Revista Proceso # 1879, 4 de noviembre de 2012.
En su libro Las finanzas secretas de la Iglesia, que pronto estará en circulación, el periodista estadunidense Jason Berry detalla la manera en que Marcial Maciel gastaba sumas millonarias en regalos y dádivas a los jerarcas del Vaticano, empezando por el Papa Juan Pablo II. El propósito del fundador de los Legionarios de Cristo, según el autor, era acumular poder para el fortalecimiento de su orden, al tiempo que se blindaba para salir airoso de las acusaciones que se le hacían por pederastia. Al final todo se descubrió.
El sacerdote Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, gastaba mucho dinero para comprar favores de los altos jerarcas del Vaticano, incluido el Papa Juan Pablo II, así como para impedir que los tribunales eclesiásticos lo juzgaran por sus abusos sexuales cometidos contra menores de edad.
En 1995, por ejemplo, Maciel le entregó 1 millón de dólares a Juan Pablo II, quien además llegaba a oficiar misas privadas –en su capilla del Palacio Apostólico– para los acaudalados amigos de Maciel que solían recompensar al pontífice con donativos de hasta 50 mil dólares en efectivo.
Al ver el enorme poder que tenía Maciel durante el pontificado de Wojtyla, el actual Papa Benedicto XVI, entonces encargado de la Congregación para la Doctrina de la Fe, decía que no era “prudente” investigarlo por sus actos de pederastia, que para entonces ya eran conocidos en todo el mundo.
Un detalle pormenorizado de esos “donativos” –o “sobornos”, en opinión de algunos– que repartía Maciel en el Vaticano lo brinda el investigador estadunidense Jason Berry en su libro Las finanzas secretas de la Iglesia, que editorial Debate pondrá a circular en México en los próximos días.
En el capítulo “El padre Maciel, señor de la prosperidad”, se plantea que el sacerdote michoacano “quería comprar poder”, por lo que gastaba en Roma “grandes sumas de dinero para aislarse de la justicia”, pero también para obtener el aval del Vaticano a los centros de formación que iban abriendo los Legionarios de Cristo en distintos países.
Agrega Berry que el cardenal Angelo Sodano, entonces secretario de Estado del Vaticano, era “muy cercano” a Maciel; no obstante, su “defensor más importante” era, sin duda, “el mismo Papa Juan Pablo II”.
Y relata la siguiente anécdota que demuestra la cercanía entre Maciel y Wojtyla, que se prolongó durante todo su pontificado:
“En enero de 1979, en su primer viaje como pontífice, Juan Pablo visitó México. Maciel iba sentado en el avión con él, como recompensa por el extenso trabajo de avanzada. Gracias a un sacerdote legionario que decía misas para la primera dama, el presidente López Portillo decidió recibir a Juan Pablo en el aeropuerto… Seis meses después Juan Pablo mostró su aprecio con una visita a los Legionarios de Roma.”
Maciel le mandaba dinero a Juan Pablo II. El libro hace referencia a una de esas entregas:
“En 1995, según exintegrantes de la Legión, Maciel envió al Papa Juan Pablo 1 millón de dólares por medio de monseñor Stanislaw Dziwisz, cuando el Papa viajó a Polonia. Como secretario papal, Dziwisz, oriundo de Polonia, fue durante décadas el hombre más cercano a Juan Pablo. Manejar dinero era parte de su trabajo.”
El secretario del Papa –prosigue el libro– también se encargaba de recibir los donativos de las familias pudientes a las que Maciel llevaba a las misas privadas del pontífice, realizadas en la capilla de su Palacio Apostólico, con capacidad para 40 personas y adornada con frescos de Miguel Ángel, específicamente con La conversión de Saulo y La crucifixión de San Pedro.
Los acaudalados amigos de Maciel “solían encontrar al Papa de rodillas, absorto en oración, con los ojos cerrados, casi en un éxtasis, completamente ajeno a quien ingresaba a la capilla… para los laicos era una maravillosa experiencia espiritual”.
El libro recoge el testimonio de un exsacerdote legionario que asistía a esas misas exclusivas y quien revela: “Acompañé a una rica familia mexicana en una misa privada y al final la familia le entregó a Dziwisz 50 mil dólares”.
Favores mutuos
El secretario papal tenía “frecuentes comparecencias” con los allegados de Maciel, por las cuales también recibía donativos que se hacían “siempre en efectivo” y en dólares, pues “en liras se habrían necesitado demasiados billetes”.
Añade el libro: “En 1998 Maciel tiró la casa por la ventana para ofrecer una espléndida fiesta en honor de Dziwisz, con motivo de su proclamación como obispo, e incluyó festiva música de mariachis interpretada por una pequeña orquesta de los Legionarios”.
No sólo el Papa y su secretario recibían dinero en efectivo, pues también “los cardenales y los obispos que decían misas para los Legionarios recibían pagos de 2 mil 500 dólares y más, de acuerdo con la importancia del evento”.
¿Se trataba de donativos o de sobornos? En el libro se hace esta pregunta. Algunos exsacerdotes legionarios responden que se trataba de “una forma elegante de dar un soborno”. Otros, en cambio, señalan que era opere de charittá (obra de caridad), ya que la Iglesia bien pudo destinar ese dinero para ayudar a los pobres y necesitados, cosa que no se sabe a ciencia cierta, dada la opacidad de las finanzas vaticanas.
Pero Maciel –se dice en el texto– también era muy dado a hacer costosos regalos en especie a los jerarcas vaticanos o a agasajarlos con fiestas y comilonas que no podían ser obras de caridad y cuya intención era conseguir favores a cambio.
Plagada de esos favores mutuos fue la relación de Maciel con Angelo Sodano, desde que éste era nuncio apostólico en Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet, a la que apoyaba. Con el fin de “neutralizar a los defensores de la Teología de la Liberación que militaban en la izquierda”, Sodano impulsó en Chile las obras que realizaban los Legionarios de Cristo y que imponían “el estilo católico de la teología de la prosperidad, la lealtad papal y el capitalismo del mercado libre”.
A partir de entonces Maciel supo corresponder esos favores: “Puso al padre Raymond Cosgrave, un legionario irlandés, a disposición de Sodano prácticamente como ayuda de campo en la nunciatura de Santiago. En 1989, en el escalafón para ser nombrado secretario de Estado, Sodano tomó clases de inglés en Irlanda en el colegio de la Legión. Fue de vacaciones a una casa de recreo de la Legión en Sorrento”.
Cuando Sodano fue nombrado cardenal, Maciel le organizó en Roma una gran comida a la que asistió prácticamente toda la familia del nuevo purpurado; alrededor de 200 personas. Y volvió a agasajarlo cuando se le nombró secretario de Estado.
Por su parte el cardenal Sodano “ayudó a cambiar los requisitos de zonificación” para construir la universidad Regina Apostolorum que tienen los Legionarios en Roma. En esta construcción Maciel le dio empleo al ingeniero Andrea, sobrino del cardenal Sodano.
Se cuenta en el libro que “dos legionarios que estaban en el proyecto opinaban que el trabajo de Andrea era inadecuado. Cuando le sugirieron a Maciel que no debería pagársele la cuenta, éste gritó: ‘¡Paga la cuenta y págala ahora!’ Así lo hicieron”.
Maciel escogía muy bien los regalos que destinaba al cardenal Sodano –que fluctuaban entre 5 mil y 10 mil dólares–. Incluso mandó que pusieran la fotografía de Sodano en el centro que tiene en Roma el Regnum Christi, que es la organización de laicos de la Legión.
El fundador de la Legión también pagó la remodelación de la residencia del cardenal Eduardo Francisco Pironio, cuando éste era el encargado de la Congregación para Institutos Religiosos y Seculares, cargo en el que permaneció de 1976 a 1983. La remodelación “fue un recurso bastante grande, costoso, ampliamente conocido en los niveles superiores de la Legión”, se dice en el libro.
A cambio Pironio debía aprobar la constitución de la Legión, que incluía los llamados “votos privados”, consistentes en la obligatoriedad de no hablar nunca mal de Maciel y suprimir toda crítica interna en la congregación, lo cual le aseguraba obediencia ciega e impunidad para sus abusos sexuales. Pese a la reticencia de los cardenales consultores de esa congregación, Pironio y Juan Pablo II aprobaron la constitución porque estaban “financieramente en deuda con la Legión”.
“Engrasando las ruedas”
En Las finanzas secretas de la Iglesia Berry menciona otro soborno de Maciel: cuando Eduardo Martínez Somalo estaba a cargo de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, Maciel le pidió a uno de sus sacerdotes que fuera al domicilio de aquél a entregarle un sobre que contenía 90 mil dólares. Cuenta en el libro este sacerdote: “Ni me inmuté… subí a su apartamento, le entregué el sobre y le dije adiós… Era una forma de hacer amigos, asegurarse cierta ayuda si fuera necesaria, engrasando las ruedas, por así decir”.
Pero no todos aceptaban las dádivas de Maciel. El libro relata cuando le rechazaron agriamente un lujoso automóvil Mercedes Benz:
“Maciel quería la aprobación del Vaticano para Regina Apostolorum como academia pontificia, el más alto nivel de reconocimiento del Vaticano. Esto pondría a la reciente universidad en igualdad de condiciones con las universidades Laterana y Gregoriana, mucho más antiguas. Así que en 1999 los Legionarios ofrecieron un Mercedes a Pío Laghi, entonces prefecto de la Congregación para la Educación Católica (y anteriormente embajador papal en Estados Unidos).
“Laghi, quien ya falleció, quedó horrorizado y desdeñó el ofrecimiento, según el padre B, que presenció su furia. El sucesor de Laghi, el cardenal Zenón Grocholewski, rehusó conceder el estatus académico. A Regina Apostolorum le faltaban credenciales en investigación, profesorado y prestigio internacional.”
En épocas navideñas Maciel ponía a varios de sus seminaristas a preparar las canastas de regalos para los jerarcas de la Iglesia –era un “espectáculo de vinos finos, licores y jamones curados”–. Ya preparados los regalos, los mismos legionarios eran “enviados en automóviles a entregarlos a los cardenales y a otros aliados, siempre con un propósito: aumentar el poder de la Legión y de Maciel”.
En sus viajes por distintos países de Europa y América, el mismo Maciel llevaba una vida de lujos y derroche, según cuenta en el libro el sacerdote Stephen Fichter, quien coordinaba la oficina administrativa de la Legión en Roma y se encargaba de los gastos de Maciel.
“Cuando el padre Maciel viajaba desde Roma era mi deber proporcionarle 10 mil dólares en efectivo, 5 mil en dólares de Estados Unidos y la otra mitad en la moneda del país al que iba a viajar… Era parte de la rutina de mi trabajo. Él estaba tan completamente por encima de todo reproche que yo me sentía honrado de cumplir esa función. No entregaba ningún recibo y yo no habría osado pedírselo”, dice Fichter.
“Maciel se anotó otro punto en 2003, cuando el arzobispo Tarcisio Bertone, de Génova, escribió un insigne prefacio a Christ is my life, una larga entrevista en forma de libro en la que Maciel responde las preguntas del padre Jesús Colina, miembro del Regnum Christi”, se indica en el libro.
Con preguntas a modo, Christ is my life es una “autodefensa” de Maciel ante los cargos en su contra. Y el cardenal Bertone también se prestó a defender a Maciel al escribirle el prefacio del libro, en el que dice elogioso:
“Las respuestas que el padre Maciel da en la entrevista son profundas y sencillas y tienen la franqueza de aquel que vive su misión en el mundo y en la Iglesia, con la vista y el corazón puestos en Cristo Jesús. La clave de su éxito es, sin duda, la atractiva fuerza del amor de Cristo. Ello ha animado siempre al padre Maciel y a su instituto para no dejarse ganar por la controversia, que no ha sido poca en su historia.”
Bertone sucedió en el cargo a Sodano. Ahora es el secretario de Estado del Vaticano y, por lo tanto, el brazo derecho del Papa Benedicto XVI, quien también llegó a proteger a Maciel.
El libro menciona que como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe de Juan Pablo II, a Joseph Ratzinger le llegaban reportes sobre los actos de pederastia de Maciel, pero aquél llegó a comentarle a un obispo mexicano que no era “prudente” investigarlo, puesto que había atraído a muchos hombres al sacerdocio.
Cuando Juan Pablo II estaba moribundo, en 2004, Ratzinger ordenó que se investigara a Maciel, ya que el nuevo papado no debía iniciarse “bajo el peso del escándalo de un Maciel protegido”. El trono pontificio lo obtendría Ratzinger, quien ya como pontífice condenó a Maciel al ostracismo, pero sin llevarlo a juicio formal.
De 551 páginas, Las finanzas secretas de la Iglesia reconstruye los últimos días de Maciel, en enero de 2008, cuando estaba internado en un hospital de Miami y se negó a hacer una confesión final, como lo pide la fe católica. Tampoco quiso recibir los santos óleos, gritando enfurecido: “¡Dije que no!”, y renegando de Dios y de la Iglesia, al grado de que intentaron llevarle un exorcista. Sólo quería estar acompañado de su pareja sentimental, Norma Hilda Baños, y de la hija de ambos, Normita. “Quiero quedarme con ellas”, clamaba el agonizante.
Cuando murió, la Legión dijo que Maciel se había ido directo al cielo.
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