El
legado de Coubertin/Jacques Rogge es presidente del Comité Olímpico Internacional desde el año 2001.
El
Mundo | 1 de enero de 2013
Como
mucha gente, creo que el día de Año Nuevo es un momento muy propicio para
reflexionar sobre el pasado y, al mismo tiempo, mirar al futuro.
Y eso
es especialmente cierto hoy, puesto que mañana, 1 de enero de 2013, celebramos
el 150º aniversario del nacimiento del fundador de los Juegos Olímpicos
modernos, Pierre de Coubertin.
La
divisa personal de Coubertin era «mirar lo lejos, hablar con franqueza y actuar
con firmeza», pero ni siquiera él hubiera podido prever que su visión de los
Juegos daría lugar a uno de los acontecimientos culturales más significativos
de la historia, ni que afectaría, de una forma u otra, a miles de millones de
personas en todo el mundo y llegaría a casi todos los hogares del planeta.
Evidentemente,
estaría gratamente sorprendido si supiera que, 118 años después de crear el
Comité Olímpico Internacional (COI), el movimiento olímpico es más fuerte que
nunca. Y podemos suponer que se quedaría asombrado con todo lo ocurrido en
2012.
El año
pasado, Londres organizó unos Juegos que, sin lugar a dudas, quedarán en
nuestra memoria como unos de los mejores Juegos Olímpicos de todos los tiempos.
Los de la Juventud siguieron echando raíces y creciendo, con la exitosa primera
edición de Invierno en Innsbruck (Austria). Se alcanzaron objetivos muy
importantes en relación con la participación de las mujeres en el deporte o la
planificación medioambiental y del legado, entre otros. Se siguieron adoptando
y mejorando iniciativas destinadas a difundir los valores olímpicos,
especialmente aquellas que se emprendieron en colaboración con las Naciones
Unidas con el objetivo de utilizar el deporte como herramienta para el
desarrollo. Reforzamos y ampliamos nuestros esfuerzos por proteger la
integridad del deporte. Y, a pesar de la peor recesión económica mundial de los
últimos 60 años, la situación financiera del COI nunca había sido tan sólida.
Mientras
saboreamos las mieles de un año olímpico tan destacado, es fácil olvidar la
tarea titánica que tuvo que llevar a cabo Coubertin para resucitar, casi sin
ayuda, los Juegos Olímpicos a finales del siglo XIX.
Coubertin
sostenía que el deporte organizado no solo reforzaba el cuerpo, la mente y la
voluntad, sino que también promovía la universalidad y el juego limpio, algo
comúnmente aceptado en la actualidad. Pero, en aquella época, la mayoría de la
gente consideraba que el deporte era una ocupación frívola y que, en realidad,
resultaba perjudicial para el aprendizaje y el intelecto. Por eso, sus demandas
para que se reinstauraran los Juegos eran recibidas con indiferencia o con
resistencia. Más tarde, Coubertin reconoció que muchos pensaban que su idea era
«un sueño y una quimera».
Pero,
frente a todas las dificultades, Coubertin no perdió la determinación y dedicó
gran parte de su tiempo, trabajo y fortuna personal a intentar inyectar nueva
vida a los Juegos Olímpicos de la Antigüedad. Y no lo hizo en su propio
beneficio, sino para el bien de la humanidad, puesto que estaba convencido de
que el deporte inspiraba importantes valores como los de excelencia, amistad y
respeto.
Dotado
de un intelecto y una certitud moral considerables, así como de una fortaleza
todavía mayor, poco a poco se fue ganando el apoyo y la confianza de un
pequeño, pero creciente, grupo de personas con ideas afines. En un lapso de
tiempo sorprendentemente corto, esas mismas personas se convertieron en los
miembros fundadores del COI, en 1894. Dos años después, Atenas celebró los
primeros Juegos Olímpicos de la era moderna.
Coubertin
fue el segundo presidente del COI y el que ocupó más tiempo la presidencia
(1896-1925). Cuando abandonó el cargo, dedicó gran parte de su vida a
garantizar la continuidad de los Juegos y la pureza de las competiciones. A lo
largo de su existencia, el movimiento olímpico tuvo que hacer frente a diversas
perturbaciones, pero consiguió sobrevivir gracias a Coubertin, que ha dejado
una herencia de la que aún se benefician miles de millones de personas.
Además
de los Juegos Olímpicos, le debemos los anillos olímpicos (uno de los símbolos
más reconocibles del mundo), las ceremonias de apertura y clausura, el
juramento de los atletas y el Museo Olímpico, por citar solo algunos de sus
legados. Pero, sin duda, lo que ha influido más profundamente en el movimiento
olímpico es la Carta Olímpica redactada por Coubertin, que contiene los valores
olímpicos.
Es esta
Carta Olímpica la que nos diferencia de otras organizaciones deportivas. La
misión del COI no es únicamente celebrar una competición deportiva cada dos
años. Nuestro mandato consiste en poner el deporte al servicio de la humanidad
y asegurarnos de que las competiciones aprovechan lo mejor de nuestra sociedad
y contrarrestan lo negativo. Los valores olímpicos siguen siendo el hilo
conductor de nuestras actividades.
¿Se
sentiría Coubertin satisfecho con todo lo que ha ocurrido desde su muerte en
1937? Claro que no. Hemos tenido que salvar muchos obstáculos, pero gracias a
la guía moral y ética que constituye la Carta Olímpica hemos podido superar los
momentos difíciles. Una cosa es segura: Coubertin estaría encantado de ver que
sus principales ideales han perdurado. Incluso se podría decir que estos son
hoy más pertinentes que nunca.
Y no me
quedo corto si afirmo que todo lo que admiramos sobre el Olimpismo en 2012 no
hubiera sido posible sin Pierre de Coubertin. Ahora nos toca a nosotros
garantizar la pertinencia, la viabilidad y la pureza de los Juegos durante los
próximos 118 años, como mínimo.
Coubertin
se entregó por completo a esta causa. En este día de Año Nuevo, todo el
movimiento olímpico se quita el sombrero ante el hombre que lo empezó todo.
¡Feliz
150º cumpleaños!
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