Autodefensas
mexiquenses: “Al que agarremos, lo linchamos”/JOSÉ
GIL OLMOS
Revista Proceso # 1963, 14 de junio de 2014
En
marzo pasado, según cifras del Instituto Mexicano para la Competitividad, el
territorio mexiquense era considerado uno de los más violentos. El gobernador
Eruviel Ávila pidió refuerzos federales, pero aun con ellos la escalada de
violencia continuó. Por eso los vecinos se organizaron en comités ciudadanos y
comenzaron a patrullar las avenidas y callejones de sus colonias para
defenderse de las bandas criminales que asuelan el entorno desde hace meses y
lanzaron el grito: “Al que agarremos, lo linchamos”.
Todas
las mañanas, cuando los primeros pobladores abandonan sus casas rumbo al
trabajo o la escuela, lo hacen seguros, saben que sus familiares y vecinos
están alerta para acudir en su ayuda ante cualquier contingencia.
A
diferencia de Michoacán, donde miles de ciudadanos se organizaron y decidieron
tomar sus rifles de asalto y pistolas de grueso calibre para enfrentar al
crimen organizado, aquí en el Estado de México son comités vecinales, de barrio
o del pueblo, los que de manera espontánea decidieron juntarse para defenderse
de las bandas que les quitaron la tranquilidad a los pueblos y municipios
mexiquenses en los últimos años.
A
pesar de los anuncios espectaculares del gobierno federal sobre los operativos
militares y policiacos en la entidad, la violencia, la inseguridad y la
presencia de los grupos del crimen organizado no amainan desde 2013. Hoy, el
Estado de México es uno de los más violentos, junto con Guerrero, Chihuahua,
Nuevo León y Jalisco, según datos del Instituto Mexicano para la Competitividad
(Imco).
Durante
un recorrido, Proceso averiguó que son cuatro los grupos criminales que se
disputan el territorio mexiquense: La Familia Michoacana, cuyos sicarios
controlan las extorsiones, secuestros y el narcomenudeo en las zonas poniente,
oriente y en Toluca; Los Caballeros Templarios, asentados en el sur, en los
límites con Michoacán, así como Los Zetas y las células del Cártel de Jalisco
Nueva Generación, distribuidas en el Valle de México y Toluca.
El
Ejército y la Policía Federal patrullan algunas de las principales calles,
avenidas y carreteras de la entidad, pero no llegan a las colonias, barrios,
pueblos y comunidades de los municipios donde sus habitantes sufren los embates
de grupos de secuestradores, asaltantes y violadores que los fustigan todos los
días.
De
acuerdo con cifras oficiales, en el primer trimestre de este 2014 hubo casi 100
ejecuciones y 547 homicidios dolosos, además de que el número de casos de
secuestro y extorsion se disparó, sobre todo en Cuautitlán Izcalli,
Tlalnepantla, Ecatepec y La Paz, lo que colocó a la entidad en el primer lugar
nacional en esos rubros.
El
gobernador Eruviel Ávila Villegas pidió de inmediato la intervención del
Ejército y de la Policía Federal. El 31 de marzo el secretario de Gobernación,
Miguel Ángel Osorio Chong, le respondió. Anunció el arranque de un operativo
conjunto de soldados, marinos, agentes federales y la Procuraduría General de
la República (PGR) para abatir la violencia y la inseguridad “región por
región”, “municipio por municipio”, dijo.
Ávila
Villegas informó que 4 mil policías estatales y municipales serían dados de
baja. Anunció incluso que se capacitaría a 2 mil policías de élite –estarán
“bien pagados”, dijo–; también habló de un fondo de 5 mil 400 millones de pesos
para fortalecer los 75 programas sociales que beneficiarían a los 12 millones
700 mil mexiquenses; de la instalación de 6 mil cámaras de vigilancia, así como
la donación de un terreno de 80 hectáreas para uso de las Fuerzas Especiales de
la Marina.
Y
aunque, según él, la violencia se exacerbó a principios de año a raíz de los
operativos policiaco-militares en Michoacán, lo cierto es que los cárteles de
las drogas operan en el Estado de México desde 2011 (Proceso 1892), en
particular La Familia Michoacana, Los Caballeros Templarios, los Beltrán Leyva,
Los Zetas y el Cártel del Golfo, cuyos sicarios tienen presencia en 52 de los
125 municipios mexiquenses.
No
obstante el operativo especial desplegado por el gobierno federal, la violencia
se incrementó en el segundo trimestre; incluso corrió la versión de que Ávila
Villegas renunciaría ante la falta de resultados para garantizar la seguridad
de sus representados y su impotencia para mitigar la pobreza y la miseria en el
Estado de México.
Con
base en cifras oficiales del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de
Seguridad Pública, el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia
Penal, A.C., cinco de los 20 municipios con el mayor índice de violencia en el
país se hallan en el Estado de México y forman parte de la zona conurbada de la
Ciudad de México. Uno de ellos es Ecatepec.
El
Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), a
su vez, indica que 43% de la población del Estado de México se encuentra en
pobreza extrema o moderada; en el último año se pasó de 6.7 millones de pobres
a 7.3.
Además,
según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), el promedio de
escolaridad de los mexiquenses de 15 años y más es de 9.1 años; sólo 16% de sus
habitantes concluyó la educación superior, y cuatro de cada 100 personas de 15
años o más no saben leer ni escribir. Por su parte, Transparencia Mexicana
indica que la entidad ocupa el penúltimo lugar en materia de gobernabilidad,
como consecuencia de la gran corrupción que impera en ella.
Los
comités vecinales
Sobre
la línea limítrofe del Estado de México y el Distrito Federal viven alrededor
de 6 millones de personas. Algunas zonas están divididas sólo por una calle,
como en Ciudad Nezahualcóyotl y Ecatepec, donde por años se ha concentrado la
inseguridad y la violencia.
El
contagio avanza. El lunes 9 de junio por la noche un comando ejecutó a balazos
a seis personas en la colonia Cuautepec El Alto, delegación Gustavo A. Madero,
colindante con Ecatepec. Cuatro de las víctimas pertenecían a una familia
dedicada al narcotráfico, según los reportes policiales. Dos días después el
jefe de gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, anunció que
soldados, marinos y policías federales comenzarían a patrullar la zona.
En
marzo pasado, José Rogel Romero, director del hospital Adolfo López Mateos, el
más grande de la entidad, informó que las atenciones en el área de emergencias
se incrementaron 20% debido a las refriegas. Y es en este escenario en el que
los mexiquenses comenzaron a formar comités de vigilancia y a realizar rondas
comunitarias.
A
principios de año, durante la presentación de su informe de actividades, el
senador del PRD por el Estado de México, Alejandro Encinas, habló de la
presencia de grupos de autodefensa en al menos 11 municipios, y los enumeró:
Ecatepec, Coacalco, Nezahualcóyotl, Chalco, Melchor Ocampo, Otzolotepec, San
José del Rincón, Tejupilco, Luvianos, Amatepec y Tlatlaya.
En
febrero último, habitantes de San José Tlacotitlán, municipio de Ozumba,
tomaron sus rifles y escopetas para protegerse de las bandas criminales que
operan en las faldas del volcán Popocatépetl. Un centenar de colonos de Lázaro
Cárdenas –La Presa, en la zona oriente de Tlalnepantla– siguieron su ejemplo en
mayo, luego de experimentar 82 secuestros, de los cuales sólo 10 fueron
denunciados.
Otros
colonos y condóminos del municipio de Cuautitlán Izcalli también integraron sus
comités de protección y vigilancia. Se hacen llamar “Vecinos Vigilantes” y
funcionan a través de una red de telefonía celular y de silbatos. Lo mismo
ocurre en Coacalco, Atizapán, Los Reyes La Paz y otros municipios, cuyos
habitantes pusieron anuncios en las calles con la siguiente leyenda: “Si los
agarramos, los linchamos”.
Determinación
y organización
De
febrero a la fecha los vecinos de La Esperanza, colonia ubicada en los cerros
de San Cristóbal Ecatepec, realizan sus rondines por la zona de lunes a viernes
entre las cinco y las siete de la mañana.
Lo
hacen a esas horas porque detectaron que es precisamente en ese lapso en el que
los asaltantes suelen cometer sus tropelías, amparados por la penumbra del
entorno y la falta de seguridad. Hace un par de meses, luego de una asamblea pública,
se armaron de valor y dijeron, como Teresa Pioquinto: “son ellos o nosotros”.
Algunos
usan sus vehículos para recorrer la zona y llevan palos y bates de beisbol para
enfrentar a los delincuentes. “Uno no quisiera hacer esto, pero la situación
nos ha llevado a defendernos”, comenta Pioquinto.
En
el comité de la colonia Luis Donaldo Colosio, en Tultitlán, también participan
mujeres, pero de la tercera edad. Se organizaron a partir del rapto de una
adolescente, ocurrido la madrugada del 26 de febrero pasado.
“Eran
como las seis de la mañana cuando escuchamos los gritos. Unos hombres subieron
a la fuerza a un carro a una muchacha que iba hacia la parada del camión.
Cuando quisimos ayudarla ya se la habían llevado. Nunca supimos quién era la
muchacha”, dice una vecina.
Desde
esa fecha salen a las cinco de la mañana con una lámpara, un palo y un silbato
para vigilar las calles de la colonia y acompañan hasta la parada del autobús a
los vecinos que van al trabajo.
En
las calles empinadas del cerro de La Presa, en Tulpetlac, los comités de
vigilancia vecinales se convirtieron en grupos de autodefensa desde febrero
pasado. Tomaron machetes y bates de beisbol y colocaron alarmas en las azoteas
de algunas casas; las activan cuando detectan algún atraco o intento de rapto.
“Nosotros
ya tomamos la decisión: al que agarremos, lo linchamos”, dice una señora,
armada de un pedazo de madera. “Ya no aguantamos. ¡Imagínense cómo vivimos! Mi
hija me dice que ya no quiere salir porque la van a matar o a asaltar”.
En
la zona oriente, rumbo a Puebla y Morelos, en los municipios de Chalco, Valle
de Chalco, Nezahualcóyotl, Atlautla y Jocotitlán, la situación no es tan
distinta a la del centro o a la del Valle de Toluca.
Ahí,
a pesar de la vigilancia de los soldados y policías federales, Los Caballeros
Templarios, La Familia Michoacana y Los Zetas siguen cobrando impuestos a los
dueños del transporte público y a los comerciantes; los secuestros exprés, las
extorsiones y el narcomenudeo siguen al alza.
Sentado
bajo un nogal, un campesino de Atlautla comenta al reportero que el crimen
organizado en la zona rural del Estado de México está provocando un nuevo
fenómeno: la adicción a las drogas de indígenas y campesinos.
Dice
que se sorprendió cuando vio a un grupo de jóvenes preparar las líneas del
polvo blanco que aspiraron felices antes de una fiesta. “Nunca había visto esto
por acá. Cuando los vi cómo le hacían, pensé: ‘qué chingaos es eso’. Me dijeron
que era cocaína”.
Refiere
que en esa zona colindante con Morelos y Puebla, donde pasa la droga procedente
de Guerrero y Morelos para distribuirse en los municipios mexiquenses y en el
Distrito Federal, la violencia se desbordó.
Y
remata: “Ya no se puede vivir tranquilo aquí. Ahora hasta tenemos que llevar y
recoger de la escuela a los niños porque ya no tenemos la seguridad de antes.
Ya todo cambió”.
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