La
Pequeña Inglaterra y la Bretaña no tan grande/
Ian Buruma is Professor of Democracy, Human Rights, and Journalism at Bard College. He is the author of numerous books, including Murder in Amsterdam: The Death of Theo Van Gogh and the Limits of Tolerance and Year Zero: A History of 1945.
Traducción al español por Leopoldo Gurman.
Como
angloholandés —de madre británica y padre holandés— no puedo evitar que el
brexit me resulte algo personal. No soy un entusiasta incondicional del euro,
pero la Unión Europea sin Gran Bretaña produce una sensación similar a la de
haber perdido un brazo en un terrible accidente.
Pero
esto no es excusa para que una desagradable versión del nacionalismo inglés,
fomentada por el Partido de la Independencia del RU de Nigel Farage y
cínicamente explotada por los miembros del Partido Conservador partidarios del
brexit, liderados por el exalcalde de Londres Boris Johnson y Michael Gove,
secretario de justicia del Gabinete del primer ministro David Cameron. La
xenofobia inglesa ha crecido con fuerza especialmente en zonas donde rara vez
se ve a extranjeros. Londres, donde vive la mayoría de los extranjeros, votó
por quedarse en la UE por amplio margen. La zona rural de Cornwall, que se
beneficia enormemente gracias a los subsidios de la EU, votó por abandonarla.
La
ironía más asqueante para un europeo de mi edad y temperamento reside en la
forma en que un nacionalismo intolerante y desalentador se expresa tan a
menudo. La intolerancia contra los inmigrantes está envuelta en los propios
símbolos de libertad que crecimos admirando, incluidas las filmaciones de los
Spitfire y las referencias al mejor momento de Churchill.
Los
partidarios más salvajes del brexit —con cabezas rapadas y tatuajes de la
bandera nacional— se parecen a los barrabravas del fútbol que infestan los
estadios europeos con su particular violencia. Pero los refinados hombres y
mujeres de los condados rurales de la Pequeña Inglaterra, que aclaman las
mentiras de Farage y Johnson con el éxtasis que alguna vez estuvo reservado a
las estrellas británicas de rock en el extranjero, no son menos inquietantes.
Muchos
partidarios del brexit dirán que no hay contradicción alguna. Los símbolos de
los tiempos de guerra no se aplicaron equivocadamente en absoluto. Para ellos,
el argumento de dejar la UE no tiene menos que ver con la libertad que la
Segunda Guerra Mundial. “Bruselas”, después de todo, es una dictadura, dicen, y
los británicos —los ingleses, en realidad— están defendiendo la democracia.
Millones de europeos, nos dicen, están de acuerdo con ellos.
Es
realmente cierto que los europeos aceptan esta perspectiva. Pero la mayoría son
partidarios de Marine Le Pen, Geert Wilders y otros agitadores populistas que
promueven plebiscitos para socavar a los gobiernos electos y abusar de los
temores y resentimientos populares para abrir su propio camino al poder.
La
UE no es una democracia, ni pretende serlo. Pero las decisiones europeas aún
son tomadas por gobiernos nacionales soberanos —y, más importante aún,
elegidos— después de deliberaciones interminables. Este proceso a menudo es
opaco y deja mucho que desear, pero las libertades de los europeos no se verán
más beneficiadas destruyendo las instituciones cuidadosamente construidas sobre
las ruinas de la última y desastrosa guerra europea.
Si
el brexit dispara una revuelta en toda Europa contra las elites liberales, será
la primera vez en la historia que Gran Bretaña dirigirá una oleada de
intolerancia en Europa. Esta sería una gran tragedia (para Gran Bretaña, para
Europa y para un mundo donde la mayoría de las grandes potencias ya se están
volcando hacia políticas cada vez más intransigentes).
La
ironía final es que la última esperanza para revertir esta tendencia y proteger
las libertadas por las cuales tanta sangre se ha derramado probablemente resida
hoy en Alemania, el país que mi generación creció odiando como símbolo de una
sangrienta tiranía. Pero, al menos hasta el momento, los alemanes parecen haber
aprendido las lecciones de la historia mejor que una alarmante cantidad de
británicos.
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