J. Jesús Esquivel,
WASHINGTON, 31 de octubre (apro).- La elección presidencial de este martes 4 de noviembre es, sin duda, un evento histórico y excepcional en la historia política de Estados Unidos, por la creciente posibilidad de triunfo de Barack Obama, el candidato del Partido Demócrata, quien puede investirse como el primer presidente negro de la nación que hasta principios de la década de los años 70 seguía practicando y estableciendo medidas racistas.
El mundo entero está pendiente de la elección estadunidense por dos factores: la posibilidad de triunfo de Obama y la felicidad que daría a la mayoría de los países del planeta el ver eliminados de Washington los vestigios de la presidencia imperialista, arrogante, belicosa y unilateralista que impuso George W. Bush desde enero de 2001.
Una victoria electoral de John McCain, el candidato presidencial del Partido Republicano, es considerada por una enorme mayoría de los votantes estadunidenses como la continuidad, en los próximos cuatro años, de la doctrina Bush. Para el resto del mundo la eventual derrota de Obama tendría otras connotaciones:
A la victoria de McCain se la canalizaría como un triunfo racista y la sociedad estadunidense quedaría ante el mundo como una población conservadora, arrogante y manipulada por las políticas y razones extremistas de Bush, quien después de unir a todo el planeta tras los ataques terroristas del martes 11 de septiembre por razones humanitarias, siete años después logró fragmentar al mundo entero y consiguió que aumentaran los enemigos de Estados Unidos enmarcados en los movimientos e ideologías del radicalismo islámico y la práctica del terrorismo puro.
Las encuestas sobre la tendencia electoral, previas a los comicios del 4 de noviembre, sostienen sin empacho que la sociedad estadunidense quiere un cambio y dar vuelta a la página del ostracismo que impuso Bush con su presidencia imperial y bélica. De ahí que Obama esté posicionado como el gran favorito para ganar la elección.
McCain promete y asegura que él no dará continuidad a las políticas de Bush, y es posible que lo haga en algunos aspectos pero está claro que no puede, aunque quiera, desligarse del conservadurismo falso que impera en la ideología republicana.
Un ejemplo de que McCain se ajustaría a las políticas conservadoras de su partido, es su renuencia a buscar una reforma migratoria integral para resolver el problema del estatus de residencia de entre 11 y 12 millones de inmigrantes indocumentados.
Antes de convertirse en el candidato presidencial, McCain era el defensor y promotor más intrépido de la reforma migratoria integral en el Congreso federal estadunidense.
Otro caso de las falsas promesas de McCain de deslindarse de la doctrina de Bush es la amenaza que como candidato presidencial ya lanzó contra Rusia, tras la decisión de este país de invadir a Georgia por la disputa de Osetia del Sur.
McCain propone ofrecer respaldo militar a Georgia por la invasión injustificada de Rusia. Al candidato presidencial republicano ya se le olvidó que Estados Unidos invadió e injustificadamente a Irak en marzo de 2003.
No hay duda que el mundo entero y el sector más razonable de la sociedad estadunidense apuesta a una victoria de Obama para darle vuelta a la página de desolación, de miedo al terrorismo y de pánico a las invasiones de Estados Unidos con potenciales a desatar una nueva guerra mundial Y del mismo modo, la comunidad mundial tiene también en mente el hecho de que la sociedad estadunidense es extremadamente impredecible y aún no puede quitarse de encima los prejuicios raciales.
En las elecciones presidenciales de 2000, la mayoría de los estadunidenses que participaron en los comicios coincidió en que Bush no tenía la capacidad para ser presidente de su país y por eso voto a favor del entonces candidato demócrata Al Gore, pero la razón y la lógica fueron eliminadas por una intervención de la Corte Suprema de Justicia que manchó de dudas y le impuso la sombra de ilegitimidad a la Casa Blanca.
Cuatro años después, en las elecciones de 2004, nuevamente el mundo entero gritaba a los cuatro vientos que Bush era un mal para su país y para el planeta, pero sorprendentemente y, tal vez, atemorizados por la práctica de la Casa Blanca de generar e implantar pánico en la sociedad con amenazas terroristas que nunca pudieron comprobarse, la mayoría -aunque mínima-- de los votantes estadunidenses optó por la reelección de Bush, por encima de la candidatura del demócrata John Kerry. Se equivocaron y ahora lo saben, por lo cual ya ni siquiera tiene sentido recordarles a los estadunidenses: "Se los advertimos".
Con una crisis económica y una debacle financiera que ha devastado al bolsillo de los estadunidenses y que, incluso, llevó a Bush a aplicar medidas socialistas como la nacionalización parcial de la banca privada (con parte del paquete de 700 mil millones de dólares para el rescate financiero), los votantes estadunidenses, por lógica, no tendrían otra opción más que elegir al candidato del cambio, razón por la que, según el resultado de las encuestas de la tendencia electoral, favorecen a Obama.
Un triunfo de McCain sería irracional, aunque no contrario al sentimiento racista que aún se percibe y se palpa en un enorme sector de la población estadunidense afiliada al Partido Republicano. Lo único seguro es que este martes 4 de noviembre se agregará un nuevo capítulo a la historia de Estados Unidos y será definido por una victoria racista a favor de McCain, o por un triunfo racional de Obama.
El mundo entero está pendiente de la elección estadunidense por dos factores: la posibilidad de triunfo de Obama y la felicidad que daría a la mayoría de los países del planeta el ver eliminados de Washington los vestigios de la presidencia imperialista, arrogante, belicosa y unilateralista que impuso George W. Bush desde enero de 2001.
Una victoria electoral de John McCain, el candidato presidencial del Partido Republicano, es considerada por una enorme mayoría de los votantes estadunidenses como la continuidad, en los próximos cuatro años, de la doctrina Bush. Para el resto del mundo la eventual derrota de Obama tendría otras connotaciones:
A la victoria de McCain se la canalizaría como un triunfo racista y la sociedad estadunidense quedaría ante el mundo como una población conservadora, arrogante y manipulada por las políticas y razones extremistas de Bush, quien después de unir a todo el planeta tras los ataques terroristas del martes 11 de septiembre por razones humanitarias, siete años después logró fragmentar al mundo entero y consiguió que aumentaran los enemigos de Estados Unidos enmarcados en los movimientos e ideologías del radicalismo islámico y la práctica del terrorismo puro.
Las encuestas sobre la tendencia electoral, previas a los comicios del 4 de noviembre, sostienen sin empacho que la sociedad estadunidense quiere un cambio y dar vuelta a la página del ostracismo que impuso Bush con su presidencia imperial y bélica. De ahí que Obama esté posicionado como el gran favorito para ganar la elección.
McCain promete y asegura que él no dará continuidad a las políticas de Bush, y es posible que lo haga en algunos aspectos pero está claro que no puede, aunque quiera, desligarse del conservadurismo falso que impera en la ideología republicana.
Un ejemplo de que McCain se ajustaría a las políticas conservadoras de su partido, es su renuencia a buscar una reforma migratoria integral para resolver el problema del estatus de residencia de entre 11 y 12 millones de inmigrantes indocumentados.
Antes de convertirse en el candidato presidencial, McCain era el defensor y promotor más intrépido de la reforma migratoria integral en el Congreso federal estadunidense.
Otro caso de las falsas promesas de McCain de deslindarse de la doctrina de Bush es la amenaza que como candidato presidencial ya lanzó contra Rusia, tras la decisión de este país de invadir a Georgia por la disputa de Osetia del Sur.
McCain propone ofrecer respaldo militar a Georgia por la invasión injustificada de Rusia. Al candidato presidencial republicano ya se le olvidó que Estados Unidos invadió e injustificadamente a Irak en marzo de 2003.
No hay duda que el mundo entero y el sector más razonable de la sociedad estadunidense apuesta a una victoria de Obama para darle vuelta a la página de desolación, de miedo al terrorismo y de pánico a las invasiones de Estados Unidos con potenciales a desatar una nueva guerra mundial Y del mismo modo, la comunidad mundial tiene también en mente el hecho de que la sociedad estadunidense es extremadamente impredecible y aún no puede quitarse de encima los prejuicios raciales.
En las elecciones presidenciales de 2000, la mayoría de los estadunidenses que participaron en los comicios coincidió en que Bush no tenía la capacidad para ser presidente de su país y por eso voto a favor del entonces candidato demócrata Al Gore, pero la razón y la lógica fueron eliminadas por una intervención de la Corte Suprema de Justicia que manchó de dudas y le impuso la sombra de ilegitimidad a la Casa Blanca.
Cuatro años después, en las elecciones de 2004, nuevamente el mundo entero gritaba a los cuatro vientos que Bush era un mal para su país y para el planeta, pero sorprendentemente y, tal vez, atemorizados por la práctica de la Casa Blanca de generar e implantar pánico en la sociedad con amenazas terroristas que nunca pudieron comprobarse, la mayoría -aunque mínima-- de los votantes estadunidenses optó por la reelección de Bush, por encima de la candidatura del demócrata John Kerry. Se equivocaron y ahora lo saben, por lo cual ya ni siquiera tiene sentido recordarles a los estadunidenses: "Se los advertimos".
Con una crisis económica y una debacle financiera que ha devastado al bolsillo de los estadunidenses y que, incluso, llevó a Bush a aplicar medidas socialistas como la nacionalización parcial de la banca privada (con parte del paquete de 700 mil millones de dólares para el rescate financiero), los votantes estadunidenses, por lógica, no tendrían otra opción más que elegir al candidato del cambio, razón por la que, según el resultado de las encuestas de la tendencia electoral, favorecen a Obama.
Un triunfo de McCain sería irracional, aunque no contrario al sentimiento racista que aún se percibe y se palpa en un enorme sector de la población estadunidense afiliada al Partido Republicano. Lo único seguro es que este martes 4 de noviembre se agregará un nuevo capítulo a la historia de Estados Unidos y será definido por una victoria racista a favor de McCain, o por un triunfo racional de Obama.
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