La extraña muerte del secularismo turco/Shlomo Avineri, professor of Political Science at the Hebrew University of Jerusalem and a member of the Israel Academy of Sciences and Humanities, served as Director-General of Israel’s foreign ministry under Prime Minister Yitzhak Rabin. His most recent book is Theodor Herzl and the Foundation of the Jewish State.
Project Syndicate, 25 de julio de 2016..
Luego del fallido golpe militar de
Turquía, se plantea un interrogante fundamental: ¿el presidente Recep Tayyip
Erdoğan seguirá enfrascado en su camino autoritario, quizás con una sed de
venganza, o se acercará a sus opositores e intentará zanjar las profundas
fisuras en la sociedad turca?
El jurado todavía está deliberando, pero a
juzgar por ejemplos históricos anteriores, los retos importantes a líderes
autoritarios o semi-autoritarios normalmente conducen a un endurecimiento del
régimen, no a una mayor moderación. Y las medidas tomadas por Erdoğan desde el
fracaso del golpe -se anunciaron casi inmediatamente arrestos masivos y purgas
de miles de soldados, jueces, policías y maestros- parecen confirmar el
escenario más pesimista.
Sin embargo, sería un error ver lo que hoy
está sucediendo en Turquía exclusivamente a través del prisma de la
personalidad de Erdoğan y sus inclinaciones autoritarias. Él y su Partido de la
Justicia y el Desarrollo (AKP) representan un cambio tectónico en la política
turca que se replica en otros países de mayoría musulmana en Oriente Medio.
Al intentar desviar el recorrido de la
historia turca del secularismo radical del fundador de la Turquía moderna,
Kemal Atatürk, en un principio el AKP pareció salirse del molde autoritario
kemalista. Como los observadores occidentales respaldaban la naturaleza secular
del kemalismo, muchos pasaron por alto que el régimen se parecía más al
fascismo europeo de los años 1930 -un estado nacionalista de partido único con
el propio Atatürk en la cima de un culto a la personalidad- que a una
democracia liberal. Recién en los años 1950 el sistema lentamente empezó a
relajarse.
El secularismo kemalista no fue la
expresión de un movimiento vasto y popular desde abajo; le fue impuesto por una
pequeña elite urbana -militar e intelectual- a una sociedad tradicional y
esencialmente rural. El kemalismo no sólo introdujo una variante del alfabeto
latino, que cortó por completo todo vínculo de los turcos con su historia y su
cultura; también prohibió las formas tradicionales de vestimenta (fez y
pantalones holgados para los hombres; pañuelos para la cabeza en el caso de las
mujeres) e impuso un código de vestimenta europeo a toda la población. Todos
los apellidos de sonido árabe o musulmán tuvieron que cambiarse por apellidos
turcos.
Ninguna sociedad europea ha experimentado
un proceso tan tortuoso de revolución cultural de arriba hacia abajo. En
Occidente, la secularización fue de la mano del proyecto iluminista de
democratización y liberalización. En Turquía -y de una manera menos radical en
el régimen del sha en Irán y de los dictadores miliares en países como Egipto,
Túnez, Siria e Irak-, la población nunca tuvo opción.
Las victorias electorales del AKP desde
2002 (así como los acontecimientos comparables en otros países musulmanes) de
alguna manera fueron el retorno de los oprimidos. Como el sistema kemalista
terminó liberalizándose políticamente (aunque no culturalmente), el surgimiento
de un sistema multipartidario finalmente favoreció a los conservadores
tradicionales cuyas preferencias habían sido negadas durante mucho tiempo.
Al mismo tiempo, la modernización
económica llevó movilidad social a los conservadores, lo que condujo al
surgimiento de una nueva burguesía que se aferró a sus valores religiosos
tradicionales y que veía a la elite kemalista -presente en el ejército, la
burocracia, el poder judicial y las universidades- como opresores. Estos
votantes fueron la base de las victorias electorales y la legitimidad
democrática del AKP. El esfuerzo reciente por parte de elementos del ejército
-el escudo del secularismo kemalista- por revocar la voluntad popular (como lo
ha hecho en tres oportunidades en los últimos 50 años) confirma el continuo
enfrentamiento entre secularismo y democracia en Turquía.
Al mismo tiempo, la política exterior de
Erdoğan en los últimos años ha sido de todo menos exitosa. Su compromiso
inicial con “cero conflictos con los vecinos” ha derivado, en cambio, en un
deterioro de las relaciones con Armenia, Rusia, Israel y Egipto -para no
mencionar un significativo boomerang doméstico, incluida una ola de ataques
terroristas, por su participación en la guerra civil de Siria.
Nada de esto ha erosionado el respaldo a
Erdoğan en el país, mientras que Estados Unidos y la Unión Europea también lo
apoyaron, aunque con los dientes apretados, contra el último intento de golpe.
Esto es prueba del interés fundamental de las potencias occidentales en una
Turquía estable, que la UE necesita para frenar futuras olas de inmigrantes,
principalmente de Siria, y que Estados Unidos necesita para su guerra, limitada
como es, contra el Estado Islámico. Cuesta creer que la persecución por parte
de Erdoğan de enemigos internos -reales e imaginarios- vaya a impedir que tanto
Estados Unidos como la UE busquen la cooperación turca.
Pero la respuesta brutal de Erdoğan al
intento de golpe -que puede incluir farsas de juicios, además de la
“depuración” de las instituciones públicas de remanentes del establishment
secularista y de sus ex aliados en el movimiento Gülen- no hará más que
profundizar las grietas dentro de la sociedad turca. Por cierto, los atentados
terroristas fueron provocados no sólo por el Estado Islámico, sino también por
militantes kurdos, cuyas demandas de autonomía desafían el concepto de una nación
turca indivisible -una piedra angular del estado kemalista.
Antes del intento de golpe, Erdoğan había
tomado medidas significativas para reducir la tensión con Rusia e Israel.
Pareciera poco probable que ambos esfuerzos vayan a salir mal como consecuencia
de sus medidas severas luego del golpe. Sin embargo, la guerra civil de Siria
no parece amainar y la implosión de facto de Siria como un estado coherente
seguirá desafiando la política y la cohesión social de Turquía, en tanto más y
más refugiados intentan llegar a Turquía.
En definitiva, el secularismo kemalista
basado en el ejército demostró ser insostenible: su demolición bajo el AKP
cuenta con un amplio respaldo. Pero el golpe fallido probablemente refuerce los
aspectos intolerantes de la democracia bajo el mando de Erdoğan, en la que la
voluntad del pueblo y el régimen mayoritario va en contra del pluralismo, los
derechos humanos y la libertad de expresión. Todavía está por verse la
estabilidad de un sistema de estas características en Turquía -donde, a pesar
de la oposición popular al golpe, la hostilidad hacia Erdoğan es fuerte.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario