Los murales de
Diego: De Echeverría a Elba Esther/MATHIEU
TOURLIERE
Revista
Proceso
# 1959, a 17 de mayo de 2014
Por
lo menos cinco de los 21 paneles originales de la obra muralística que Diego
Rivera pintó en la New Workers School de Nueva York en 1933 se encuentran en
poder de las autoridades. Forman parte del legado artístico que la exlideresa
del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, Elba Esther Gordillo, quiso
entregar a sus allegados estando ya en la cárcel, en la cual se encuentra desde
febrero de 2013 por lavado de dinero. Retrato de Norteamérica, donde el artista
plasmó su visión crítica de la historia de Estados Unidos, ha ido
desintegrándose a medida que ha pasado de manos: El sindicato trotskista, Luis
Echeverría, la maestra…
Si
bien la censura busca aniquilar las obras polémicas de los artistas, en el caso
de Diego Rivera salvó ocho tesoros de las llamas.
Descolgados
de los muros de un edificio decrépito, éstos pasaron de manos entre diferentes
coleccionistas privados –destaca el expresidente Luís Echeverría– y ahora
reposan en cajas de cartón selladas, como parte de los cuerpos del delito en la
investigación por lavado de dinero que lleva a cabo la Procuraduría General de
la República contra Elba Esther Gordillo Morales.
Se
trata de cinco murales –Guerra Mundial, La nueva libertad, Industria moderna,
Mussolini y Defensa de la tierra de los trabajadores–, fragmentos de Retrato de
Norteamérica, obra maestra de 21 paneles movibles que realizó Rivera en Nueva
York entre julio y diciembre de 1933.
Tres
murales más de Retrato de Norteamérica tomaron otro camino: el que formó parte
central de la obra, Unión proletaria, se encuentra en el Museo de Nagoya, Japón.
The New Deal está expuesto en el Museo Skisserna de Lund, en Suecia. Fuerzas de
resistencia contra el fascismo –hasta donde se pudo rastrear–, pertenece a una
colección privada de Nueva York.
Criticado
En
mayo de 1933, mientras pintaba el mural por el cual le había contratado el
banquero Nelson Rockefeller en el Radio City Center de Nueva York, Rivera se
encontró en medio del fuego cruzado de la crítica.
Por
un lado, los sectores burgueses estaban furiosos desde que su obra “comunista”,
además de presentar la decadencia de la alta sociedad, incluía el retrato de
Lenin.
Por
parte de su bando izquierdista, el muralista recibía ataques frecuentes del
Partido Comunista estadunidense, que denigraba
al “artista de los millonarios” –
de Morgan, Rockefeller o Ford–, a través de sus periódicos como The New Masses
o The Daily Worker.
Ante
la negativa de Rivera de eliminar la figura de Lenin, Rockefeller lo despidió
con sus asistentes y cubrió la obra no terminada de largas mantas.
“Como
el contrato implicaba una intermediaria, Rockefeller pagó a Rivera hasta el
último centavo del mural”, recordó la especialista Raquel Tibol en entrevista
con Proceso.
Escaldado
por las críticas –de ambos frentes–, Rivera decidió utilizar estos fondos para
volver a pintar la obra abortada, esta vez en la New Workers School de Nueva
York, sede del Partido Comunista de Estados Unidos de oposición (PCO) que fundó
su amigo –y futuro biógrafo– Bertram Wolfe junto con otro teórico de izquierda,
Jay Lovestone.
Al
igual que Rivera, los miembros del PC(O) fueron expulsados del Partido
Comunista en 1929, a raíz de las purgas que llevó a cabo el Komintern desde
Moscú. Stalín buscaba eliminar el “peligro derechista” de sus filas, encarnado
por las corrientes trotskistas y críticas del “fascismo social” estalinista.
En
la New Workers School, los trabajadores recibían “entrenamiento para la lucha
de clases”. Anunciaba un folleto: “Lecciones durante las tardes de historia
económica, teoría comunista, estrategia y tácticas de la lucha de clases,
etcétera…”
El
“edificio viejo y sucio” de la New Workers School se ubicaba en el número 51 de
la calle 14 Oeste de Manhattan. Cuando subió por primera vez “las escaleras de
hierro, tan escarpadas como las de las pirámides de Uxmal o de Teotihuacan” y
entró en el salón principal, Rivera se dio cuenta de que el espacio reducido no
le permitía reproducir el mural del Rockefeller.
Obra
maestra
Imaginó
entonces Retratos de Norteamérica: un proyecto en el que narraría la historia
de Estados Unidos a través de figuras simbólicas que ilustrarían el nacimiento,
el desarrollo y la madurez del capitalismo. Al mismo tiempo pintaría la
reacción al advenimiento del modelo productivo, encarnada por movimientos
sociales. Enfocaría resueltamente su visión histórica hacia la lucha de clases.
Al
formar su proyecto, Rivera todavía ignoraba mucho de la historia estadunidense.
Betram Wolfe se dedicó a familiarizar al muralista con sus acontecimientos y
sus actores principales.
En
la biografía que consagró al muralista, La fabulosa vida de Diego Rivera, Wolfe
relata el arduo trabajo de investigación histórica que realizaron ambos para
aterrizar la obra.
Además
de visitar bibliotecas y fuentes diversas, Wolfe rememora:
“Leímos
discursos y escritos de cada uno de los personajes representativos
seleccionados… los vimos a través de los ojos de sus enemigos, analizando sus
odios, y a través de los ojos de sus admiradores, analizando su simpatía.
“Y
más que todo, escarbamos los temperamentos de las masas anónimas a las cuales esos
personajes habían inspirado amor y odio, las masas que les habían seguido y que
a veces los habían creado.”
Tras
seis meses de intensa labor –a razón de un panel cada diez días– el resultado
rebasó las mayores expectativas de Wolfe y del propio Rivera.
“Estos
frescos son los mejores que he pintado –sentenció el muralista en febrero de
1934 en el prólogo del libro que presenta la obra–, los mejor construidos, los
más correctos en dialéctica histórica, los más ricos en síntesis material y,
además, informados con el mayor entusiasmo y amor que soy capaz de sentir.”
Retrato
de Norteamérica dibujó la historia violenta y simbólica de un país belicoso, en
el cual los pujantes –colonos y esclavistas, industriales y financieros–,
explotan a los más débiles; asfaltan de muertos el camino del progreso y la
ciencia, dirigidos por el lucro. En la historia de Diego Rivera, los líderes de
luchas sociales terminan colgados, fusilados o electrocutados.
En
contraste, pintó movimientos progresistas luchando por la independencia, la
abolición del esclavismo, el mejoramiento de las condiciones laborales; fuerzas
de resistencia operando una marcha hacia el comunismo.
“Cualesquiera
que hayan sido sus limitaciones por tratarse de propaganda unilateral, no
existe ningún ejemplo por parte de nuestros propios pintores que siquiera se
acerque a una tan conmovedora representación de nuestro pueblo, nuestra
historia, nuestra patria”, escribió Wolfe en la biografía.
Dada
la vetustez del edificio, Rivera imaginó que tarde o temprano la New Workers
School tendría que cambiar de lugar. Por lo tanto enganchó sus murales de
mármol molido y hormigón en paneles movibles.
Cada
mural traía marcos de madera con esquinas de metal; mientras que en el respaldo
unas tiras de madera cruzadas bloqueaban una tabla enmallada de alambre y
cubierta por varias capas de escayola.
“Uno
solo de dichos paneles pesa alrededor de ciento cincuenta kilos”, estimó Wolfe.
Relató
Rivera:
“Los pinté para los trabajadores de Nueva
York, y por primera vez en mi vida trabajé por mí mismo; por primera vez pinté
en un muro que pertenecía a los trabajadores, no porque son dueños del edificio
en el que instalaron su escuela, sino porque los frescos están hechos sobre
paneles movibles que pueden ser trasladados con ellos a cualquier lugar donde
mudarán su escuela.”
Traslados
En
diciembre de 1936, la New Workers School se mudó al número 131 de la Calle 33 Oeste. Gracias a la estructura móvil
descrita, ninguno de los paneles se dañó en la mudanza. Pero la Liga Laboral Independiente
de América, nueva apelación del PC(O) desde 1938, no sobrevivió a sus
divisiones: se disolvió en 1941.
Otra
vez las obras tuvieron que ser trasladadas. El fundador del PC(O) Lovestone,
las entregó al Sindicato Internacional de las Mujeres y los Trabajadores del
Textil (ILGWU, por sus siglas en inglés), con el que tenía fuertes lazos y del
que se volvería director de asuntos internacionales en 1943.
Sin
embargo el sindicato rechazó exponer Unión proletaria, así como dos murales más
pequeños y sin títulos que la rodeaban.
En
la New Workers School, los dos muros laterales estaban cubiertos por ocho
murales. Seguían una lógica cronológica: entre más se acercaban a la pared
central, ubicada atrás de la tribuna, más avanzaban en la historia. En el
centro de esta pared se encontraba Unión proletaria, flanqueada de dos murales:
uno escenificaba a Benito Mussolini, otro a Adolfo Hitler. Ambos personajes
siniestros miraban hacia el mural principal.
Este
reúne, alrededor de Carlos Marx, Engels y Lenin, a todas las figuras del
comunismo de entonces, desde los soviéticos Stalin, Bujarin y Trotsky hasta los
estadunidenses William Foster, James Cannon, Charles Ruthenberg, Lovestone y
Wolfe.
En
la idea de Rivera, esta unión sagrada de todos los comunistas representaba la
última muralla para salvar a Estados Unidos y gran parte del mundo de las
amenazas fascista y nazi. Para ilustrar esta muralla, colocó al lado de Unión
proletaria los dos pequeños paneles.
En
el primero –que más tarde se conocería cómo Defensa de la tierra de los
trabajadores–, dos obreros tuercen el cuello de un águila, y en el segundo –que
se titulará Fuerzas de resistencia ante el fascismo–, un joven retiene un brazo
armado de una daga.
Pero
a inicios de los años 40, tiempos de guerra fratricida dentro del comunismo,
estos tres paneles fueron juzgados “demasiado comunistas”, por lo que el
sindicato los censuró, según Wolfe.
En
1942, el mismo sindicato trasladó los paneles de nuevo, que exhibió en el
Centro de Administración de la Casa de la Unidad, ubicado en el bosque de
Forest Park, estado de Pennsilvania.
“Aquí,
en las orillas de un manantial alimentado por un lago, rodeado de miles de
hectáreas de bosque y césped en las frescas montañas de Pocono, en Pennsilvania
se suman todos los elementos del conforte, la relajación y el deporte. Rivera
dibujó las luchas, la Casa de la Unidad es uno de sus resultados”, presenta un
folleto del ILGWU publicado en 1942.
Pero,
otra vez, los dirigentes del sindicato se negaron en colocar otros cinco paneles,
los que estimaban más controversiales en esos tiempos de guerra mundial.
Así,
la tibieza de los integrantes del ILGWU permitió a los ocho murales censurados
escapar del desastre. El 28 de febrero de 2009 un incendio terrible redujo a
cenizas el edén recreativo.
El
director ejecutivo del sindicato, Charles Zimmerman, en una carta que mandó el
10 de junio de 1969 a Juliette Bloch y
Steve Dimitroff, los asistentes de Rivera que participaron en la obra, narró:
“Se
parece a una zona bombardeada. Casi no quedó nada del edificio, excepto unas
vigas de hierro torcidas. Me rompió el corazón. Sobre todo me devastó que los
murales fueron totalmente destruidos. No queda absolutamente nada de ellos.”
Los
ocho restantes
Ante
el rechazo del ILGWU de colocar Unión proletaria en sus oficinas, Lovestone
buscó entregar la obra a varios museos de Nueva York, pero fue rechazada. La
regaló entonces a Joseph Willen, un filántropo judío con el que estudió en el
colegio. Los dos hombres no se hablaban desde los años 20 debido a divergencias
políticas.
“Durante
los años cuarenta Lovestone visitaba frecuentemente la casa de mis padres, ya
que sus puntos de vista políticos se fueron volviendo más compatibles”, explicó
su hijo Paul Willen, contactado por Proceso.
“Me
acuerdo de Lovestone como un hombre de gran inteligencia, calor y encanto.”
A
su vez, Deborah Meier, hija también de Joseph Willen, rememoró:
“Una
vez, el mural se cayó y se rompió. Solicitemos a Rivera la autorización de
restaurarlo pero nunca nos la dio explícitamente, por lo que nuestros abogados
adoptaron una estrategia para restaurarla legalmente.”
Tras
el fallecimiento de Joseph Willen en 1985, sus hijos heredaron el mural, que
pronto pasó a manos de su primo, Jeremy Larner. En 1989 éste lo vendió al Museo
de Arte de la Ciudad de Nagoya, en Japón, ciudad gemela de la capital de
México.
Lovestone
se quedó con uno de los dos pequeños paneles, Fuerzas de resistencia ante el
fascismo. En su libro Diego Rivera –Obra Mural Completa (2007)–, Juan Rafael
Coronel Rivera –el nieto del muralista– y Luis Martin Lozano informan:
“En
1985 este tablero fue ofrecido en subasta por Sotheby’s en Nueva York y
adquirido por un latinoamericano, quien a su vez lo entregó para su venta a
Mary-Anne Martin/Fine Art en Nueva York y actualmente se encuentra en una
colección privada en Estados Unidos.”
En
cuanto a los cinco murales que el ILGWU no quiso exponer en su centro
recreativo, el sindicato los entregó al Comité Internacional de Rescate (IRC,
por sus siglas en inglés) en 1946.
20
años más tarde, el IRC empezó los trámites para vender los murales gracias a lo
cual financiaría la “rehabilitación de los refugiados”, muchos de ellos
cubanos.
El
IRC contrató a Anton Rudert para evaluar el precio de los paneles. A pesar de
“algunas imperfecciones menores, incluso pequeñas fisuras, abrasiones
superficiales, daños a las esquinas y moho”, estimó el 21 de agosto de 1964 que
cada mural costaba 15 mil dólares.
Los
cinco murales fueron expuestos a la venta en la Galería de Arte Greer, ubicada
en el número 35 de la calle 53 Oeste, en Nueva York.
En
1966, el sueco Gunnar Brahammar visitó la galería y se emocionó ante The New
Deal. Regresó un año después con el mural en sus maletas, que había comprado
por 12 mil 500 dólares –bajándole su precio inicial de 2 mil 500–, y lo colocó
en su museo de Skissernas, en Lund.
“Brahammar
quiso comprar otro mural, Guerra Mundial, pero los miembros del comité se lo
negaron”, informó a Proceso Annie Lindberg, archivista del museo.
Después
del regreso de Brahammar a Suecia, la Galería Greer publicó su catálogo en el
que proponía a la venta cinco murales: Industria moderna, Guerra Mundial, La
nueva libertad, The New Deal, Mussolini, y otro sin título.
Éste
era el segundo pequeño panel, Defensa de la tierra de los trabajadores, que el
IRC “recibió más tarde”, según comuicó Charles Sternberg, su director en este
entonces, al director ejecutivo de la ILGWU Charles Zimmerman en una carta
fechada del 5 de marzo de 1969 –apenas unas semanas después del incendio del
centro recreativo.
Entre
dos falsos de Echeverría
El
25 de abril de 1969, dos meses después de la destrucción de los 13 murales en
ese incendio, un colaborador de Diego Rivera, Oswaldo Barra Cuningham, escribió
al director del IRC para calcular una nueva estimación de los paneles. Estimó
que “en relación a la pérdida material, se puede considerar que cada uno de los
frescos representa un valor de 28 mil dólares”.
En
1974, Raquel Tibol se presentó a la casa del entonces presidente mexicano Luis
Echeverría Álvarez, ubicada en la calle de Santiago en San Jerónimo Lídice.
Había pedido al mandatario que le prestara obras de otro muralista, David
Alfaro Sequeiros, para una exposición prevista en 1975.
Al
entrar en la vivienda, la mirada de Tibol se cautivó por cuatro murales pegados
a la pared, los cuatro grandes que pintó Rivera en 1933.
“Me
quedé largísimo rato, porque son cuatro de los tableros más preciosos”,
rememoró.
La
investigadora regañó al presidente:
“Ay licenciado, ¿Qué le pasa?, ¿no que usted
es un gran coleccionista?”
Y
explicó a Proceso:
“Tenía
los auténticos detrás de un sillón y muchos retratos falsos los tenía
colgados.”
Agregó
que “a Echeverría no hay que verlo como un coleccionista que apreciaba el arte
sino como un funcionario que usaba el arte para prestigiarse”.
El
historiador del arte Laurance P. Hurlburt, publicó en 1989 Los muralistas
mexicanos en Estados Unidos, donde escribió que Luís Echeverría tenía en su
posesión cinco murales de Retrato de Norteamérica. El quinto, que Tibol no vio
durante su visita en 1974, era el pequeño sin título, defensa de la tierra de
los trabajadores.
Tibol
trató de saber cómo los había conseguido, pero éste se mostró evasivo.
María
del Carmen Echeverría, hija del expresidente, informó a este semanario durante
una breve llamada realizada a finales de año:
“Lo
único que puedo decir es que fueron regalados a mi padre por un amigo judío. Ya
no pertenecen a la familia.”
No
se sabe cuándo Elba Esther Gordillo, la exlideresa del Sindicato Nacional de
los Trabajadores de la Educación (SNTE) compró los murales, y si se los compró
a Echeverría. Una fuente cercana aseveró que durante una visita al exmandatario
en 2006, éste todavía los tenía.
En
2007, para celebrar los 50 años del fallecimiento de Diego Rivera, se organizó
la exposición Diego Rivera. Epopeya Mural en el Palacio de Bellas Artes. Los
mismos cinco murales fueron exhibidos durante los dos meses que duró el evento.
Éstos
volvieron a salir a la luz durante el VI Congreso Nacional Extraordinario del
SNTE, que se llevó a cabo el 19 de octubre de 2012, cuando Elba Esther Gordillo
presentó un megaproyecto para Cuajimalpa, que incluía, además de una
Universidad de la Educación, un hotel, un teatro, un museo, un helipuerto y una
galería dedicada a Diego Rivera, donde se alojarían seis páneles.
Según
informó La Jornada el pasado lunes 12, el arquitecto encargado del proyecto de
la inicialmente llamada Ciudad de la Innovación, Enrique Norten, aseveró en una
conferencia de prensa el 21 de octubre de 2012 que Elba Esther Gordillo “había
recuperado estos seis murales y los había traído a México”. La mención de seis
paneles implica que la exlideresa adquirió el otro mural pequeño que “protegía”
a la Unión proletaria de Hitler.
Según
Juan Coronel Rivera, nieto del muralista, este panel se encontraba en manos de
un coleccionista de Nueva York en 2007.
Pero
la Ciudad de la Innovación, quedó paralizada a raíz de la detención de la
maestra, el 26 de febrero de 2013, por el delito de lavado de dinero.
De
acuerdo con el diario citado, los murales de la maestra se encuentran cateados
en los almacenes del Servicio de Administración y Enajenación de Bienes (SAE).
Esta confiscación se suma a la de su jet privado, de su casa de San Diego y del
cateo del Penthouse que poseía en Polanco, entre otros.
En
agosto pasado –seis meses después del arresto de Elba Esther Gordillo–, los
abogados de la exlideresa contactaron a los dirigentes del SNTE con el fin de
entregarles las cajas que contenían las obras de arte que había acumulado la
maestra. Pero estos se negaron a recibirlas.
Ese
mismo mes, el reportero solicitó a la extitular del Museo del Palacio de Bellas
Artes, Roxana Velásquez, el nombre del coleccionista que le había prestado los
murales durante la exposición de 2007.
La
respuesta de la ayudante de Velásquez fue:
“El
coleccionista que tenía estas obras me comenta que ya no tiene los tableros y
no sabe en dónde se encuentran en este momento.”
¿En
cajas de cartón?
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