¿Por
qué son democráticos los países ricos?/Ricardo Hausmann, a former minister of planning of Venezuela and former Chief Economist of the Inter-American Development Bank, is a professor of economics at Harvard University, where he is also Director of the Center for International Development.
Traducido del inglés por Ana María Velasco.
Project
Syndicate | 26 de marzo de 2014
A
los 22 años de edad, Adam Smith pronunció una de sus frases más conocidas:
“Para conducir a un estado al más alto nivel de opulencia desde el más bajo
nivel de barbarie, se necesita poco más que paz, impuestos razonables y una
tolerable administración de la justicia: todo lo demás es producto del curso
natural de las cosas”.
Lo
equivocado que estaba Smith se refleja en la desaparición del vuelo 370 de
Malaysia Airlines, pues ella pone de manifiesto la intrincada interacción que
existe hoy entre la producción moderna y el estado. A fin de que los viajes
aéreos sean factibles y seguros, los estados se ocupan de que los pilotos sepan
navegar y de que las aeronaves sean sometidas a estrictas revisiones. Además,
construyen aeropuertos, proporcionan radares y satélites para rastrear a los
aviones, y controladores de tráfico aéreo que los mantienen separados unos de
otros; así como servicios de seguridad para evitar el embarque de terroristas.
Y cuando algo sale mal, no se acude a la paz, a los impuestos razonables ni a
la justicia, sino a agencias gubernamentales profesionales que cuentan con
amplios recursos.
Todas
las economías avanzadas de hoy necesitan mucho más de lo que presumió Smith
cuando era joven. Sus gobiernos son grandes y complejos, compuestos por miles
de agencias que administran millones de páginas de legislación, y además son
democráticos -y esto no sólo porque sostienen elecciones periódicamente. ¿Por
qué?
Para
cuando Smith publicó La riqueza de las naciones, a los 43 años de edad, se
había transformado en el primer científico de la complejidad, comprendiendo que
la economía es un sistema intrincado que debe coordinar el trabajo de miles de personas
para producir algo tan simple como una comida o un traje.
Pero
Smith también tenía claro que si bien la economía es demasiado compleja como
para que alguien la organice, tiene la capacidad de auto-organizarse. Es decir,
posee una “mano invisible” que opera a través de los precios del mercado para
proporcionar un sistema de información que se usa para calcular si la
asignación de recursos a un fin determinado vale la pena – o sea, es rentable.
La
rentabilidad es un sistema de incentivos que lleva a que empresas e individuos
respondan a la información que proporcionan los precios. Y los mercados de
capital constituyen un sistema de movilización de recursos que provee dinero a
empresas y proyectos que se espera sean rentables – es decir, que respondan de
manera adecuada a los precios del mercado.
Sin
embargo, la producción moderna requiere de muchos insumos que no son provistos
por los mercados. Y, como en el caso de las líneas aéreas, dichos insumos
(reglas, estándares, certificaciones, infraestructura, escuelas y centros de
capacitación, laboratorios científicos, servicios de seguridad, entre otros) se
complementan en extremo con aquéllos que los mercados efectivamente
proporcionan. Los insumos provistos por el estado interactúan de manera muy
intrincada con las actividades organizadas por los mercados.
Pero
he aquí la pregunta: ¿Quién controla el suministro de los insumos públicos? ¿El
primer ministro? ¿El congreso? ¿Acaso hay algún juez que se haya leído los
millones de páginas de reglas y estatutos, o considerado cómo éstos se
contradicen o se complementan entre sí, y cómo afectan a cada una de las
múltiples actividades que constituyen la economía? ¿Sabe alguien qué tan bien
hacen las cosas las miles de agencias gubernamentales, o cómo impactan sus decisiones
a cada sector de la sociedad?
Este
problema supone muchísima información, y tal como con el mercado, no permite un
control centralizado. Lo que se necesita es algo similar a la mano invisible
del mercado: un mecanismo para la auto-coordinación. Y es evidente que para
esto no basta con elecciones, ya que suelen realizarse cada dos o cuatro años y
recaban muy poca información de cada votante. De hecho, los sistemas políticos
exitosos han tenido que crear una mano invisible diferente: un sistema que descentraliza
el poder para identificar problemas, para proponer soluciones y para monitorear
el desempeño, de modo que las decisiones se puedan tomar en base a mucho mayor
información.
A
modo de ilustración: en el Gobierno Federal de Estados Unidos existen sólo 537
de los aproximadamente 500.000 cargos electivos que existen a nivel nacional.
Evidentemente, la inmensa mayoría se elige a nivel estatal o municipal. Pero
miremos tan sólo el nivel federal.
El
congreso de Estados Unidos está constituido por 100 senadores con 40 ayudantes
cada uno, y por 435 miembros de la cámara de representantes con 25 ayudantes
cada uno. Además, consta de 42 comisiones y 182 subcomisiones, lo que significa
que se llevan a cabo 224 conversaciones simultáneas. Y este grupo de más de
15.000 personas no se encuentra solo: frente a él, hay alrededor de 22.000
grupos lobistas registrados, cuya misión, entre otras, es sentarse con los
miembros del congreso para redactar proyectos de ley.
Esto,
junto con la libertad de prensa, forma parte de la estructura que lee los
millones de páginas de legislación, y monitorea lo que las agencias
gubernamentales hacen o dejan de hacer. Este sistema genera la información y
los incentivos para responder a ella, y afecta la asignación de recursos presupuestarios.
Es un sistema abierto, en el cual cualquiera puede generar una noticia o
encontrar un lobista que lo represente, ya sea para salvar a las ballenas o
para comérselas.
Si
no se cuenta con un mecanismo como éste, el sistema político es incapaz de generar
el ambiente que necesitan las economías modernas. Ésta es la razón por la cual
los países ricos son democráticos, y la razón por la que otros países, como el
mío (Venezuela), se están empobreciendo. Si bien en estos últimos países se
realizan elecciones, el sistema tiende a tropezarse ante el más pequeño de los
problemas de coordinación. Hacer cola para votar no es garantía de que los
ciudadanos después no tengan que hacer cola para comprar papel higiénico.
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