La
historia según Rivera/MATHIEU TOURLIERE
Revista
Proceso
# 1959, a 17 de mayo de 2014
Diego
Rivera, al presentar su Retrato de Norteamérica en 1934 para la New Workers
School de Nueva York, apuntó:
“Los
Rockefeller pensaban impedirme hablar al pueblo cuando destruyeron el fresco en
su centro. En realidad lograron clarificar, intensificar y multiplicar mi
expresión”, sostuvo.
Cada
uno de los 21 paneles que forman su obra relata un periodo que Rivera considera
clave en la historia de Estados Unidos. Gracias a la profusión de detalles y la
fantástica habilidad que tenía el muralista para dar vida a las imágenes,
Retrato de Norteamerica se leía como una historieta en la que se desarrollaba
la lucha perpetua de las masas para liberarse de las fuerzas opresivas.
Empieza
con América Colonial: los buques desembarcan en el Nuevo Continente en el cual
vierten un flujo de esclavos, negros y blancos. Los negros están azotados o
colgados. Los colonos compran a los indios con whisky y les familiarizan con la
Biblia. A lo lejos, les despojan de sus tierras con armas.
En
la Revolución Americana, Benjamín Franklin, Thomas Paine y Thomas Jefferson su
unen para la independencia del país. Atrás de ellos, otro “padre fundador”,
George Washington, supervisa el trabajo de esclavos en sus campos. Decenas de
soldados fusilan al esclavo negro Crispus Attucks, quien logra escaparse del
Sur, y reprimen a las masas sublevadas de Boston.
Una
vez consumada la independencia, fuerzas reaccionarias reprimen los movimientos
de emancipación, como La revolución de Shays. En el panel, el obrero agrícola,
montado sobre un caballo, encabeza un ataque contra los soldados, quienes
protegen el mercado de esclavos –ubicado en el centro del panel– y el edificio
de la Corte. El aplastamiento de este movimiento marcó el fin de la revolución
estadunidense y la formación de
una “república conservadora y
burguesa”, según Bertram Wolfe.
De
esta república nace Expansión: mientras que los utopistas Margaret Fuller,
Henry Thoreau y sus pares sueñan con la libertad, el presidente James Polk
enseña un mapa de México, sostenido por rifles. Las máquinas empiezan a ocupar
un espacio importante y las fábricas aparecen en el fondo.
México
sangrando
El
mapa de México está manchado de sangre en el Conflicto sobre el Esclavismo,
símbolo de la invasión del país decidida por los estados esclavistas del Sur de
Estados Unidos. Thoreau, prisionero por oponerse a ella, aprieta un papel en la
mano. “En un Estado esclavista, la cárcel es el único hogar que un hombre libre
puede soportar con honor”, dice. Los negros están encadenados y, en el fondo,
los hombres cavan en búsqueda de oro.
John
Brown espera su sentencia a muerte en Guerra Civil: en la cabeza de una
guerrilla, liberó miles de esclavos y les ayudó a huir hacia Canadá. Su verdugo
no es otro que Abraham Lincoln. En el fondo, la batalla se enfurece mientras
que el grotesco financiero John Piermont Morganm con su enorme mano toca una
bolsa llena de dinero.
Después
viene la Reconstrucción del país, bajo asombrosos auspicios: el Ku Klux Klan
quema a un negro y manda los perros sobre otro, caído, bajo la mirada impotente
de los radicales –Charles Summer, Benjamín Wade y Thad Stevens–. En teoría se
abolió el esclavismo, pero no en la práctica, según Rivera.
Ante
la destrucción del modelo esclavista del Sur se dejó el libre paso al
capitalismo industrial en Estados Unidos. Ante ello, los trabajadores se unen
en El Movimiento Laboral alrededor de la figura colosal de Carlos Marx, quién
llama a la Primera Internacional. Cuatro huelguistas llevan cuerdas en sus
cuellos. En el fondo, detrás de la ventana, la policía reprime sindicalistas.
En
Guerra de Clases los trabajadores se encuentran sitiados. En el humo de las
fábricas, tomaron la ciudad industrial de Homestead. Un hombre apunta a un
burgués y le desarma. El ejército, mandado por el presidente Cleveland trata de
romper la huelga. Surgen nuevos líderes obreros. A lo lejos estallan dos
huelgas más.
Cañones
La
Industria Moderna se impuso. Los trabajadores, científicos y estudiantes forman
parte de una gran máquina, ubicada detrás de Tomás Alva Edison y John Ford. Sus
tubos vomitan dinero, que John Rockefeller y Morgan acaparan. El líder sindical
Samuel Gompers tiene un texto demagogo en la mano izquierda, mientras en la
derecha recupera monedas de la máquina. Las masas caminan con la cabeza
agachada.
El
presidente Wilson declara la entrada de Estados Unidos a la Guerra Mundial. Los
financieros, industriales, jefes de Estado y militares están demasiado ocupados
con sus cosas para darse cuenta que detrás de ellos se acumulan los cadáveres.
Un obrero huelguista, en el fondo, está colgado: se necesitan máquinas y bombas
para combatir.
Pero
en la parte derecha de este mural surge una esperanza: las masas de Rusia se
unen bajo las figuras de Trostky y Lenin y lanzan la revolución. En el fondo
derecho, tropas estadunidenses mandadas para reprimir la revolución bolchevique
se amotinan contra su comandante, sentado detrás de una ametralladora.
Una
vez terminada la guerra, los perfiles femeninos se repiten al infinito en Nueva
Libertad. Cada obrera, concentrada sobre su trabajo en cadena, opera con la
mano conectada por un cable a la máquina sobre la que labora. Altas rejas
encierran a la Estatua de la libertad y sirven para atar a un hombre azoteado
por un policía. En el primer plano, dos líderes sociales italianos, Sacco y
Vanzetti, esperan el choque eléctrico que acabará con su vida.
En
Imperialismo, los cañones de los tanques que invaden las islas del Caribe
protegen la casa de cambios de Nueva York y masacran a la población negra y
mestiza. Filas de obreros agrícolas traen plátanos al edificio de la United
Fruit Company. En el fondo, la figura del guerrillero nicaragüense Augusto
César Sandino se eleva para resistir la invasión. Revierte un carácter
simbólico para América Latina en la mirada de Rivera.
División
En
Estados Unidos, el periodo de la posguerra se conoce como la Depresión. Una
fuerte crisis agrícola estalla, la sobreproducción derrumba los precios, por lo
que montañas de frutas y verduras se pudren. En el centro del mural, dos
individuos buscan qué comer en un bote de basura mientras en el fondo marcha
una protesta contra el hambre. En el primer plano, policías con máscaras de gas
reprimen con violencia a los veteranos de guerra que se quedaron sin pensión.
Para
remediar la crisis, el presidente Roosevelt pone en marcha su programa, The New
Deal, a través de la Ley de Recuperación Nacional (NRA, por sus siglas en
inglés), cuyo símbolo era un águila azul. Bajo el pincel de Rivera, el programa
se convierte en un sistema que oprime al trabajador y “asfalta el camino hacia
el fascismo”, como se puede leer en una pancarta del primer plano.
En
División y depresión, el desempleo genera un enfrentamiento entre los propios
trabajadores, mientras que los teóricos se pelean sobre cuestiones
doctrinarias. Encima del océano de gorras, policías a caballo se preparan a
pegar.
Dos
dictadores como Mussolini y Hitler aprovecharon en Italia y Alemania esta
desunión entre los trabajadores para hacerse del poder. Los líderes y sus
banderas ocupan la mayor parte de los murales que les están dedicados. En el
fondo se observan escenas de tortura, así como campos de concentración.
El
Papa bendice a Mussolini, por debajo de quien aparece un miembro del Ku Klux
Klan –con el que Rivera señala las similitudes entre el fascismo italiano y la
situación en Estados Unidos en 1933–. En la sombra de Hitler, un judío está
cubierto de heridas mientras que una mujer rapada porta una pancarta: “Me
ofrecí a un judío”.
Ambos
dictadores levantan un puño amenazante hacia el mural central, Unión
Proletaria. Todos los ilustres comunistas de ese entonces juntan sus manos con
dos trabajadores, uno blanco y otro negro, alrededor de las figuras de Lenin,
Marx y Engels. La intención de Rivera se resume en el rollo que mantienen
Bertram Wolfe y James Cannon: “Trabajadores del mundo unidos”.
Los
dos pequeños paneles pegados a Unión Proletaria simbolizan la resistencia de
los trabajadores unidos a los fascismos. Los personajes que representan tuercen
el cuello de un águila azul –símbolo de Mussolini pero que evoca la NRA–,
mientras que el otro impide a una daga orneada de una svástica abatirse sobre
el mural central.
En
el salón principal de la New Workers School, Rivera dispuso los paneles según
el orden cronológico de los eventos que ilustran. Al atravesar la puerta, la
historia empezaba a desenrollarse en el rincón izquierdo; y a partir de ahí, el
visitante seguía, literalmente, el hilo de los acontecimientos hacia la
derecha.
Al
llegar al último panel, Hitler regresaba de nuevo al principio, con la
colonización de América.
Así
se narraba la historia, como una historieta, como una serpiente que se muerde
la cola.
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