- Por ahora, transformar el califato en otro estado fallido en la región parece ser lo mejor que podemos esperar.
Cegados por el ISIS/Shlomo Ben-Ami, a former Israeli foreign minister, is Vice President of the Toledo International Center for Peace. He is the author of Scars of War, Wounds of Peace: The Israeli-Arab Tragedy.
Project
Syndicate | 10 de diciembre de 2015.
El
consenso general que surgió luego de la masacre del mes pasado en París parece
ser que sólo se puede derrotar al Estado Islámico (ISIS) con una invasión
terrestre de su “estado”. Es un delirio. Aun si Occidente y sus aliados locales
(los kurdos, la oposición siria, Jordania y otros países árabes sunitas)
llegaran a un acuerdo respecto de quién proporcionaría el grueso de las tropas
terrestres, el ISIS ya ha reformulado su estrategia. Ahora es una organización
global con franquicias locales capaces de causar estragos en capitales
occidentales.
De
hecho, el ISIS siempre ha sido el síntoma de un problema más profundo. La
desintegración del Oriente Medio árabe refleja la incapacidad de la región de
encontrar un camino entre el nacionalismo secular en crisis que ha dominado su
sistema estatal desde la independencia y una rama radical del Islam en guerra
contra la modernidad. El problema fundamental consiste en una lucha existencial
entre estados absolutamente disfuncionales y un tipo obscenamente salvaje de
fanatismo teocrático.
Con
esa lucha, en la que la mayoría de los regímenes de la región han agotado sus
reservas ya limitadas de legitimidad, está colapsando un orden regional
centenario. Por cierto, Israel, Irán y Turquía -todos países con mayorías no
árabes- probablemente sean los únicos estados nación genuinamente cohesivos de
la región.
Durante
años, estados clave de la región -algunos de ellos muy queridos por Occidente,
como Arabia Saudita y Qatar- esencialmente pagaron dinero por protección a los
yihadistas. Es cierto, las guerras de Estados Unidos en la región -tan
destructivas como estúpidas- son básicamente responsables por el caos en el que
hoy está sumida la Media Luna Fértil. Pero eso no exculpa a las monarquías
fundamentalistas árabes de su papel a la hora de revivir la visión del siglo
VII que el ISIS (y otros) pretenden imponer.
El
ejército de psicópatas y aventureros del ISIS fue creado como una “startup” por
magnates sunitas en el Golfo que envidiaban el éxito de Irán con su apoderado
chiita libanés Hezbollah. Fue la combinación de una idea y el dinero para
propagarla lo que creó este monstruo y alimentó su ambición de forjar un
califato totalitario
Durante
años, los wahabíes de Arabia han sido el origen del radicalismo islamista y el
principal patrocinador y facilitador de grupos extremistas en toda la región.
Como señaló a inicios de este año el ex senador norteamericano Bob Graham, el
principal autor del informe clasificado del Senado sobre los atentados
terroristas del 11 de septiembre de 2001, “El ISIS es un producto de ideales
sauditas ” y “dinero saudita”. De hecho, Wikileaks cita a la ex secretaria de
Estado Hillary Clinton en donde acusa a Qatar y Arabia Saudita de conspiración
“con Al Qaeda, los talibán y otros grupos terroristas”.
Esto
plantea un interrogante obvio: cuando los regímenes en la región colaboran con
grupos terroristas, ¿cómo puede resultar creíble una cooperación de
inteligencia con ellos, ni que hablar de una coalición para combatir al
extremismo islámico? Los llamados regímenes pro-occidentales en el Oriente
Medio árabe simplemente no coinciden con Occidente respecto del significado y
las implicancias de la guerra contra el terrorismo, o inclusive sobre qué es el
radicalismo violento.
Esta
es apenas una razón por la cual una invasión del califato, con ejércitos
respaldados por ataques aéreos occidentales, podría tener consecuencias no
intencionadas devastadoras -pensemos en la invasión de Irak por parte de George
W. Bush-. De hecho, aun si se pudiera llegar a un acuerdo sobre la división de
las tareas, una invasión terrestre que le niegue al ISIS su base territorial en
Irak y Siria simplemente lo obligaría a reposicionarse en una región que está
colapsando en varias tierras de nadie.
En
ese momento, el “califa” Abu Bakr al-Baghdadi, o algún potencial califa futuro,
invariablemente combinaría el creciente caos de gobernancia de la región con
una campaña yihadista global -un proceso que, como hemos visto en París y otras
partes, ya comenzó -. A pesar de la grieta ideológica y estratégica entre el
ISIS y Al Qaeda, no se puede descartar en absoluto una alianza contra el
enemigo común -los regímenes árabes que están en el poder y Occidente-. El
propio Osama Bin Laden nunca desechó la idea de establecer un califato. Por
cierto, su terrorismo era percibido como un preludio del califato.
Al
mismo tiempo, Siria e Irán podrían explotar el caos inevitable para expandir su
presencia en Irak, y todas las partes, incluida Turquía, se opondrían a un
papel central para los kurdos. Estos últimos han demostrado ser combatientes
extremadamente confiables y capaces, según lo han demostrado las batallas para
liberar las ciudades de Kobani y Sinjar del control del ISIS. Pero nadie puede
pensar que puedan ser la herramienta de Occidente para someter al corazón
sunita en Irak y Siria.
Tampoco
resulta claro si Occidente es capaz de compensar a los kurdos con una categoría
de estado absoluta. Las limitaciones geoestratégicas que han impedido la
independencia kurda durante siglos son aún más agudas hoy.
Algunas
de las consecuencias de una invasión árabe del califato respaldada por
Occidente no son menos predecibles por “no ser intencionadas”. Finalmente
terminaría generando una simpatía generalizada por el califato en toda la
región, brindándole al ISIS una victoria de propaganda y una mayor inspiración
para los jóvenes musulmanes alienados en Europa y otras partes para combatir a
los cruzados y a los traidores musulmanes que se alinearon con ellos.
La
única alternativa realista es más -mucho más- de lo mismo. Eso implica un
esfuerzo constante y decidido para frenar la expansión del califato, recortar
las fuentes de financiamiento, profundizar y expandir la cooperación de
inteligencia entre aliados creíbles, poner fin a la conspiración de las
monarquías ricas en petróleo con grupos terroristas y fomentar la reforma (sin
involucrarse en grandes proyectos de construcción de estado).
El
Oriente Medio árabe no es susceptible a cambios rápidos. Requiere un cambio
endémico profundo que podría llevar la mayor parte de este siglo. Por ahora,
transformar el califato en otro estado fallido en la región parece ser lo mejor
que podemos esperar.
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