Mil
cien días de horror en Puente Grande/TOMÁS
DOMÍNGUEZ
Revista Proceso # 1915, 14 de julio de 2013:
El
reportero Jesús Lemus Barajas indagaba sobre las rutas del narcotráfico y una
red de pederastas en las que presuntamente estaban implicados un diputado y un
senador de Michoacán, ambos panistas, cuando fue traicionado por una de sus
fuentes y cayó en la cárcel, donde permaneció mil cien días. Pese a la
adversidad, el director del periódico El Tiempo de La Piedad aprovechó para
entrevistar a decenas de presos… Este material es recopilado en Los malditos.
Crónica negra desde Puente Grande, libro que Grijalbo pondrá en circulación en
los próximos días y del que aquí se reseñan partes fundamentales.
Era
el 7 de mayo de 2008…
Para
el reportero José de Jesús Lemus Barajas, director del diario El Tiempo de La
Piedad, Michoacán, la fecha es imborrable. Ese día le cambió la vida. Fue el
inicio de su cautiverio de mil cien días en el penal de Puente Grande, Jalisco,
acusado de los delitos de delincuencia organizada y fomento al narcotráfico.
Aquel
7 de mayo Jesús fue detenido en Cuerámaro, Guanajuato, cuando acudió al llamado
de un comandante llamado Ángel Ruiz Carrillo, quien solía proporcionarle
información sobre los temas que él trabajaba: las rutas del narcotráfico y una
red de pederastas en la cual estaban implicados un senador y un diputado del
PAN en Michoacán. El comandante y sus colaboradores arrestaron a Jesús y lo
mantuvieron secuestrado varios días; finalmente lo llevaron al Cereso de
Puentecillas, Guanajuato.
Una
semana después, el 15 de mayo, cuando se conoció su paradero, sus familiares y
organizaciones como Reporteros Sin Fronteras comenzaron a gestionar su
liberación. El día 18 de ese mismo mes, él mismo publicó una carta abierta
desde el centro penitenciario para exponer su causa:
“No
puedo decir que soy un preso político o un perseguido por mis ideas sociales,
tampoco me puedo acreditar como un preso de conciencia, pero sí como un
periodista agraviado por la fuerza exagerada del Estado.
“Yo
trabajo en el periodismo desde hace casi 20 años y nunca había respirado el
clima de incertidumbre que se siente entre los que trabajamos bajo el mandato
soberano de la sociedad, siendo mensajeros únicamente de lo que pasa en ese
tejido.
“La
libertad de expresión en nuestro país es como una estrella que centellea a lo
lejos y amenaza con dejarnos a oscuras, como primer síntoma del desmoronamiento
de la misma sociedad, porque el Estado no ha sido capaz de garantizar las
mínimas libertades a la población.”
El
22 de mayo, una trabajadora del penal lo mandó llamar. Eran las 10 de la noche,
recuerda Jesús:
“–Dígame
–contesté, a la vez que me acercaba a la celda.
“–¿Cómo
se llama? –preguntó sin verme siquiera a la cara.
“–J.
Jesús Lemus Barajas –respondí.
“–¿Qué
edad tiene?
“–Cuarenta
y un años cumplidos.”
La
funcionaria le dijo: “Usted es una persona altamente peligrosa, que pone en
riesgo la estabilidad del Cereso, toda vez que puede crear un arma letal a
partir de cualquier instrumento cotidiano que se le proporcione. Ésta es la
consideración que ha tomado el juez para trasladarlo a la cárcel federal de
Puente Grande, en el estado de Jalisco”.
Jesús
llegó a su nueva morada, donde se convirtió en el preso número 1568. Estuvo en
el penal jalisciense como uno más de esos malditos –como llaman los custodios a
los internos– hasta el 25 de enero de 2011, cuando recuperó su libertad.
Microcosmos
del horror
Jesús
Lemus cuenta su ingreso al microcosmos del horror en su libro Los malditos.
Crónica negra desde Puente Grande, de inminente aparición (Grijalbo, 2013, 345
p.).
El
preso 1568 llegó directamente a una diminuta celda ubicada en el pasillo tres
del Centro de Observación y Clasificación (COC), donde sólo se confina a los
delincuentes más peligrosos; a los “jefes de jefes”, según la jerga de los
propios internos. Ahí estuvo durante un semestre, siempre desnudo. Días
insufribles viviendo una “repetición invariable de la rutina”.
Cuenta:
“Mi tratamiento reeducacional comenzó con el aislamiento, la incomunicación y
el miedo. Desde que ingresé a esa prisión fui confinado a una celda destinada a
ese propósito, de 2.5 metros de ancho por cuatro de largo. Sólo había una
plancha de concreto que servía como lecho, un hoyo de 10 centímetros de
diámetro que utilizaba como escusado y una mesa de concreto pegada a la cama.
Había una ventana que daba al patio, un espacio olvidado y hediondo que no
medía más que una cancha de basquetbol…”.
De
las rejas de las celdas sólo escapaban las voces de los internos, siempre
alertas al trajín carcelario. Ahí, en esa área, comenzó a dialogar con sus
vecinos pese a la prohibición de sus custodios. Al principio no creyeron que
fuera inocente, como él alegaba, pero tampoco desconfiaron cuando se enteraron
de su profesión reporteril, dice Jesús.
Y
supo aprovechar su cautiverio para entrevistar a decenas de los internos más
connotados del penal y recoger también las historias que noche a noche contaban
algunos de sus compañeros, de manera destacada Noé Hernández, El Gato, preso
por violar y asesinar a dos niñas. Él fue quien le hizo más llevadero su
cautiverio, admite Jesús, con sus relatos y consejos.
“Mira,
Lemus –le dijo un día–, para que te sea más leve, cuando te estén madreando en
el patio piensa en el que te tiene aquí y miéntale la madre, ya verás que al
menos no se siente tanto dolor. Yo así le hacía cuando me madreaban en la
cárcel de Hidalgo…”
El
consejo funcionó. “Eso de mentarle la madre a Felipe Calderón Hinojosa, al
gobernador de Guanajuato, Juan Manuel Oliva Ramírez, y a otros panistas del Yunque
en el Bajío, se convirtió en hábito cotidiano”, relata el autor de Los
malditos, libro dividido en 12 capítulos y acompañado de un epílogo y un
colofón sobre la liberación del director de El Tiempo.
Jesús
aprovechó sus mil cien días de estancia en Puente Grande –primero en el área de
procesados y luego en la de sentenciados– para ejercer el periodismo y
entrevistar a cuanto se dejara.
“Pos
aquí hay principalmente de los cárteles de los Beltrán, de Amado Carrillo, de
La Línea, del Golfo, del Jalisco Nueva Generación, del Milenio, de Los
Valencia, de Los Zetas, de los Arellano Félix, de La Familia y del Chapo. Creo
que la mayoría en este penal pertenece al cártel de Los Zetas”, le dijo un día
El Gato.
Las
entrevistas
Jesús
habló con Daniel Arizmendi, El Mochaorejas. “Cuando charlé con él, Arizmendi
tendría 50 años por cumplir. Con un timbre de voz disminuido, opacado por el
encierro, ya no quiso hablar de la entrevista que divulgaron en el ámbito
nacional algunos medios de comunicación, en la cual se veía a un Daniel
arrepentido y con miedo absoluto a perder las orejas o sufrir mutilaciones en
cualquier parte del cuerpo. No quiso remover las escenas de polarización en las
que se mostraba a un hombre sumiso en contraposición con el delincuente que
mantuvo en vilo a la sociedad mexicana por casi cinco años, en donde se le
reconocía como el más violento y sanguinario de los delincuentes”.
También
platicó con Álvaro Darío de León Valdés, El Duby, uno de los narcosatánicos, el
preso más antiguo de Puente Grande, quien purgaba una condena de 16 años. Jesús
Constanzo, uno de los tertulianos del COC, le dijo a Jesús:
“El
14 de mayo de 1989 el juez 58 de lo penal en el Distrito Federal lo condenó a
28 años de prisión por los delitos de homicidio, asociación delictuosa,
encubrimiento, narcotráfico y lesiones.
“Por
su estado esquizofrénico, y por ser uno de los internos con más tiempo en la
cárcel de Puente Grande, El Duby es uno de los personajes acerca del cual todos
hablan a diario.
“(Él)
nos enseñó que uno puede ser invisible a los enemigos, y las balas rebotan en
el cuerpo; puede uno estar muerto por un rato y después revivir si cumple
cabalmente con los ritos de adoración al Diablo.”
Llama
la atención el relato de Juan Sánchez Limón, jefe de plaza de Los Zetas en
Guanajuato y otras entidades, quien proporcionó a su entrevistador una faceta
singular de su jefe Heriberto Lazcano, El Lazca, en el capítulo cuatro: “Los
caníbales”, que vale reproducir en extenso:
–¿Cómo
era El Lazca en el trato con ustedes, su gente?
–Es
un tipo a toda madre. No anda con chingaderas, es estricto pero benevolente.
Muy inteligente, tiene una memoria fotográfica…
–¿No
es cierto entonces lo que se cuenta del Lazca?
–Sé
que tiene un rancho con un zoológico, pero no he sabido que aviente a sus
enemigos a los leones; a esos más bien los ejecuta en forma rápida. A sus
enemigos más bien se los come él.
–Los
tortura mucho…
–No,
se los come. Lo que es comer. Tragar, pues, para que me entiendas.
–¿Come
carne humana El Lazca? –pregunto dudando a todas luces de la veracidad del
comentario.
–Lo
he visto.
–¿Tú
has estado en reuniones donde El Lazca ingiera proteína humana?
–He
estado en reuniones en las que luego de enjuiciar a alguien y sentenciarlo a la
pena de muerte, antes de ejecutarlo le ordena que se bañe a conciencia, incluso
que se rasure todo el cuerpo, y lo deja que se desestrese por unas dos o tres
horas; hasta les daba una botella de whisky para que se relajen mejor. Después
ordena su muerte en forma rápida, para que no haya segregación de adrenalina y
la carne no se ponga amarga ni dura.
–¿Y
a poco tú también has comido carne humana? –le pregunto, acosándolo un poco.
–Sí
–contesta enfático, sintiendo mi incredulidad–, cuando he estado en reuniones
con El Lazca; como en tres ocasiones comí carne humana.
–¿Cómo
preparan la carne para comerla?
–He
visto que al Lazca le gusta comerla en tamales y cocida en limón, en tostadas,
como si fuera carne tártara.
–¿Qué
parte del cuerpo es la que se come? –pregunto asombrado por el curso que ha
tomado mi interrogatorio.
–Sólo
la nalga y el chamorro; de allí se sacan los bistecs para preparar la comida.
Una vez estuvimos en una reunión en la que juntó a toda la gente; fue en una
posada que se hizo en Ciudad Victoria, y esa vez se mandó hacer pozole y
tamales. Los que colaboraron con la carne fueron tres centroamericanos que se
pasaron de listos. A mí me tocó ver cómo los prepararon para ponerlos en el
pozole y en los tamales.
–¿Entonces
Los Zetas funcionan como una empresa normal, en donde se protege y se incentiva
a los trabajadores de base?
–Mejor
que cualquier empresa –ataja emocionado–; somos una organización eficiente,
puntual y exacta en los encargos que se nos hacen: desde el trasiego de drogas
hasta la eliminación de los contrarios.
Los
otros
En
Los malditos. Crónica negra desde Puente Grande, su autor también recoge los
relatos de personas cercanas a Joaquín El Chapo Guzmán, quienes aún recuerdan
su sentido de justicia en el penal –“funcionó bien mientras él estuvo”, pues
supo aceitar las estructuras con dinero–.
Jesús
Lemus también entrevistó a Alfredo Beltrán Leyva, El Mochomo; a Mario Aburto,
sentenciado por el asesinato del candidato priista Luis Donaldo Colosio; a
Daniel Aguilar Treviño, asesino de José Francisco Ruiz Massieu; a Rafael Caro
Quintero –“siempre callado. Siempre masticando sus pensamientos. Siempre atento
a todo lo que se mueve a su alrededor”–.
Jesús
Lemus recuperó su libertad el 11 de enero de 2012, cuatro meses después de que
apeló la sentencia condenatoria en la que el que la emitió pedía una pena de 10
años por delincuencia organizada y otros tantos por fomento al narcotráfico.
La
organización Reporteros sin Fronteras le brindó apoyo jurídico a Jesús hasta
lograr su libertad. En marzo de 2012, la Universidad Autónoma Metropolitana
plantel Cuajimalpa y la Universidad Nicolaíta de Michoacán le rindieron un
homenaje en la sesión mensual del seminario Acercamientos a la Libertad de
Expresión.
En
octubre de ese mismo año, Radio Nederland en español también entrevistó a
Jesús, quien insistió en su inocencia y adelantó que escribiría un libro sobre
su cautiverio de mil cien días. Y pudo plasmar sus vivencias en Los malditos.
Crónica Negra desde Puente Grande.
Hoy,
Jesús Lemus busca una reparación del daño pues, dice, se le cerraron las
puertas.
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