Leopoldo
María Panero, maldito sea
El
autor de ‘Poemas del manicomio de Mondragón’ y ‘Así se fundó Carnaby Street’
muere a los 65 años tras una vida destilada en la escritura y la desmesura
JAVIER
RODRÍGUEZ MARCOS
El País, Madrid 7 MAR 201;
“No
tenía a nadie”. Así resumía hace unas horas el editor Antonio Huerga la soledad
en la que ha muerto Leopoldo María Panero a los 65 años. Lo decía para explicar
la incertidumbre sobre los restos del poeta: “¿Incinerarlo? ¿Enterrarlo? ¿Quién
decide? No tenía a nadie”. Tras la desaparición de su hermano Juan Luis en
septiembre pasado, la muerte de Leopoldo es el último capítulo de una convulsa
historia familiar llevada al cine por Jaime Chávarri y Ricardo Franco. Él decía
que prefería la película del segundo “por los colores”. Lo decía como lo decía
todo, con una salvaje ingenuidad llena de citas de poemas ajenos y propios,
teorías conspirativas, críticas a España, a la OTAN, a sus editores o a sus
compañeros en el psiquiátrico de Las Palmas, donde se había recluido
voluntariamente hace más de una década. Los elogios quedaban reservados para
sus colegas de generación: Gimferrer, Colinas o Ana María Moix, fallecida la
semana pasada.
“Vivo
dentro de la fantasía paranoica del fin del mundo y no solo no quiero salir de
ella sino que pretendo que los demás entren en ella. Todas mis palabras son la
misma que se inclina hacia muchos lados, la palabra FIN, la palabra que es el
silencio, dicha de muchos modos”. Así abría Panero su poética para Nueve
novísimos, la antología de Josep Maria Castellet que le señaló en 1970 como una
de las grandes promesas de la literatura por venir. Era el más joven de la
selección y dos años antes se había estrenado con Por el camino de Swan,
publicado en Málaga en 1968.
Repasar
su vida durante ese año inaugural permitiría hacerse una idea de quién era
Leopoldo María Panero, un poeta crucificado entre su propia desmesura y los
tópicos de loco oficial de la poesía española. 1968 fue el año de su primer
libro, de su primer intento de suicidio, de su ingreso en el Instituto
Frenopático de Barcelona y de su paso por la cárcel de Carabanchel después de
que lo detuvieran en Madrid junto a Eduardo Haro Ibars por consumo de marihuana
y le aplicaran la Ley de Vagos y Maleantes. También fue el año en que escribió
Así se fundó Carnaby Street. Publicado en 1970, ese libro contiene ya hecha (y
deshecha) la voz de un autor que escribía todo lo que se le ocurría y publicaba
todo lo que escribía. Cuando en 2001 Visor reunió su poesía completa hasta ese
momento -588 páginas, una veintena de títulos- Panero tenía ya tres libros más
en marcha en tres editoriales distintas. Uno de ellos Prueba de vida, una
“autobiografía de la muerte” cuyo maltrecho mecanoscrito original paseaba por
Las Palmas dentro de una bolsa de tela entre cintas de Los Chichos y antologías
de Emily Dickinson.
A
su muerte, Leopoldo María Panero ha dejado, al menos, un poemario inédito que
tal vez se titule La rosa enferma. Huerga y Fierro, su editorial de los últimos
años, pensaba publicarlo el próximo otoño. Entre tanto, el sello madrileño ha
emprendido la publicación de su obra título a título. De esa serie forman parte
poemarios como Teoría, Narciso en el acorde último de las flautas, Last River
Together, El último hombre, Poemas del manicomio de Mondragón, Contra España y
otros poemas no de amor o Locos. Irracionalismo, expresionismo, culturalismo y
hermetismo atraviesan una obra irreductible a una fórmula salida del cerebro de
un hombre irreductible, más fácil de tratar para los rockeros que para los
catedráticos.
El
desencanto, sus intervenciones en público y sus apariciones en la radio (La
ventana) o la televisión (Crónicas marcianas) quedarán para la leyenda del
penúltimo poeta oficialmente maldito. En la memoria de sus lectores -y son
muchos- quedarán los versos de “Deseo de ser piel roja”, “El loco mirando desde
la puerta del jardín” o “Ma mère”, dedicado “A mi desoladora madre, con esa
extraña mezcla de compasión y náusea que puede solo experimentar quien conoce
la causa, banal y sórdida, quizá, de tanto, tanto desastre”. Era en 1979. Ocho
años más tarde subtituló como “reivindicación de una hermosura” otro poema, “A
mi madre”, que termina: “y dicen que llueve por nosotros y que la nieve es
nuestra / y ahora que el poema expira / te digo como un niño, ven / he
construido una diadema / (sal al jardín y verás cómo la noche nos envuelve)”.
Poema
inédito
SCIAMMARELLA
En
cuanto a la tristeza como modo de venerar la libertad no libre del delirio
Diré
lo mismo de otra forma porque la repetición es un señuelo casi inteligente
Ciertamente
la mano polvorienta de un enano
Enseña
a los hombres un pez
Significando
la poesía
Que
se opone bastardamente a la verdad
Que
rumia aforismos en pie sobre las tumbas
Sobre
las que llora el ruiseñor
Como
una bruja significando el silencio
Con
un vaso de placenta enemiga de la verdad
La
poesía como un hombre enemigo del hombre
Azuzando
a sus perros
Para
que persigan la eternidad que venden los relojeros.
Del
poemario Rosa enferma, que publicará en otoño Huerga y Fierro.
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