El
líder no trae escoltas de la PF; tampoco porta armas
Apoya
a Hipólito Mora un pequeño ejército de pobres
No
debía nada y tenía que salir, niega que le pusieran condiciones
Arturo
Cano, enviado, La Jornada
Domingo
18 de mayo de 2014, p. 7
La
Ruana, Mich., 17 de mayo.
Hipólito
Mora, fundador de las autodefensas michoacanas, ha perdido la sonrisa socarrona
con la que abrazaba a las esposas de los comunitarios presos y recibía a sus
visitantes. En su primer día en libertad condicionada, tras haber pasado poco
más de dos meses en el penal de Mil Cumbres, en Morelia, el productor de limón
no está para fiestas.
–¿Qué
condición le pusieron, don Hipólito?
–Ninguna.
Sólo no debía nada y tenía que salir– dice de mañana, en medio de su huerta de
limón, donde concede una larga entrevista a un canal de televisión, aunque no
quiere saber de otros medios. Mañana platicamos, luego de la misa, cierra.
Los
seguidores de Hipólito Mora le preparan, a pesar de todo, una fiesta, misa
incluida. Pues dicen, pero yo no quiero nada, por eso me vine para acá.
Sin
embargo, por la tarde llega al lugar donde alguna vez estuvo una capilla
consagrada a San Chayo, el muerto viviente de los templarios, donde hoy se
erige una capilla de la Virgen de Guadalupe y están inscritos los nombres de
las víctimas locales del crimen organizado.
La
familia de Mora anduvo consiguiendo los cohetes desde la tarde anterior, pues
se esperaba la fiesta en cuanto llegara, pero el líder se resistió durante
horas, hasta que sus seguidores lo convencieron de acudir al festejo.
Una
manta y varios cartelones resumen el sentido de la bienvenida: Hipólito: en
estos dos meses supimos lo que en verdad hacías, defendías y luchabas por tu
pueblo.
La
ropa, los zapatos, las motocicletas que también marchan hacia el templo del
lugar confirman que el de Hipólito sigue siendo, aun desarmado, un pequeño
ejército de pobres.
La
banda toca música de fiesta y al paso del contingente la gente sale de sus
casas y se suma a los aplausos y las vivas. ¡Sí se pudo, sí se pudo!, gritan
las mujeres mayores y las muchachas.
Los
carteles están llenos de frases contra los H3, como se identifica al grupo de
Luis Manuel Torres, El Americano, quien en marzo pasado cercó el cuartel de
Hipólito, a quien acusaba de haber ordenado los asesinatos de Rafael Sánchez
Moreno, El Pollo, y de José Luis Torres, El Nino, ambos identificados por
habitantes de La Ruana como ex templarios perdonados.
Sabíamos
que eras inocente, siempre confiamos en ti, se lee en otro de los carteles,
mientras la breve marcha se acerca al templo, donde ha de oficiarse una misa.
Mañana
no voy a estar, tal vez sólo en la misa, vuelve a disculparse Hipólito Mora,
quien salió de prisión con el anuncio bajo el brazo de su incorporación a la
nueva policía rural, pese a que una y otra vez, en los meses anteriores a su
aprehensión, había dicho que no estaba en edad para andar en esos trotes.
No
andamos buscando trabajo de policías, declaró muchas veces Estanislao Beltrán,
Papá Pitufo, uno de los primeros en enfundarse en el nuevo uniforme.
La
noche del viernes, decenas de miembros de las autodefensas de Apatzingán
esperaron en vano un saludo del líder, pero Hipólito Mora pasó de largo rumbo a
La Ruana. Ahí se escuchó la otra la versión sobre su libertad incondicional: Lo
obligaron a leer ese papel, lo quieren callar, dijeron varios hombres sobre los
elogios a la estrategia del gobierno a los que Mora dio lectura al salir de
prisión.
Al
lugar llega el sacerdote Gregorio López, vicario de la diócesis de Apatzingán,
recién retornado de dos meses en Roma, un viaje forzado por su protagonismo en
el conflicto.
López
viajó a Morelia a esperar la liberación de Mora. Lo acompañó en el camino,
hasta Apatzingán.
¡Padre
Gallo, no Goyo!, le grita un hombre, en señal de respeto.
¿Qué
nos trajo de Roma?, pregunta otro.
Puras
bendiciones, responde el sacerdote, que abraza a todos los presentes.
Se
echa un discurso cuando ya es medianoche. Habla de su organización de nombre
que evoca a los cristeros, del logo que identificará a su grupo (los rostros de
los curas Hidalgo y Morelos, y el de Benito Juárez, aunque haya sido
anticlerical).
Hace
también un deslinde de su grupo y las otras autodefensas, digamos que las
proclives a la estrategia del gobierno. Con fe, dice, habrá ética y
espiritualidad, y así la policía civil que propone para Apatzingán no tendrá
los problemas de otras autodefensas infiltradas por perdonados, no por buenos,
sino por una lana, llenas de gente que va a reventar casas a ver qué agarro.
Por
la mañana, mientras esperan hablar con Hipólito Mora, unos cuantos de sus
seguidores conversan a la sombra de un árbol, mientras toman refresco y hablan
de sus aventuras cuando subieron a la sierra a buscar a los templarios huidos.
Mencionan los nombres de los mismos lugares donde en estos días tiene lugar el
enésimo operativo en busca de Servando Gómez, La Tuta.
El
hombre más parlanchín hace una broma macabra, con su esposa a un lado: Los
soldados y los marinos hicieron una como T y disparaban para todos lados. Ahí
quedaron muchos y ahí siguen. Yo le decía a mi mujer que si no quería que le
trajera un dedito seco.
Recibe
un golpe cariñoso, y sigue: Un capitán no nos hizo caso de que por ahí en un
cerro que le dijimos andaba la gente de El Toro. Luego vino otro grupo de
soldados, con el informe de ese capitán, se fue por ahí y les mataron a tres.
Una
noche, sigue su relato, llegaron a Playitas, por el rumbo de Tumbiscatío. “Nos
recibió una señora catrina y nos preguntó qué hacíamos ahí, que quiénes éramos.
Le dijimos que éramos gentes de Hipólito y ella respondió: ‘Ah, de don
Hi-pó-li-to Mo-ra’ y nos preparó una comilona, porque nos moríamos de hambre”.
Cuando
terminan de acomodar una pequeña cámara que lo grabará al volante, Hipólito
Mora despide a los otros visitantes de manera cortés. No trae escoltas de la
Policía Federal. Tampoco pistola. Sus acompañantes están desarmados también. En
lugar de la Grand Cherokee en la que solía trasladarse, trae una camioneta Ford
algo traqueteada.
Las
únicas armas que se ven camino al templo son las de un par de policías
federales que hacen guardia frente a la tenencia municipal.
Las
armas ahora están registradas, y guardadas, a la espera de que algún país pida
la receta del exportable modelo de la fuerza rural, en palabras del comisionado
Alfredo Castillo.
Rumbo
a La Ruana, las barricadas de las autodefensas ha sido reemplazadas por otras,
de mejor factura, que levantaron los militares.
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