el agua de Ucrania, así como del turismo internacional, que se prevé escaso por
las tensiones en la región.
El
referéndum de este domingo 16 con la pregunta: “¿Apoya usted la unión de Crimea
con Rusia como sujeto de la Federación Rusa?”, ya tiene respuesta. En menos de
tres semanas la península, que perteneció a Ucrania desde 1954, en los hechos
ya está controlada por Moscú.
El
martes 11 el Parlamento de Crimea aprobó una declaración de independencia con
la finalidad de justificar la legalidad del referéndum para unirse a Rusia.
Pero según las leyes ucranianas sólo pueden realizarse consultas populares que
abarquen a toda la nación.
Los
diputados de Crimea siguieron el ejemplo de Kosovo, enclave albanés en
Yugoslavia, país bombardeado por la OTAN en 1999 con el argumento de defender a
esa minoría. Kosovo proclamó en 2008 su independencia, reconocida por 108 países
pero no por Rusia, y ahora el Kremlin recurre a este antecedente para
justificar la independencia de Crimea.
En
un movimiento paralelo, la Duma estatal rusa votará el viernes 21 una ley que
simplificará los procedimientos para integrar nuevos sujetos a la Federación
Rusa.
Pero
el futuro estatus de Crimea dependerá del juego político mundial: no se sabe si
pasará a ser parte de la Federación Rusa o si seguirá el modelo de otras
pequeñas repúblicas, como Abjasia y Osetia del Norte, que eran parte de Georgia
y ahora se reclaman independientes, aunque han sido reconocidas por muy pocos
países además de Rusia.
Los
medios rusos se refieren a las tropas rusas en Crimea, cuya presencia es negada
por el Kremlin, como una “amable intervención”, mientras que los medios
ucranianos hablan de “ocupación”.
Los
“pequeños hombres de verde”, cuyos uniformes no tienen insignias, han cerrado
todas las entradas y salidas de la península, controlan los aeropuertos y los
edificios gubernamentales.
“En
Crimea dicen que llegó la primavera porque todo se puso verde, del color del
camuflaje”, bromea, en su página de Facebook Aleksandr Kadnikov, un fotógrafo
de Simferópol.
Con
el referéndum todas las cosas cotidianas van a cambiar: la hora será la de
Moscú, el dinero será el rublo, los autos y los inmuebles tendrán que
registrarse otra vez, así como los diplomas y los seguros. Los sueldos y las
pensiones se cobrarán en rublos y, aunque el gobierno de Kiev ya congeló las
cuentas de Crimea, las nuevas autoridades de la península anunciaron que todos
cobrarán sus salarios sin demoras.
“Madre
patria”
Para
los habitantes de Crimea de origen ruso –60% de la población– la ilusión es que
al volver a la patria lleguen enormes inversiones estatales y privadas, y se
reconstruyan y modernicen los centros veraniegos, a la manera de Sochi, donde
se celebraron los Juegos Olímpicos de Invierno.
El
primer ministro ruso Dmitri Medvedev anunció la construcción de un puente en el
estrecho de Kerch para unir Crimea con el territorio ruso, y el Kremlin ya
ordenó traer de Sochi las estaciones eléctricas que se usaron en los juegos
para prevenir posibles cortes de luz desde Kiev.
Emine
Ziyatdinova, periodista y fotógrafa ucraniana de origen tártaro, habla con
Proceso desde Simferópol: “La mayoría de los tártaros van a boicotear el
referéndum y no apoyan unirse a Rusia. En cuanto a rusos y ucranianos, no sé
cómo separarlos porque a partir de los cincuenta vinieron muchos ucranianos que
hablan ruso y tienen una posición prorrusa. La gente cree que la unión va a ser
beneficiosa porque tal vez Putin quiere mostrar lo bueno que es ser parte de
Rusia”.
El
jueves el canal Euronews transmitió un reportaje en el pueblo de Alupka, donde
una mujer de edad avanzada explicó que votará a favor en el referéndum “porque
estamos cansados de esperar una vida mejor, de correr de un trabajo al otro
para conseguir algo más de dinero, porque sólo trabajamos en el verano, durante
la temporada turística, pero después no hay nada”.
Ziyatdinova
dice que en general “no hay mucha tensión, porque quienes se oponen no hablan
fuerte. Los únicos que hablan son los rusos y los otros se quedan callados”.
Aunque
Moscú no reconoce que los militares llegados a Crimea sean rusos, “las bases
están bloqueadas. Hay soldados alrededor, pero los ucranianos siguen ahí,
pueden salir, tienen relaciones fraternales entre ellos, hablan, fuman”,
comenta.
Pero
advierte que “en algunos lugares, como en Sebastopol, la situación es distinta
porque los rusos no dejan que los familiares les entreguen comida a los
ucranianos”.
Los
tártaros
El
18 de mayo de este año se cumplirán 70 años de la surgun, la deportación
forzada de tártaros de Crimea a Siberia, acusados por Stalin de colaborar con
los nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Los
tártaros sólo volvieron a Crimea después de la disolución de la Unión Soviética
en 1992. Por eso, para ellos este referéndum tiene una significación especial.
Ziyatdinova
tomó la foto de su mamá llorando mientras guardaba documentos en un bolso,
preparándose para dejar Crimea, recordando cuando sus padres fueron enviados a
Uzbekistán.
“Mi
mamá visitó a sus amigos en Simferópol y todos están preocupados, pero dicen
que no se van a ir”, comenta. “Creo que los temores son exagerados, porque no
pienso que se vaya a repetir algo parecido”.
El
Mejlis, órgano ejecutivo del Kurultai –el Parlamento creado en 1991 para
representar a los tártaros–, llamó a boicotear el referéndum, pero también
llamó a la calma. El líder de los tártaros, Mustafá Dzhemilev, viajó a Moscú
donde conversó telefónicamente con el presidente Vladimir Putin, quien le
prometió cumplir todas las reivindicaciones de los tártaros, desde la repatriación
de los deportados, el uso del tártaro como idioma oficial, el reconocimiento de
sus órganos de poder, además de garantizarles 20% de los cargos de la
administración de la península.
Como
dijo Dzhemilev: “Todo lo que hemos pedido durante años a Ucrania y a las
autoridades de la república autónoma siempre nos lo negaron. Ahora resulta que
de un día a otro reconocen todos nuestros derechos. Por eso no tenemos ninguna
razón para creerles, pensamos que es una maniobra para neutralizarnos y que no
obstaculicemos la separación de Crimea”.
El
experto en temas de Crimea Andrei Demartino dijo el jueves 13 al periódico
moscovita Nezavisimaya Gazeta que los tártaros de Crimea tienen la “acción de
oro” en cuanto a la estabilidad: “De su posición dependerá si Crimea se
convierte en una república independiente o en un nuevo sujeto de la Federación
Rusa”.
El
problema es que, si no logran integrar a los tártaros, “estos pueden reaccionar
siguiendo el ejemplo de los Balcanes”, concluyó.
Difícil
transición
Crimea
tiene 2 millones de habitantes, de los cuales 334 mil son trabajadores –cifra
que se reduce a 251 mil fuera de la temporada de verano– y 500 mil pensionados.
Según
publicó el jueves 13 el periodista Aleksei Polujin en el diario Novaya Gazeta
de Moscú, habrá que resolver varios problemas para evitar una crisis económica
en la región.
En
primer lugar la provisión de gas natural, la cual depende en 60% de
Chernomorneftegas, de la ucraniana Naftogas. Se dice que la empresa será
nacionalizada, es decir pasará a control de las autoridades de Crimea. Como 80%
de la energía proviene de Ucrania, en caso de unirse a Rusia seguramente
aumentarán los costos y lo mismo podrá suceder con el agua, que en 80% viene
del río Dniéper por el Canal del Norte de Crimea.
En
Crimea ya se empiezan a sentir las consecuencias mundiales de la crisis
desatada por la acción rusa. Las empresas más grandes de la península, Krimski
Titan y la fábrica de soda, pertenecen Dmitri Firtash, uno de los más
influentes millonarios ucranianos con importantes negocios en el sector de la
energía y muy vinculado con Rusia y con el anterior presidente Victor
Yanukovich.
Firtash
fue detenido en Viena la semana pasada a pedido de las autoridades de Estados
Unidos. Su arresto es el primer indicativo de las posibles sanciones
internacionales de represalia contra hombres de negocios rusos o ucranianos.
El
resto de la economía de Crimea son pequeños negocios y viñedos que pueden verse
afectados por la ruptura de sus mercados naturales y por la incertidumbre de
saber si sus productos se venderán en Rusia o si, como futura república
independiente, enfrentarán trabas para comerciar con otros mercados.
El
turismo, la principal fuente de ingresos de la península, también se puede ver
afectada en lo inmediato, porque de los 6 millones de personas que visitan
Crimea anualmente, la mayoría son ucranianos y solo 1 millón y medio rusos, que
viajan en general por tren, pasando por Ucrania. Si los ucranianos dejan de
viajar y los rusos no pueden llegar por las dificultades políticas, la
temporada veraniega será muy difícil en Crimea.
De
cualquier manera la suerte de Crimea ya está echada: este domingo apenas se
pondrá un sello sobre lo que ya es una realidad.
**
“Cuando
se vayan los periodistas empezará lo peor”
LETITIA
I. OIVAS
INTERNACIONAL
SIMFERÓPOL,
CRIMEA.- El vendedor de armas D. M., dueño de una tienda en el centro de esta
capital, se resiste a hablar. “No quiero problemas”, asevera. El resto de la
historia lo cuenta el cartel hecho a mano que pende de la reja de entrada a su
tienda: “Si quiere contactar con este establecimiento, a partir de ahora llame
por teléfono”.
“Es
una medida que hemos tomado a causa de los recientes eventos”, explica
finalmente.
En
la calle Zhelyabova, en un bazar de artículos de cacería, otro vendedor repite
la escena: “En estos días en el mercado legal no es fácil comprar un arma de
fuego. Las autoridades controlan mucho. Muy diferente es si uno está dispuesto
a hacer negocios en el mercado ilegal, aunque algunos artículos han subido de
precio”.
Ante
la situación en la península ocupada por paramilitares prorrusos, en medio del
peor enfrentamiento entre Occidente y Moscú desde el fin de la Guerra Fría, los
crimeos simplemente se preparan para cualquier eventualidad.
“Mi
familia, como otras, acopia alimentos. Yo he comprado harina, agua y azúcar”,
explica Yekaterina, rusoparlante como 75% de la población crimea pero quien se
opone a la anexión de Crimea a Rusia.
La
incertidumbre llegó a Crimea. En la esquina de Karl Marx y Pavlianko, en esta
ciudad, dos paramilitares prorrusos montan guardia frente a las instalaciones
de la marina ucraniana. El resto de la tropa, empuñando fusiles con mira
telescópica y silenciadores, rodea el lugar donde está atrincherado un batallón
ucraniano fiel a Kiev.
Desde
el asalto al Parlamento crimeo el pasado 27 de febrero los militares ucranianos
de la calle Karl Marx no pueden comunicarse con Kiev. “Nuestros sistemas no
funcionan desde hace días. Sólo nos comunicamos con los celulares. Creemos que
los invasores nos sabotearon”, dice el coronel Igor Mamchur, segundo al mando
del batallón sitiado. “Nadie sale de aquí pues nos rodean las 24 horas. Tienen
armas de asalto de fabricación rusa. Pero, ellos lo saben, si nos atacan,
responderemos”, añade.
Trauma
ruso
Escenas
similares se repiten en todas las bases militares ucranianas en Crimea. Aunque
la tensión es particularmente alta en Sebastopol.
Los
rusoparlantes crimeos ven con malos ojos al gobierno de Kiev, integrado por
fuerzas nacionalistas –como el partido Sbovoda, antirruso y heredero de una
organización de ideología nazi– en una península donde los rusos se defendieron
con uñas y dientes de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Entre
1941 y 1942 el ejército de Hitler bombardeó durante más de ocho meses el puerto
de Sebastopol.
“No
vamos a permitir que eso vuelva a ocurrir. Queremos ser independientes porque
no queremos que algún nacionalista antirruso nos ataque”, argumenta Olga
Pankosko, de 51 años.
“Por
supuesto estoy en favor de la independencia e incluso de la anexión a Rusia.
Esa es nuestra madre patria”, afirma Valoria Wikolaivna Shmukova, enfermera de
44 años.
Llegaron
los cosacos
A
30 kilómetros de Sebastopol, en un retén en la carretera que une esta ciudad con
la capital crimea, Simferópol, cuatro cosacos uniformados le ordenan a un
automovilista identificarse y abrir la cajuela. El hombre refunfuña algo, pero
obedece. “Está molesto porque vienen de Rusia y a pesar de que no sean
policías, actúan como tales y están en todas partes”, explica Alexander
mientras espera su turno para pasar el puesto de control.
Desde
la brusca llegada al poder de las nuevas autoridades crimeas, centenares de
cosacos tomaron posiciones a lo largo de la península, en particular en la
estratégica ciudad de Sebastopol y frente al Parlamento regional de Simferópol,
donde se instaló el nuevo Ejecutivo no reconocido por Kiev. Además montaron
puestos de control en las fronteras de Crimea y se presentan en las
manifestaciones prorrusas como fuerzas antidisturbios.
No
se sabe cuántos cosacos hay, quién es su líder, si están armados –algunos
llevan macanas– ni los motivos reales por los cuales han venido hasta esta
península. Es indudable, en cambio, que no pasan inadvertidos: visten trajes de
camuflaje y el típico gorro cosaco soviético, con pelo de cordero en el
interior y una vistosa cruz dorada sobre fondo rojo en la parte de arriba.
Un
grupo de cosacos dice a este semanario haber venido desde el sur de Rusia. “La
mayoría de nosotros llegó a Crimea porque nos lo pidieron los cosacos crimeos”,
explica Konstantin Ziryanov, de 52 años. “Nuestra tarea es garantizar que se
mantengan la ley y el orden. Y somos muchos. No estoy autorizado a decir más”,
agrega.
“Soy
cristiano ortodoxo y por ello, para mí, es un deber moral no dejar solos a los
crimeos”, añade Eugeni Volkov, de 33 años y quien dice haberse tomado
vacaciones en la empresa de construcción en la que trabaja en Rusia para viajar
a Crimea.
“Mi
familia está en Novorosíisk pero yo seguiré aquí hasta asegurarnos de que no se
repita lo ocurrido en Kiev con los jóvenes de Maidan, que son unos fascistas”,
precisa el joven cosaco.
Pero
la presencia de este aguerrido pueblo en la península crimea es curiosa, dada
su historia. Se trata de una comunidad eslava que se cree nació entre los
siglos I y III y cuyo modelo de organización es considerado desde el siglo XV
uno de los primeros ejemplos de democracia federal; en los vaivenes de la
historia ha estado tanto al lado como en contra de Moscú.
En
los albores del Imperio ruso se aliaron con los zares. Durante el reinado de
Catalina II (1762-1796) fueron castigados por ésta y durante la revolución
bolchevique apoyaron al zar Nicolás II. Entre tanto intentaron varias veces
constituirse en Estado cosaco independiente.
Resurgidos
tras la caída de la Unión Soviética, las apariciones públicas de esta comunidad
–dividida en varios subgrupos– se ha incrementado en Rusia y Ucrania, los dos
países en los que viven. En Sochi, por ejemplo, se les encargó ayudar a las
autoridades locales para garantizar la seguridad durante los recién pasados
Juegos Olímpicos. Pero esto también generó polémicas: se les tacha de
ultraconservadores y desequilibrantes para una convivencia pacífica entre
etnias.
El
temor de los tártaros
En
su despacho de la Mejlil (asamblea popular de los tártaros de Crimea) de
Simferópol, Ali Khamzin, coordinador de las relaciones exteriores de la
comunidad, explica: “Pase lo que pase” seguirán protestando “de forma pacífica”
para que Crimea siga siendo parte de Ucrania.
“Tenemos
el apoyo de las autoridades turcas”, agrega Khamzin, al aclarar además que ante
la escalada de tensión “unos 20 mil jóvenes tártaros patrullan las 24 horas las
calles de las ciudades donde la comunidad es más numerosa. No están armados”.
Según
Vilor Osmalov, uno de los representantes de esta comunidad en Crimea, los
tártaros tienen miedo porque creen que “si la situación degenera, serán las
primeras víctimas de las represalias”.
Además
de que históricamente esta comunidad –de mayoría musulmana y que representa 14%
de la población– ha sido hostigada desde el siglo XVII, ahora está abiertamente
en favor de Kiev y es la que más ha apoyado desde el principio la unión de esta
península con el resto de Ucrania. “Aunque no tenemos datos precisos, al menos
unas 100 familias ya se han ido de la península y están en Ucrania”, indica
Osmalov a Proceso.
Al
ser la principal resistencia al separatismo de Crimea, no es difícil entender
las circunstancias por las cuales los tártaros ven con temor a las nuevas
autoridades.
El
Parlamento de Simferópol sigue tomado, con paramilitares armados que impiden el
acceso a quienes no les gustan. Las calles están patrulladas por bandas de
civiles, la mayoría de entre 30 y 40 años, con aspecto de pandilleros y algunos
con brazaletes de tela roja.
Pero
su temor más inmediato no es sólo que se desencadene un conflicto bélico, sino
caer en las garras de algún exaltado o, peor aún, de alguna organización
mafiosa que se aproveche del momento para hacer su agosto.
Las
hay en Crimea. Según un informe de 2002 del estadunidense Departamento de
Estado, desde la independencia de Ucrania en 1991, “las tensiones entre la
República Autónoma y Kiev han ofrecido un entorno muy apetecible para el
crecimiento del crimen organizado”.
Un
miembro de los llamados cuerpos de defensa prorruso –especie de milicias
civiles que acompañan a los paramilitares– acepta a regañadientes hablar con la
reportera: “Ellos (los paramilitares) no están aquí para matar. Si (el gobierno
de Kiev) no invade Crimea, nada pasará”, asegura.
Ya
es de noche cuando el coronel Mamchur está a punto de entrar en su barracón. Se
da vuelta y suelta: “Cuando ustedes, periodistas, se vayan empezará lo peor”.
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