¿Cuántas personas mató, José?
He estado involucrado en 100 o 200 muertes.
"Matar
era mi chamba y la hice con pasión”
Milenio Diario, 2 OCTUBRE 2013;
ENTREVISTA POR VÍCTOR HUGO MICHEL
José
Enrique Jiménez, el sicario del cártel de Juárez que quiso ser
"marine", participó en 200 crímenes; hoy, en prisión, dice que siente
remordimientos.
México
• Buenas tardes”, me dijo el diablo que solía llevar una Pietro Beretta de
cacha de oro al cinto.
Asesinó
a cientos de personas, pero extrañamente eso no le ha quitado lo cortés. Cuando
extiende la mano para saludar, sonríe y da un apretón firme, con una palma
callosa, voluminosa, una manaza que ha jalado del gatillo en incontables
ocasiones y que transmite una ligera corriente eléctrica. Destaca su sonrisa:
blanca, de encías rosas y dientes alineados, con unos incisivos afilados, de
zorro.
De su
rostro, redondo e infantil, no escapa casi emoción alguna más que una tenue
curiosidad, aunque en un breve temblor de los ojos color miel es posible notar
un atisbo de crueldad, un vistazo detrás de esta máscara de civilidad que trae
puesta para la entrevista, llevada a cabo en un pasillo de una prisión de
máxima seguridad de Chihuahua.
—¿Tuvieron
buen viaje? —pregunta José Enrique Jiménez, uno de los sicarios más prolíficos
en la historia del país y al que se conoce mejor por su apodo: El Wicked,
nombre de guerra que bien podría traducirse como el torcido o el malvado. Un
hombre que bajo toda aritmética fue la máquina de matar más brutal que haya
visto Chihuahua y, probablemente, México.
Las
cifras de sus crímenes, lo que él define como su trabajo, permanecen ocultas
entre la neblina de la droga la mayor parte del tiempo. Pero bajo su propio
cálculo, participó de forma directa en la muerte de 150 o 200 personas en
Ciudad Juárez y Chihuahua en la última década, lo que le haría uno de los
mayores multihomicidas en la llamada guerra del narco.
Hasta
su detención, en 2012, Jiménez fue sicario de profesión, una tarea que ejerció
fría y eficientemente a lo largo de la década pasada. Durante esta etapa, la
más violenta en Chihuahua, llegó a comandar a las “fuerzas de limpieza” de Los
Aztecas y el cártel de Juárez, un eufemismo para referirse al grupo de asesinos
encargado de eliminar periodistas, activistas, narcotraficantes y, en general,
cualquier persona que se interpusiera en su camino.
Su
salto a las primeras planas vino tras asesinar a la activista Marisela
Escobedo, madre de Marisol Frayre, además de masacrar a 14 personas en un bar
de Chihuahua, delitos por los que alcanzó la cadena perpetua.
Hoy ha
aceptado a conversar una hora. Sesenta minutos para hurgar en su mente y tratar
de entender un lado poco explorado de la historia reciente del país: la de los
hombres que por un sueldo —y la adrenalina de una vida fuera de la ley— se
rentaron a los cárteles como gatillos a sueldo.
Es una
entrevista para el equipo de MILENIO con un hombre que llegó a administrar a
una docena de matones en Juárez y que dice haber asesinado sin remordimiento,
pero con pasión, “porque esa era su chamba y la chamba se hace con entrega”. Un
muchacho que jugó de fullback en un equipo de El Paso y que soñó con ser marine
de Estados Unidos, pero que usó su don de mando para una tarea mucho más
siniestra: convertirse en una herramienta de precisión del cártel de Juárez.
“Hubiera
sido un buen soldado”, dice este asesino, cuya arma favorita era una Beretta
con cacha especial. Después de varias preguntas, admitirá algo que le pinta de
cuerpo: se llegó a considerar un especialista en el negocio de la muerte.
¿Cuál
es su primer recuerdo?
Mi
infancia no fue grata. Fueron muchas malas experiencias de niño. Yo estaba en
quinto grado cuando vi a mi hermano, el más grande, quitarle la vida a un
padrastro. Fue desde quinto grado cuando comenzaron los problemas en casa,
parrandas, drogas, violencia doméstica…
¿Su
padre le pegaba su madre?
Hubo
problemas de esos en mi hogar, pues se separaron. De ahí solo vi puros
padrastros, novios. Mi hogar no fue muy grato, no son recuerdos muy gratos.
Ver a
su madre con novios, ¿le afectaba?
Me molestaba
que la trataran bien… (Hace una pausa y se reacomoda en su asiento). Creo que
lo dije mal. Me molestaba que la trataran mal. No fue fácil empezar a ver a mi
mamá con otros hombres, también en tu vida, cuando todavía tienes a tu padre y
es la persona que consideras únicamente tu padre.
¿Qué
cosas quería tener de niño?
Siempre
quise tener los juguetes que tenían otros niños, juguetes que salían en la
tele. Lo quería tener todo, pero no había forma.
¿Qué
necesitó desde niño para que no hubiera sucedido lo que sucedió cuando creció?
Homicidios, droga, trabajar como sicario…
De
hecho a mí no me faltó nada. Crecí en Estados Unidos y siempre tuve la
oportunidad de estudiar, ahí son gratuitos los estudios; si llegas a la
Universidad nunca faltan planes o alguien que te ayude a seguir tus estudios.
Siempre hubo alguien que me diera ese push para seguir adelante. A mí no me
faltó nada: simplemente no tomé decisiones correctas.
Tiene
un tatuaje del subcomandante Marcos. ¿Qué representa?
Para mí
Marcos representa la imagen de querer ayudar a la gente, de sacar un pueblo
adelante. Pero mi tatuaje no tiene un significado, me gusta su historia, pero
no tiene nada que ver con mi vida ni con lo que llegué a hacer.
¿Qué es
para usted la maldad?
La
maldad… (Toma un respiro. Mueve las manos. Ha comenzado a sudar profusamente).
De lo bueno y lo malo. Para mí algo bueno es vivir una vida sana, pasar
momentos con la familia. Lo malo es matar, para mí lo malo es todo lo que está
pasando aquí, toda la corrupción.
Cuando
usted mataba, ¿sabía que estaba haciendo algo malo?
Sí, lo
sabía. Siempre he sabido la diferencia entre lo bueno y lo malo, siempre he
creído en Dios, no tengo religión, pero he creído en Dios, he leído la Biblia y
sé cuándo he hecho algo mal.
¿Nunca
hubo una voz que le dijera que lo que estaba haciendo era matar a otra persona?
No. En
el momento no, pero hubo momentos en los que estuve solo y me puse a pensar.
Nunca hubo voces, pero en mi conciencia sí. Varias veces me llegué a preguntar
hasta dónde iba a llegar. Yo sabía que todo eso iba a tener consecuencias
malas, siempre lo supe.
Háblenos
de su primer asesinato.
No
pues, de verdad, las cosas que hice no me gusta platicarlas mucho. He llegado a
dejar todo eso atrás. No me gusta acordarme. Me trae remordimientos. He llegado
a pensar en las familias a las que dañé, por esa razón no me gusta mucho hablar
de eso.
¿Alguna
vez hizo una diferencia entre sus víctimas? ¿Entre mujeres, niños, hombres?
No.
Nunca hice eso. Yo podría decir que para ustedes ser reporteros y venirme a
entrevistar es un trabajo. Para mí, desgraciadamente, hasta con vergüenza se
los digo, para mí matar a alguien era algo normal, era mi trabajo. A mí me
decían quién era (la víctima) y en ese momento no me ponía a pensar si tenía
hijos ni a quién iba a dañar. En ese momento no sentía remordimiento. Mentiría
si dijera que cada vez que iba a matar sentía de remordimiento.
¿Alguna
vez vio el resultado de ese trabajo, como le llama?
(Respira
hondo.) Sí. Llegué a ver las noticias. Llegué a ver familias, casos en los que
había estado involucrado. Sí, vi a familias llorando en la tele, y sí, en el
momento no me gustaba ver eso, porque sabía que tenía que pagar un precio y
tendría que rendirle cuentas a Dios algún día. Es mentira que todos los que se
dedican a esto anden muy a gusto. Puedes tener todo el dinero del mundo, podrás
tener todo el poder, tienes ahí a tu esposa y a tus niños, pero cuando llegas a
tu casa te vas a acordar que algún día vas estar solo y los vas a perder.
¿Cómo
no sentir el dolor que estaba causando a otras personas?
¿Para
no sentir? Pienso que parte de estar drogado allá afuera fue lo que me ayudó a
no sentir nada.
¿Platicaba
con sus compañeros de ese trabajo que estaban haciendo, compartían
experiencias?
Sí, es
nuestra vida. Como ustedes, que llegan a un restaurante, comentan de esta
entrevista, de cómo les pareció. Nosotros llegamos así, llegamos a una casa o a
un restaurante y hablamos del trabajo que hacemos.
¿Cuántas
personas mató, José?
He
estado involucrado en 100 o 200 muertes.
¿Conocía
a Sergio Barraza?
Personalmente,
no.
¿Fue
una orden que le dio: asesinar a Marisela Escobedo?
No, no
fue una orden que Barraza dio. Nunca lo conocí. Sé quién es y lo he visto en la
tele, pero nunca tuve contacto con él. Los medios quieren ligar mi caso con lo
de él, pero nunca hubo nada con Sergio Barraza.
Cuando
usted ve en la televisión la lucha de Marisela para buscar al asesino de su
hija, ¿qué pensaba?
Pues me
pareció bien que estuviera haciendo eso. Nunca pensé que iba a estar
involucrado con la muerte de Marisela Escobedo. Hubo un momento en el que dije
que ya hacía mucho ruido esta señora, ‘ya que se calle’. Pero no tuvo que ver
eso con que yo le haya quitado la vida.
¿Cómo
era un día normal?
Era
levantarme muy temprano. Dar órdenes. Siempre hubo mucho estrés, nerviosismo,
inquietud. Nunca fueron tiempos para relajarme. Llegué a estar con mi familia
comiendo y nunca lo disfruté. Siempre era estar con el teléfono y el radio.
Fueron días muy rápidos y muy bruscos.
Entre
sicarios, ¿platicaban que perdían compañeros a diario?
Sí.
Llegué a perder muchos compañeros. Buenos amigos. Casi hermanos y los perdí en
esto del crimen organizado, en esta mentada guerra, ridícula pienso yo. He
visto a sus familias llorar, a sus hijos viendo cómo los entierran, he estado
en los funerales.
¿Le
emocionaba su trabajo?
No
mucho como para emocionarme, pero sí me entregaba mi trabajo. Así como ustedes
se entregan a su trabajo, yo me entregaba al mío. Sí me apasionaba…
¿Por
qué le apasionaba?
Me
entregaba a él como todo. Sí me gustaba. En su momento era lo que me gustaba;
pienso que por eso estaba ahí, les mentiría si les dijera que no.
¿Tuvo
algún aprendiz?
Sí. A
un muchacho…
¿Y
dónde está ese joven?
Muerto.
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