3 dic 2017

En la frontera invisible del 'apartheid' a los rohingya

En la frontera invisible del 'apartheid' a los rohingya
JAVIER ESPINOSA Enviado especial Rakhine (Birmania)
El Mundo, 4 DIC. 2017 03:24

Una mujer rohingya es atendida en el hospital de Cox's Bazar (Bangladesh), tras huir de Rakhine. REUTERS
La minoría musulmana de Birmania malvive sometida a un régimen de limpieza étnica y de miseria en el estado de Rakhine
El Papa exige que se tomen "medidas decisivas" para poner fin al éxodo rohingya
Ali Usban asegura que la vivienda de Naw Saw Thali era la "más bonita" de la aldea. Una residencia erigida con ladrillos, un lujo casi inédito en un villorrio donde las chozas de cañas y maderos son la norma general. "Era carpintero y construía casas. Por eso tenía más dinero que el resto", rememora Usban frente a los restos del habitáculo. De aquella morada sólo resta un muro ennegrecido por las llamas que la consumieron, y un solar similar a los espacios vacíos que se multiplican a su alrededor. 
A simple vista, el paraje que separa los poblados de Than Taw Li y Byane Phyu podría considerarse como un bucólico paisaje donde se prodigan los arrozales y los rebaños de búfalos. Sin embargo, la distancia de menos de 1 kilómetro se ha convertido en una línea divisoria entre dos mundos irreconciliables que nadie se atreve a traspasar."¿Ve usted esa caseta?", indica Usban, señalando con el dedo un diminuto chamizo que se levanta en medio de la amplia explanada. "Si pasamos de ahí nos metemos en un gran problema". La última vez que los pobladores de ambas aldeas se encontraron, en marzo de 2012, la jornada acabó con cuatro muertos y cientos de viviendas rohingya calcinadas por el fuego. Una de ellas, la de Naw Saw Thali.

Todas las superficies rectangulares y vacías que se perciben a la entrada de Than Taw Li estaban ocupadas hasta entonces por las humildes chozas de los rohingya. "Nuestro poblado tenía 1.100 familias, una por vivienda. Ahora somos 480", indica el responsable del pueblo.Del otro lado, en Byane Phyu -habitado por budistas de la etnia rakhine-, U Phyu, de 40 años, reconoce que ese fatídico día sus vecinos se lanzaron sobre Than Taw Li "para echar a esos bengalíes". Aquí nadie pronuncia la palabra rohingya. Para U Phyu y sus vecinos son simplemente "bengalíes" o "kalar", un término tan despectivo como lo era el "Kaffir" que se usaba durante el Apartheid de Sudáfrica para aludir a la población negra.
"La doctrina de Buda es pacífica pero el islam es brutal. Son todos unos radicales extremistas y terroristas. Y además muy codiciosos. No podemos convivir con ellos", apunta. El odio y el miedo son el cemento que sustenta el muro invisible que divide los dos poblados y los que han provocado el sangriento cisma que se ha expandido por todo el estado de Rakhine, en el oeste de Birmania, origen del éxodo de casi 625.000 rohingya expulsados a Bangladesh desde finales de agosto.
La limpieza étnica apadrinada por el ejército birmano y apoyada por grupos de budistas es tan sólo el último rebrote de un conflicto que dura ya décadas y en el que los rohingya han sufrido en la mayoría de los casos las brutalidades más espeluznantes. Vivir en la absoluta miseria y con miedo
Rohingya malviven en condiciones de miseria en la aldea de Than Taw Li (Rakhine). JAVIER ESPINOSA
Las autoridades birmanas impiden a los periodistas acceder a las regiones afectadas por la reciente ofensiva militar -situadas en el norte de Rakhine- y hasta han restringido el paso a los campos de desplazados situados en las inmediaciones de Sittwe, pero incluso en la capital y en los alrededores resulta fácil apercibirse de la atribulada existencia que enfrenta esta minoría musulmana.
Basta con desplazarse hasta lugares como Than Taw Li y constatar la absoluta miseria en la que malviven. La electricidad o el agua corriente son algo desconocido. 
La única luz que tienen es la que les proporcionan las placas de energía solar que proliferan entre bohíos rodeados de basura y aguas inmundas, niños que corretean desnudos por las veredas de tierra -puro barro en la temporada de lluvias- y gallinas.Durante la ofensiva militar de los últimos meses, los habitantes de Than Taw Li veían pasar cada día sobre sus cabezas los helicópteros que se dirigían hacia Maungdaw y Buthidaung. "No queda mucha gente. Quizás un tercio de los rohingya. Parece que el Gobierno quiere acabar finalmente con todos los musulmanes", afirma Ali Usban sentado en una silla de plástico entre las plataneras.
Sadek Hussein es uno de los rohingya que permanecen en el centro urbano de Buthidaung, gracias a que esa fue una de las escasas poblaciones que no se vieron afectadas por el asalto de los soldados.
"La ciudad de Buthidaung no fue afectada pero varias aldeas fueron quemadas por completo y la población huyó a Bangladés", aclara mediante email. El joven de 27 años vivía antes en Sittwe, donde estudiaba en la universidad local. Nunca pudo terminar la carrera que comenzó en enero de 2011. El paroxismo anti rohingya que se desató al año siguiente añadió un nuevo obstáculo para los de su fé: se les expulsó y se les prohibió el acceso al centro educativo. "El Gobierno ha limitado nuestro derecho a la educación de forma sistemática. Nos prohibió los estudios de especialización en 2003, en 2005 el acceso a la Educación Superior y los Master, y en 2012 ir a la universidad. En definitiva, no podemos hacer nada. Vivimos un infierno", precisa.
Del pueblo donde residía Sadek mientras que pudo asistir al establecimiento lectivo -Bu May- sólo restan los cimientos. También fue arrasado en 2012. Más de la mitad de la población de Than Taw Li se encuentra recluida desde esa fecha en los campos de desplazados erigidos tras las refriegas de aquellos días. "Los budistas vinieron acompañados por policías. Nosotros estábamos preparados para defendernos con palos y machetes, pero ellos tenían fusiles y botellas incendiarias. Tres Rohingya murieron al recibir disparos en el estómago y eso provocó una huida en masa", relata Ali Usban, en medio del corrillo de residentes que ha generado la inusual presencia de un periodista.
El rohingya de 61 años regresó esa misma noche y descubrió que el aldeorrio había sido asolado. Dice que las viviendas que habían quedado reducidas a cenizas generaban una ingente humareda que cubría el cielo. "Los rakhine nos robaron todo: arroz, animales, ropa", agrega. Recuerdos de la era supremacista blanca en Sudáfrica Las autoridades birmanas mantienen bajo vigilancia a más de 120.000 rohingya en 36 campos de desplazados en toda esta región desde los incidentes de 2012. "Dependemos totalmente de la distribución de comida que nos traen. Entre el 25 de agosto (cuando se registraron los ataques iniciales de la guerrilla rohingya que propició la devastadora reacción del ejército) y el 13 de octubre no dejaron entrar nada. No podemos salir de los campos y la gente se moría de hambre", refiere Saed Muhammad, uno de los inquilinos forzados de esos enclaves en una conversación a través de Facebook. 
Los reductos habitados por rohingya parecen más guetos propios de la era supremacista blanca de Sudáfrica que espacios seguros. Es la misma conclusión que sacó Amnistía Internacional, que en un informe del pasado mes de noviembre denunciaba "un sistema institucionalizado de discriminación y segregación de las comunidades musulmanes....que constituye Apartheid, un crimen contra la Humanidad según la ley internacional".
Aung Mingalar, el único barrio de Sittwe habitado por esta minoría que no fue desmantelado por las razzias de 2012, continúa rodeado por alambradas, barreras de metal, barricadas militares y patrullas de uniformados que impiden el acceso o salida de sus habitantes. Antes había 73.000 musulmanes en esta ciudad. Ahora sólo quedan los 4.000 encerrados en este minúsculo perímetro."Vivimos encerrados como si fuéramos pollos y patos. No nos tratan como seres humanos. 
El control de las fuerzas de seguridad cada día es más estricto. Ni siquiera los enfermos urgentes pueden salir para ir al hospital (que se encuentra a pocos minutos de distancia)", explica vía telefónica Aung Win, un conocido defensor de la causa rohingya que habita en Aung Mingalar.
Según Aung Win, el pasado jueves cinco jóvenes fueron golpeados por las fuerzas de seguridad cuando descubrieron que habían abandonado el reducto para intentar buscar trabajo en la ciudad.
"La gente no tiene ningún medio para ganarse la vida. Las autoridades ya no permiten que nadie nos venda comida y estamos pasando hambre. Hay días que temo volverme loco. A este grupo de chicos les dieron una gran paliza pero tuvieron suerte. En 2012 y 2013 solían meter en la cárcel durante un mes a los que desafíaban la prohibición de salir", sostiene.
Aunque Sittwe y su entorno no ha vivido los desmanes que se han registrado en Maungdaw y Buthidaung, las autoridades no cesan de incrementar las limitaciones impuestas a los Rohingya.
Ali Usban acoge con cierta sorna la pregunta del periodista. "¿Nuestro principal problema? Ninguno en especial, salvo como sobrevivir cada día", replica.
Después refiere la interminable lista de discriminaciones que enfrentan en esta tierra: restricciones de movimiento, de atención sanitaria, de ayuda estatal, de opciones de empleo, acceso a la educación pública.."Antes de que Aung San Suu Kyi llegara al gobierno pude votar en varias ocasiones. Ahora la situación es mucho peor. ¿Por qué no nos bombardean y acabamos con esta situación?", inquiere.Hasta octubre, los residentes de la aldea podían equilibrar sus menguados ingresos pescando, tras alcanzar la costa después de una caminata de 2 horas a través de veredas, ya que no pueden viajar por la carretera frecuentada por el resto de la población. Aquí todo está segregado. Pero el "privilegio" de la pesca también se acabó."Llegaron los agentes y nos dijeron que teníamos que aceptar la Tarjeta Nacional de Verificación (NVC) y que si no lo hacíamos no podíamos ir a pescar. Ese es el documento que le dan a los extranjeros. Este es mi país. No quiero ir a EEUU. Quiero quedarme aquí", asevera Ali Usban elevando el tono.
Kyaw Hla Aung, un abogado rohingya que vive confinado en los campos de Sittwe y ha pasado un total de 14 años en prisión por su activismo, explica que las autoridades han intensificado en los últimos meses su intento por imponer la polémica NVC. El referido documento exige a su titular que solicite la "ciudadanía" en el futuro, dando por sentado que no es birmano."Yo nací en Sittwe y trabajé 24 años en el departamento de Justicia. ¿Cómo pueden decir que soy un inmigrante ilegal? Vivimos bajo el miedo porque sabemos que sólo tienen un objetivo: que este país sea sólo para los budistas", concluye.

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