El
espionaje ruso, un lastre para Putin/Mark Galeotti es profesor de asuntos globales en la Universidad de Nueva York, y profesor visitante en el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
El País, domingo,
19/Jun/2016
Cuando
el presidente Vladimir Putin contemplaba a sus tanques en la Plaza Roja durante
el desfile del Día de la Victoria, no estaba mirando más que una parte, tal vez
la menos importante, de su arsenal. Dada la creciente vigilancia de la OTAN,
las armas más eficaces de las que dispone son sus espías.
Tanto
el Servicio de Inteligencia Exterior (SVR), como la inteligencia militar (GRU),
como incluso el Sistema de Seguridad Federal (FSB), tienen sus propias redes de
agentes en Europa, y por más que en el mundo actual todos espíen a todos, ellos
se distinguen por su gran número, su actividad y su agresividad. Año tras año,
desde que Putin llegó al poder en 2000, crecen las partidas presupuestarias de
los servicios de inteligencia rusos. En los últimos tiempos han robado
secretos, plantado información falsa, creado turbulencias políticas e incluso
asesinado a recaudadores de fondos para los rebeldes chechenos y
“probablemente”, según la investigación oficial británica, también al desertor
Alexander Litvinenko.
Sin
embargo, durante la elaboración del informe publicado hoy por el Consejo
Europeo de Relaciones Exteriores (La hidra de Putin: dentro de los servicios de
inteligencia rusos) quedó claro que, aunque los servicios de inteligencia son
sin duda activos y agresivos, también están divididos, son corruptos y
probablemente supongan un lastre. La imagen occidental de Rusia es la de un país
cuyos espías gozan de gran influencia gracias a sus conexiones con Putin quien,
después de todo, es un veterano del KGB soviético. Pero nuestras conversaciones
con agentes del gobierno, tanto en activo como retirados, y con personas que
les conocen, dan una imagen muy diferente: la de un gobierno disfuncional en el
que los informes de inteligencia se redactan para complacer al Kremlin,
ofreciendo una visión del mundo hostil y conspiratoria a un círculo cada vez
más aislado de líderes.
Desde
su regreso al Kremlin en 2012, Putin ha ido perdiendo tolerancia antes
cualquier opinión diferente. Los miembros más liberales de su equipo han sido
aislados o expulsados. Entre bambalinas, los espías empiezan a temer que esto
también pueda sucederle a ellos.
Así,
los servicios rusos están inmersos en una lucha constante y sangrienta por
obtener influencia política. Se duplican los trabajos, se niegan a compartir
inteligencia, y están más interesados en ganar partidas a sus rivales que en
servir a su país. Lo más preocupante de todo es que por la necesidad de
complacer al Kremlin los jefes de inteligencia dan forma a los hechos, los
endulzan, para que le gusten al presidente y sus puestos no corran peligro.
Como me dijo un entrevistado, han aprendido que “no se traen malas noticias a
la mesa del zar”.
He
aquí, pues, la ironía. Putin tiene los servicios de inteligencia que quería:
poderosos, obedientes, agresivos. Pero mientras sobre el terreno muchas veces
son astutos y eficaces, también están ensuciando la imagen de Rusia en el
exterior y, lo que es aún más grave, confundiendo a Putin al reforzar su visión
del mundo, en lugar de iluminarla y desafiarla.
Putin
no es irracional, pero si la información que recibe es poco rigurosa y los
análisis que lee son de parte, puede terminar tomando decisiones peligrosas. Se
anexionó Crimea creyendo que occidente lo aceptaría en pocos meses; Rusia sigue
sufriendo sanciones económicas. Envió a sus tropas a Ucrania pensando que Kiev
abandonaría sus esfuerzos por acercarse a Europa; el conflicto continúa y no
muestra señales de concluir. ¿Qué será lo próximo que le animen a hacer sus
espías?
Los
gobiernos europeos deben responder adoptando una actitud más dura contra la
actividad de la inteligencia rusa, tanto para enviar una señal a Moscú como
porque los espías aún son capaces de crear problemas en el exterior. Esto
significa no solo invertir en contrainteligencia, sino también atender a esas
debilidades de gobernanza que facilitan las campañas del Kremlin, cosa que
incluye la aplicación de controles más estrictos sobre las fuentes del dinero
sucio.
La
actual campaña española contra los criminales rusos y sus aliados políticos
domésticos es un ejemplo excelente de lo que se puede hacer. Durante años Moscú
ha dado por sentado que occidente sería reticente a la adopción de medidas
duras contra sus espías y criminales, y se ha confiado. Un poco de dureza ahora
no sólo sacaría de la circulación ciertas influencias rusas problemáticas, sino
que podría también atravesar el escudo de mentiras que protege a Putin del
mundo real, para que se dé cuenta de que es hora de ser menos agresivo, no más.
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