¡Asilo
para Snowden!/Juan Goytisolo es escritor.
El
País | 17 de noviembre de 2013
He
profesado siempre una profunda admiración a George Orwell. Mi lectura de
Homenaje a Cataluña en los años sesenta del siglo que dejamos atrás me
descubrió a un autor cuyo firme compromiso con la justa causa republicana
durante nuestra Guerra Civil no excluía el estricto respeto a la verdad: la
denuncia del acoso y eliminación del POUM por los estalinistas y de la anarquía
reinante en el campo de los defensores de la legalidad. Años después cayó en
mis manos 1984 con su visión premonitoria del Gran Hermano. En nombre de una
programada felicidad futura, el Poder se arrogaba el control absoluto de la
vida de los ciudadanos mediante la sujeción de la sociedad entera a un programa
global de espionaje: una quimera ideológica que el desarrollo ilimitado de las
nuevas tecnologías ha convertido en una silenciosa e inadvertida realidad.
Si
evoco aquí la siniestra utopía orwelliana lo hago a propósito del escándalo a
escala mundial provocado por las revelaciones del exanalista de la Agencia de
Seguridad Nacional estadounidense Edward Snowden desde su huida el pasado mes
de mayo con lo que fue calificado por entonces por algunos como “botín de
guerra”. El epíteto de traidor del que fue objeto podía tener algún fundamento
en la medida en que dicho “botín” era susceptible de ser entregado a los
enemigos estratégicos de su país aun prescindiendo del hecho que su refugio
moscovita era producto de las circunstancias y no de una elección personal.
Según informes filtrados a la prensa, el objetivo del exanalista era acogerse
al asilo de algún país de Hispanoamérica a falta de una opción europea mejor y
el episodio rocambolesco del avión en el que viajaba el presidente boliviano
Evo Morales obligado a aterrizar en Viena por el cierre del espacio aéreo de la
Unión Europea por presiones norteamericanas (lance muy poco glorioso para los
países que se prestaron a ello, incluida la Marca España) sustenta la verdad de
dicha información.
Las
revelaciones a cuentagotas de las últimas semanas indican con todo que los
datos interceptados por las redes mundiales de fibra óptica sacados a la luz
por Snowden no concernían tan solo a los enemigos estratégicos de Washington
como Rusia, China o Irán (lo cual era perfectamente previsible y entra en el
orden normal de las cosas puesto que lo recíproco también existe y los ataques
informáticos sufridos por Estados Unidos dan buena cuenta de ello), sino
también a países amigos (Brasil, México) e incluso fieles aliados en el nuevo
orden mundial configurado por el derrumbe de la Unión Soviética y la guerra
asimétrica contra el terror tras el monstruoso atentado a las Torres Gemelas.
Si el intercambio de informaciones entre los diversos servicios e inteligencia
occidentales sobre la amenaza que representa la nebulosa de Al Qaeda responde a
un desafío de índole existencial, ¿cómo justificar el rastreo de centenares de
millones de comunicaciones telefónicas, mensajes de texto y correos
electrónicos de Alemania, Francia y España y el pinchazo al móvil de Angela
Merkel?
Las
explicaciones confusas de la Administración de Obama no escapan al dilema entre
lo malo y lo peor. Si el presidente estaba al corriente de ello resulta cuando
menos chocante; si no lo estaba, la gravedad de la falta de control de la NSA
pone en evidencia que esta se sitúa por encima de todos los poderes y vulnera
los principios fundamentales de su Constitución.
Las
manifestaciones de enojo y agravio de los líderes europeos (tajantes en el caso
de la espiada canciller y más bien para la galería en el de François Hollande y
Rajoy), así como la indignación de la Eurocámara (que llegó a proponer la
suspensión del intercambio de datos bancarios con EE UU) muestran que el
mensaje, esto es la violación masiva de los derechos individuales en los países
concernidos por el espionaje, llegó a sus destinatarios, pero ni Gobiernos
parlamentarios ni políticos europeos han expresado la condigna gratitud al
mensajero. Denunciar los abusos de la NSA, y nos hallamos ante un caso
flagrante de ello, no constituye ningún delito desde un punto de vista ético y
Snowden no es un delincuente por mucho que Berlín, París, Madrid y Bruselas
miren a otro lado y se desentiendan de su suerte. El amor a la verdad debe
prevalecer sobre los sentimientos y deberes patrióticos. En términos morales la
actuación del exanalista me parece irreprochable y aun admirable dado el
carácter quijotesco de su empresa.
Resulta
en verdad bochornoso que quien ha dado la voz de alarma ante un atropello de
tales dimensiones en el seno de unas sociedades que se precian de ser
democráticas, se vea forzado a acogerse al asilo de un régimen autoritario como
el de Putin (el sangriento represor de la rebeldía chechena y encubridor de su
virrey Ramzan Kadírov tras el asesinato de la periodista Anna Politkóvskaya),
dándole así la oportunidad de presentarse como el paladín de los derechos y las
libertades.
¿Qué
dicen los defensores de las causas justas ante semejante despropósito? Si
exceptuamos el diputado alemán de Los Verdes que se entrevistó con Snowden en
Moscú e hizo pública su solicitud de testimoniar ante el Parlamento germano y
de acogerse al derecho de asilo de su país, ni parlamentarios ni políticos
europeos han elevado la voz. Ello no puede sorprendernos de la parte del
partido de Rajoy, pero ¿qué opinan Izquierda Unida y el principal grupo de
oposición, un PSOE que tiene mucho de español, pero muy poco de socialista y
menos aún de obrero? Su discreción en el tema confirma su creciente
distanciamiento de una sociedad duramente golpeada por la crisis y, lo que es
peor, de los principios en los que inicialmente se basaba y eran su razón de
ser.
El
titular de Der Spiegel: “¡Asilo para Snowden!”, indica por fortuna el creciente
apoyo de la opinión pública a una exigencia tan justa. Quienes contemplan las
cosas sin prejuicios y se sublevan contra el espionaje del Gran Hermano
previsto por Orwell tanto en el caso de las dictaduras y regímenes autoritarios
como en el de las tecnocracias de Occidente, deben hacerse oír y hacer suya la
consigna del semanario alemán.
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