El
nudo sirio/J oschka Fischer
Project
Syndicate | 4 de diciembre de 2015..
Durante
cuatro años, una guerra sangrienta arrasó a Siria. Lo que comenzó como un
levantamiento democrático contra la dictadura de Bashar al-Assad se transformó
en una maraña de conflictos que refleja, en parte, una lucha de poder brutal
entre Irán, Turquía y Arabia Saudita por el dominio regional. Esta lucha, como
lo demostró el combate en Yemen, podría desestabilizar a toda la región. Y
ahora Rusia, mediante su intervención militar en nombre de Assad, está
intentando mejorar su condición de potencia global en relación a Occidente (y
Estados Unidos en particular).
De
manera que el conflicto en Siria está ocurriendo, por lo menos, en tres
niveles: local, regional y global. Y, como se permitió que la lucha se agravara
y se propagara, murieron aproximadamente 250.000 personas, según estimaciones
de las Naciones Unidas. Este verano, la Agencia de las Naciones Unidas para los
Refugiados calculó la cantidad de refugiados que habían huido de Siria en
cuatro millones, además de 7,6 millones de personas desplazadas internamente.
Mientras tanto, el flujo de refugiados sirios que ingresan a Europa se ha
convertido en uno de los mayores desafíos que ha enfrentado hasta ahora la
Unión Europea.
La
guerra civil siria también se ha transformado en el terreno fértil más
peligroso para el terrorismo islamista, como lo han demostrado los atentados de
Estado Islámico (ISIS) en Ankara, Beirut y París, y el bombardeo de un avión de
pasajeros ruso sobre la península del Sinaí. Es más, el derribamiento por parte
de Turquía de un avión de guerra ruso ha resaltado el riesgo de que potencias
importantes se vean involucradas directamente en el conflicto. Después de todo,
Turquía, como miembro de la OTAN, tendría derecho a la asistencia militar de la
Alianza si fuera atacada.
Por
todas estas razones, debe ponerse fin a la guerra siria lo antes posible. No
sólo el desastre humanitario se está empeorando casi a diario, también los
riesgos de seguridad que emanan de la guerra.
Luego
de los atentados terroristas del 13 de noviembre en París, surgió una nueva
oportunidad para terminar con la agonía de Siria, porque todos los actores
importantes (excepto el ISIS) ahora están dispuestos a sentarse juntos a la
mesa de negociación. Pero, si bien todos los actores han acordado combatir al
ISIS antes que nada, el gran interrogante sigue siendo si en verdad lo harán.
Los
kurdos en el norte de Siria e Irak son los combatientes más efectivos contra el
ISIS, pero sus propias ambiciones nacionales los enfrentaron con Turquía. Irán
y Arabia Saudita están luchando principalmente entre sí por un predominio
regional, basándose en actores que no son estados. Rusia está luchando por un
status global y contra cualquier forma de cambio de régimen.
Rusia
se encuentra así aliada con Irán en su respaldo de la dictadura de Assad,
mientras que Irán, a su vez, persigue sus propios intereses geopolíticos al
respaldar a su aliado chiita en el Líbano, Hezbollah, para el cual el interior
sirio es indispensable. Francia es más seria que nunca respecto de combatir al
ISIS, a la vez que Alemania y otros europeos se sienten obligados a asistirla
–y a frenar el flujo de refugiados que provienen de la región.
Estados
Unidos, mientras tanto, está operando con el freno de mano puesto. El
presidente Barack Obama quiere, esencialmente, evitar involucrar a Estados
Unidos en otra guerra en Oriente Medio antes de que termine su mandato. Sin
embargo, como la principal potencia global se ha mantenido a un costado, el
resultado inevitable ha sido un vacío de poder sumamente peligroso que el
presidente ruso, Vladimir Putin, intenta explotar.
En
especial, como Estados Unidos se niega a liderar y Europa es demasiado débil
militarmente para influir en los desarrollos en Siria por sí sola, existe la
amenaza de una alianza europea de facto con la Rusia de Putin. Ese sería un
grave error, dado que cualquier tipo de cooperación con Rusia no contendría o
acabaría con la guerra en Siria. De hecho, existen motivos para temer lo
contrario: cualquier cooperación militar con Assad –el objetivo y el precio de
Putin- llevaría a una gran mayoría de musulmanes sunitas a caer en brazos de
los islamistas radicales.
Ese
tipo de tendencia ya es visible en Irak. El gobierno dominado por los chiitas
del ex primer ministro Nouri al-Maliki desempeñó un papel decisivo a la hora de
radicalizar a los sunitas iraquíes y convencerlos de respaldar al ISIS. Sería
extremadamente estúpido obstinarse en repetir el mismo error en Siria. Por
cierto, una negociación de estas características no tendría nada que ver con la
realpolitik, ya que la guerra en Siria no se puede terminar si el ISIS o Assad
siguen en el panorama.
Cualquier
colaboración occidental con Rusia debe evitar dos desenlaces: la vinculación de
Siria con Ucrania (las negociaciones con Irán respecto de limitar su programa
nuclear fueron exitosas sin una asociación de este tipo) y una cooperación
militar con Assad. Más bien, se debería hacer el intento de vincular una
intervención militar contra el ISIS, realizada bajo los auspicios del Consejo
de Seguridad de las Naciones Unidas, con un acuerdo sobre un proceso de
transición política que pase de un armisticio a un gobierno de unidad nacional para
Siria y el fin del régimen de Assad.
Y
hay otros grandes desafíos que se asoman más allá de Siria: la situación de
caos en la que cayó Irán, íntimamente vinculada a la estrategia siria, amenaza
con convertirse en un nuevo teatro de conflicto entre Irán y Arabia Saudita. A
menos que se contenga esta batalla por la hegemonía regional, es inevitable que
se produzcan otras guerras de poder –con todos los riesgos que ellas conllevan.
En
definitiva, la batalla decisiva con el extremismo islamista tendrá lugar al
interior de la comunidad sunita. ¿Qué forma de Islam sunita prevalecerá, la
versión saudita-wahabita o una más moderna y moderada? Este es el interrogante
decisivo en la lucha contra el ISIS y los de su clase. En este contexto, un
factor importante será la manera en que Occidente trate a sus musulmanes –como
ciudadanos bien recibidos con iguales derechos y obligaciones o como
permanentes extraños y carne de cañón para los reclutadores jihadistas.
Joschka
Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term
marked by Germany’s strong support for NATO’s intervention in Kosovo in 1999,
followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral
politics after participating in the anti-establishment protests of the 1960s
and 1970s, and played a key role in founding Germany’s Green Party, which he
led for almost two decades.
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