- Mensaje pascual Urbi et Orbi del papa Francisco en la Misa solemne por el domingo de Resurrección; la primera de su pontificado..
Al
final de la celebración, el cardenal protodiácono, Jean-Louis Tauran, anunció
la indulgencia plenaria.
Al
final de la misa el papa quizo dar una vuelta entre la multitud que lo escuchó
e hizo detener varias veces el jeep para abrazar a los enfermos y a los niños
que estaban presentes.
El papa Francisco cogió en brazos a un niño discapacitado tras celebrar misa en la plaza de San Pedro.
El texto completo del mensaje Urbi et Orbi:
Queridos
hermanos y hermanas de Roma y de todo el mundo: ¡Feliz Pascua!
Es
una gran alegría, al comienzo de mi ministerio, poderos dar este anuncio:
¡Cristo ha resucitado! Quisiera que llegara a todas las casas, a todas las
familias, especialmente allí donde hay más sufrimiento, en los hospitales, en
las cárceles.
Quisiera
que llegara sobre todo al corazón de cada uno, porque es allí donde Dios quiere
sembrar esta Buena Nueva: Jesús ha resucitado, está la esperanza para ti, ya no
estás bajo el dominio del pecado, del mal. Ha vencido el amor, ha triunfado la
misericordia. Siempre vence la misericordia de Dios.
También
nosotros, como las mujeres discípulas de Jesús que fueron al sepulcro y lo
encontraron vacío, podemos preguntarnos qué sentido tiene este evento (cf. Lc
24,4).
¿Qué
significa que Jesús ha resucitado? Significa que el amor de Dios es más fuerte
que el mal y la muerte misma, significa que el amor de Dios puede transformar
nuestras vidas y hacer florecer esas zonas de desierto que hay en nuestro
corazón.
Esto
puede hacerlo el amor de Dios. Este mismo amor por el que el Hijo de Dios se ha
hecho hombre, y ha ido hasta el fondo por la senda de la humildad y de la
entrega de sí, hasta descender a los infiernos, al abismo de la separación de
Dios, este mismo amor misericordioso ha inundado de luz el cuerpo muerto de Jesús,
y lo ha transfigurado, lo ha hecho pasar a la vida eterna.
Jesús
no ha vuelto a su vida anterior, a la vida terrenal, sino que ha entrado en la
vida gloriosa de Dios y ha entrado en ella con nuestra humanidad, nos ha
abierto a un futuro de esperanza.
He
aquí lo que es la Pascua: el éxodo, el paso del hombre de la esclavitud del
pecado, del mal, a la libertad del amor y la bondad. Porque Dios es vida, sólo
vida, y su gloria somos nosotros, es el hombre vivo (cf. san Ireneo, Adv.
haereses, 4,20,5-7).
Queridos
hermanos y hermanas, Cristo murió y resucitó una vez para siempre y por todos,
pero el poder de la resurrección, este paso de la esclavitud del mal a la
libertad del bien, debe ponerse en práctica en todos los tiempos, en los
momentos concretos de nuestra vida, en nuestra vida cotidiana.
Cuántos
desiertos debe atravesar el ser humano también hoy. Sobre todo el desierto que
está dentro de él, cuando falta el amor de Dios y del prójimo, cuando no se es
consciente de ser custodio de todo lo que el Creador nos ha dado y nos da. Pero
la misericordia de Dios puede hacer florecer hasta la tierra más árida, puede
hacer revivir incluso a los huesos secos (cf. Ez 37,1-14).
He
aquí, pues, la invitación que hago a todos: Acojamos la gracia de la
Resurrección de Cristo. Dejémonos renovar por la misericordia de Dios, dejemos
que la fuerza de su amor transforme también nuestras vidas; y hagámonos
instrumentos de esta misericordia, cauces a través de los cuales Dios pueda
regar la tierra, custodiar toda la creación y hacer florecer la justicia y la
paz.
Así,
pues, pidamos a Jesús resucitado, que transforma la muerte en vida, que cambie
el odio en amor, la venganza en perdón, la guerra en paz. Sí, Cristo es nuestra
paz, e imploremos por medio de él la paz para el mundo entero.
Paz
para Oriente Medio, en particular entre israelíes y palestinos, que tienen
dificultades para encontrar el camino de la concordia, para que reanuden las
negociaciones con determinación y disponibilidad, con el fin de poner fin a un
conflicto que dura ya demasiado tiempo.
Paz
para Iraq, y que cese definitivamente toda violencia, y, sobre todo, para la
amada Siria, para su población afectada por el conflicto y los tantos
refugiados que están esperando ayuda y consuelo. ¡Cuánta sangre derramada! Y
¿cuánto dolor se ha de causar todavía, antes de que se consiga encontrar una
solución política a la crisis?
Paz
para África, escenario aún de conflictos sangrientos. Para Malí, para que
vuelva a encontrar unidad y estabilidad; y para Nigeria, donde lamentablemente
no cesan los atentados, que amenazan gravemente la vida de tantos inocentes, y
donde muchas personas, incluso niños, están siendo rehenes de grupos
terroristas.
Paz
para el Este la República Democrática del Congo y la República Centroafricana,
donde muchos se ven obligados a abandonar sus hogares y viven todavía con
miedo.
Paz
en Asia, sobre todo en la península coreana, para que superen las divergencias
y madure un renovado espíritu de reconciliación.
Paz
a todo el mundo, aún tan dividido por la codicia de quienes buscan fáciles
ganancias, herido por el egoísmo que amenaza la vida humana y la familia,
egoísmo que continúa la trata de personas... !la esclavitud más extendida en el
siglo XXI.
La
trata de personas es la esclavitud más extendida del siglo XXI! Un mundo
desgarrado por la violencia ligada al tráfico de drogas y la explotación inicua
de los recursos naturales. Paz a esta Tierra nuestra.
Que
Jesús Resucitado traiga consuelo a quienes son víctimas de calamidades
naturales y nos haga custodios responsables de la creación.
Queridos
hermanos y hermanas, a todos los que me escuchan en Roma y en todo el mundo,
les dirijo la invitación del Salmo: «Dad gracias al Señor porque es bueno, /
porque es eterna su misericordia. / Diga la casa de Israel: / “Eterna es su
misericordia”» (Sal 117,1-2).
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