Renato, poeta
socarrón, cínico e irreverente/Emmanuel Carballo
El
Universal,
17 de mayo de 2006
A
tres meses y algunos días de cumplir 89 años (el 2 de agosto de 1986), murió
Renato Leduc, uno de nuestros escritores más veteranos, y hace unos 50 años el
poeta más leído de México. Caso extraño el suyo: los lectores murieron antes
que el autor.
Hoy
pocos jóvenes lo conocen, y creo que no les haría daño leerlo: encontrarían en
él a una especie de Guillermo Prieto sin vocación de estatua, menos efusivo
cantor de las virtudes de la patria y más dado a consignar los goces agridulces
de la carne; también encontrarían en él a un precursor de la antipoesía, a un
poeta que usa como pocos el humor, la antisolemnidad, y que contempla la vida
desde una perspectiva materialista.
Renato
(a quien sus admiradores, signo de popularidad, le suprimieron el Leduc, como
antes los suyos a Ramón le rebanaron el López Velarde y a Federico el García
Lorca) es un poeta difícil de clasificar e incluso de precisar. Se escapa como
sombra y sueño.
Renato
nada tiene que ver con el poeta-funcionario, con el poeta-profesor, con el
poeta-erudito, con el poeta jefe de facción literaria, con el poeta que se
dedica a la poesía ocho horas todos los días; tampoco tiene que ver con el
poeta ontológico, con el poeta metafísico, con el sesudo poeta abstracto que en
ningún momento se permite ir más allá del plano teórico.
Renato
es el poeta que no cree en la poesía, que no la mima (mima a las mujeres, a
veces, no a las palabras), que se burla de ella e, incluso, que la aprovecha
como alcahueta para aproximarse y después conseguir el amor de las señoras. En
uno de sus primeros poemas fijó su postura:
No
haremos obra perdurable. No/ tenemos de la mosca la voluntad tenaz .
Renato
es un poeta socarrón, coloquial, cínico, epicúreo, irreverente, desvergonzado,
irónico, tierno (esconde su ternura bajo una espesa capa de espinas), amargo y
romántico (defiende con una coraza de materialismo al joven idealista que murió
con él) que se enfrenta al poema desde una posición en la cual aún no se apagan
los hallazgos del pasado.
Así,
en sus poemas aparecen como relámpagos ecos de Gutiérrez Nájera, Urbina, Díaz
Mirón, y en fechas más próximas Tablada y López Velarde. Entre los poetas
hispanoamericanos que le ayudaron a descubrir su voz y su tono figuran (y no
son todos) Darío, Lugones y dos colombianos, López y Barba Jacob.
Poesía
eminentemente biográfica, tiene que ver fundamentalmente con el amor como
pérdida:
Yo
vivo de lo poco que aún me queda de usted,/ su perfume, su acento,/ una lágrima
suya que mitigó mi sed.
También
se solaza, picaresco, en las creencias idolátricas de sus compatriotas, como
ocurre en el poema invocación a la Virgen de Guadalupe y a una señorita del
mismo nombre: Guadalupe:
Una
reminiscencia: Guadalupe:/ era tibia y redonda, suave y linda.
Otra
reminiscencia:
A
ella fui como el toro a la querencia,/ por ella supe todo cuanto supe.
Renato,
poeta popular que, en ocasiones, en vez de poemas pare boleros, es un mago: en
sus mejores creaciones versifica con una habilidad poco frecuente entre los
poetas exquisitos y rima con insólita sapiencia: en este campo se aproxima a
dos de sus maestros: los impredecibles y siempre ilesos Lugones y López
Velarde.
Renato
es un poeta epigonal, que cierra puertas y ventanas en vez de abrirlas, de
mundo restringido y voz no muy amplia, un poeta que se aproxima a la poesía no
con inocencia (como pedía Rilke), sino inflamados el corazón y los testículos
de maledicencia y buen humor. Es un poeta maldito.
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