EL ESPAÑOL, 10 de abril de 2016…
ALEXANDRA GIL @alxandragil París
Así
reclutó el ISIS a mi hijo a las afueras de París y así me dijo por WhatsApp que
había muerto
Quentin
Roy fue reclutado en su barrio por un amigo unos meses después de convertirse
al islam. Su madre relata aquí sus mensajes desde el infierno.
Veronique
Roy todavía habla de Quentin en presente. Pero enseguida sacude la cabeza y se
corrige: “Me cuesta un poco, está todo muy reciente, pero quiero contar mi
historia. Para mi hijo ya es demasiado tarde. Pero quizá otras familias estén a
tiempo de salvar a los suyos”.
Los
primeros signos de fundamentalismo aparecieron cuando Quentin confesó a su
padre, músico profesional, que no quería seguir tocando el piano. “Le
encantaba, lo hacía desde los seis años”, explica Veronique. “Mamá, la música
me aleja de Dios”, dijo. Esa fue la primera señal.
“Hoy
sé que dejar de escuchar música puede ser un signo de radicalización”, dice la
madre. En 2013 no lo sabía”.
A
finales de año, el día del entierro de su abuela paterna, el hermano de Quentin
lo encontró llorando, postrado en la puerta trasera de la iglesia. “A nosotros
nos contó que se había perdido con el coche, pero hoy sabemos que no pudo
entrar a rezar porque en ese momento alguien controlaba ya sus movimientos como
musulmán”.
La
cena de Navidad llegó y con ella un nuevo incidente.“Nos dijo que no podía
cenar con nosotros, que ese día ya no tenía ningún significado para él”, dice
Veronique arqueando las cejas. Su padre intentó hacerle entrar en razón: “No
digas tonterías, no hay nada de religioso en este día Vamos a cenar con tus
primos y tus tíos como hemos hecho siempre”.
Veronique
describe lo confundido que vio a su hijo en aquel momento. “Voy a consultarlo y
ahora vuelvo”. Los padres vieron cómo Quentin salía por la puerta sin querer
decir quién era esa persona a la que pedía autorización.
“Volvió
y nos dijo que no nos preocupáramos”, dice Veronique. “Que puesto que un
musulmán debía respeto a su madre y a su padre por encima de todo, esa noche
cenaría con nosotros”.
Y
sin embargo las renuncias de su hijo se acumulaban En un intento desesperado
por comprender la situación, Veronique decidió hacer una visita a la Gran
Mezquita de París. El imán la recibió y la tranquilizó, diciendo que no era
anormal en un joven converso abrazar la religión musulmana con esa pasión.
“Sí
es verdad que lo que me cuenta usted define a un joven cuya radicalización
pende de un hilo”, recuerda Veronique que le dijo el imán. Al preguntarle qué
hacer para evitar que esto fuera a más, el clérigo le señaló un versículo del
Corán: “Lea este párrafo con su hijo. Verá cómo todo va mejor después”.
Confusa
y angustiada, Veronique compartió su preocupación con Quentin, que le explicó
que sólo buscaba sentirse en paz.
De
pronto rezar cinco veces al día a la hora correcta no era compatible con sus
estudios y al poco tiempo Quentin abandonó la universidad y su trabajo en una
cadena de ropa deportiva. No tardó en alejar a su novia de su vida, diciendo
que aún eran jóvenes para mantener una relación tan seria.
Hoy
Veronique sabe a ciencia cierta que durante meses su reclutador le dijo a
Quentin que debía encontrar una chica pura. Es decir, una musulmana.
“Veíamos
las noticias juntos de la guerra entre Bachar al Asad y los rebeldes y jamás
hizo comentario alguno sobre aquello. Nunca defendió la violencia. Mi hijo era
pacifista”, insiste Veronique. “Hoy somos capaces de construir esa historia e
interpretar signos que en aquel momento nos preocupaban y que no supimos
comprender”.
Véronique
hace una pausa, suspira y asiente con la cabeza: “Hoy sí somos capaces de
entender la forma en que poco a poco esos depredadores embaucaron a nuestro
hijo”.
En
agosto de 2014, sus padres propusieron a Quentin pasar juntos unas semanas en
Córcega como cada año. Pero esta vez el joven prefirió quedarse en casa. “En
ese momento acababa de dejar el trabajo y estaba buscando otro nuevo, así que
lo comprendimos”, explica Véronique.
A
la vuelta de estas vacaciones, el joven ya no era el mismo. “La mirada perdida,
una tristeza profunda…”, cuenta la madre. “Cuando llegué a casa, me di cuenta
de que Quentin no había estado solo allí. Alguien había dado la vuelta a un
cuadro que mi hermano había pintado de él. Representaba el nacimiento de mi
hijo”, explica Véronique. “Entiéndelo, mamá, ese cuadro representa el cuerpo
humano. Me incomoda”, justificó el joven, sin alzar la voz. Pero esta vez la
madre no cedió. El cuadro se quedaba.
Tres
semanas después, el joven les dijo que iba de fin de semana a Frankfurt.
“Nunca
más volvimos a verle”, cuenta la madre. “Denunciamos su desaparición, pero ya
era demasiado tarde”.
EL
“GURÚ”
Pasaron
varias semanas sin ninguna noticia. Fue entonces cuando Veronique decidió
comenzar su propia investigación. Reunió a todos los amigos de su hijo en casa
para intentar comprender dónde podía encontrarse. Le chocó la ausencia de un
joven en particular con el que Quentin jugaba a fútbol desde los 15 años. “Ya
sabe, amigos de amigos. En el mundo del deporte conocen a gente nueva sin
parar”.
La
familia vive en Sevran, una comuna de poco más de 50.000 habitantes. Poco
después de aquel encuentro en casa de Quentin, Veronique y aquel joven se
encontraron por la calle.
“Le
pregunté por qué no había venido aquel día y si tenía noticias de Quentin”,
recuerda. “Le invité a casa a tomar café porque quería saber más, y allí
estuvimos un buen rato charlando los dos con mi marido. Nos dijo que no tenía
ni idea, que había escuchado rumores que decían que Quentin estaba en Egipto
aprendiendo árabe”.
Al
menos una vez al mes durante más de un año, el joven encontraba el modo de
ponerse en contacto con su familia, que ya había dado parte de esta
comunicación a la Policía Judicial. Allí las consignas fueron claras. Había que
explotar al máximo ese vínculo familiar. Debían hacerle volver.
“ñHablábamos
por whatsapp”, explica. “Le enviábamos fotos del jardín, del pan que tanto le
gustaba en una panadería de Córcega, de la playa donde íbamos cuando era niño”,
cuenta con cierta ilusión. “Intentábamos recordarle momentos felices y él los
disfrutaba. Nos contaba que allá donde estaba tampoco se comía tan mal aunque
el pan no estaba tan rico”.
Explica
que lo más duro fue ver la evolución física de su hijo, al que se le iba
apagando la mirada a medida que pasaban los días. “Estaba muy desmejorado. Las
últimas fotos, que prefiero que no publique, ni siquiera parece Quentin.
Mírelas”, dice mostrando los últimos selfies de su hijo, con los párpados
caídos y rostro desencajado. En esas fotos es una persona irreconocible.
“Me
gusta recordarle como era antes, ¿sabe?”, dice al mostrar una foto de antes de
su conversión: “Fíjese qué sonrisa…”, dice Veronique, que también sonríe.
En
una ocasión, llegaron incluso a hablar durante más de tres horas y media. La
madre sabía que la comunicación con Quentin pendía de un hilo, que cada mensaje
podía caer en manos de la organización terrorista, por lo que el temor a poner
en peligro la vida de su hijo era motivo suficiente para medir su discurso.
El
13 de noviembre de 2015 un puñado de asesinos sembraron el terror y asesinaron
a 137 personas en diversos puntos de París. Veronique cuenta acelerada que la
idea de que Quentin fuera uno de ellos duró en su cabeza una milésima de
segundo. La desechó, encendió la televisión y apoderada por la rabia agarró el
teléfono móvil. “Ya basta”, escribió. “Por lo que más quieras, manifiéstate, te
lo ruego. Es todo tan violento aquí. No podemos más. Vuelve, huye de allí”.
Veronique
se había cansado de autocensurarse. Al despertar la mañana siguiente, su hijo
le había contestado: “¡Cu-cú, mamá! ¿Cómo estás? Comprendo que estéis en
shock”.
Veronique
suspiró. Quiso ver en aquella frase un halo de esperanza, de razonamiento. El
mensaje seguía: “Pero entiéndelo… Estamos en situación de guerra. Nos atacan,
así que debemos defendernos”. La madre del joven guarda silencio y niega con la
cabeza. “Ah… Ahí dije: qué dolor escuchar esto de boca de un hijo…”.
Volvieron
a hablar al día siguiente. En un intento desesperado por que Quentin pusiese
rostro a la barbarie, le recordaron que siendo su padre músico y viviendo toda
la familia cerca de Saint Denis, los atentados del Bataclán y del estadio
podrían haber acabado con sus vidas.
Quentin
nunca llegó a responder.
LA
CONVERSACIÓN CON EL DIABLO
Desde
entonces, hubo dos meses de silencio. Veronique vivió las peores navidades de
su vida. El teléfono desde el que Quentin solía dar señales de vida ya no daba
tono, sus correos dejaron de tener respuesta y se fue esfumando aquel hilo de
esperanza con el que vivía desde septiembre de 2014.
El
14 de enero, Veronique estaba en su oficina cuando alguien le habló a través de
WhatsApp. Era un número inglés que no tenía registrado. Quiso pensar que se
trataba de Quentin con un nuevo móvil. No era así. Hoy ha guardado este número
bajo el nombre “Mensajero” porque sigue sin conocer la identidad de quien el
envió dos fotografías de una carta manuscrita aquel jueves a la 1.16.
Era
la letra de su hijo, no cabía duda. Ahí estaba lo que tanto tiempo había
temido: el testamento de Quentin.
Veronique
ha accedido a facilitarme el contenido de su conversación con aquel mensajero
que escribía en francés con faltas de ortografía.
–Salam
Aleykoum… El Rstado ha sido construido con la sangre de los mártires.
–¿Quién
es usted?
–Uno
de sus amigos
–¿Amigo
de quién?
–De
Abu Umar Firansi. De su hijo.
–¿Qué
significa esta carta? No comprendo nada, ¿dónde está él?
–Ha
caído mártir en tierra de califas
–¡No
es posible! ¡Me está asustando!
–Bueno,
señora, disculpe pero ésa es la letra de su hijo. ¿O no? Porque si es la letra
de su hijo, no tiene más que seguir las instrucciones y ya verá, si Alá así lo
desea, irá mejor después. Ahora él vive en el cuerpo de los pájaros verdes.
Cuídese. No tengo más información sobre él. Que Alá le guíe a usted hacia la
verdad... El islam.
–¡Esto
es horrible! ¿Cuándo ha muerto? ¿Quién me lo demuestra?
–No
sé cuándo se ha muerto. A mí me ha llegado este testamento. No puedo
demostrárselo de ninguna manera. Lo siento.
–¿Cuándo
murió, por favor?
–No
sé, hace una o dos semanas, por el tiempo que el testamento ha tardado en
llegar a mí.
–¿En
Raqqa? Necesito saberlo, por favor. ¿Usted es amigo suyo de Francia o de allí?
Ayúdeme, se lo ruego. Su padre y su hermano todavía no lo saben y esto puede
matarles de tristeza
–No,
cayó en Irak, combatiendo a los enemigos de Alá, los cruzados y los chiíes
infieles. Nadie se morirá de tristeza… Si pudiésemos morir de tristeza, ya
estaríamos muertos sabiendo que el profeta Mahoma lo está y pocas personas
siguen su ejemplo
–¿Cayó
en Irak? Pero él estaba en Siria
–Ya
no reconocemos fronteras...Tiene que despertarse: el islam ya no tiene
fronteras y volvemos a él como el profeta nos lo enseñó. Todos los creyentes
son hermanos. No nos distinguimos por nacionalidad. Al contrario, combatimos
para ser una nueva nación basada en la voz profética
–Ese
combate no vale la muerte, ¿sabe? Querámonos unos a otros. Eso es lo que dicen
los textos santos.
–Allah
no quiere a los infieles. Amamos lo que Alá ama y odiamos lo que Alá odia.
–Allah
no dice que hay que matar en el Corán.
–Entonces
usted no ha leído o comprendido jamás el Corán. Hay suras que hablan no sólo de
matar sino de exterminar… Aprenda la religión. Es la religión de la verdad… De
compasión, tolerancia y sable, como nos lo enseña el mejor de los hombres, el
profeta Mahoma. No busquen un islam a la francesa, es una batalla perdida. No
busquen reformar el islam pues es el islam quien transforma a la gente dándoles
vida. El jardín del paraíso se encuentra bajo la sombra del sable. Su hijo es
un valiente y está bien allá donde está.
–El
paraíso está bajo los pies de una madre, el paraíso está aquí.
–Sí,
por supuesto, mientras la madre obedezca a la ley divina. Cuando la madre se
salta un solo rezo o no obedece al creador, no, pues ya no se obedece al que
desobedece al creador.
–¿Cómo
llegó esta carta a usted? ¿Quién le ha pedido que me la mande?
–Cuídese,
lea el Corán y póngalo en práctica. Es lo que nos pide Dios.
–Contésteme,
por favor…
El
mensajero nunca volvió a responder.
La
madre de Quentin.
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