¡A la Suprema Corte de Justicia se le obedece, sin discusiones y sin regateos!, Edgar Elías Azar.
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La
Reforma de Justicia Penal. Un Compromiso de Estado Hecho Realidad
Noche
del viernes 17 de junio de 2016-
Magistrado
Edgar Elías Azar, Presidente del Tribunal Superior de
Justicia de la Ciudad de México y de la Comisión Nacional de Tribunales
Superiores de Justicia de los Estados Unidos Mexicanos
Ciudadano
Presidente de la República.
Ciudadano
Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; ciudadanos
representantes del Honorable Congreso de la Unión; ciudadano Jefe de Gobierno
de la Ciudad de México; Gobernadores de entidades federativas; ciudadano
Secretario de Gobernación; ciudadano Consejero Jurídico de la Presidencia de la
República; señora Procuradora General de la República; compañeros Magistrados;
Jueces de los tribunales superiores de justicia del país; consejeros.
Señoras
y señores:
El
término constitucional de ocho años para instrumentar lo necesario, en el afán
vigoroso y saludable de recibir este nuevo milenio con un nuevo sistema de
justicia, se cumple puntualmente sin desmayos, ni claudicaciones, sin prórrogas,
ni interrupciones, ni pausas, ni treguas.
Hemos
sido testigos de un trabajo de los mexicanos, para los mexicanos. Todos, en un
proyecto de interés y alcance nacional. Todas las entidades federativas, todos
los Poderes de la Unión, la sociedad entera, y nunca antes un Presidente de la
República se había involucrado tanto y tan profundamente en una reforma de y
para la justicia.
Hemos
de reconocer que su impulso, señor Presidente, y aliento, fueron definitivos en
este procedimiento.
Hoy,
aquí, venimos a cerrar una etapa formidable en la historia de nuestro país, sin
precedente de esta clase, ni magnitud.
La
etapa que venimos a clausurar y declarar concluida se dedicó a la
instrumentación de políticas públicas, bases y principios de leyes y desarrollo
de los operadores jurídicos en diversos ámbitos de esta reforma, que debemos
considerarla de mayor calado y desplazamiento jamás intentada en una materia
tan sensible y demandada como lo es una justicia accesible, confiable,
expedita, transparente, rápida, honesta y, fundamentalmente, comprensible y cercana
a la sociedad.
Fue
una etapa colmada de retos. No se trató nunca de remozar resignadamente lo que
ya se tenía. No se trató de impulsarlo lo irrealizable, sino de hacer lo
posible, que era mucho antes, y que es mucho ahora.
No
se trató de simular un cambio para seguir igual. No se trató de trabajos
aislados y parcelados que luego, al perder su inercia, se disuelven y
desaparecen de nuestros escenarios, como ya ha pasado con otros emprendimientos
y otras esperanzas en otros tiempos.
Cambiábamos
o nos cambiaban. No era posible seguir bregando con un aparato desgastado y
superado por la realidad social. Lo que sirvió, lo hizo en su momento y lugar,
no más.
En
otros aspectos, ya había patologías severas y rezagos intolerables. Debíamos
cambiar. Queríamos cambiar y teníamos que cambiar, y aquí estamos, en el centro
mismo del cambio y en franco movimiento.
Este
acto, que de alguna manera cierra esa etapa primigenia que será memorable, nos
viene a decir muchas cosas; todas buenas, a pesar de algunos escépticos y
críticos prematuros. Y, al menos, distingo ahora mismo, tres corolarios para
esta larga laboriosa jornada de años de trabajo.
Percibo
en este acto solemne, de manera inicial, que estamos ante una realidad tangible
y lograda, que estamos ante un testimonio nacional de esfuerzo conjunto y que
estamos de cara a una incitación fuerte y persistente para seguir construyendo
la justicia mexicana del futuro, y no sólo pensar en el futuro de la justicia.
Hoy,
se puede asegurar que somos mejores; mucho mejores que apenas ayer. Contamos
con nuevas normas jurídicas que miran hacia adelante y nos atan al pasado, que
son motores que impulsan y no cadenas que detienen el progreso.
Hoy,
pensamos diferente y anhelamos diferente. Hoy, no está en nuestra voluntad justiciera
resolverlo todo por una única vía, que es el encierro, que degrada y pervierte.
Hoy, contamos con alternativas de justicia eficaces, retributivas y más acordes
al movimiento mexicano a favor de los derechos humanos.
Hoy,
sabemos que un juicio tiende a fundar o no la culpabilidad de un procesado,
pero que no puede iniciarse sin una acusación sustentada y sin pruebas y
evidencias que se resuelven en el contradictorio procesal, brindando igualdad
de armas para el litigio a ambas partes.
Hoy,
sabemos que nuestros espacios para impartir justicia propician la apertura y la
transparencia de lo que en los estrados del Juez se ventila, y procura
resolverse conforme a la ley.
Hoy,
nuestra realidad es otra; mejor y más anchurosa. Es más clara, es más diáfana;
ha sabido abandonar los cuartos y recámaras solitarios, los pasillos del
alegato escondido, los mundos de papel donde muchos se perdían, los descuidos
de la autoridad de cara al reo y las víctimas, la formación de ideas en torno a
los hechos que se juzgan a partir de números y expedientes, y no lo hacíamos de
rostros y palabras.
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