El
imperativo de llenar el vacío de liderazgo global/ Yoon Young-kwan, former Minister of Foreign Affairs of the Republic of Korea, is currently Professor of International Relations at Seoul National University and a visiting scholar at the Free University of Berlin and the Stiftung Wissenschaft und Politik (German Institute for International and Security Affairs).
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.
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Syndicate |1 de octubre de 2013
¿Ha
entrado el mundo en una nueva era de caos? La política vacilante de Estados
Unidos hacia Siria ciertamente así lo sugiere. En efecto, el amargo legado de
las invasiones de Irak y Afganistán, seguido por la crisis financiera de 2008,
ha hecho que no solo se vuelva reacio a utilizar su poder militar, incluso
cuando se cruzan “líneas rojas”, sino también poco dispuesto a asumir ninguna
carga importante para mantener su posición de hegemonía global. Si ya no está
dispuesto a hacerlo, ¿quién tomará su lugar?
Los
gobernantes de China han demostrado su falta de interés en un liderazgo mundial
activo al rechazar abiertamente las llamadas a convertirse en un “participante
responsable” en los sistemas políticos y económicos internacionales. Mientras
tanto, si bien Rusia puede mantener la ilusión de que es una potencia mundial,
últimamente parece interesada más que nada en frustrar a Estados Unidos siempre
que sea posible, incluso si eso va en contra de sus propios intereses en el largo
plazo. Y Europa se enfrenta a demasiados problemas internos para asumir un
liderazgo importante en los asuntos mundiales.
Como
era de esperar, esta situación ha socavado gravemente la eficacia de las
instituciones internacionales: baste como ejemplo la ineficacia de la respuesta
del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a la crisis de Siria y el
fracaso de la actual ronda de negociaciones comerciales de la Organización
Mundial del Comercio (OMC). La situación se asemeja a la década de 1930,
cuando, como señalara el historiador económico Charles P. Kindleberger, el
vacío de liderazgo llevó a una subproducción de bienes públicos a nivel global,
con lo que se profundizó la Gran Depresión.
En
estas circunstancias, EE.UU. y China (los únicos candidatos viables para el
liderazgo mundial) tienen que alcanzar un gran acuerdo que concilie sus
intereses fundamentales y, a su vez, les permita actuar en conjunto para
proveer y proteger los bienes públicos globales. Solamente mediante la
estabilización de la relación bilateral entre estas dos potencias se puede
lograr un sistema global en que se sustenten la paz y la prosperidad comunes.
Un
compromiso de esta índole debe comenzar con un esfuerzo concertado de EE.UU.
para dar mayor protagonismo a China en las instituciones económicas
internacionales, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la
OMC. Si bien la designación de Zhu Min, miembro del banco central chino, como
Subdirector Gerente del FMI es un paso positivo, tras ello no han venido otros
nombramientos o pasos que aumenten la influencia china.
Por
otra parte, se debe incluir a China en el Acuerdo Transpacífico, la zona de
libre comercio panasiática que EE.UU. está negociando con Australia, Brunei
Darussalam, Chile, Malasia, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam. La
división de la región de Asia-Pacífico en dos bloques económicos (uno centrado
en China y el otro alrededor de EE.UU.) no hará más que aumentar la
desconfianza y fomentar las tensiones económicas.
De
hecho, como el ex consejero de Seguridad Nacional de EE.UU. Zbigniew Brzezinski
argumentara en junio en el Foro Mundial por la Paz en Beijing, lo que el mundo
realmente necesita es una asociación económica integral entre EE.UU. y China.
Pero esta cooperación no será posible a menos que EE.UU. reconozca a China como
un socio a su misma altura, y no sólo en la retórica.
Dado
que EE.UU. aventaja a China de manera significativa en el ámbito militar,
podría apoyar una asociación de este tipo sin incurrir en riesgos de seguridad
importantes. La ironía es que la superioridad militar puede socavar la voluntad
de los líderes estadounidenses para hacer los tipos de concesiones,
especialmente en cuanto a seguridad, que requeriría una asociación de igual a
igual. En todo caso, incluso así se podrían hacer los ajustes necesarios sin
poner en peligro tales intereses.
Piénsese
en la venta de armas estadounidenses a Taiwán. Dado el grado de cooperación
entre China y Taiwán en la actualidad, es poco probable que su reducción ponga
en peligro a la isla, y con ello se contribuiría de manera sustancial a la
creación de confianza entre EE.UU. y China. La pregunta es si un presidente de
EE.UU., sea republicano o demócrata, estaría dispuesto a correr el riesgo de
enajenar a quienes todavía ven a Taiwán a través del lente de su conflicto con
la República Popular.
El
quid pro quo para estos cambios en la política de EE.UU. sería un compromiso
por parte de China de respetar y defender un conjunto de normas, principios e
instituciones internacionales que se han creado en gran parte sin su
participación. Teniendo en cuenta que el rápido crecimiento del PIB de China
desde 1979 no habría sido posible sin los esfuerzos de Estados Unidos por crear
un orden mundial abierto, aceptar esta condición no debería resultar un trago
demasiado amargo para los líderes chinos.
Sin
duda, la política exterior cada vez más firme de China desde 2009 podría
indicar que, a pesar de las ventajas universales que implicaría un liderazgo
sino-estadounidense, sus dirigentes no habrían de tener mucha voluntad de
comprometerse a hacer cumplir el orden global existente. Pero la creciente
sensación de que esta nueva asertividad ha fracasado, aumentando la ansiedad
entre los vecinos de China y el peso estratégico de Estados Unidos en Asia,
probablemente signifique que se los pueda convencer de la necesidad de
replantear su relación con EE.UU. La principal prueba de esto será si China
está dispuesta a aceptar el status quo en sus Mares Meridional y Oriental.
Los
pesimistas citan con frecuencia las guerras acaecidas tras el ascenso de la
Alemania imperial como un paralelo histórico con la relación
sino-estadounidense de hoy. Pero un mejor ejemplo (en el que una potencia
hegemónica mundial da espacio a una potencia emergente) podría ser la
aceptación del ascenso de Estados Unidos por parte del Reino Unido. Cuando los
líderes chinos definan el papel global del país, deberían tener en cuenta el
éxito del enfoque del Reino Unido y el fracaso de la arrogante diplomacia de la
Alemania imperial.
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