Las mazmorras
del sexenio pasado/ANABEL HERNÁNDEZ
Revista
Proceso
No. 1900, 30 de marzo de 2013;
Brenda
Quevedo Cruz, una de las personas acusadas por Isabel Miranda de Wallace del
secuestro y asesinato de su hijo, Hugo Alberto Wallace, fue torturada en 2010,
cuando estaba presa en el penal de las Islas Marías y, por lo tanto, bajo la
custodia de la Secretaría de Seguridad Pública encabezada por Genaro García
Luna. Un año después la CNDH evaluó a la mujer y, de acuerdo con los parámetros
del Protocolo de Estambul, concluyó que había padecido castigos crueles,
inhumanos y degradantes, un informe que la propia CNDH ocultó. Pero el
historial de García Luna y su gente durante el sexenio pasado abarca otros
casos de abuso de autoridad, maltrato y tortura.
El
viernes 15 de marzo la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH)
interpuso ante la Procuraduría General de la República una denuncia penal
contra Genaro García Luna y otros exfuncionarios de la desaparecida Agencia Federal
de Investigación (AFI) por las violaciones a los derechos humanos de la
francesa Florence Cassez.
Pero
el caso de Cassez es sólo uno en el historial de García Luna. Bajo su mando, la
AFI y la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) federal violaron de manera
constante los derechos humanos. Han comenzado a documentarse abusos de
autoridad y torturas en algunos complejos penitenciarios administrados por la
SSP durante el sexenio pasado. Algunos ya están siendo investigados por la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).
Proceso
tiene copia del resultado de la evaluación realizada a Brenda Quevedo Cruz
–acusada del presunto secuestro y asesinato de Hugo Alberto Wallace– bajo los
términos del Protocolo de Estambul (Manual de Investigación y Documentación
Efectiva sobre Tortura, Castigos y Tratamientos Crueles, Inhumanos o
Degradantes).
El
resultado –hasta ahora inédito– de la evaluación hecha por la CNDH en 2011
prueba que Brenda Quevedo fue brutalmente torturada en el complejo penal
federal de las Islas Marías estando bajo custodia de la SSP.
Otro
caso: en febrero de 2012 la familia de Javier Herrera Valles, excomisionado de
la Policía Federal, principal crítico de la gestión de García Luna y quien fue
encarcelado con base en testimonios falsos, presentó una queja ante la CNDH por
la golpiza que asegura sufrió, meses antes de ser puesto en libertad, en el
penal de máxima seguridad de Tepic, Nayarit, también bajo custodia de la SSP.
Aún
más: Proceso recabó declaraciones de familiares de presos del Centro Federal de
Readaptación Social número 3, Noreste, localizado en Matamoros, Tamaulipas,
quienes se quejan de trato inhumano, vejaciones y abusos sexuales de custodios
y comandantes contra presos durante el sexenio anterior (el penal de las Islas
Marías, otras cuatro cárceles federales y un centro federal de rehabilitación
psicosocial estaban bajo la administración, custodia y operación del Órgano
Administrativo Desconcentrado de Prevención y Readaptación Social, que dependía
de la SSP, encabezada por García Luna).
Brenda
Quevedo
En
el complejo federal penitenciario de las Islas Marías –donde por ley sólo
pueden estar presos los sentenciados–, Brenda Quevedo Cruz, acusada y aún no
sentenciada por el presunto secuestro y homicidio de Hugo Alberto Wallace,
estaba apartada del resto de la población femenil en un área conocida como La
Borracha.
La
madrugada del 13 de octubre de 2010 el comandante de custodios Javier Jiménez
Santana y las custodias Verónica Chávez Rojas y Eneyda Pérez sacaron a Quevedo
de La Borracha y la subieron a una camioneta.
El
vehículo avanzó por una carretera que bordea la isla María Madre (la mayor del
archipiélago y que alberga la prisión), según consta en la declaración hecha
por Brenda el 30 de junio de 2011 en el consultorio del Centro Femenil
Noroeste, en Tepic, durante la evaluación aplicada por la visitadora adjunta
adscrita a la Tercera Visitaduría General de la CNDH.
Fue
ese día cuando la CNDH pudo entrevistar directamente a Quevedo y escuchar su
denuncia. Ahí se corroboró la tortura de la que fue víctima la joven, cuando la
SSP, con García Luna como titular, era responsable de la administración y
manejo del centro penitenciario. La directora del anexo femenil del penal de
las Islas Marías era María Teresa López Aboites.
Brenda,
expareja de Jacobo Tagle, fue extraditada de Estados Unidos el 26 de septiembre
de 2009 acusada del secuestro y homicidio de Hugo Alberto Wallace, quien según
su madre, Isabel Miranda de Wallace, ocurrió el 11 de julio de 2005. Miranda de
Wallace acusa a Quevedo, Tagle, César Freyre, Juana Hilda González y a los
hermanos Tony y Alberto Castillo de haber hecho desaparecer a su hijo.
–¿A
dónde me llevan? –preguntó Brenda.
–No
tienes derecho a decir nada, sabes que estás en un caso muy fuerte y unas
personas quieren hablar contigo.
–No
me dejen sola…
–Nadie
va a tocarte
–dijo
Jiménez Santana. Esa promesa no la cumplió.
La
dejaron sola en una casa en obra negra donde había muchas ratas. La metieron a
un cuarto pequeño donde no había muebles, sólo una cobija en el suelo. La
puerta no tenía cerradura.
Hacia
la una de la tarde del 14 de octubre de 2010 llegó al lugar una camioneta de la
que bajaron cinco o seis hombres encapuchados con pantalones de mezclilla y
camisas blancas.
–¡Chingaste
a tu madre otra vez!, ¡creíste que no nos volverías a ver! –gritó uno de ellos
al entrar al cuartito.
Le
vendaron los ojos, la envolvieron con una cobija a la altura del torso y la
ataron con cinta para inmovilizarla. La tiraron al piso boca arriba, le quitaron
los zapatos y las calcetas y le pusieron en el dedo gordo de un pie un alambre.
Le echaron agua en la cara; sin poder moverse Quevedo sentía que se ahogaba.
También mojaron la cobija.
–¡Ahora
sí pides perdón, perra! Vamos a hacerte respetar a la gente –le dijo uno de los
hombres.
La
golpearon con los codos en el pecho, le pegaron en las orejas y la amenazaron
con dañar a su madre, la señora Enriqueta Cruz, y a su hermano.
–Te
crees edecán pero eres una prostituta. Un perro vale más que tú –la insultaban.
Uno
de los hombres le bajó el pantalón, le separó las piernas y le metió el puño en
la vagina. Lo hizo varias veces.
–¿Qué
se siente? –le preguntaba mientras repetía la acción.
Después
le dieron toques eléctricos con el alambre que le pusieron en el pie.
–Vas
a sentir como que te vas quemando poco a poco –le dijo uno de ellos.
El
propósito de la tortura era obligarla a confesar que había participado en el
secuestro y homicidio de Hugo Alberto Wallace. La madre de éste, María Isabel
Miranda, excandidata del PAN a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México,
era muy cercana al entonces presidente Felipe Calderón y al titular de la SSP,
Genaro García Luna. Quevedo no confesó y en todo el proceso se ha declarado
inocente de los cargos que se le imputan.
La
tortura duró cerca de tres horas. Después los encapuchados la desataron y se
fueron. Brenda Quevedo se quedó hasta la madrugada del 15 de octubre en esa
casa. Al amanecer de ese día Jiménez Santana fue por ella y la llevó de regreso
a La Borracha.
Ningún
médico certificó el estado de salud de Brenda Quevedo pese a que estaba
visiblemente lastimada, tenía sangrado vaginal y un absceso en el seno derecho.
Estuvo incomunicada de su familia durante un mes, hasta que finalmente pudo
hablar con su madre, Enriqueta Cruz, quien recurrió a la CNDH. Brenda
actualmente está recluida en el penal federal de Tepic.
La
CNDH ocultó evidencias
En
la evaluación realizada por la CNDH, se le aplicaron a Brenda Quevedo las
escalas de Beck, para medir la depresión y la ansiedad, y la de Impacto del
Evento de M. Horowitz. “Se realizó la interpretación de los hallazgos clínicos
y se establecieron las conclusiones”, según se indica en el documento
certificado por la CNDH al que este semanario tuvo acceso.
La
evaluación se realizó el 30 de junio de 2011 para establecer el grado de
concordancia entre los hallazgos psiquiátricos y la descripción del “presunto
maltrato físico o mental” sufrido por Brenda Quevedo Cruz. Los resultados
fueron elaborados por la visitadora adjunta adscrita a la Tercera Visitaduría
General de la CNDH, cuyo nombre se mantiene en reserva en el documento en poder
de Proceso y que forma parte del expediente CNDH/3/2010/6007/Q.
La
visitadora adjunta señala que en el Protocolo de Estambul se afirma que tanto
el uso de corriente eléctrica como la sofocación y la agresión sexual son
prácticas recurrentes en la tortura.
“La
sofocación hasta casi llegar a la asfixia es un método de tortura frecuente que
en lo general no deja huellas y la recuperación es rápida.
“Las
amenazas, los malos tratos verbales y las burlas sexuales forman parte de la
tortura sexual pues incrementan la humillación y sus aspectos degradantes, todo
lo cual forma parte del procedimiento (de tortura)”, explica el documento.
La
evaluación señala que Quevedo, actualmente de 32 años, a raíz de la tortura que
sufrió presentó “depresión” y “ansiedad” aguda y en la Escala de Impacto del
Evento de M. Horowitz tiene un “rango severo”.
“Durante
la valoración se encontró que la señora Brenda Quevedo Cruz presentaba
trastorno por estrés postraumático crónico, depresión y ansiedad severas, así
como un rango severo de impacto del evento.”
También
se encontró que existe concordancia entre los hallazgos psiquiátricos y la
descripción del maltrato físico y mental que sufrió. Se afirma que lo padecido
por Quevedo “rebasó la capacidad de respuesta de su psique y dio lugar a la
sintomatología descrita en el rubro correspondiente de este documento”.
“Emito
la presente opinión con base en mi experiencia y conocimientos sobre la
materia, para los efectos a que haya lugar”, firmó la visitadora.
Pero
inexplicablemente la Tercera Visitaduría General de la CNDH aseguró en un
escrito enviado el 30 de septiembre de 2011 a Enriqueta Cruz, madre de Brenda,
que hasta ese momento la Comisión no tenía elementos suficientes para acreditar
las agresiones sufridas por Brenda. En realidad ya tenía los resultados de la
evaluación realizada conforme al Protocolo de Estambul.
En
entrevista la señora Cruz señala que incluso la Visitaduría le negó que el
Protocolo de Estambul aplicado a su hija hubiera resultado positivo, pero hace
apenas unas semanas la misma CNDH tuvo que entregarle una copia certificada de
los resultados de dicha evaluación practicada a su hija, en la que se demuestra
que sí fue torturada.
La
madre de Brenda Quevedo exige a las autoridades que se castigue a las
autoridades del penal de las Islas Marías que permitieron la tortura y se
investigue quiénes fueron los hombres que atacaron a su hija y quién les
facilitó el ingreso al complejo penitenciario. Afirma que su hija es inocente,
lleva presa cuatro años sin que exista ninguna prueba en su contra, sólo
declaraciones de Juana Hilda González y de César Freyre, quienes presuntamente
también fueron torturados.
Herrera
Valles
A
las 11 de la noche del 13 de febrero de 2012, 20 custodios vestidos de azul
entraron al módulo 11 del Cefereso de Tepic, administrado y controlado por la
SSP. La directora era Lorena Campuzano.
Quien
iba al frente del grupo, el general Mario Antonio Bonifaz Guillén, entonces
director general de Seguridad y Custodia de la Subsecretaría del Sistema
Penitenciario Federal, se paró ante una de las celdas y en voz alta preguntó
quién era Herrera Valles.
Buscaba
al excomisionado Javier Herrera Valles, quien en 2008 fue detenido bajo falsos
cargos de delincuencia organizada después de haber denunciado y documentado
durante meses la corrupción de la SSP y de la Policía Federal que comandaba
García Luna.
Herrera
Valles, con 20 kilos menos luego de más de tres años de encierro, se puso de
pie. Bonifaz lo observó y se retiró. Enseguida entraron a la celda –donde había
dos presos además de Herrera– ocho custodios quienes los pusieron contra la
pared y les ordenaron desnudarse para hacerles una revisión.
Dos
de los custodios comenzaron entonces a golpear a Herrera Valles. Uno le jalaba
una pierna, uno más le jalaba y abría la otra mientras le daban rodillazos en
la zona genital así como codazos en la nuca y en el cuello. Aparentemente
esperaban que el excomandante reaccionara violentamente para poder justificar
así el uso de las pistolas eléctricas que llevaban.
La
queja por estos hechos fue presentada el 15 de febrero de ese año ante la CNDH
por David Herrera Valles, hermano del excomandante. Uno de los dos testigos que
había en la celda ratificó la golpiza recibida por Herrera Valles. Aún está
pendiente la recomendación correspondiente.
No
era la primera vez que la SSP federal actuaba por consigna contra Herrera
Valles. En 2009 la CNDH emitió la recomendación 30/2011 por “tratos crueles”
dirigida a Genaro García Luna, titular de la SSP, porque policías federales
golpearon brutalmente a Herrera Valles (incluso le rompieron una costilla) el
17de noviembre de 2008, cuando lo detuvieron en la Ciudad de México sin contar
con orden de aprehensión o presentación.
En
septiembre de 2012, siete meses después de esa última golpiza, Herrera Valles
fue liberado por orden de un juez. Se le absolvió de todos los cargos que se le
imputaron falsamente.
Actualmente
la CIDH está en el proceso de recolección de pruebas e investigación del caso
de la violación a los derechos humanos sufridos por Brenda Quevedo Cruz y por
Javier Herrera Valles en las cárceles federales de las Islas Marías y de Tepic;
los expedientes de los casos son los MC-305-12 y P-1413-08, respectivamente.
El
“paquete Calderón”
Este
semanario pudo recabar testimonios de familiares de presos del Cefereso
Noreste, de Matamoros. Las denuncias revelan una sistemática violación a los
derechos humanos de los detenidos –muchos de ellos aún sin sentenciar– a
quienes se les dio un trato inhumano durante el sexenio pasado.
Familiares
del preso Miguel Jiménez Barrera cuentan que éste fue brutalmente golpeado
cuando opuso resistencia ante un intento de abuso sexual por parte de un
comandante del Cefereso al que apodan El Chabelo. Al día siguiente de esos
hechos el reo tuvo una diligencia frente al Ministerio Público federal y ahí
denunció lo ocurrido e incluso se levantó la camisa para mostrar las huellas de
los golpes.
El
Ministerio Público asentó en actas lo ocurrido y el interno fue cambiado de
módulo presuntamente para garantizar su seguridad, según palabras del entonces
director de esa prisión, Julio César Cué Busto.
De
acuerdo con los testimonios recabados entre los familiares de los presos del
Cefereso de Matamoros, durante el sexenio anterior se hizo célebre “el paquete
Calderón” que consiste en la “fabricación” del auto de formal prisión por
delitos como delincuencia organizada, portación de armas de uso exclusivo del
Ejército y delitos contra la salud. Gracias a la “fabricación” de delitos,
afirman, la PGR encerró a muchos inocentes.
Aseguran
que en el “paquete Calderón” los autos de formal prisión son iguales, sólo
cambian los nombres del detenido y de los testigos; pero se trata, dicen, de
machotes en los que todo es idéntico, hasta las declaraciones de cargo.
Cuentan
que las palizas eran frecuentes. Para ocultar las huellas de las vejaciones y
dejar a los presos en un estado de indefensión total, los incomunicaban y les
quitaban sus pertenencias.
“Le
señalan a uno como familiar que cometieron una falta y que por esa razón fueron
aislados en celdas de castigo de 36 a 72 días o quizás más. Este tiempo (…) es
necesario para que puedan desaparecerles los golpes visibles y pueda seguir
siendo amenazado para que desista de denunciar dichos actos frente a sus
familiares o frente a alguna otra autoridad cuando los reintegren a su módulo”,
acusa uno de los familiares entrevistado por Proceso. “Los días pasan entre
golpes, hambre y amenazas y el miedo latente de ser violado”, añade.
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