Parácuaro
no es Fuenteovejuna/JORGE F. HERNÁNDEZ, escritor
El País,10 ENE 2014
Lo
que pasa en la región mexicana de Michoacán no es como la obra teatral de Lope
de Vega. Esta es una obra real, una magna producción del inmenso vacío de
diferentes gobiernos
Lope
de Vega y Carpio publicó en 1618 una obra de teatro titulada Fuenteovejuna que
se resuelve en el tercer acto de la siguiente manera: el pueblo de
Fuenteovejuna decide hacer justicia por su propia mano ante los constantes
abusos del poder que ejerce el Comendador. Reunidos todos los varones del
pueblo en una asamblea donde se ha de decidir cómo enjuiciar o ajusticiar al
Comendador, se presenta maltrecha la recién casada Laurencia, también recién
escapada de la prisión donde abusó de ella el Comendador. Ya ni hablar de los
enredos de la boda de Laurencia con Frondoso, o la taimada y tímida actitud
casi invisible del alcalde, pues lo que permea sobre los tres actos de la obra
como una nefasta neblina es precisamente el abuso que parece insalvable del
Comendador hacia todo el pueblo de Fuenteovejuna.
La
decisión colectiva y enardecida es tomar el Palacio de la Encomienda, donde
finalmente matan al Comendador y posteriormente pasean su cabeza en la punta de
una puya. Al llegar al pueblo el juez que ha de investigar el crimen partiendo
de la pregunta ¿Quién mató al Comendador?, uno por uno, todos a una, responden:
Fuenteovejuna, Señor y a la pregunta de quién es Fuenteovejuna, uno por uno
responde: Todos a una, Señor. Lo que hemos de subrayar de este entuerto es el
convencimiento del pueblo, todos y cada uno en cada cual, de que los abusos del
Comendador no pueden estar por encima del poder de los Reyes Católicos, que les
viene de Dios. Tomada la encuesta, el juez investigador informa precisamente al
rey Fernando quien decide ir él mismo a intentar explicarse lo que podría
llamarse insurrección, si no fuera resuelto por la propia asamblea de
Fuenteovejuna que informa a sus católicas majestades que todo fue hecho en su
nombre y, por ende, el pueblo todos a una no merece castigo alguno. Se ha hecho
justicia… y el público aplaude.
Algo
muy diferente ocurre ahora en casi una decena de municipios del estado de
Michoacán, en la región sur-occidental de México: grupos autodenominados como
de autodefensa se han lanzado a la cruzada civil, insubordinada, por combatir
ellos mismos a los grupos de narcotraficantes y delincuentes, otrora dueños de
esas regiones. Analistas y algún que otro reportero han confundido el ánimo de
la situación como una suerte de Fuenteovejuna en plural y a la mexicana, pero
el símil no embona por un mínimo detalle casi invisible que aún así no debe de
ser obviado: la voluntad colectiva de Fuenteovejuna es anónima, todos a una, y
actuaron en abono del poder del rey sin proponerse ni la instalación de una
república o la coronación de la ofendida Laurencia… en cambio, el movimiento y
expansión de los grupos de autodefensa tienen ya líderes carismáticos, dignos
de corridos o desgracias como en los viejos tiempos y es de suponerse que el
Gobierno Federal tiene precisamente el mejor argumento para convencerlos de que
ellos también están actuando por encima de la ley, fuera de todo entramado
donde se supone ya no hay cabida para la justicia en propia mano.
José
Manuel Mireles, líder de las milicias civiles de autodefensa michoacanas, acaba
de sufrir un accidente de aviación que revuelve el caldo tradicional donde la
literatura llueve sobre las noticias en México: supongo que quien lo interrogue
en el hospital no sentirá el mismo galimatías que transcribía el juez ante
Fuenteovejuna, pero sí la enrevesada dramaturgia de una hermosa región
sumamente productiva afectada por grupos de delincuencia bien organizada y muy
rentables agrupaciones de narcotraficantes llamados Templarios o Familia, más
de tres actos de largos silencios, fantasmas de tantos muertos, escenografías
ensangrentadas, filas de decapitados esos sí anónimos, poco diálogo, vestuario
variable según el presupuesto de los contendientes y la presencia ocasional del
Ejército Mexicano o las policías que salen corriendo en patrullas desvencijadas
en cuanto llegan las fuerzas vivas de Mireles o los adoloridos gangsters que
reclaman sus papeles sobre el escenario de esta obra de teatro real, magna
producción del inmenso vacío de diferentes gobiernos al hilo… y aquí nadie
aplaude.
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