Trampas de poder del hombre fuerte/Nina L. Khrushchevam, profesora Relaciones Internacionales y decana asociada de Asuntos Académicos en The New School.
La Vanguardia, 25 de julio de 2016..
A principios de este año, cuando el
presidente ruso Vladímir Putin anunció que estaba formando una guardia nacional
de 400.000 hombres que sólo respondería ante él, muchos rusos se preguntaron
por qué era necesaria una nueva fuerza militar. Después de todo, el ejército ruso
ha regresado: Putin lo equipó con nuevos juguetes, e incluso organizó dos
pequeñas guerras –en Georgia en el 2008 y en Ucrania, a partir del 2014– para
probarlo.
Pero el golpe de Estado fallido contra el
también hombre fuerte, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, apunta a una
razón importante para el establecimiento de una guardia pretoriana. Putin ha
arrinconado tanto las instituciones democráticas rusas que el único medio de
sacarlo del poder ahora sería mediante un golpe militar.
Putin, Erdogan, e incluso el presidente
chino, Xi Jinping, todos tienen temores similares, justificados acerca de su
supervivencia política. Llegaron al poder en sistemas que ponen limitaciones
reales al ejercicio del poder. En el caso de Erdogan, Turquía tenía el imperio
de la ley y los controles institucionales y equilibrios del poder ejecutivo; y
en el caso de Xi y Putin, había reglas no escritas santificadas por décadas de
precedentes.
Estas reglas –establecidas en Rusia por
Jruschov tras morir Stalin en 1953, y en China por Deng Xiaoping, tras morir
Mao en 1976– fueron diseñadas para controlar la criminalidad fuera de la
gobernanza mediante la garantía de que un líder no amenazaría la vida y la
seguridad de cualquiera de sus predecesores o colegas. En este sistema, un
funcionario del Gobierno puede ser retirado del poder o puesto bajo arresto
domiciliario, pero no hay riesgo de encarcelamiento o daño físico contra él o
su familia.
Putin llegó al poder en 1999, en parte
porque comprendía y –lo más importante– pareció aceptar esta tradición. Boris
Yeltsin eligió a Putin porque le aseguró que, si le ponía en el cargo, Yeltsin
y su familia estarían protegidos de cualquier castigo legal o político. Con
Yeltsin, Putin mantuvo su parte del trato, pero ha mostrado poca moderación en
la persecución de sus rivales. El oligarca Borís Berezovski fue conducido al
exilio, donde fue perseguido y acosado hasta que fue encontrado muerto en su
casa en el 2013, supuestamente tras suicidarse. Mijaíl Jodorkovski, el
multimillonario dueño de Yukos Oil y posible rival político de Putin, fue
despojado de su empresa, encarcelado y luego desterrado.
En China, Xi, admirador de los métodos de
Putin, ha adoptado el libro de jugadas de Rusia ya que ha consolidado su poder.
Desde los últimos años de Deng, a finales de 1980, una forma de dirección
colectiva dentro del Partido Comunista Chino se ha comportado con las mismas
convenciones no escritas, protegiendo a los más poderosos de una pena justa.
Pero con Xi, la dirección colectiva ha dado paso al gobierno de un solo hombre,
y las reglas no escritas han saltado por los aires.
Xi usa medidas contra la corrupción para
despachar rivales y concentrar el poder en sus manos, y ha sido aún más
despiadado que Putin. Cientos de generales del Ejército Popular de Liberación
han sido purgados y encarcelados por corrupción. Xi ha violado la norma del
partido de no perseguir a los miembros del Comité Permanente del Politburó más
allá de separarlos de sus cargos. Véase el ejemplo de Zhou Yongkang, jefe de
seguridad interior de China, encarcelado por soborno, por corromper el poder
del Estado (por presuntamente tener demasiadas amantes), y filtrar secretos de
Estado. Los miembros de su familia han sido encarcelados. Al violar las normas
del partido y los acuerdos no escritos entre la élite gobernante, Putin y Xi
dejan claro que no pueden abandonar el poder voluntariamente sin temor por su
seguridad futura. No es de extrañar, pues, que tras 17 años de gobierno, Putin
se presente de nuevo para presidente –virtualmente sin oposición– en marzo del
2018. Xi tiene un problema. En el 2017 se completará su primer periodo de cinco
años, y los precedentes le permiten sólo un periodo más de cinco años. Como
cinco de los siete miembros del Comité Permanente van a ser sustituidos en el
2017, este sería el momento para que sus oponentes le desafíen nominando un
sucesor. La mera existencia de un cambio potencial podría ser una sentencia de
muerte política de Xi.
Desde el golpe en Turquía, Erdogan ha
tomado medidas enérgicas contra quienes presuntamente estaban contra él,
elaborando una lista de detenidos sospechosamente conveniente que afecta a
miles de políticos, militares y jueces, a los que acusa de amenazar a su
gobierno “democrático”. Pero Erdogan se enfrenta ahora a una dura elección:
seguir a Putin y Xi por el camino de no retorno de la autocracia, o volver a la
democracia funcional.
Incluso con sus adversarios políticos
apoyándole en su rechazo del golpe militar, el pueblo turco ha hecho saber su
preferencia.
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