Leopoldo María
Panero, el último poeta maldito
JOSÉ
LUIS CAMPAL FERNÁNDEZ (REAL INSTITUTO DE ESTUDIOS ASTURIANOS) / OVIEDO
ABC.es
06/03/2014 - 16.03h
En
el anodino panorama actual de la poesía española despunta con claridad el
nombre de Leopoldo María Panero (1948-2014), cuya obra es una de las más
originales y contundentes de la poesía española del último cuarto de siglo;
ésta apunta a la exposición desnuda de las miserias del subconsciente y a la
función examinadora del ejercicio literario al margen de modas inocuas.
Desde
que publicara en 1968 su primera plaquette y fuera incluido en 1970 por el
crítico José María Castellet en la celebrada antología «Nueve novísimos poetas
españoles», la proyección estética de Leopoldo María Panero, radical y
heterodoxo autor, no ha cesado de expandirse, elaborando, en unas condiciones
personales más que comprometidas por sus particulares demonios interiores, un
edificio de notable solidez formal y conceptual, en el que Leopoldo María
Panero va levantando acta, libro tras libro, de su autodestructiva ruina,
acumulando obsesiones metaliterarias y de todo orden que le conducen al fin
último de su actividad creadora: la enunciación del vacío y la glorificación
última de la soledad y la nada desde un territorio que el poeta entiende que se
halla más allá de la vida y la razón.
Ciudadano
anómalo y bufón aniquilado
La
indispensable poesía de Leopoldo María Panero es la expresión máxima de un
delirio alucinatorio llevado a extremos impensables para ser un fingimiento o
un simple ejercicio de funambulismo lírico. Hoy por hoy, puede considerarse a
Leopoldo María Panero uno de los escasos poetas que posee un discurso
arrollador, un estilo deslumbrante y una voz autorreferencial auténtica. Sin
embargo, como afirma el profesor Túa Blesa, su obra «no ha merecido ni un solo
premio en una sociedad que se diría es la sociedad de los premios y los
halagos, aunque sí que obtiene una y otra vez el reconocimiento de la lectura».
La
tormentosa biografía de Leopoldo María Panero lo convirtió, cuando inició sus
publicaciones, en paradigma de lo que más repudiaba: la controvertida sociedad
tardofranquista, que lo encasilló como ciudadano anómalo, primero, y como bufón
aniquilado por su propia historia más tarde, ya que reunió en sí mismo una
serie de «cualidades» nada ponderables para los años pretransicionales:
drogadicto, bisexual, alcohólico, comunista trotskista, preso, suicida
reincidente y, finalmente, inquilino constante, desde su temprana juventud, de
psiquiátricos, donde ha pasado las dos terceras partes de su vida, entregado a
una escritura absorbente y autocontemplativa.
La
producción poética de Leopoldo María Panero abarca una gran cantidad de
títulos: 'Teoría, Narciso en el acorde último de las flautas', 'Last river
together', 'Dióscuros', 'Contra España y otros poemas no de amor', 'Piedra
negra o del temblar', 'Guarida de un animal que no existe', 'Águila contra el
hombre', etcétera. En su bibliografía se da, asimismo, un caso no muy frecuente
si atendemos, por un lado, a la patología clínica que sufre el escritor, y, por
otro lado, a una labor tan individualista como la poesía, y son los libros
escritos en colaboración con otros poetas, libros que no son circunstanciales
ni piezas menores en el puzle general de su producción.
Los
asuntos que Leopoldo María Panero toca, primaria o secundariamente, en sus
textos resultan de una recurrencia sobrecogedora, y todos están marcados por la
percepción hipersubjetiva que del mundo tiene su autor, por lo que puede
decirse que el suyo es el último ejemplo de un visceral romanticismo «fin du
siècle», pues no recurre, ni lo necesita, a vidas ajenas a la suya para
brindarnos su mirada pesadillesca y metafórica sobre la esencia de una
existencia, o no-existencia, que él mismo califica en sus versos de
antimodélica.
Yo
poético e irracional
El
yo poético e irracional de Leopoldo María Panero busca, en no pocos momentos,
su desdoblamiento. Esta huida de la identidad reconocible es virtualmente una
huida del mundo aceptado para configurar un no-mundo paranoide que tiene,
probablemente, su origen en el malditismo de Antonin Artaud, al que Leopoldo
María Panero sigue y considera «el máximo negador de la identidad», y del que
en 2003 se creía nada menos que «su reencarnación». Para lograr esta dualidad
psicológica, nuestro autor emplea la intertextualidad y en otras ocasiones
acude al juego especular de la transtextualidad o a la suplantación literaria
de personajes históricos como François Villon o Ezra Pound.
La
obra paneriana da la impresión de estar empapada o condicionada por vivencias
traumáticas u obsesivas, que se formalizan en la arquitectura poemática en la
elección de sus visiones simbólicas. En sus textos, Leopoldo María Panero habla
incesantemente, tomándose a sí mismo como ejemplo, de la ruina psíquica, de la
muerte como espacio posible para revivir, de Dios y de la familia en su
vertiente más escabrosa, y en la que consigue interesantes tratamientos de la
figura paterna y materna.
A
Leopoldo Panero padre le dedica una terrible epístola o ajuste de cuentas en la
que padre e hijo son amancebados por la muerte, reuniéndolos en la misma tumba,
donde se congracian, en espacio tan tétrico y dimensión tan devastadora, sus
antitéticas estéticas
La
autobiográfica poesía paneriana nos habla con descarnada verticalidad de la
infinita soledad moral del individuo a la deriva, e incluso de vías prohibidas
como el satanismo, los vicios nefandos y el asesinato, lo que le sitúa en el
desfiladero del malditismo. Todo ello conduce, en última instancia, al enaltecimiento
del pecado y la tortura que al poeta le supone, aparentemente, el acto de
vivir, que en Leopoldo María Panero únicamente parece resultar soportable sólo
gracias a que se exorciza por medio de la escritura, uno de los temas
dominantes en su obra.
Su
luz, una lumbre tenebrosa
El
sujeto poético que habla en sus poemas desprecia la realidad inmediata,
tangible, y con ello todo lo que ésta lleva aparejado, lo que le empuja en sus
libros de los años 70 a desfigurar el lenguaje, introducir sintagmas y poemas
enteros escritos en otras lenguas, insertar voces del argot del lumpen y crear
códigos de comprensión y relación demasiado crípticos, propuestas asociativas
ante las que el lector se siente desarmado.
Al
lado de la muerte como meta buscada y generadora de una no-existencia
apetecida, la poesía paneriana incide en su contrario, la vida, canalizada en
la vertiente amorosa de la experiencia sentimental, aunque la luz que se arroja
sobre ella no deja de ser una lumbre tenebrosa. Lo amoroso es abordado en su
poesía desde un ángulo desmitificador, cuando no cuestionador, en el que
constantemente se subraya el concepto destructivo del amor como manifestación
intensificada de los roles sociales. Por eso se dan cita en sus composiciones
las variantes desviadas y humilladoras de la experiencia amorosa como el
incesto, el sadismo, la coprofilia y la coprofagia, la necrofilia, el
canibalismo o el masoquismo, elección degenerativa en la que prevalece la
transgresión extremosa de la normalidad.
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