Vigilancia
masiva y sinrazón de Estado/Josep M. Colomer es profesor de Investigación del Instituto de de Análisis Económico del CSIC.
El
País | 18 de noviembre de 2013
La
revelación de los programas de vigilancia masiva por el antiguo empleado de la
CIA Edward Snowden ha suscitado acaloradas acusaciones a los Gobiernos
americano y británico de invadir la privacidad de los ciudadanos y traicionar
la confianza de los aliados. Sin embargo, nada de esto es muy nuevo. Lo nuevo
es que haya escándalo por actividades que la mayor parte de los Estados han
desarrollado durante mucho tiempo.
En
la sede central de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), a las afueras de
Washington, trabajan 35.000 personas, la mayoría matemáticos, informáticos y
lingüistas. ¿Puede alguien realmente pensar que se dedican a escuchar miles de
millones de llamadas telefónicas o a leer miles de millones de mensajes de
texto o correo electrónico? Miles de empleos consistirían en pasar horas y
horas escuchando o leyendo intercambios como: “hola, ¿cómo estás?”, “¿prefiere
que le enviemos la factura por correo o por email?”, “¿qué tal la peli?”,
“¿hasta qué hora abren?”… Los técnicos informáticos no leen o escuchan miles de
millones de mensajes, sino que diseñan y usan algoritmos para rastrear algunas
palabras, nombres, direcciones o códigos clave con objeto de identificar
intercambios sospechosos para la seguridad de la gente. Según las encuestas,
una amplia mayoría de americanos no sienten su privacidad amenazada, ni
siquiera después del escándalo de la NSA, sino que están más bien satisfechos
por el desempeño del Gobierno en la prevención del terrorismo: de hecho, no ha
habido ningún nuevo ataque desde 2001, mientras que se han identificado y
desmantelado a tiempo un cierto número de ellos.
El
escándalo por la otra revelación —que los Gobiernos espían a los Gobiernos— es
más hipócrita porque casi todos los Gobiernos lo hacen y lo han hecho durante
siglos. ¿Acaso el espionaje actual a Angela Merkel es más entrometido que el de
Kim Philby y sus colegas durante la guerra fría? ¿O el de Mata Hari durante la
I Guerra Mundial? ¿O que los chivatazos del mítico Pimpinela Escarlata durante
el terror revolucionario francés? Acéptese esto como una pequeña muestra de
personajes y episodios legendarios, ya que la lista es enorme.
El
espionaje a otros países en el fundamento de la diplomacia de los Estados
modernos. Las revelaciones actuales solo indican que las nuevas tecnologías
permiten llevar a cabo las clásicas escuchas por otros medios, sin micrófonos
en las paredes o túneles debajo de las embajadas, sino a distancia y en línea.
El Gobierno de Estados Unidos sigue espiando a Gobiernos y organizaciones
extranjeros, especialmente con respecto al terrorismo y a la difusión de armas
nucleares en manos de dictaduras. También espía con fines económicos, como
hacen muchos otros Gobiernos. La reacción de la Unión Europea al escándalo de
la NSA suspendiendo las negociaciones para un tratado de libre comercio
transatlántico sugiere que esas incipientes conversaciones también estaban
siendo vigiladas de cerca.
Las
recientes filtraciones no revelan, pues, nada realmente nuevo. Lo nuevo es la
escala de la tarea, facilitada por las nuevas tecnologías de la información.
Sin duda, cierto espionaje “ha ido demasiado lejos”, como dijo el secretario de
Estado, John Kerry. Cuando aparece una nueva tecnología, se hacen ciertas cosas
simplemente porque se pueden hacer. Algunos escuchas deben haber pensado, como
Obama en su campaña: “¡Sí, se puede!”. Por el mismo mecanismo, mucha gente
muestra sus entrañas en Facebook, no porque realmente piensen que tienen
interés público alguno y a pesar de los riesgos que ello comporta para su
privacidad y su intimidad: simplemente porque se puede. Ciertamente los riesgos
de espiar son mayores cuanto más poderosas son las tecnologías que se usan.
Pero lo realmente nuevo es el escándalo. De repente, tras varios siglos de
darlo por supuesto, hemos descubierto que los Gobiernos espían. Y ahora, por
primera vez, esto es un escándalo.
El
espionaje, como otros muchos abusos, ha sido justificado tradicionalmente con
la razón de Estado. Esta fue una coartada ideológica acuñada en el siglo XVII y
que alcanzó su momento culminante en el sanguinario decenio de 1930 (en gran
parte gracias a las chifladuras del profesor alemán nacionalista Friedrich Meineke).
El espionaje fue presentado como uno de los numerosos requerimientos
supuestamente necesarios para el poder a costa de los códigos morales de los
individuos. Pero lo nuevo que hay que celebrar es que, en el mundo del siglo
XXI, la razón de Estado ya no es ampliamente aceptada como una justificación
para espiar ni para otros atropellos. Una primera pista se pudo observar cuando
Estados Unidos no trató realmente de perseguir a Snowden tras su fuga y refugio
en Rusia; tras unas quejas rutinarias, Obama se reunió cordialmente con Putin
en San Petersburgo y los dos trataron cooperativamente de las crisis en Oriente
Próximo. El presidente de Estados Unidos parecía casi aliviado por haber
encontrado una salida poco conflictiva al asunto.
Ahora,
el Gobierno alemán, la Unión Europea, Brasil, piden una cooperación global
acerca de la inteligencia y el espionaje. Básicamente indican que los acuerdos
existentes entre ciertos países para no espiarse entre ellos y compartir la
inteligencia, como el llamado Cinco Ojos, que incluye a las antiguas colonias
británicas más desarrolladas (Estados Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Australia y
Nueva Zelanda), así como los Nueve Ojos, los Catorce Ojos, y la alianza de
agencias de los 26 miembros de la OTAN, son obsoletos y deberían ampliarse. La
razón de Estado ya no es aceptada como un valor supremo. Se pide más
transparencia y acuerdos globales. Deberíamos celebrar que el mundo avance en
esta dirección.
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