La
muerte del periodismo en Venezuela/Antonio López Ortega es escritor y editor venezolano.
El
País |10 de diciembre de 2015…
Venezuela
vivió una nueva jornada electoral que terminó de madrugada. El sistema de
conteo de votos más automatizado del mundo tiene una extraña virtud: alarga los
resultados hasta la agonía, como si se requiriera estar en estado de
somnolencia para entenderlos. Y sin embargo, la paciencia fue infinita, sobre
todo la de los directivos y testigos de la Mesa de Unidad Democrática (MUD),
velando hasta altas horas para evitar trucajes o alteraciones misteriosas. La
vigilancia se convierte finalmente en insomnio: es el coste que se paga por
recibir la bendición de una votación abrumadora. Y no es poca cosa la maniobra:
podríamos resumirla como una sociedad que se organiza con las uñas para
enfrentarse al todopoderoso y omnipresente Estado. David ha logrado asestar una
pedrada en medio de la frente de Goliat y, mientras el gigante se tambalea,
huye entre sus piernas.
Quienes
añoraban alguna pista sobre los resultados sólo contaban con las redes
sociales. O a lo sumo con una invención de última hora: un estudio de
televisión improvisado por la MUD que se podía sintonizar por Internet. La
imagen era inestable, borrosa, se colgaba por segundos, haciendo aparecer a los
voceros como fantasmas, pero era lo único con lo que se contaba. Ninguna
televisión, ni pública ni privada, salvo la internacional CNN, mostró los
rostros de los triunfadores. Esa escena, que añoraban los casi ocho millones de
venezolanos que votaron por la MUD, no existió formalmente: ningún medio de
comunicación audiovisual dio cuenta de ella.
Hacia
la una de la madrugada, la red de emisoras de televisión transmite en cadena
para mostrar a la presidenta del Consejo Nacional Electoral (CNE) y su séquito.
Lee el primer boletín de resultados que, una hora después, el coordinador
general de la MUD, Jesús Torrealba, califica de “estítico”: la vocera se las
arregla para decir lo menos posible, pero tiene la sutileza de informar primero
sobre los resultados de los perdedores, como si en este caso la derrota
mereciera todos los honores. El televidente habrá confiado que, después de la
cadena, vendrían los rostros de celebración. Pero no: no nos engañemos. De una
cadena pasamos a otra, y ahora le toca el turno al presidente Maduro. Es
necesario explicar, explayarse, condolerse. Los derrotados no son los
derrotados: es la crisis la que ha ganado las elecciones, es la “guerra
económica”. Felicitamos al CNE, a las Fuerzas Armadas, a la cívica jornada; a
todos menos a los ganadores, que no existen ni en el discurso oficial ni en los
medios de comunicación.
Habrá
pensado el espectador trasnochado que, después de las dos cadenas, ahora sí,
vendrán al fin los rostros de celebración, los que merecen un mínimo
reconocimiento. Pero tampoco: no nos hagamos ilusiones. Las televisiones
muestran gráficos, números, tendencias, sobre el mapa de Venezuela. Hay
animadores, reporteros, analistas. Pero ni un rostro, ni un vocero, ni una
opinión, de nadie de la MUD. Las televisiones ni siquiera colocaron reporteros
para transmitir en directo desde las salas de prensa de los ganadores, donde
sólo se veía a corresponsales extranjeros.
Es
difícil entender el periodismo que se hace hoy en día en Venezuela, sobre todo
cuando se piensa en los grandes diarios del siglo XX, en el crecimiento de la
televisión, en los extraordinarios columnistas, en las numerosas escuelas de
comunicación social que antes vivían abarrotadas y ahora cuentan con altos
niveles de deserción. Pienso en el poeta Andrés Mata cuando fundó El Universal
en 1911; pienso en el novelista Miguel Otero Silva, creador de El Nacional en
1943; pienso en Tomás Eloy Martínez, cuando ayudó a fundar el Diario de Caracas
en los años 70. Hoy parecen fantasmas, como los rostros que celebraban los
resultados electorales en el canal de la MUD sin que ninguna televisión se
interesara por ellos. La única diferencia es que los que celebran, aunque no
los veamos, son seres que escriben el futuro, mientras que quienes deben
reseñarlos y no lo hacen, al menos para el periodismo, están muertos y no lo
saben.
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