3 dic 2017

Junto con Videgaray, la estratagema perfecta

Junto con Videgaray, la estratagema perfecta/JENARO VILLAMIL
Revista Proceso # 2144, 3 de diciembre de 2017
Luis Videgaray “predestapó” a José Antonio Meade como candidato del PRI a la Presidencia. El canciller no estaba despistado: sólo seguía su plan, uno que comenzó a forjar cuando era responsable de las finanzas mexiquenses y que consolidó gracias a la red de amistades que tejió en su época de estudiante en el ITAM. Ha ido colocando sus piezas –en el PRI, en Hacienda– en una especie de réplica del Maximato de Plutarco Elías Calles, aun a costa de perder su oportunidad de habitar Los Pinos.

La historia de influencia política y ayuda mutua entre Luis Videgaray, José Antonio Meade Kuribreña y José Antonio González Anaya comenzó a escribirse en las aulas del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), pero encontró un sentido de cofradía tecnocrática a principios del gobierno de Felipe Calderón, cuando Agustín Carstens, profesor y exjefe de los dos últimos, era secretario de Hacienda.
En diciembre de 2007 se negociaban con los gobiernos estatales los cambios a la Ley de Coordinación Fiscal, para permitirles el acceso a más recursos. Algunas entidades estaban en franca crisis y a punto de quebrar, entre ellas el Estado de México, que heredó un desorden administrativo del gobierno de Arturo Montiel.

Ese año, recuerda Mario Delgado –secretario de Finanzas en el gobierno capitalino de Marcelo Ebrard–, por el Estado de México negoció Videgaray, entonces secretario mexiquense de Finanzas, con Meade, jefe de la Oficina de Coordinación de Asesores de Carstens, y con González Anaya, titular de la Unidad de Coordinación con Entidades Federativas de la misma dependencia.
Gracias a la amistad entre los tres, lograron modificar los criterios de asignación de recursos para beneficiar al Estado de México, la entidad más poblada, y afectar a la Ciudad de México y a Tabasco, dice en entrevista Mario Delgado, actual senador de Morena.
“Desde entonces fue claro que entre ellos fueron tejiéndose alianzas y ayudándose mutuamente a escalar el poder”, afirma Delgado, también egresado del ITAM y que conoció bien a esos personajes.
Las alianzas entre aquéllos coinciden, desde entonces, no sólo con su ascenso y con el crecimiento de la influencia de ambos, sino que los años como secretarios de Hacienda de Videgaray (2012-16) y Meade (2016-17) también han representado un incremento sustancial de la deuda pública, en paralelo con una disminución abrupta de la inversión en obra pública.
Delgado resalta que “este año se destinaron más recursos a pagar más por el servicio de la deuda pública que a invertir en infraestructura”. La deuda pública pasó de 8.51 a 9.81 billones de pesos entre Videgaray y Meade y su costo financiero se incrementó 54.1%.
En 2017 México terminó pagando 568 mil millones de pesos en intereses de la deuda pública, mientras el gasto en inversión fue menor: 558 mil 700 millones de pesos.
El crecimiento de esta deuda ha sido “irresponsable” y desde la Comisión de Hacienda del Senado, Delgado ha advertido que ya representa más de 50% del PIB y “crece a razón de 1.5 millones de pesos por minuto”.
Entrevistado por Proceso tras conocerse el “destape” de Meade, para Delgado no hay ninguna duda: tanto el aspirante presidencial priista como el exsecretario de Hacienda y actual canciller, Luis Videgaray, “son corresponsables de este manejo de las finanzas públicas” que se inició justamente cuando ambos se reencontraron en posiciones de poder en el Estado de México y en el gobierno federal.
Videgaray, el nuevo “bróker”
Sin embargo, el poder de Videgaray se incrementó mucho más allá de las finanzas públicas durante el sexenio de Enrique Peña Nieto: no sólo fue el vicepresidente de facto y artífice de las principales reformas estructurales del sexenio, sino que también expandió su poder hacia el control del PRI –con la llegada de Enrique Ochoa Reza tras las derrotas electorales de 2016– y el año pasado consolidó una alianza con el círculo más cercano de Donald Trump, cuando éste era candidato a la Presidencia de Estados Unidos.
“El verdadero bróker o intermediario de los intereses de la Casa Blanca en México ya no es Carlos Salinas de Gortari, sino Luis Videgaray, gracias a la vinculación que éste tiene con el yerno de Trump, Jared Kushner”, sentencia el senador Manuel Bartlett, consultado por Proceso.
“Salinas quiso abusar de su posición como bróker y ahí entró en colisión con los intereses de Luis Videgaray, quien obligó al propio Peña Nieto a recibir a Trump, en plena campaña electoral, en Los Pinos”, recuerda el exgobernador de Puebla.
–¿No cree que en algún momento José Antonio Meade tendrá que deshacerse de la influencia de Videgaray?
–Meade –responde Bartlett– no puede deshacerse de nadie ahora, porque no tiene cómo ganar. Necesita sumar a todos ante una candidatura tan débil que sólo crece en los medios. Están “inflando” a Meade como lo hicieron con el excandidato a gobernador del PRD en el Estado de México, Juan Zepeda, quien de la noche a la mañana se volvió “maravilloso”, “inteligente”, “carismático”.
“Lo están inflando artificialmente. El partido que está en tercer lugar en las encuestas (PRI) que ‘destapa’ al aspirante que estaba en último lugar en las preferencias (Meade) de pronto ya está a sólo unos cuantos puntos de Morena y López Obrador. Que me expliquen cómo ocurre eso demoscópicamente”, se burla Bartlett.
–¿Ve usted la mano de Videgaray en esta operación?
–Definitivamente. Videgaray demostró ante los medios y ante el PRI que el verdadero “despistado” era el propio Peña Nieto. Desde el principio sabía que quedaría su candidato y amigo: José Antonio Meade.
La semana pasada las muestras de fuerza de Videgaray revelaron su cercanía con Meade y su capacidad e influencia para armarle el equipo de campaña, como si el canciller fuera el “Jefe Máximo”.
Un día antes de que Meade se dejara fotografiar en público con Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación y su adversario en la contienda interna del PRI, Videgaray también se reunió con el titular de Educación Pública, Aurelio Nuño, el tercer aspirante a la candidatura, a quien señalan en las columnas políticas como futuro jefe de campaña.
Después se reunió con funcionarios de Estados Unidos para preparar una “cumbre de seguridad” en Washington, sobre crimen trasnacional.
Incluso, en su última visita a Rusia, a mediados del mes pasado, el canciller dio a entender en su discurso que era inminente la aprobación de la Ley de Seguridad Interior en México, tal como sucedió el último día de noviembre en la Cámara de Diputados.
Tercera generación de tecnócratas
El poder de Videgaray coincide con el ascenso y la consolidación de una tercera generación de tecnócratas que surgieron de las aulas de universidades privadas y escalaron posiciones en las principales dependencias e instituciones financieras y económicas públicas.
En 1979, al ser nombrado secretario de Programación y Presupuesto, Miguel de la Madrid encabezó a la primera generación de tecnócratas que, sin tener experiencia en cargos de elección popular ni en las áreas de “gobernabilidad” (como la Secretaría de Gobernación), tomó el control también del PRI, hasta colonizarlo por completo.
La segunda generación de tecnócratas vino con la llegada de Carlos Salinas de Gortari a la Presidencia en 1988. Arribaron con la fractura histórica del PRI. Ascendieron bajo el signo del fraude electoral. Fue y sigue siendo la más poderosa, la más ambiciosa y también la que terminó más confrontada.
No hay rivales más peligrosos entre sí que los dos máximos tecnócratas que gobernaron México entre 1988 y 2000: Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo. Ambos del mismo “grupo compacto” de la Secretaría de Programación y Presupuesto. Ambos afines a la ortodoxia fondomonetarista. Ambos hicieron hasta lo imposible por tener la máxima estrella del FMI y del Consenso de Washington.
Salinas de Gortari pretendió ejercer un “neomaximato”. Y Zedillo pretendió obedecer los lineamientos de Washington, sobrevivir a los demonios sueltos del salinismo y deshacerse de los pesados compromisos y las redes de intereses de su antecesor. Zedillo mandó al exilio a Salinas de Gortari, encarceló a su hermano Raúl y le impuso al país una de las medidas más dolorosas de los últimos años: convertir en deuda pública los 552 mil millones de pesos del Fobaproa para evitar “la quiebra de los bancos”.
Del Fobaproa de 1997 y del IPAB de 1998 viene la historia de la tercera generación de tecnócratas que sobrevivieron a la agria disputa entre salinistas y zedillistas.
Dionisio Meade García de León, padre de José Antonio Meade Kuribreña e integrante de la segunda generación de tecnócratas, ideó el modelo del IPAB y dejó ahí a sus dos hijos: José Antonio y Lorenzo.
José Antonio Meade pertenece a la tercera generación de tecnócratas que siguió la ruta trazada por Zedillo: la alternancia bipartidista.
Lo importante no era ser del PRI o del PAN. Lo urgente era mantener el poder y seguir con el modelo. Construir la ficción de una “transición a la democracia” que no descarrilara el consenso de Washington.
En paralelo, la corrupción fue creciendo a niveles escandalosos. Las privatizaciones y los acuerdos con los bancos para el pago del “servicio de la deuda” se convirtieron en el eje. El crimen organizado se desbordó desde Salinas de Gortari hasta la fecha.
Mientras tanto, en las presidencias de Vicente Fox y Felipe Calderón los tecnócratas siguieron: Francisco Gil Díaz, Agustín Carstens, Ernesto Cordero y la estrella en ascenso de José Antonio Meade, por mencionar algunos.
Sin embargo, ningún tecnócrata de la tercera generación como Luis Videgaray, alumno y exsocio de Pedro Aspe (el referente académico más respetado entre ellos), quien tuvo la misma ambición de Salinas de Gortari: prolongar su influencia más allá de un sexenio. Construir un maximato personal.
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