Una oportunidad
que no debe perderse/JAVIER CIURLIZZA*
Revista
Proceso
No. 1900, 30 de marzo de 2013;
Hace
poco el presidente Enrique Peña Nieto cumplió cien días en el poder en México.
Cien días no son mucho, pero son suficientes para medirle el pulso a un nuevo
gobierno. Y el actual, como el anterior, enfrenta un desafío titánico: desde el
norte, el país es presionado para detener el flujo de drogas hacia los
consumidores en Estados Unidos; internamente, debe reducir los homicidios, los
secuestros y la extorsión por parte de organizaciones criminales.
Si
México pretende enfrentar con éxito este desafío, debe construir un sistema
policial y de justicia efectivo, así como aplicar programas sociales
integrales. Sin reformas institucionales serias, los esfuerzos por combatir la
violencia serán inútiles; en cambio, con reformas apoyadas por programas
destinados a los más pobres, habrá esperanza para acabar con este devastador
problema.
El
nuevo presidente prometió reducir la tasa de homicidios. El Pacto por México y
las bases de un Plan para la Prevención del Delito son señales positivas. Se ha
anunciado además la creación de una gendarmería y el fortalecimiento de los
mecanismos de coordinación entre los distintos niveles de las fuerzas de
seguridad. Sin embargo, hace falta avanzar mucho más para recuperar la
credibilidad de las instituciones públicas.
Mientras
tanto, según las cifras oficiales, las muertes violentas continúan y la
situación se agrava en diversas regiones del país. Preocupa en particular la
violencia contra periodistas y medios de comunicación. Todavía está fresco el
recuerdo de decenas de informadores asesinados, incluyendo los casos de José
Armando Rodríguez y Luis Carlos Santiago, del Diario de Juárez, y el de Regina
Martínez, corresponsal de Proceso en Veracruz; crímenes que aún no han sido
debidamente esclarecidos.
La
tasa de impunidad en México alcanza más del 80% de los crímenes, lo que alienta
a los criminales a atacar a los ciudadanos e infundir temor en poblaciones. En
lo que respecta a los medios, el impacto de la violencia deja en la penumbra de
la desinformación a territorios enteros.
Para
que las reformas requeridas avancen, el gobierno debe capacitar a la fuerza
policial de manera que sea capaz de respetar los derechos humanos y realizar
investigaciones sólidas. También necesita profundizar la depuración de la
policía y establecer procedimientos que permitan remover gradualmente a
aquellos elementos que no superen las pruebas. Una policía y un sistema
judicial efectivos son componentes cruciales para reducir la impunidad a largo
plazo. Asimismo, México necesita garantizar el apoyo a las familias de las
víctimas, especialmente en la búsqueda de los parientes desaparecidos.
Reducir
de manera significativa los índices de violencia, como la tasa de homicidios,
es muy difícil de alcanzar en el corto plazo. Los cárteles reclutan decenas de
miles de sicarios dispuestos a todo; se trata de jóvenes que viven en barrios
pobres, donde han permanecido en el abandono durante décadas, y que carecen de
oportunidades laborales. En este ámbito el gobierno debe ofrecer metas
realistas con claridad de objetivos, y los resultados tienen que ser evaluados
y discutidos periódicamente con las instituciones correspondientes y la
sociedad civil.
El
gobierno debe además actuar con la mayor transparencia proporcionando, por
ejemplo, cifras precisas sobre las víctimas. Si bien es importante alimentar la
esperanza de la población y superar el acendrado pesimismo imperante respecto a
la lucha contra el narco, no es positivo hacerlo señalando que el problema no
existe o que no es tan grave.
El
aparente éxito en la reducción de la tasa de homicidios en Ciudad Juárez merece
especial estudio y reflexión. Es prematuro afirmar categóricamente cuál fue la
fórmula que permitió esa reducción, pero ciertamente el establecimiento de 42
nuevos centros comunitarios y un mayor y mejor presupuesto para proyectos
sociales inciden en un mejor ambiente social.
El
drama de la violencia en México, que según algunas estimaciones ha causado la
muerte de más de 70 mil personas y la desaparición de más de 25 mil, no puede
resolverse sólo en el país.
Las
organizaciones criminales tienen un claro carácter trasnacional. México no
podrá ser un lugar mejor si sus vecinos del sur colapsan. Preocupa en
particular la situación de Honduras, así como la de Guatemala, países en donde
los cárteles criminales se han instalado y por donde pasa buena parte de la
cocaína de los Andes antes de ingresar a territorio mexicano.
Estados
Unidos debe hacer mucho más para apoyar los esfuerzos mexicanos. En primer
lugar, debe reducir en el más breve plazo posible el flujo de armas de asalto y
de dinero que han ido a parar a las manos de los grupos criminales. También es
preciso fortalecer las políticas de prevención del consumo de drogas y orientar
la cooperación hacia programas de fortalecimiento institucional y de protección
de los derechos humanos; no sólo ni principalmente hacia el suministro de
armamento y logística.
La
comunidad internacional tiene como tarea pendiente discutir y debatir con
seriedad los éxitos y los fracasos de la actual política global contra las
drogas, que no ha logrado cumplir sus objetivos básicos. Tendría que
considerarse, por ejemplo, la celebración de una Asamblea General especial de
las Naciones Unidas y tomar en cuenta los estudios regionales sobre consumo y
tráfico. México sería un líder natural en este debate.
La
violencia en el país quizás adelanta una característica de los conflictos
letales del mañana; por ello el caso es importante para las naciones que
enfrentan desafíos similares. Si se logra reducir esa violencia, la experiencia
mexicana será un modelo a seguir en lugar de uno al que se deba temer.
· Director del
Programa Latinoamérica y el Caribe del International Crisis Group (www.crisisgroup.org).
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