17 mar 2014

Referéndum en Crimea


El formalismo de la anexión/PATRICIA LEE
Proceso # 1950, 16 de marzo de 2014
El referéndum en Crimea este domingo 16 formalizará un hecho: el control de la península por parte de Rusia, el cual se ha reforzado en las últimas semanas con la presencia de supuestos soldados rusos armados, que visten uniformes pero sin portar insignias y controlan las entradas y salidas de la región, los aeropuertos y los edificios gubernamentales. Pero el tránsito hacia una entidad incorporada a la Federación Rusa no será fácil: Crimea depende de la energía y el agua de Ucrania, así como del turismo internacional, que se prevé escaso por las tensiones en la región.
El referéndum de este domingo 16 con la pregunta: “¿Apoya usted la unión de Crimea con Rusia como sujeto de la Federación Rusa?”, ya tiene respuesta. En menos de tres semanas la península, que perteneció a Ucrania desde 1954, en los hechos ya está controlada por Moscú.

El martes 11 el Parlamento de Crimea aprobó una declaración de independencia con la finalidad de justificar la legalidad del referéndum para unirse a Rusia. Pero según las leyes ucranianas sólo pueden realizarse consultas populares que abarquen a toda la nación.
 Los diputados de Crimea siguieron el ejemplo de Kosovo, enclave albanés en Yugoslavia, país bombardeado por la OTAN en 1999 con el argumento de defender a esa minoría. Kosovo proclamó en 2008 su independencia, reconocida por 108 países pero no por Rusia, y ahora el Kremlin recurre a este antecedente para justificar la independencia de Crimea.
 En un movimiento paralelo, la Duma estatal rusa votará el viernes 21 una ley que simplificará los procedimientos para integrar nuevos sujetos a la Federación Rusa.
 Pero el futuro estatus de Crimea dependerá del juego político mundial: no se sabe si pasará a ser parte de la Federación Rusa o si seguirá el modelo de otras pequeñas repúblicas, como Abjasia y Osetia del Norte, que eran parte de Georgia y ahora se reclaman independientes, aunque han sido reconocidas por muy pocos países además de Rusia.
 Los medios rusos se refieren a las tropas rusas en Crimea, cuya presencia es negada por el Kremlin, como una “amable intervención”, mientras que los medios ucranianos hablan de “ocupación”.
 Los “pequeños hombres de verde”, cuyos uniformes no tienen insignias, han cerrado todas las entradas y salidas de la península, controlan los aeropuertos y los edificios gubernamentales.
 “En Crimea dicen que llegó la primavera porque todo se puso verde, del color del camuflaje”, bromea, en su página de Facebook Aleksandr Kadnikov, un fotógrafo de Simferópol.
 Con el referéndum todas las cosas cotidianas van a cambiar: la hora será la de Moscú, el dinero será el rublo, los autos y los inmuebles tendrán que registrarse otra vez, así como los diplomas y los seguros. Los sueldos y las pensiones se cobrarán en rublos y, aunque el gobierno de Kiev ya congeló las cuentas de Crimea, las nuevas autoridades de la península anunciaron que todos cobrarán sus salarios sin demoras.
“Madre patria”
Para los habitantes de Crimea de origen ruso –60% de la población– la ilusión es que al volver a la patria lleguen enormes inversiones estatales y privadas, y se reconstruyan y modernicen los centros veraniegos, a la manera de Sochi, donde se celebraron los Juegos Olímpicos de Invierno.
El primer ministro ruso Dmitri Medvedev anunció la construcción de un puente en el estrecho de Kerch para unir Crimea con el territorio ruso, y el Kremlin ya ordenó traer de Sochi las estaciones eléctricas que se usaron en los juegos para prevenir posibles cortes de luz desde Kiev.
Emine Ziyatdinova, periodista y fotógrafa ucraniana de origen tártaro, habla con Proceso desde Simferópol: “La mayoría de los tártaros van a boicotear el referéndum y no apoyan unirse a Rusia. En cuanto a rusos y ucranianos, no sé cómo separarlos porque a partir de los cincuenta vinieron muchos ucranianos que hablan ruso y tienen una posición prorrusa. La gente cree que la unión va a ser beneficiosa porque tal vez Putin quiere mostrar lo bueno que es ser parte de Rusia”.
El jueves el canal Euronews transmitió un reportaje en el pueblo de Alupka, donde una mujer de edad avanzada explicó que votará a favor en el referéndum “porque estamos cansados de esperar una vida mejor, de correr de un trabajo al otro para conseguir algo más de dinero, porque sólo trabajamos en el verano, durante la temporada turística, pero después no hay nada”.
Ziyatdinova dice que en general “no hay mucha tensión, porque quienes se oponen no hablan fuerte. Los únicos que hablan son los rusos y los otros se quedan callados”.
Aunque Moscú no reconoce que los militares llegados a Crimea sean rusos, “las bases están bloqueadas. Hay soldados alrededor, pero los ucranianos siguen ahí, pueden salir, tienen relaciones fraternales entre ellos, hablan, fuman”, comenta.
Pero advierte que “en algunos lugares, como en Sebastopol, la situación es distinta porque los rusos no dejan que los familiares les entreguen comida a los ucranianos”.
Los tártaros
El 18 de mayo de este año se cumplirán 70 años de la surgun, la deportación forzada de tártaros de Crimea a Siberia, acusados por Stalin de colaborar con los nazis en la Segunda Guerra Mundial.
 Los tártaros sólo volvieron a Crimea después de la disolución de la Unión Soviética en 1992. Por eso, para ellos este referéndum tiene una significación especial.
 Ziyatdinova tomó la foto de su mamá llorando mientras guardaba documentos en un bolso, preparándose para dejar Crimea, recordando cuando sus padres fueron enviados a Uzbekistán.
 “Mi mamá visitó a sus amigos en Simferópol y todos están preocupados, pero dicen que no se van a ir”, comenta. “Creo que los temores son exagerados, porque no pienso que se vaya a repetir algo parecido”.
 El Mejlis, órgano ejecutivo del Kurultai –el Parlamento creado en 1991 para representar a los tártaros–, llamó a boicotear el referéndum, pero también llamó a la calma. El líder de los tártaros, Mustafá Dzhemilev, viajó a Moscú donde conversó telefónicamente con el presidente Vladimir Putin, quien le prometió cumplir todas las reivindicaciones de los tártaros, desde la repatriación de los deportados, el uso del tártaro como idioma oficial, el reconocimiento de sus órganos de poder, además de garantizarles 20% de los cargos de la administración de la península.
 Como dijo Dzhemilev: “Todo lo que hemos pedido durante años a Ucrania y a las autoridades de la república autónoma siempre nos lo negaron. Ahora resulta que de un día a otro reconocen todos nuestros derechos. Por eso no tenemos ninguna razón para creerles, pensamos que es una maniobra para neutralizarnos y que no obstaculicemos la separación de Crimea”.
 El experto en temas de Crimea Andrei Demartino dijo el jueves 13 al periódico moscovita Nezavisimaya Gazeta que los tártaros de Crimea tienen la “acción de oro” en cuanto a la estabilidad: “De su posición dependerá si Crimea se convierte en una república independiente o en un nuevo sujeto de la Federación Rusa”.
 El problema es que, si no logran integrar a los tártaros, “estos pueden reaccionar siguiendo el ejemplo de los Balcanes”, concluyó.
 Difícil transición
Crimea tiene 2 millones de habitantes, de los cuales 334 mil son trabajadores –cifra que se reduce a 251 mil fuera de la temporada de verano– y 500 mil pensionados.
Según publicó el jueves 13 el periodista Aleksei Polujin en el diario Novaya Gazeta de Moscú, habrá que resolver varios problemas para evitar una crisis económica en la región.
En primer lugar la provisión de gas natural, la cual depende en 60% de Chernomorneftegas, de la ucraniana Naftogas. Se dice que la empresa será nacionalizada, es decir pasará a control de las autoridades de Crimea. Como 80% de la energía proviene de Ucrania, en caso de unirse a Rusia seguramente aumentarán los costos y lo mismo podrá suceder con el agua, que en 80% viene del río Dniéper por el Canal del Norte de Crimea.
En Crimea ya se empiezan a sentir las consecuencias mundiales de la crisis desatada por la acción rusa. Las empresas más grandes de la península, Krimski Titan y la fábrica de soda, pertenecen Dmitri Firtash, uno de los más influentes millonarios ucranianos con importantes negocios en el sector de la energía y muy vinculado con Rusia y con el anterior presidente Victor Yanukovich.
Firtash fue detenido en Viena la semana pasada a pedido de las autoridades de Estados Unidos. Su arresto es el primer indicativo de las posibles sanciones internacionales de represalia contra hombres de negocios rusos o ucranianos.
El resto de la economía de Crimea son pequeños negocios y viñedos que pueden verse afectados por la ruptura de sus mercados naturales y por la incertidumbre de saber si sus productos se venderán en Rusia o si, como futura república independiente, enfrentarán trabas para comerciar con otros mercados.
El turismo, la principal fuente de ingresos de la península, también se puede ver afectada en lo inmediato, porque de los 6 millones de personas que visitan Crimea anualmente, la mayoría son ucranianos y solo 1 millón y medio rusos, que viajan en general por tren, pasando por Ucrania. Si los ucranianos dejan de viajar y los rusos no pueden llegar por las dificultades políticas, la temporada veraniega será muy difícil en Crimea.
 De cualquier manera la suerte de Crimea ya está echada: este domingo apenas se pondrá un sello sobre lo que ya es una realidad.
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 “Cuando se vayan los periodistas empezará lo peor”
LETITIA I. OIVAS
INTERNACIONAL
SIMFERÓPOL, CRIMEA.- El vendedor de armas D. M., dueño de una tienda en el centro de esta capital, se resiste a hablar. “No quiero problemas”, asevera. El resto de la historia lo cuenta el cartel hecho a mano que pende de la reja de entrada a su tienda: “Si quiere contactar con este establecimiento, a partir de ahora llame por teléfono”.
“Es una medida que hemos tomado a causa de los recientes eventos”, explica finalmente.­
En la calle Zhelyabova, en un bazar de artículos de cacería, otro vendedor repite la escena: “En estos días en el mercado legal no es fácil comprar un arma de fuego. Las autoridades controlan mucho. Muy diferente es si uno está dispuesto a hacer negocios en el mercado ilegal, aunque algunos artículos han subido de precio”.
Ante la situación en la península ocupada por paramilitares prorrusos, en medio del peor enfrentamiento entre Occidente y Moscú desde el fin de la Guerra Fría, los crimeos simplemente se preparan para cualquier eventualidad.
“Mi familia, como otras, acopia alimentos. Yo he comprado harina, agua y azúcar”, explica Yekaterina, rusoparlante como 75% de la población crimea pero quien se opone a la anexión de Crimea a Rusia.
La incertidumbre llegó a Crimea. En la esquina de Karl Marx y Pavlianko, en esta ciudad, dos paramilitares prorrusos montan guardia frente a las instalaciones de la marina ucraniana. El resto de la tropa, empuñando fusiles con mira telescópica y silenciadores, rodea el lugar donde está atrincherado un batallón ucraniano fiel a Kiev.

Desde el asalto al Parlamento crimeo el pasado 27 de febrero los militares ucranianos de la calle Karl Marx no pueden comunicarse con Kiev. “Nuestros sistemas no funcionan desde hace días. Sólo nos comunicamos con los celulares. Creemos que los invasores nos sabotearon”, dice el coronel Igor Mamchur, segundo al mando del batallón sitiado. “Nadie sale de aquí pues nos rodean las 24 horas. Tienen armas de asalto de fabricación rusa. Pero, ellos lo saben, si nos atacan, responderemos”, añade.
Trauma ruso
Escenas similares se repiten en todas las bases militares ucranianas en Crimea. Aunque la tensión es particularmente alta en Sebastopol.
 Los rusoparlantes crimeos ven con malos ojos al gobierno de Kiev, integrado por fuerzas nacionalistas –como el partido Sbovoda, antirruso y heredero de una organización de ideología nazi– en una península donde los rusos se defendieron con uñas y dientes de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Entre 1941 y 1942 el ejército de Hitler bombardeó durante más de ocho meses el puerto de Sebastopol.
 “No vamos a permitir que eso vuelva a ocurrir. Queremos ser independientes porque no queremos que algún nacionalista antirruso nos ataque”, argumenta Olga Pankosko, de 51 años.
 “Por supuesto estoy en favor de la independencia e incluso de la anexión a Rusia. Esa es nuestra madre patria”, afirma Valoria Wikolaivna Shmukova, enfermera de 44 años.
Llegaron los cosacos
A 30 kilómetros de Sebastopol, en un retén en la carretera que une esta ciudad con la capital crimea, Simferópol, cuatro cosacos uniformados le ordenan a un automovilista identificarse y abrir la cajuela. El hombre refunfuña algo, pero obedece. “Está molesto porque vienen de Rusia y a pesar de que no sean policías, actúan como tales y están en todas partes”, explica Alexander mientras espera su turno para pasar el puesto de control.
Desde la brusca llegada al poder de las nuevas autoridades crimeas, centenares de cosacos tomaron posiciones a lo largo de la península, en particular en la estratégica ciudad de Sebastopol y frente al Parlamento regional de Simferópol, donde se instaló el nuevo Ejecutivo no reconocido por Kiev. Además montaron puestos de control en las fronteras de Crimea y se presentan en las manifestaciones prorrusas como fuerzas antidisturbios.
 No se sabe cuántos cosacos hay, quién es su líder, si están armados –algunos llevan macanas– ni los motivos reales por los cuales han venido hasta esta península. Es indudable, en cambio, que no pasan inadvertidos: visten trajes de camuflaje y el típico gorro cosaco soviético, con pelo de cordero en el interior y una vistosa cruz dorada sobre fondo rojo en la parte de arriba.
 Un grupo de cosacos dice a este semanario haber venido desde el sur de Rusia. “La mayoría de nosotros llegó a Crimea porque nos lo pidieron los cosacos crimeos”, explica Konstantin Ziryanov, de 52 años. “Nuestra tarea es garantizar que se mantengan la ley y el orden. Y somos muchos. No estoy autorizado a decir más”, agrega.
 “Soy cristiano ortodoxo y por ello, para mí, es un deber moral no dejar solos a los crimeos”, añade Eugeni Volkov, de 33 años y quien dice haberse tomado vacaciones en la empresa de construcción en la que trabaja en Rusia para viajar a Crimea.
 “Mi familia está en Novorosíisk pero yo seguiré aquí hasta asegurarnos de que no se repita lo ocurrido en Kiev con los jóvenes de Maidan, que son unos fascistas”, precisa el joven cosaco.
 Pero la presencia de este aguerrido pueblo en la península crimea es curiosa, dada su historia. Se trata de una comunidad eslava que se cree nació entre los siglos I y III y cuyo modelo de organización es considerado desde el siglo XV uno de los primeros ejemplos de democracia federal; en los vaivenes de la historia ha estado tanto al lado como en contra de Moscú.
 En los albores del Imperio ruso se aliaron con los zares. Durante el reinado de Catalina II (1762-1796) fueron castigados por ésta y durante la revolución bolchevique apoyaron al zar Nicolás II. Entre tanto intentaron varias veces constituirse en Estado cosaco independiente.
 Resurgidos tras la caída de la Unión Soviética, las apariciones públicas de esta comunidad –dividida en varios subgrupos– se ha incrementado en Rusia y Ucrania, los dos países en los que viven. En Sochi, por ejemplo, se les encargó ayudar a las autoridades locales para garantizar la seguridad durante los recién pasados Juegos Olímpicos. Pero esto también generó polémicas: se les tacha de ultraconservadores y dese­quilibrantes para una convivencia pacífica entre etnias.
El temor de los tártaros
En su despacho de la Mejlil (asamblea popular de los tártaros de Crimea) de Simferópol, Ali Khamzin, coordinador de las relaciones exteriores de la comunidad, explica: “Pase lo que pase” seguirán protestando “de forma pacífica” para que Crimea siga siendo parte de Ucrania.
“Tenemos el apoyo de las autoridades turcas”, agrega Khamzin, al aclarar además que ante la escalada de tensión “unos 20 mil jóvenes tártaros patrullan las 24 horas las calles de las ciudades donde la comunidad es más numerosa. No están armados”.
Según Vilor Osmalov, uno de los representantes de esta comunidad en Crimea, los tártaros tienen miedo porque creen que “si la situación degenera, serán las primeras víctimas de las represalias”.
Además de que históricamente esta comunidad –de mayoría musulmana y que representa 14% de la población– ha sido hostigada desde el siglo XVII, ahora está abiertamente en favor de Kiev y es la que más ha apoyado desde el principio la unión de esta península con el resto de Ucrania. “Aunque no tenemos datos precisos, al menos unas 100 familias ya se han ido de la península y están en Ucrania”, indica Osmalov a Proceso.
Al ser la principal resistencia al separatismo de Crimea, no es difícil entender las circunstancias por las cuales los tártaros ven con temor a las nuevas autoridades.
El Parlamento de Simferópol sigue tomado, con paramilitares armados que impiden el acceso a quienes no les gustan. Las calles están patrulladas por bandas de civiles, la mayoría de entre 30 y 40 años, con aspecto de pandilleros y algunos con brazaletes de tela roja.
Pero su temor más inmediato no es sólo que se desencadene un conflicto bélico, sino caer en las garras de algún exaltado o, peor aún, de alguna organización mafiosa que se aproveche del momento para hacer su agosto.
Las hay en Crimea. Según un informe de 2002 del estadunidense Departamento de Estado, desde la independencia de Ucrania en 1991, “las tensiones entre la República Autónoma y Kiev han ofrecido un entorno muy apetecible para el crecimiento del crimen organizado”.
Un miembro de los llamados cuerpos de defensa prorruso –especie de milicias civiles que acompañan a los paramilitares– acepta a regañadientes hablar con la reportera: “Ellos (los paramilitares) no están aquí para matar. Si (el gobierno de Kiev) no invade Crimea, nada pasará”, asegura.
Ya es de noche cuando el coronel Mamchur está a punto de entrar en su barracón. Se da vuelta y suelta: “Cuando ustedes, periodistas, se vayan empezará lo peor”.

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