La
carta de 'El Chayo'/Germán
Martínez Cázares
Reforma, 17
Mar. 14
¿Qué
dirá la carta escrita a Dios descubierta al cadáver de Nazario Moreno El Chayo?
¿Súplica de clemencia al cielo? ¿Alegato para su juicio final? ¿Encargos de más
sangre a sus esbirros? ¿Palabras de rencor y amenazas? ¿Testimonios de ternura
y amor a los suyos? A lo mejor sólo es un grito blasfemo para decirle
¡presente! a Satanás.
En
Michoacán hay una enigmática mezcla de temor a Dios, encanto por la violencia y
devoción a la muerte. Algunos delincuentes ejecutan sus fechorías como un
ritual de redención. Esos malhechores dictan sermones y quieren alcanzar la
"santidad", provocando dolor, descuartizando personas y desparramando
osamentas por doquier.
El
revoltijo entre tradición religiosa y delito tiene terreno fértil en la pobreza
y el misticismo michoacano. Los "criminales espirituales" montan sus
teatros, construyen sus iglesias, pagan sus fiestas, aprovechando las de algún
santo patrono del pueblo. Si el quinto mandamiento de la Ley de Dios ordena
"no matarás", después compran alivio a su alma con limosnas
repartidas en alguna obra de beneficencia para sembrar y cosechar adeptos y
devotos. Mercadeo del alma y de la miseria.
Quizá
se haya olvidado que en la Tierra Caliente michoacana -donde el cura Morelos
encabezó hace dos siglos la lucha de Independencia-, unos renegados de la
Iglesia Católica fundaron una "Nueva Jerusalén". Después de esa
desmesura no debería sorprender que un grupo delictivo se autodenomine
"Los Caballeros Templarios", como aquellos cruzados medievales que
intentaron rescatar al auténtico Jerusalén de la ocupación musulmana.
Atrevimientos rimbombantes. Los ejemplos michoacanos de vileza son
espectaculares, pero también abunda la nobleza. Sí, El Chayo es sinónimo de
extorsión y secuestro, pero también es michoacano el Premio Nobel de la Paz,
Alfonso García Robles, galardonado por su lucha mundial contra el desarme.
Marcial Maciel, el tristemente célebre sacerdote pederasta, es emblema de
simulación y cretinismo, pero Luis María Martínez, arzobispo primado de México,
es ejemplo de prudencia, sabiduría y conciliación. El secreto está en saber
dónde se tuerce el árbol, ¿rama o raíz?
Reforma
reveló el "negro historial" de algunos jefes de las llamadas
"autodefensas". Ahora reina el desconcierto y los que antes se
sentían aliados se dicen perseguidos. ¿Se confunde a "malos" con
"buenos"? ¿Todo policía es "Templario"? y ¿todos los
"autodefensas" son monjas de la caridad?
Si
El Chayo aleccionaba con pasajes bíblicos y un párroco católico de Apatzingán
azuzaba a los "autodefensas", la frontera entre delito y religión se
desvanece, y la autoridades políticas están invitadas a delinquir en nombre de
Dios.
¿No
llegó la hora de preguntarse si existe un fanatismo religioso michoacano?
Rezos, arcángeles, nichos, altares, ritos, y un largo etcétera esotérico
acompañan a los crímenes. La pregunta no es ociosa, tiene que ver con otra duda
más inquietante: ¿quién podría garantizar que los sanguinarios michoacanos no
están en contacto con alguna célula yihadista musulmana que pretenda acercarse
a Estados Unidos? La religión entendida como ese oscuro sendero para matar al
"infiel" no tiene barreras. El peligro del monstruoso odio religioso
puede llegar a Michoacán.
Quizá
no lo sepan sus fundadores pero la original Orden de los Templarios acabó en
tragedia, víctima de codicias, envidias y traiciones, principalmente del rey de
Francia, Felipe el Hermoso, quien los acusó de brujería, sodomía y blasfemia;
fueron sometidos a crueles tormentos para arrancarles confesiones de supuestos
o reales delitos y pecados. Muchos cayeron en manos de las
"autodefensas" de entonces, órdenes rivales que les hicieron ver el
infierno en la tierra. Luego fue el caos. No pocos desertores se disfrazaron de
fieles y todos decía adorar al mismo Dios.
Michoacán
va camino de ese abismo demencial donde un "verdugo de Dios"
sentencia por "hereje" a una persona y le dispara un balazo...
¿Tendrá respuesta la carta de El Chayo?
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