¿Qué
hay detrás del episodio de los aviones rusos?
Revista Semana, 9 de noviembre de 2013
El
presidente ruso, Vladimir Putin, ha encontrado en el presidente de Nicaragua,
Daniel Ortega, así como en el venezolano Nicolás Maduro, dos buenos aliados
para aterrizar en América Latina con su doctrina de recuperar el prestigio
mundial de Rusia.
La
escena parecía sacada de una película de alto costo en Estados Unidos. Dos
aviones supersónicos rusos surcan el cielo colombiano sin permiso. Son los
bombarderos más grandes del mundo. Cada uno puede cargar hasta 12 ojivas
nucleares. En Rusia les dicen los cisnes blancos y en los códigos de la
Otan se les conoce como los Black Jack.
Es
el viernes primero de noviembre, van de regreso al aeropuerto de Maiquetía en
Caracas procedentes de Managua y es la segunda vez que violan el espacio aéreo
colombiano. Dos días antes, el miércoles 28, cuando hacían la ruta Caracas-Managua,
también lo hicieron.
En
esa oportunidad, los radares de San Andrés detectaron la maniobra, les llamaron
la atención y los aviones, en un gesto de obediencia, tomaron un ligero desvío.
Los agentes de Colombia se comunicaron con el agregado militar de la embajada
de Rusia en Bogotá para pedirle explicaciones por lo ocurrido y él, palabras
más palabras menos, les respondió “yo no sé nada”.
Por
eso, cuando el viernes se repite la dosis en la ruta de regreso, un avión de
inteligencia los detecta, y automáticamente dos Kfir despegan de la base de
Palanquero, ubicada en Puerto Salgar, Cundinamarca, y en cuestión de minutos se
ubican ala con ala al lado de cada uno de los gigantes rusos y así los
acompañan hasta que salen del espacio aéreo del país.
Esa
imagen es inédita en Colombia. Nunca antes, un avión colombiano había tenido
que proceder así con una aeronave militar de otro país. Y menos de una potencia
mundial recargada como es hoy Rusia. La diferencia entre los aviones era
evidente: mientras los Tupolev rusos miden 54 metros de largo y la envergadura
de las alas es de 56 metros, las medidas de los Kfir colombianos son 16 y 8
metros respectivamente.
Sin
embargo, en ese pulso de David contra Goliat, el procedimiento seguido por la
Fuerza Aérea Colombiana fue impecable: tanto desde el punto de vista militar
como diplomático.
El
episodio, a primera vista, podría no ser más que una anécdota. El país se
enteró cuatro días después cuando Caracol Radio dio la noticia. El presidente
Juan Manuel Santos explicó que la Cancillería había ya enviado una nota
diplomática a Rusia. Y el Ministerio de Defensa ruso contestó que “todos los
vuelos de la Fuerza Aérea se llevan a cabo en conformidad con las normas
internacionales”.
Sin
embargo, hubo quienes reaccionaron airados. “Nos están midiendo el aceite. Esto
es un acto de provocación de los rusos. Debemos estar alerta”, dijo el general
Héctor Fabio Velasco, excomandante de la Fuerza Aérea. Y el senador y hasta
hace poco presidente del Congreso Roy Barreras, en una salida folclórica pidió,
a la próxima, tumbar los aviones. “Hay que advertirle claramente al gobierno
ruso que si vuelven a pasar aviones de guerra sin permiso serán derribados”.
No
hay que sobredimensionar lo ocurrido. De hecho, cuando estos Black Jack pasaron
por Noruega también fueron escoltados por dos F-16. Y hace apenas dos meses
Japón se quejó también de que otros dos bombarderos rusos (Tu-95) violaron su
espacio aéreo, pero se salieron cuando vieron venir dos aviones de guerra F-2.
Dicho
esto, si bien el episodio en sí mismo puede parecer menor, no quiere decir que
no tenga un enorme significado sobre lo que está pasando en términos
geoestratégicos y militares en América Latina.
Lo
primero que hay que preguntar es si el sobrevuelo se dio sobre el espacio aéreo
que le corresponde a Colombia, según el fallo de la Corte de Justicia de La
Haya o sobre el que ganó Nicaragua. El comandante de la FAC, general Guillermo
León, con pruebas de las trazas en mano no deja lugar a dudas: los Tupolev
pasaron a 60 millas de las costas de Santa Marta (ver gráfico) sobre el
territorio colombiano.
Entonces,
¿pudo haber sido un error? ¿Tal vez mandaron una solicitud de permiso y se
traspapeló?
El
error está descartado. Primero, no se trata del primer sobrevuelo de aviones
militares o de Estado de Rusia en la ruta Venezuela-Nicaragua. En este año los
rusos han pedido cinco permisos, sobre todo para el paso de aviones militares
de transporte en la misma ruta. De hecho, en octubre se le dio permiso a un Antonov
124, un avión que puede transportar hasta 140 toneladas de carga. ¿Por qué
todas esas veces pidieron el permiso y se lo dieron y esta vez no?
Segundo,
en el trayecto Managua-Caracas, los dos Tupolev-160 apagaron el transponder, un
aparato que tienen todos los aviones, encargado de emitir las señales para que
los radares lo detecten y se pueda conducir el tráfico aéreo. Esa acción no es
bien vista en la etiqueta aérea. Es lo que hacen las avionetas del narcotráfico
para evitar ser detectadas.
Tercero,
el agregado militar ruso ya había sido informado de la anomalía, el miércoles,
y por eso habría podido corregirla, solicitando el permiso, para el trayecto de
regreso del viernes. Pero no lo hizo. ¿Por qué?
Y
cuarto, según pudo establecer SEMANA con fuentes militares, cuando el avión de
inteligencia de Colombia detectó las dos aeronaves rusas, estas intentaron
hacer maniobras de evasión.
Si
se suma una cosa con la otra es evidente que por decir lo menos hubo un
desinterés de Rusia por cumplir el protocolo con Colombia. ¿Por qué lo hace?
¿Por qué estas acciones que parecen deliberadas?
Para
nadie es un secreto que Rusia está de regreso en lo que otrora era el ‘patio
trasero’ de Estados Unidos. No había vuelto a poner los ojos en esta región
desde diciembre de 1991, cuando colapsó la Unión Soviética y se declaró su
derrota en la Guerra Fría.
Ese
regreso ha tenido dos momentos visibles para la opinión pública (uno en 2008 y
ahora el de 2013) que llaman la atención porque son muy parecidos. En ambos los
rusos hicieron una demostración de fuerza trayendo lo mejor de su flota de
aviones y de barcos de guerra: dos aviones Tupolev, en ambas ocasiones, y el
crucero militar Pedro el grande, en 2008, y su buque insignia en el mar Negro,
el Moscú, en 2013.
La
única diferencia en el performance es que en 2008 el único puerto de llegada
fue Venezuela, mientras que este año, Caracas fue la escala y el destino final
fue Nicaragua.
Hay
dos hipótesis sobre qué hay detrás de esa nueva avanzada rusa. La primera es
que Rusia busca abrir mercados. De por medio hay un jugoso negocio de venta de
juguetes militares a Venezuela. En agosto del año pasado Hugo Chávez pidió
adicionar su presupuesto para ese fin y el ministro de Defensa, Henry Rangel
Silva, explicó que aprobaron “4.000 millones de dólares en el convenio
técnico-militar con Rusia”.
Curiosamente,
ese ‘convenio técnico-militar’ que dio pie al negocio se firmó en 2008, durante
la visita del crucero Pedro el Grande. Y en agosto de este año, cuando vino el
buque insignia ruso, curiosamente también se dio a conocer que Nicaragua le
compró dos lanchas lanzamisiles a Rusia (a un costo de 45 millones de dólares
por unidad) y cuatro lanchas patrulleras Mirage.
¿Será
que la violación del espacio aéreo de los Tupolev rusos era una especie de
complicidad con los nicas? ¿Tal vez era un mensaje a Colombia, tras el fallo de
La Haya, de que si no se aplica el fallo Nicaragua también tiene aliados
estratégicos?
Más
allá del gran negocio que hace Rusia, la segunda hipótesis, es si se trata de
una alianza que de una manera u otra resucita ciertos rasgos de la Guerra Fría.
Vladimir Putin sueña, desde su llegada al Kremlin (2000), con devolverle a
Rusia su papel de gran potencia mundial. Y parece que lo está logrando. La
semana pasada, la revista Forbes lo eligió como la persona más poderosa del
planeta por encima del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y el
secretario general del Partido Comunista Chino, Xi Jinping.
Este
año le propinó dos sonoras derrotas a Estados Unidos: evitó el ataque a Siria y
fue clave en el escándalo Snowden, al proteger al hombre que reveló al mundo
que Washington chuza a gobernantes de países aliados como Alemania y Brasil.
En
esa misma línea se podría interpretar la incursión en América Latina. Rusia,
cuando salió de la región hace 20 años, tenía como único amigo a Cuba. Y ahora
cuando regresa, paradójicamente después de ser derrotado, encuentra un número
mucho mayor de países dispuestos a ser sus aliados.
Al
fin y al cabo, tanto Putin como la Venezuela de Chávez, la Nicaragua de Ortega
o la Bolivia de Evo forjaron su propia identidad en oposición a Estados Unidos.
Se podría reconfigurar de nuevo el tablero de ajedrez en América Latina: un
bando, bajo el paraguas de Estados Unidos, y los principios de la democracia,
los derechos civiles, las libertades políticas, la libertad de prensa y el
libre comercio, y el otro, en sintonía con Rusia y Venezuela.
Si
se hace un paralelo entre lo que ha sido la cooperación de Estados Unidos y
Colombia, y la que se ha dado en los últimos años entre Rusia y Nicaragua se
encuentran similitudes sorprendentes. Desde la reapertura de academias
militares rusas para la formación de oficiales nicas, hasta la instalación de
un centro regional de entrenamiento de lucha antidroga en Nicaragua, para el
cual se puso la primera piedra en marzo de 2013.
Pasando
por un acuerdo por 26,5 millones de dólares para la atención y mitigación de
desastres, la dotación y entrenamiento de personal para desactivar minas, la
donación a Nicaragua de más de 1.000 buses y taxis, así como miles de toneladas
de trigo y hospitales de campaña. Y en la visita de la semana pasada a Managua,
del secretario del Consejo de Seguridad ruso, Nikolai Patrushev, los dos países
firmaron un acuerdo de cooperación militar para aumentar la colaboración entre
los ejércitos y realizar “consultas permanentes” sobre temas de seguridad
internacional.
Una
tercera y última hipótesis tiene que ver con el canal interoceánico que el
presidente Daniel Ortega quiere construir. En julio pasado un columnista del
Wall Street Journal, Ilan Berman, hacía notar que esa podría ser una
explicación para que Rusia quisiera convertir a Nicaragua en su cabeza de playa
en América Latina.
Y
es cierto que, desde 2007, cuando Ortega retomó el poder, en cada encuentro con
los rusos, vuelve a poner sobre la mesa la idea del canal. Casi siempre la
respuesta de los rusos, al menos la que dan en público, es más diplomática que
concreta. En la más reciente visita, la semana pasada, el viceministro de
Relaciones Exteriores Serguei Kyabrov, “valoró la importancia que el proyecto
del Gran Canal tiene para la economía de Nicaragua, así como las grandes
potencialidades tecnológicas que tiene Rusia para participar en esa
iniciativa”, según informó la Cancillería de Nicaragua.
Si
bien, el canal nica tendría una importancia estratégica para cualquier
potencia, lo cierto es que no está nada claro su futuro. “En Nicaragua el tema
del canal está envuelto en una nebulosa de protagonismo populista,
inconstitucionalidad, improvisaciones, especulaciones, falsas expectativas y
venta de ilusiones”, le dijo a SEMANA el nicaragüense Roberto Cajina, experto
en temas de seguridad.
El
proyecto ha sido duramente criticado no solo porque Ortega le entregó a dedo a
un empresario chino este negocio calculado en 40.000 millones de dólares, sino
también porque las credenciales empresariales del chino, según informes de
agencias como AP, no son para nada como el presidente Ortega las ha pintado.
Con
canal o sin canal, sin duda Nicaragua se ha convertido en un aliado estratégico
de Rusia. Y eso es significativo para Colombia, en momentos en los que se
enfrenta a resolver si acata o no el fallo de la Corte Internacional de
Justicia que le dio un mordisco al territorio colombiano y se lo entregó a
Nicaragua.
¿Qué
tiene que ver el canal?
Hay
quienes creen que el canal interoceánico que quiere construir Daniel Ortega,
para el cual le dio la concesión de 50 años a un misterioso empresario chino,
Wang Jing, es una de las razones de la alianza con Rusia. Muchos conocedores
ponen en duda el futuro del canal.
http://www.semana.com/nacion/articulo/bombarderos-rusos-en-colombia-geopolitica/364069-3
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