Rollos negros de una Casa Blanca/DENISE DRESSER
Revista Proceso No. 1985, 15 de noviembre de 2014 (este fue su comentario también en el programa radial de Carmen Aristegui).
Allí está. Con sus cientos de metros de
construcción. Con su valor de 7 millones de dólares. Con su estilo “neo-Miami
Vice” y una iluminación que cambia de color según el estado de ánimo de sus
habitantes. Con un título de propiedad a nombre de una empresa beneficiada
económicamente por el ahora presidente desde que era gobernador del Estado de
México. La Casa Blanca de los Peña Nieto-Rivera en Las Lomas. Un símbolo de la
arrogancia del poder que se siente impune. Un síntoma de la visión compartida
del gobierno como un lugar al que se llega para repartirse el botín. Un ejemplo
claro de conflicto de interés, de corrupción, de todo aquello que el “nuevo
PRI” prometió combatir pero tan sólo exacerba. Torpemente. Mañosamente.
Tramposamente. Tratándonos como idiotas.
Tratando de hacernos creer que Angélica
Rivera era una actriz de telenovelas tan fantástica que logró acumular una
fortuna lo suficientemente grande como para comprar –por sí sola– una casa
valuada en 86 millones de pesos. Tratando de convencernos de la supuesta
normalidad de un crédito contratado con una empresa inmobiliaria, en lugar de
con un banco, como ocurre en los casos de ciudadanos comunes y corrientes.
Tratando de negar la dimensión de la corrupción revelada diciéndonos que Rivera
y Peña Nieto se casaron por separación de bienes, cuando evidentemente no se
casaron por separación de intereses. Tratando de eludir el escándalo desatado,
diciéndonos que la casa la compró ella, cuando el magnífico reportaje del
equipo de Carmen Aristegui devela el involucramiento cuestionable en esa
transacción de la empresa Higa, aquella que ganó más de 8 mil millones de pesos
vía contratos celebrados con Enrique Peña Nieto cuando era gobernador. Una
“Casa Blanca” que revela la cara negra de la economía política mexicana.
Una cara que el vocero del gobierno, Eduardo
Sánchez, trata de tapar en una entrevista desastrosa con Carlos Loret de Mola,
en la que abre aún más la caja de Pandora, de la cual sale todo lo maloliente,
todo lo cuestionable, todo lo que Presidencia no puede explicar. El contrato de
compraventa con una inmobiliaria que sólo ha construido una casa, la “Casa
Blanca”. La posesión –a nombre de Juan José Hinojosa, dueño del Grupo Higa– de
los terrenos colindantes con la casa previa de Angélica Rivera, regalada por
Televisa. El torpe intento de minimizar el conflicto de interés mediante el
argumento de que la transacción había ocurrido un año antes del arribo de Peña
Nieto a Los Pinos. O el timorato esfuerzo de minimizar un claro caso de
corrupción diciendo que Angélica Rivera ya había enseñado la casa a la revista
Hola! desde mayo del 2013.
Como si eso justificara los síntomas de esa
república mafiosa –como la bautizara Héctor Aguilar Camín– en la que una
televisora “transfiere” una casa valuada en 27 millones 651 mil 744 pesos a una
de sus actrices, 17 días después de que se casa con el presidente de la
República. De ese capitalismo de cuates, amigos y cómplices que lleva a la
cancelación abrupta de la licitación ganada para la construcción del tren
México-Querétaro, porque involucraba al Grupo Higa y Presidencia sabía que Carmen
Aristegui iba a airear el tema de la Casa Blanca, y sus irregularidades. La
extraña coincidencia de que Televisa le regalara una casa a Angélica Rivera,
colindante con los terrenos comprados por una inmobiliaria que los adquiere ese
mismo día y después se los “vende” en condiciones poco claras. La consolidación
de un “patrimonio personal” por parte de la hoy primera dama que se niega a
hacer público vía sus declaraciones de impuestos. La inexistencia de un
contrato de compraventa que despeje la suspicacia, porque probablemente no
existe o lo están elaborando en Los Pinos mientras usted lee esta columna. La
pregunta de cómo va a pagar Angélica Rivera lo que debe de la casa si ya no
trabaja y no lo ha hecho desde hace años. La pregunta de por qué se cancela
intempestivamente un concurso que involucraba al Grupo Higa, cuando el
secretario de Comunicaciones y Transportes –tan sólo el día anterior– había
defendido ese concurso como un ejemplo de probidad y transparencia.
Las interrogantes sobre el caso que llevan a
los medios internacionales –el New York Times, el Wall Street Journal, el
Financial Times, Los Angeles Times, la BBC y Univisión– a declarar que “una
nube se cierne sobre la casa de la primera dama”. O: “Un reportaje dice que un
empresario le dio una mansión al líder de México”. O: “En México una casa
presidencial atrae escrutinio”. O: “También como Obama, Enrique Peña Nieto
tiene una Casa Blanca”. O: “Ligan casa de Peña Nieto a licitación del tren”.
Notas que en su conjunto existen por la gravedad del tema que tocan. La
seriedad con la cual debería tratarse y escudriñarse y aclararse. Porque si en
Estados Unidos un medio prestigiado revelara que Michelle Obama es “dueña” de
una casa valuada en 7 millones de dólares, pero que está a nombre de la empresa
Halliburton, sería motivo suficiente para exigir la renuncia de su esposo
Barack. De hecho, los republicanos lo exigirían.
Porque ese hecho revelaría que el presidente
está dispuesto a aceptar favores y prebendas a cambio de contratos y
licitaciones amañados. Que el conflicto de interés ni siquiera es conflicto.
Que el viejo intercambio patrón-cliente sigue vivo en el nuevo PRI. Y que quien
gobierna desde Los Pinos lo hace siguiendo las peticiones de grupos
empresariales del Estado de México a los que impulsa y cobija, mientras le
regalan casas de 7 millones de dólares. Mientras le “donan” los terrenos y las
obras de arte y las joyas y las otras propiedades enlistadas en su declaración
patrimonial, cuya procedencia jamás ha sido explicada. Mientras le ofrecen a su
esposa “préstamos” de millones de dólares, porque efectivamente Peña Nieto no
es, como lo admitió en su campaña presidencial, “la señora de la casa”. Tan
sólo es el líder de un país al que dice mover, cuando lo evidenciado revela que
el movimiento más claro de su presidencia será el suyo –al final del sexenio– a
una casa de 7 millones de dólares.
Y ahora de gira en China dice que se siente
“afligido”. ¿Afligido porque a él y a su pareja los descubrieron con los dedos
en la puerta? ¿Afligido porque a él y a Angélica Rivera los agarraron con las
manos en la masa? ¿Afligido porque la forma de hacer política del Grupo
Atlacomulco –“un político pobre es un pobre político”– se hizo pública otra
vez? ¿O afligido porque su Casa Blanca subraya el viejo dicho de Frank Herbert:
el poder atrae a los corrompibles?” Y el poder absoluto atrae a los
absolutamente corrompibles. Como a Enrique Peña Nieto y a la
extraordinariamente trabajadora, exitosa y ahorradora mujer con quien tuvo la
fortuna de casarse.
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