Historia de una matanza delirante/JUAN
ALBERTO CEDILLO
Revista Proceso
#1956, 26 de abril de 20014
Fue necesario que
unos socios de Miguel Ángel y Omar Alejandro Treviño Morales, capos de Los
Zetas, declararan como testigos de la fiscalía en el juicio que se sigue en
Austin, Texas, contra su hermano José Treviño. En sus testimonios salió a la
luz que pueblos del norte de Coahuila fueron tomados por Los Zetas para exterminar
a todas las familias de apellidos Villanueva y Garza, así como a sus
trabajadores, con una saña delirante. Ninguna autoridad mexicana se atrevió a
informar de ello en su momento, pero en febrero último comenzaron a encontrarse
los restos de decenas de personas que se consideraban desaparecidas.
ALLENDE, COAH.- Por
largo tiempo el miedo acalló a esta población del norte de Coahuila. Ni
siquiera el gobierno estatal se atrevía a indagar lo que significó el dominio
de Los Zetas en la región. Sólo ahora, tres años después, confirma que más de
400 personas fueron masacradas en la zona por la organización delictiva durante
la “guerra” que el gobierno de Felipe Calderón declaró al narcotráfico.
Las disputas
internas del cártel hicieron de Allende escenario de venganzas, y del Centro de
Readaptación Social (Cereso) de la vecina Piedras Negras un horno crematorio
donde incineraron aproximadamente a un centenar de personas.
Los gruesos
barrotes, las pesadas puertas y los guardias de la prisión no impidieron que
129 zetas se fugaran por la puerta principal en septiembre de 2012. Tampoco
obstaculizaron al grupo criminal meses antes, cuando introdujeron cadáveres al
presidio para desaparecerlos, según los testimonios recientemente obtenidos por
la Procuraduría General de Justicia del Estado de Coahuila (PGJEC).
Al revés de lo que
ocurrió en San Fernando, Tamaulipas, donde las víctimas fueron migrantes y
jóvenes mexicanos sin recursos que viajaban en autobuses a la frontera con
Estados Unidos, la tragedia de Allende y Nava, en marzo de 2011, fue provocada
por una venganza de Miguel Ángel Treviño, líder de Los Zetas, contra familias
que prácticamente eran dueñas de esos pueblos que forman parte de la región del
norte de Coahuila conocida como Cinco Manantiales.
Quienes desataron la
ira de Miguel Ángel y Omar Alejandro Treviño Morales, Z-40 y Z-42
respectivamente, fueron sus socios Héctor Moreno Villanueva, El Negro, de
aproximadamente 35 años, y José Luis Garza Gaytán, La Guichina, de unos 30.
Moreno Villanueva y Garza
Gaytán pertenecen a familias adineradas y estudiaron en prestigiosas escuelas
privadas de Nuevo León: Garza Gaytán se graduó en la Universidad Regiomontana y
Moreno dejó truncos sus estudios de agronomía en el Instituto Tecnológico y de
Estudios Superiores de Monterrey (ITESM). Cuando regresaron a sus tierras
operaron primero como narcotraficantes autónomos y posteriormente fueron
reclutados por Los Zetas.
La familia de Moreno
Villanueva poseía en Nava y Allende una importante línea de autotransporte, la
concesión para distribuir los productos de la Cervecería Modelo en toda la
región, varios ranchos con ganado y numerosas residencias. Cuando ya se había
integrado a Los Zetas, Moreno mandó construir en Nava un gran rancho para
albergar alrededor de 300 gallos de pelea y adquirió decenas de caballos Cuarto
de Milla.
En Allende, un
pueblo de alrededor de 22 mil habitantes, recuerdan a Héctor conduciendo una
cuatrimoto, que pronto cambió por una camioneta blindada de doble cabina que
solía conducir ebrio, acompañado de bellas mujeres y protegido por varios
escoltas.
La familia Garza
Gaytán también era dueña de negocios, ranchos y comercios. José Luis Garza
salió muy joven de Allende para estudiar en Monterrey. Al terminar su carrera
regresó a la región de Cinco Manantiales.
Los Zetas llegaron
al norte de Coahuila en 2007, como avanzada del Cártel del Golfo; establecieron
su sede en Piedras Negras y nombraron jefe de plaza a Lucio Hernández Lechuga,
El Lucky. Como segundo al mando quedó un capo local que desde tiempo atrás
operaba por su cuenta: Mario Alfonso Cuéllar, conocido como Poncho.
Revelaciones en
Austin
Las operaciones de
narcotráfico en la zona fueron contadas por sus propios protagonistas en el
juicio que se le siguió en Austin, Texas, a José Treviño Morales, hermano mayor
de Miguel Ángel y Omar Alejandro, y quien lavaba el dinero de Los Zetas en
Estados Unidos. En ese proceso Moreno, Cuéllar y Enrique Rejón Aguilar –El
Mamito, tercero en el mando de la organización– declararon como testigos de la
fiscalía en abril de 2013.
“Tras arribar a la
región norte de Coahuila, Los Zetas impusieron el modelo de Alejandro Magno
cuando conquistó el imperio persa”, dijo Poncho Cuéllar al jurado. Explicó que,
después de someter a los persas, Alejandro no impuso a sus allegados en el
poder, sino que dejó a los gobernantes locales porque ellos sabían cómo manejar
las cosas, tenían los contactos y conocían muy bien su zona geográfica. Los
Zetas hicieron lo mismo: ordenaron a los capos de la región que trabajaran para
ellos; a quienes se resistieron, los mataron.
El Lucky también
impuso un sistema de “subcontratación”. Entregaba droga a los cabecillas
distribuidores pero exigía que respaldaran sus operaciones con inmuebles y
negocios. Si fallaban o las autoridades de Estados Unidos les decomisaban los
narcóticos, Los Zetas se quedaban con sus propiedades.
Con ese mecanismo se
construyó un imperio del crimen que pronto convirtió a Piedras Negras,
Coahuila, en la segunda plaza más importante para el tráfico de drogas, después
de Nuevo Laredo, Tamaulipas.
En noviembre de 2008
Los Zetas decidieron mandar a Lucio Hernández como nuevo jefe de plaza de
Veracruz, donde fue detenido por la Marina en diciembre de 2011 porque –afirmó
El Mamito en el Juicio de Austin– el Z-40 filtró su ubicación. En su lugar fue
nombrado Omar Alejandro Treviño Morales, el Z-42.
En marzo de 2010 Los
Zetas se independizaron del Cártel del Golfo y se inició la narcoguerra. El
acoso de éstos y el reforzamiento de la frontera de Laredo por las autoridades
estadunidenses provocaron que aquéllos trasladaran sus principales operaciones
a Piedras Negras.
Para consolidarse en
la plaza compraron a todas las autoridades municipales, estatales y federales:
“A la policía se le paga una cuota para que trabaje para Los Zetas, lo mismo al
ejército y a altos funcionarios del gobierno”, precisó Poncho Cuéllar.
A su vez, Héctor
Moreno relató que en ese periodo traficaban entre 500 y 800 kilogramos de
cocaína al mes. La droga se dividía en pequeños paquetes que se contrabandeaban
por el río Bravo, llegaban a casas de seguridad de Eagle Pass y se trasladaban
por carretera a San Antonio, Austin y Dallas para su distribución al menudeo.
Este trasiego le
dejaba a Los Zetas alrededor de 16 millones de dólares mensuales. Las
ganancias, entre 4 y 5 millones de dólares, se enviaban a Nuevo Laredo para los
hermanos Treviño. Los dólares se transportaban en los tanques de gasolina de
los autos, envueltos en bolsas de plástico selladas.
Moreno también ayudó
a Miguel Ángel Treviño a lavar ese dinero comprando caballos Cuarto de Milla:
“Él dijo que era un buen negocio y que iban a conseguir dinero limpio”, así que
le compró los animales en Estados Unidos. También pasó de contrabando a las
personas que los cuidaban en un rancho de Oklahoma que administraba su hermano
José. Anotaba en un libro de contabilidad todas las adquisiciones y las
operaciones de lavado de dinero.
Por alguna razón que
aún no ha contado, Héctor Moreno y José Vázquez, uno de sus allegados,
comenzaron a filtrarle a agentes del Departamento de Inmigración y Control de
Aduanas (ICE por sus siglas en inglés) información sobre el tráfico de
narcóticos: mandó mensaje a teléfonos móviles que fueron entregados a la DEA. A
su vez, la agencia estadunidense los hizo llegar a altos funcionarios de la
Procuraduría General de la República (PGR) para que investigara, pero de esa
dependencia pasaron a manos del Z-40, con la advertencia de que alguno de sus
hombres lo traicionaba.
Para entonces, la
información filtrada ya había provocado que las autoridades estadunidenses
descubrieran casas de seguridad y decomisaran droga, dinero y armas que venían
a México para Los Zetas.
Miguel Ángel Treviño
primero consideró que el delator era Poncho Cuéllar y comenzó a cazarlo; éste
huyó a Estados Unidos y fue capturado el 9 de abril de 2012 en Dallas, Texas.
Las sospechas del
Z-40 también se dirigieron hacia Héctor Moreno y José Luis Garza Gaytán. Y
aunque logró confirmar que Moreno era el traidor, éste, Garza Gaytán y José
Vázquez también escaparon a Estados Unidos. Moreno presuntamente se quedó con
las ganancias del último mes y con el libro de contabilidad.
Los hermanos Treviño
le advirtieron que regresara el dinero, de lo contrario irían a Nava y Allende
por toda su familia y sus amigos. Moreno no les devolvió nada y se entregó a
las autoridades estadunidenses para acogerse al programa de testigos
protegidos.
La masacre
La venganza de los
Treviño comenzó antes de que los presuntos traidores se sintieran seguros en
territorio estadunidense.
Allende y Nava están
en las inmediaciones de la semidesértica carretera 57, a 40 minutos de la
frontera con Estados Unidos. La tarde del 18 de marzo de 2011 irrumpieron en el
primer poblado alrededor de 40 camionetas con hombres encapuchados y
fuertemente armados provenientes de Tamaulipas.
Primero cerraron los
accesos por carretera y luego entraron a 10 lujosas residencias para llevarse a
unas 80 personas, entre ellas mujeres y niños.
Los sicarios fueron
a la alcaldía por los registros de catastro de las propiedades a nombre de
Víctor Garza, Estela Villanueva, Sergio Garza, Héctor Moreno, José Luis Garza y
otros. Durante casi un mes levantaron a cualquier persona que llevara alguno de
esos apellidos. Algunas familias lograron cruzar la frontera para refugiarse en
Eagle Pass, Texas.
Los hombres armados
también llamaron a los empleados de las residencias de Héctor Moreno y Luis
Garza, incluidos los albañiles que construyeron el rancho de Nava y otros
inmuebles, para que confesaran si éstos contaban con cajas de seguridad,
túneles o recintos secretos. A todos se los llevaron y jamás regresaron.
uscaron los 5
millones de dólares en más de 40 residencias y siete ranchos, algunos de los
cuales incendiaron parcialmente o atacaron con armas largas y explosivos.
Tras los atentados,
los pistoleros dejaron que las viviendas fueran saqueadas por los pobladores,
quienes se llevaron lo que pudieron: muebles, puertas, ventanas e incluso las
llaves y tuberías de los baños. Luego los sicarios regresaron con maquinaria
pesada para derribar paredes y techos. Buscaban el dinero y el libro con la
información sobre los negocios ilícitos de los hermanos Treviño.
“Ellos empezaron a
matar familias en Allende y Piedras Negras, y Múzquiz y Sabinas –narró Héctor
Moreno a los fiscales en el juicio de Austin–. Querían matarme. Debido a esto
mataron a 200 o 300 personas en Allende”. Y aunque admitió que huyó de México
con el libro de contabilidad, negó haber robado las ganancias del último mes de
operaciones de narcotráfico: “No traje ningún dinero porque el 40 y el 42 se
apoderaron de todo”.
Ya entrado en la
revancha, Miguel Ángel Treviño ordenó a sus sicarios de Tamaulipas que
realizaran una “limpia” de su propia organización en Piedras Negras y en Cinco
Manantiales. La brigada de exterminio se llevó a hombres de Poncho Cuéllar y a
decenas de colaboradores de Los Zetas en los municipios de Zaragoza, Morelos,
Guerrero y Villa Unión.
Para desaparecerlos
utilizaron narcofosas y al menos tres cocinas. Una se instaló en un rancho que
le incautaron a Luis Garza Gaytán, en las inmediaciones del kilómetro nueve de
la carretera Allende-Villa Unión, a donde llevaron a las familias y a los
trabajadores plagiados. Instalaron otra cocina en el apartado municipio de
Guerrero y la tercera estaba en el Cereso de Piedras Negras.
Efectivos del
Ejército llegaron a Allende un mes después de que los sicarios abandonaron la
región de Cinco Manantiales. Ninguna autoridad informó públicamente de la
masacre, que se silenció casi dos años. Únicamente se comentaba en secreto y
existían escasas referencias en redes sociales. El único registro eran fotos de
las residencias destruidas, que aún permanecen así, como un monumento a la
barbarie, y el reportaje Apocalipsis en Coahuila, publicado por este semanario
en diciembre de 2012.
Un año después de
tomar posesión, el gobernador Rubén Moreira ordenó que se investigara el
genocidio: “En mi conciencia no va estar el hecho de que no haya volteado a ver
a quien clamó justicia. Que en la cabeza de otros resuenen los gritos de esas
personas de Allende que seguramente pidieron que alguien les ayudara y nadie lo
hizo. Por eso di instrucciones al procurador de que se abriera una
investigación”.
Se montó así un
operativo conjunto con más de 250 policías estatales y federales, así como
militares y marinos, para peinar el norte del estado. Entre el 26 de enero y el
5 de febrero pasados esos efectivos, equipados con aparatos de alta tecnología
y perros entrenados, buscaron junto con peritos forenses rastros de los
desparecidos.
Encontraron algunas
narcofosas y localizaron los barriles y contenedores con miembros humanos
diluidos. Recolectaron huesos y restos de decenas de personas que aún son
analizados por peritos de la PGR. Además se recabaron nueve declaraciones y se
realizaron 32 entrevistas con exfuncionarios municipales.
Los testimonios
recabados por la PGJEC se mantienen ocultos porque evidencian la complicidad y
complacencia con la masacre por parte de altos funcionarios de la
administración de Humberto Moreira.
Entre esas
declaraciones destacan las confesiones hechas por uno de los cocineros del
Cereso de Piedras Negras, ahora en manos de la PGJEC, quien reveló que ahí
incineraron y diluyeron a “entre 80 y 150 hombres”, algunos muertos pero otros
vivos. Su justificación: “Hice daño a mucha gente, pero a ningún niño o mujer”.
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