Gustavo Tovar
Arroyo: La rendición de Capriles
Enero
11, 2014
Publicado
en “La Patilla”,
La
frustración
Veamos
por dónde comenzar este artículo: ¿por la frustración o por la esperanza?
Discurro
pocos segundos mientras escribo y, por intuición, concluyo que es mejor
comenzar por la frustración, no porque ésta sea lo que más pesa y consterna
desde un punto de vista político, sino porque es la que sentimentalmente parte
en pedazos nuestro corazón, y en la Venezuela que se nos desmorona ante los
ojos hay que escribir con sentimiento; como los aztecas: con el corazón en la
mano como rito.
Quienes
me leen ya me conocen, no soy un mojigato ni finjo ser un erudito, esas
banalidades se las dejo a las histéricas doñas académicas de la opinión pública
venezolana que con sus reflexiones, consejos y sugerencias de los últimos
treinta años han contribuido al hundimiento de la nación.
Hippies
de su época, hippies eternos, están demasiado quemados para emitir un solo
juicio de valor aceptable. Hay que dejarlos -dejarlas, a las histéricas doñas
académicas-, que sigan pastando en su colina. No suman nada en su humareda
alucinante. Nada.
Yo
no disimulo ni me autoengaño, una lágrima tiene un origen más profundo que una
sonrisa cuándo ésta se finge. Y cuando alguien se rinde, nos rinde, no se
celebra, se duele.
Escribo
con sentimiento.
La
rendición de Carriles
No
tengo la más mínima intención de hacer leña del árbol caído. No tengo ánimo de
insultar a nadie ni despreciar a quien respeto y aprecio. Mucho menos si ha
luchado (a su modo) y sacrificado tanto por Venezuela.
Ni
un adjetivo que lo descalifique, ni una ironía, sólo criticaré -eso sí con
filo- su rendición.
Y
lo haré porque no fue una rendición personalísima, a fin de cuentas la
decisiones personales sólo afectan a un reducido número de personas; lo haré
porque, cuando Henrique Capriles le tendió la mano y se inclinó ante el
usurpador, el ilegítimo, el toripollo, el fascista, el estafador de Maduro
(todos estos fueron epítetos que Capriles usó, no yo) no se rendía a titulo
personal, rendía la sagrada voluntad del pueblo que se pronunció el 14 de
abril, que confió en él y que no supo defender; rendía la legalidad, la
soberanía, la democracia, la coherencia y el valor del pueblo de Venezuela.
Criticaré
a Henrique Capriles porque, rindiéndose, se rendía la dignidad. No exigió, no acordó,
se arrinconó, cabeza gacha, silenciado, olvidando por completo la furia
inspiradora de su discurso.
Si
al menos hubiese claudicado exigiendo algunas condiciones, qué sé yo, la
urgente libertad de Simonovis, la interrupción de la persecución política, el
encarcelamiento de quienes golpearon salvajemente a Borges y María Corina (como
gesto sincero de combate a la impune violencia política), pero no, se rindió a
secas.
Los
que conocimos, aunque someramente, a ese arrebato de gracia, sensibilidad y sublime
belleza que fue Mónica Spear, sabemos que a ella no le hubiese gustado ser
invocada jamás como pretexto de una subordinación.
Entristece
y duele, duele muchísimo…, porque todo sigue y seguirá igual.
La
semiótica del rincón
No
cabe duda que los cubanos son despiadados en el manejo de los símbolos, haber
sentado en un rincón oscuro y despreciable a Capriles, a un lado del humillado
Arias Cárdenas, fue una imagen desoladora y concluyente. Lo hundió.
No
lo expongo desde la rabia, lo expreso desde el desconcierto y el dolor. Conozco
a Henrique, es un hombre íntegro, para él la humillación fue peor que para
nadie, sabe que ese estrechón de manos fue una rendición formal y una
reverencia no a Maduro sino a Fidel Castro, sabe que el venezolano consciente
dejará de confiar en él, en sus discursos y en sus furores, sabe que ese saludo
no fue una inclinación, fue su caída.
Refleja
mucha ignorancia -o cinismo- señalar que el “diálogo” de Capriles y Maduro es comparable
al de otros líderes históricos en momentos críticos de sus naciones. ¿De qué
hablan? ¿Cuál diálogo? Capriles no dialogó, se inclinó, fue subordinado y
silenciado a un rincón.
Desde
su rincón escuchó, avergonzado, el perenne monólogo del usurpador.
Ídolo
roto
El
chavismo mata la belleza y el arte, mata los valores, lo mata todo. Su grotesco
sucedáneo, el madurismo, da continuidad a esa muerte con regordete y nuevo rico
cinismo.
¿No
se suponía que Diosdado Cabello era Al Capone? ¿Cómo carajo nos acercamos ahora
“Al Capone” para que nos dicte cátedra de justicia y seguridad? ¿Cómo se
trabaja junto a él?
Nadie
le creerá.
No
se trata de trabajar “junto” a Maduro (y Cabello) para luchar contra la
inseguridad; se trata de sacar a Maduro para lograr la seguridad.
Venezuela
se nos deshace y Capriles le estrecha la mano a su principal responsable. El
ídolo está roto. Nada cambiará en el país por su gesto, y lo sabemos. Las
hienas se babean de risa.
Le
pediría a los caprilistas que fueran más venezolanistas, que dejen la fe ciega
por un hombre, que amén más y con más convicción a su país.
Urge.
Reconocimiento
sí, pero crítico
Reconozcamos
la labor de Capriles hasta ahora, pero no nos rindamos con él. Seamos críticos,
por favor. Un estrechón de manos (otro más de tantos), una inclinación
reverencial, un humillante arrinconamiento no cambiarán 15 años de atroz
realidad, y lo que falta.
Capriles
se rindió mal aconsejado por un “hermano” que no sería nada ni nadie sin
Chávez, hablo de Henry Falcón. Hombre con sus méritos, sin duda, pero hombre
que aceptó, toleró y favoreció mucho de los crímenes que el sátrapa Hugo Chávez
cometió.
Hombre
que sólo cambió a medias cuando fue víctima de esos crímenes.
Yo
no confiaría tanto en él, ya hemos visto: Arias Cárdenas, Didalco Bolívar,
William Ojeda, etcétera. Yo confiaría más en aquellos políticos que se han
opuesto a la autocracia chavista no por verse acosados por el régimen, sino por
honor, decencia y dignidad.
La
esperanza
He
manifestado hasta ahora con mucho sentimiento y dolor el peso de mi
frustración, lamento tener que hundir la daga de mi crítica contra una persona,
insisto, que aprecio y respeto, fue difícil para mí. Pero pienso en Venezuela y
en los millones de personas que han sentido lo mismo que yo en esta hora
compleja y que no tienen la oportunidad de publicar su frustración.
Que
Henrique haya claudicado no significa que la mayoría de los venezolanos lo
hayamos hecho también. Ni de vaina. Esto sigue, nuestro destino último es la
libertad. Mientras nuestro aliento sea capaz de empañar una hoja de vidrio
tendremos fuerzas suficientes para vencer.
Como
expreso al principio de este artículo, también estoy poseído por una entrañable
esperanza. Concisa, abreviada, pero vigorosa esperanza de que pronto Venezuela
será más segura, más humana y más libre.
Sí,
tengo mucha esperanza, mi esperanza eres tú…
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