Las
reformas del PRIAN, aval para el saqueo/ANDRÉS
MANUEL LÓPEZ OBRADOR
Revista Proceso # 1950, 16 de marzo de 2014;
Del libro Neoporfirismo. Hoy como ayer, Ed. Grijalbo, 2014
La
llamada modernidad político-económica impulsada por el PRI, el PAN y grupos de
poder afines no es otra cosa que una versión actualizada del pofirismo. En su
libro más reciente, Neoporfirismo. Hoy como ayer, Andrés Manuel López Obrador
sostiene esta tesis bajo el supuesto de que, como en el régimen dictatorial de
Díaz, hoy “existe una república simulada y un Estado que funciona para
garantizar la acumulación de las riquezas en pocas manos, sin ocuparse del
bienestar general”. El político tabasqueño concluye que las llamadas “reformas
estructurales” están siendo utilizadas para perpetrar el saqueo más grande en
la historia del país.
Con la autorización de editorial Grijalbo, aquí se
adelantan partes del libro, que comenzará a circular esta semana.
(…)
aunque parezca increíble, lo que ha sucedido en materia de deshonestidad en el
actual periodo neoliberal, no tiene precedente. En estos tiempos el sistema en
su conjunto ha operado para la corrupción. El poder político y el poder
económico se han alimentado y nutrido mutuamente, y se ha implantado como modus
operandi el robo de los bienes del pueblo y de las riquezas de la nación. La
corrupción ahora es indudablemente mayor. En la época posrevolucionaria los
gobernantes no se atrevían a privatizar las tierras ejidales, los bosques, las
playas, los ferrocarriles, las minas, la industria eléctrica, ni mucho menos
tocaron el petróleo; en estos aciagos
tiempos del neoliberalismo, los gobernantes se han dedicado, como en el porfiriato,
a concesionar el territorio y a transferir empresas y bienes públicos a
particulares nacionales y extranjeros. No sólo se trata, como antes, de actos delictivos individuales o de una red de
complicidades para hacer negocios al amparo del poder público; ahora la
corrupción se ha convertido en la principal función del Estado. Un pequeño
grupo ha confiscado todos los poderes y mantiene secuestradas las instituciones
públicas para su exclusivo beneficio. El Estado ha sido tomado y convertido en
un mero comité al servicio de una minoría. Y como decía León Tolstoi: Un Estado
que no procura la justicia no es más que una banda de malhechores. Y para
redondear su idea, el escritor ruso se preguntaba y respondía: “Sin justicia,
¿qué es un Estado sino una cuadrilla de bandidos?”
Ahora
bien, esta nueva operación de recambio del antiguo régimen comenzó hace 30
años, al mismo tiempo que se impuso en casi todo el mundo el llamado modelo neoliberal, que consiste,
en esencia, en fincar la prosperidad de pocos en el sufrimiento de muchos.
Obviamente, envolvieron esta infamia con una tenaz e intensa difusión de
dogmas, como la supremacía del mercado, la utilización del Estado sólo para
proteger y rescatar a las minorías privilegiadas y, desde luego, proclamaron
que las privatizaciones eran la panacea. Para ellos el nacionalismo económico
es anacrónico y la soberanía un concepto caduco frente a la globalidad; con una
convicción fanática sostienen que se debe cobrar menos impuestos a las
corporaciones y más a los consumidores, y que lo económico, en todo momento,
debe predominar sobre lo político y lo social. El Estado, a su modo de ver, no
tiene que promover el desarrollo ni procurar la distribución del ingreso
porque, si les va bien a los de arriba, según ellos, les irá bien a los de
abajo. Esta idea peregrina, según la cual si llueve fuerte arriba
inevitablemente goteará abajo, como si la riqueza en sí misma fuese permeable o
contagiosa, ha demostrado ser falsa en cuanto se observan las cifras que miden
el crecimiento de la pobreza y de la miseria, no sólo en nuestro país, sino en
la mayor parte del mundo.
En
México, semejante retacería de enunciados sin fundamento técnico ni científico,
junto con las llamadas “reformas estructurales”, fue aplicada de manera puntual
y utilizada como parapeto para llevar a cabo el saqueo más grande que se haya
registrado en la historia del país. La política económica de élite comenzó a
impulsarse desde el gobierno de Miguel de la Madrid (1982-1988) y se profundizó
durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). En esos tiempos
hubo una intensa campaña propagandística, en la que intelectuales y “líderes de
opinión” repetían como loros sofismas para justificar el bandidaje oficial y el
predominio de los intereses económicos de una minoría por encima del bienestar
público. De tal modo se ajustó el marco jurídico para legalizar el pillaje, que
fue encubierto con el eufemismo de la “desincorporación de entidades
paraestatales no estratégicas ni prioritarias para el desarrollo nacional”.
Aunque hubo procesos de licitación y rendición de cuentas (“libros blancos”),
en todos los casos se sabía de antemano quiénes serían los ganadores en las
subastas. Es cosa de recordar que Salinas, su hermano Raúl y el secretario de
Hacienda, Pedro Aspe, eran los encargados de palomear, acomodar y alinear a
todos los apuntados que participaron en el reparto de empresas y bancos, los
cuales, hasta entonces, pertenecían a la nación. Así, en 13 meses, del 14 de
junio de 1991 al 13 de julio de 1992, con un promedio de 20 días hábiles por
banco, fueron rematadas 18 instituciones de crédito. En sólo cinco años, del 31
de diciembre de 1988 al 31 de diciembre de 1993, se enajenaron 251 empresas del
sector público. Es decir, se privatizaron compañías como Telmex, Mexicana de
Aviación, Televisión Azteca, Siderúrgica Lázaro Cárdenas, Altos Hornos de
México, Astilleros Unidos de Veracruz, Fertilizantes Mexicanos; aseguradoras,
ingenios azucareros, minas de oro, plata y cobre; fábricas de tractores, de
automóviles y motores, de cemento, de tubería, de maquinaria, entre otras. La
entrega de bienes públicos a unos cuantos preferidos no se limitó a bancos y
empresas paraestatales. También fueron privatizadas las tierras ejidales, las
autopistas, los puertos, los aeropuertos y se incrementó el manejo de negocios
de particulares nacionales y extranjeros en Petróleos Mexicanos y en la
Comisión Federal de Electricidad.
Debe
tenerse en cuenta que la política salinista se siguió aplicando durante los
gobiernos de Zedillo, Fox y Calderón, y que el grupo original “compacto” creado
por Salinas, que se benefició con el remate de bienes públicos, no sólo
continuó acumulando riquezas, sino que también fue concentrando poder político
hasta llegar a situarse por encima de las instituciones constitucionales. En
los hechos, son los integrantes de este grupo quienes verdaderamente mandan y
deciden sobre cuestiones fundamentales en la Cámara de Diputados y en el
Senado, en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en el Instituto Federal
Electoral y en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, en la
Procuraduría General de la República, en la Secretaría de Hacienda, y en los
partidos Acción Nacional y Revolucionario Institucional. Además, poseen o
controlan la mayoría de los medios de comunicación.
Esta
élite, como es lógico, ha venido apostando a mantener la misma política del
pillaje y ha impedido con trampas, dinero y manipulación el cambio de régimen.
Fruto de esta práctica antidemocrática fue la imposición de Enrique Peña Nieto
como presidente de México. Se trata de un subordinado más de la élite
dominante, de un personaje cuya utilidad es meramente escenográfica. Sin
embargo, este nuevo pelele, por su alto grado de inmoralidad, servilismo e
inconciencia, está conduciendo al país a un mayor deterioro en todos los
órdenes y a la pérdida de la tranquilidad y de la paz social. En tan sólo un
año, Peña Nieto ha logrado imponer, con apego a la agenda dictada desde el
extranjero y con el contubernio de los grupos de poder en México, las llamadas
reformas laboral, educativa, fiscal y energética, que agravian aún más al
pueblo, destruyen la soberanía y socavan la convivencia pacífica alentando la
frustración, el caos y la violencia.
La
profundización de esta política irresponsable se lleva a cabo mediante la
propagación sistemática de mentiras y engaños, y por supuesto con la
utilización de los medios de comunicación que casi en su totalidad están a
disposición del régimen corrupto y autoritario. Así, previa campaña para
prometer que habría empleos al por mayor, los legisladores del PRIAN aprobaron
por consigna la llamada Reforma Laboral, en la cual, entre otras cosas, se
establece que a partir del raquítico salario mínimo, 10 veces menor que el de
Estados Unidos, se puede contratar a trabajadores por hora; es decir, se
pretende pagar 8 pesos por hora y 32 pesos (la mitad del salario mínimo) por
cuatro horas: ese dinero no les alcanza a los asalariados ni para sus gastos de
transporte. Peor aún, la modificación referida contempla la contratación de
trabajadores sujetos a periodos de prueba hasta por seis meses y por temporada,
dejando que el empleador los despida sin indemnización y sin derecho a ninguna
prestación social. Como ya es evidente, dicha reforma no ha traído ningún
beneficio; desde que fue puesta en marcha no sólo no han aumentado las plazas
de trabajo, sino que se vive uno de los años de mayor desempleo en la historia
de México. Según cifras oficiales, de diciembre de 2012 a diciembre 2013 se
crearon 233 mil empleos formales, lo cual significa que 1 millón de jóvenes que
en este mismo lapso intentaron incorporarse al mercado laboral no consiguieron
trabajo, y por lo contrario, engrosaron mucho más el rezago de millones de
mexicanos desempleados.
En
cuanto a la llamada Reforma Educativa, aprobada, el 21 de diciembre de 2012,
por los mismos legisladores del PRIAN y algunos del PRD, puede decirse que su
orientación principal es la de restar derechos laborales a los maestros. La
modificación a los artículos 3 y 73 de la Constitución, así como las leyes
secundarias expedidas, no contemplan absolutamente nada para garantizar el
derecho a la educación pública gratuita y de calidad en todos los niveles de
escolaridad. Se omite el apoyo a estudiantes pobres con alimentación, útiles
escolares, libros y becas. No se propone mejorar los métodos y contenidos de la
enseñanza ni se plantea cómo resolver el grave problema de la deserción
escolar, o el del rechazo de jóvenes, 300 mil en lo que va del gobierno de Peña
Nieto, quienes son excluidos de las universidades públicas con la mentira de
que no pasan el examen de admisión, cuando lo que sucede en realidad es que no
hay cupo o espacios porque no se cuenta con presupuesto suficiente. De modo que
la llamada Reforma Educativa sólo busca quitar prestaciones a los maestros,
someterlos mediante evaluaciones manejadas como represalias y dejar el
mantenimiento de la infraestructura y de la operación de los planteles
escolares en manos de los padres de familia.
Por
último, a finales del año pasado, se aprobaron casi al mismo tiempo las
reformas fiscal y energética. La reforma al artículo 27 de la Constitución
significa, como ellos mismos lo afirman con cinismo, otorgar contratos de
utilidad compartida en la exploración y perforación de pozos petroleros; o
dicho de otra forma, se trata de compartir con las compañías extranjeras las
ganancias del pueblo y de la nación. Con la Reforma Fiscal aprobada se pretende
compensar el desfalco que dejará el traslado de hasta 50% de la renta petrolera
a empresas privadas. Con ese propósito aumentaron los impuestos y el déficit
público. Es decir, buscan obtener de los bolsillos de los mexicanos y
endeudando al país 500 mil millones de pesos, cantidad equivalente a lo que
tienen planeado entregar en utilidades a las compañías petroleras extranjeras.
Por si fuera poco, con la reforma al artículo 28 de la Constitución, dejaron el
camino abierto para privatizar la refinación del petróleo, la petroquímica, el
gas, la industria eléctrica, así como la distribución, la comercialización y el
transporte de los energéticos, cancelando la posibilidad de que un gobierno
democrático pueda en el futuro utilizar el sector energético como palanca del
desarrollo para reindustrializar al país, crear empleos y reducir el precio de
las gasolinas, el gas y la luz. Por eso dijimos en su momento, y lo seguimos
sosteniendo, que éste es el robo de todos los tiempos y el más irresponsable
acto de traición a la patria.
Claro
está que toda esta operación de despojo trata de justificarse con la consabida
retórica de promover la llegada de la inversión extranjera para reactivar la
economía, crear empleos y procurar el bienestar de los mexicanos. Es la misma
mentira del progreso utilizada durante el porfiriato para entregar a
particulares nacionales y, sobre todo, a extranjeros, las tierras, las aguas,
los bosques, las riquezas mineras y el petróleo, al precio del sometimiento, la
pobreza, la cancelación de las libertades, los derechos políticos y la
soberanía. En otras palabras, aun cuando este modelo económico se ha venido
implementando en otros países del mundo con los mismos desastrosos resultados,
para nosotros el llamado neoliberalismo no es más que neoporfirismo. Por eso
indigna que los promotores de este retroceso, con la desfachatez que los
caracteriza, desde el principio hasta la actualidad, hablen de que se trata de
lo nuevo, de la modernidad, cuando en realidad es volver a una de las épocas
más siniestras de la historia de México. Toda su estrategia consiste en regresarnos
al pasado para quitarnos el futuro.
Es
inocultable que el modelo económico de marras, o mejor dicho, la política de
pillaje, se ha traducido en un rotundo fracaso en términos de bienestar
colectivo y ha producido la ruina del país. En vez de avanzar en lo económico,
social, moral y político, hemos retrocedido. Y no podría ser de otra forma. El
supuesto nuevo paradigma, como le llaman, fue diseñado con el único fin de
favorecer a una pequeña minoría de políticos corruptos y delincuentes de cuello
blanco que se hacen pasar por hombres de negocios. No son de ninguna manera
políticas públicas pensadas para promover el desarrollo o procurar la justicia,
atendiendo demandas sociales con fines humanitarios para evitar conflictos y
violencia; tampoco pretenden gobernar con rectitud y honestidad, sino
básicamente dirigir toda la acción del gobierno hacia operaciones de traslado
de bienes del pueblo y de la nación a particulares, con el engaño de que eso
nos traerá prosperidad.
Es
evidente que la privatización no es la panacea ni el camino hacia el
crecimiento, el empleo y el bienestar. Si así fuera, ya se estarían viendo los
beneficios. A estas alturas conviene preguntar puntualmente a los defensores de
esa política: ¿En qué se beneficiaron los mexicanos con la privatización del
sistema de telecomunicaciones? ¿Qué no, acaso, los servicios de telefonía e
internet son los más caros, atrasados y lentos del mundo? ¿Qué beneficios se
han obtenido del monopolio de los medios de comunicación, cuyos concesionarios han
recibido dinero a raudales del presupuesto público? Son guardianes del régimen
corrupto con prácticas totalitarias que van desde la manipulación y el
ocultamiento de la verdad, hasta el desprestigio y la destrucción de
opositores. ¿En qué se avanzó con la privatización de los Ferrocarriles
Nacionales, si en 20 años las empresas extranjeras, además de que no han
construido nuevas líneas férreas, eliminaron los trenes de pasajeros y cobran
lo que quieren por el transporte de carga? Una imagen de lo más dolorosa de
este funesto retroceso es el caso de La Bestia o tren de la muerte. ¿Cuál ha
sido el beneficio para los mexicanos de la entrega de concesiones por 62
millones de hectáreas, 30% del territorio nacional, para la explotación del
oro, la plata y el cobre? Los trabajadores mineros mexicanos ganan, en
promedio, 16 veces menos que los mineros de Estados Unidos y Canadá. Un dato:
las empresas de este ramo han extraído en sólo 10 años el doble de la plata y
del oro que se llevaron los españoles en 300 años, y durante la Colonia, mal
que bien, se construyeron bellos edificios y templos que hasta hoy se aprecian
en los centros históricos de las ciudades mineras y de la capital del país.
Pero ahora no dejan nada, no hay ninguna obra, ningún beneficio, ni siquiera
pagan impuestos por la explotación de esta riqueza, con el añadido de la
destrucción y la contaminación impune de nuestro territorio. Es decir, estamos
viviendo en la época de mayor saqueo de los recursos naturales en la historia
de México.
En
realidad, nada bueno ha significado esta política para el desarrollo de México.
En 30 años, ni siquiera en términos cuantitativos hemos avanzado. Al contrario,
nos hemos colocado, incluso, por debajo de Haití en cuanto a crecimiento
económico. La constante ha sido, como se advierte en la actualidad, el
estancamiento económico y la falta de oportunidades de empleo, que ha obligado
a millones de mexicanos a emigrar o a buscarse la vida en actividades
consideradas como informales. Hoy, la mitad de los mexicanos trabaja en forma
precaria y sin ninguna seguridad social. Tampoco debemos pasar por alto que por
culpa de la actual política económica, es decir, por el abandono de las
actividades productivas y del campo, la falta de empleos y la desatención a los
jóvenes, se desataron la inseguridad y la violencia que han cobrado miles de
muertes en nuestro país. Por todo ello es ilógico pensar que con la misma
política económica y las reformas neoporfiristas podremos los mexicanos superar
la decadencia. Por el contrario, y duele decirlo, mientras no haya un cambio de
fondo, México se seguirá hundiendo.
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