Revista
Proceso
2058, a 9 de abril de 2016..
El
llamado Club de Roma y el ocaso del cardenal Rivera/ Bernardo Barranco
El
cardenal Norberto Rivera ya no tiene quien le escriba. Vive la soledad política
de la Iglesia en el crepúsculo de su larga trayectoria marcada por claroscuros.
De manera súbita, su ascendente carrera se trompicó cuando uno de sus grandes
soportes en El Vaticano, el secretario de Estado Angelo Sodano, cayó en
desgracia durante el pontificado de Benedicto XVI en 2006. Con Francisco,
Norberto Rivera ha ensanchado sus distancias pues sus posturas religiosas son
antitéticas a las del Papa argentino. Por ello sufrió los duros
cuestionamientos del pontífice en su visita a México. El mensaje en la Catedral
metropolitana tuvo párrafos y expresiones destinadas directamente a Rivera,
quien quiso gobernar la Iglesia mexicana sojuzgando a un sector del clero con
soberbia y sometimiento. En su discurso en la Catedral, el 13 de febrero de
2016, Francisco desautorizó a los “príncipes de la Iglesia”, también cuestionó
a las camarillas, diciendo: “No pierdan tiempo y energías en las cosas
secundarias, en las habladurías e intrigas, en los vanos proyectos de carrera,
en los vacíos planes de hegemonía, en los infecundos clubes de intereses o de
consorterías”. Lejos están los tiempos en que Norberto estaba arropado por
poderosos actores religiosos que lo encumbraron en los peldaños más altos de la
jerarquía católica mexicana.
Los
mentores del cardenal fueron nada menos que Marcial Maciel y Girolamo Prigione,
respaldados por otro bandolero eclesial, el número dos del Vaticano de 1991 a
2006, el mencionado Angelo Sodano, hoy mirado bajo la sospecha de la corrupción
clerical. Ellos lo encaramaron como arzobispo de México, ellos lo impusieron de
la modesta diócesis de Tehuacán a la arquidiócesis primada y, por tanto, lo
hicieron convertirse en un actor político y religioso de primer reparto.
Norberto Rivera es creación del entonces llamado “Club de Roma” como un grupo
de poder en la CEM, un grupo de presión política dentro de la Iglesia, como
operador no sólo de la conducción de la Iglesia, sino del establecimiento de
alianzas políticas y financieras con los poderes seculares de la sociedad
Y
así analistas, columnistas y periodistas lo usaron para designar a los altos
prelados con mayor peso, entre los que se encontraban los cardenales Juan Jesús
Posadas Ocampo, Norberto Rivera y Sandoval Íñiguez; los operadores en el plano
financiero y político como Maciel y Prigione; también los obispos Onésimo
Cepeda, Emilio Berlié, Héctor González, Luis Reynoso. Prigione, primero
delegado apostólico y después nuncio, fue pieza clave de este cártel religioso;
entre 1978 y 1997 operó un relevo generacional promoviendo a cerca de 90% de
los obispos de los cuales ahora quedan pocos. También tuvo un papel destacado
al entablar vínculos privilegiados con los gobiernos, en especial con Carlos
Salinas de Gortari, que favorecieron que Maciel y Los Legionarios amasaran
fortunas y negocios eclesiales. Contó con la complicidad de los medios de
comunicación como caja de resonancia, que hacían aparecer al cardenal Rivera
como el interlocutor más importante de la Iglesia. Por ello sus gestos, declaraciones
y homilías tuvieron una proyección significativa. Dicha sobreexposición
mediática tuvo un negativo efecto búmerang.
El
llamado Club de Roma operaba con rudeza para defender o ensanchar sus
intereses; así operó en 1996 para arrebatar el control de la jugosa Basílica de
Guadalupe, que durante 33 años había detentado el abad Guillermo Schulenburg.
El control pasó a manos del cardenal Rivera en una operación triangulada entre
Roma, Televisa y el Arzobispado. Sin embargo, no todos sus golpes fueron
contundentes, como se evidenció en el caso de Samuel Ruiz, a quien sometieron a
un acoso despiadado, dentro y fuera de la Iglesia, pero a quien no pudieron
remover por el apoyo social de los indígenas chiapanecos y de un significativo
sector de la Iglesia mexicana. En efecto, dicho grupo tuvo la oposición
permanente y sorda de una corriente de obispos a los que se les llamó, en su
momento, la “mayoría silenciosa”. En torno al consejo permanente de la
Conferencia Episcopal Mexicana, obispos como Ernesto Corripio, Adolfo Suárez
Rivera, Sergio Obeso y en su momento el nuncio Justo Mullor, opusieron férrea y
prudente resistencia a las ambiciones del grupo de Rivera.
Desde
la elección de Francisco como pontífice, Norberto Rivera ha caído en desgracia.
El
polémico editorial de Desde la Fe que refuta el mensaje del Papa en México se
convirtió en un escándalo internacional y colocó a Norberto Rivera en la
periferia de la caducidad. En junio de 2017 está obligado a presentar
canónicamente su renuncia, la que seguramente será aceptada. Es sobreviviente
de ese llamado Club de Roma, cuyos integrantes cayeron en el descrédito y la
mayoría de los cuales han muerto. Su ascendencia y liderazgo se han derrumbado.
Norberto ya no tiene proyecto. Sus posturas son anacrónicas, arrastra serias
acusaciones de encubrimiento a curas pedófilos. Sus cuentas son deficitarias,
pues el promedio de caída de católicos en la Ciudad de México es el doble de la
media nacional. La revista Proceso ha documentado diversas operaciones
financieras del cardenal calificadas de simonía y se le acusa de haber
negociado indebidamente la nulidad del sacramento del matrimonio de la actual
primera dama, Angélica Rivera, para convertirlo en un problema de Estado. La
imagen del cardenal, según diferentes encuestas, es mala; se le percibe más
como un actor político que como líder espiritual. Su retiro y soledad son eminentes,
sólo consolado por un extraño grupos de sacerdotes cortesanos y poderosos
amigos millonarios, como Carlos Slim y Olegario Vázquez Raña. Peor aún, su
inaplazable retiro ha desatado ambiciones sucesorias de prelados tan
depredadores como lo fue él mismo en los noventa.
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