Diez
años después, un balance desapasionado del 11-M/Casimiro García-Abadillo, director de El Mundo.
El
Mundo | 9 de marzo de 2014
Ningún
suceso ha dividido tanto a la sociedad española como el atentado del 11-M.
Cuando
los terroristas asesinaron brutalmente a casi 200 personas que iban a trabajar
o a sus centros de estudio, a las 07.40 horas de la mañana de aquel inolvidable
11 de marzo, en España los dos principales partidos, el PP, que entonces
gobernaba, y el PSOE, liderado ya por Zapatero, tenían vigente el pacto por las
libertades y contra el terrorismo.
Ese
acuerdo, impulsado por el secretario general del PSOE, permitió un avance
sustancial en la lucha contra ETA, con el hito de la ilegalización de Batasuna.
El consenso, ahora lo vemos, cuando ETA no es más que una caricatura de lo que
fue, ha sido la base que ha permitido que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad
del Estado hayan derrotado a la banda.
En
una democracia, el mejor método para acabar con el terrorismo es que la
Policía, los fiscales y los jueces hagan su trabajo, con un amplio respaldo de
Gobierno y oposición. Los atajos, como ocurrió en la etapa de los GAL, no
sirven para nada. ¡Parece mentira que esa lección cueste tanto aprenderla!
El
día 12 de marzo, acudí a la sede del PP, en Génova, para entrevistar a Mariano
Rajoy, candidato del PP a las elecciones del 14 de marzo de 2004. Recuerdo que
me dijo que Zapatero le había llamado el mismo día 11 a media mañana para
convocar el pacto antiterrorista. Rajoy habló con el presidente sobre el asunto
y Aznar se negó a hacerlo.
Ahí
comenzaron los males políticos del 11-M. Esa decisión tuvo una trascendencia
difícil de percibir en ese momento. Pero fue un grave error de Aznar.
Durante
las primeras horas, la opinión del CNI y de Interior era que la autora del
atentado era ETA.
¡El
mayor atentado de la Historia de España a sólo 72 horas de unas elecciones
generales y con ETA como protagonista!
En
Moncloa el análisis, tan interesado como equivocado, llevó al presidente a
rechazar la oferta del PSOE, que en las encuestas se estaba acercando al PP.
¿Para qué dar protagonismo al PSOE si su partido podía repetir una inesperada
mayoría absoluta de la cruenta mano de ETA?
Los
primeros indicios de que el atentado podía haber sido obra del yihadismo
despertaron en el PSOE esperanzas de arrebatarle al PP una victoria electoral
que se daba por segura. Si la autora de la masacre había sido Al Qaeda, eso
daría la razón a la política de oposición a la Guerra de Irak. El atentado,
según esa interpretación, tan partidista como equivocada, era una respuesta,
una venganza, por la intervención de España, junto a EEUU, en la invasión de
Irak.
Esa
división esencial caló en los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. El
PSOE recibía filtraciones de policías afines. El ex secretario de Estado,
Rafael Vera, puso todos sus contactos al servicio de Ferraz con el objetivo de
que el PSOE tuviera la delantera a la hora de manejar las últimas novedades
sobre los atentados.
A
partir de la aparición de la furgoneta en las cercanías de la estación de
Alcalá de Henares, esa parte de la Policía cercana al PSOE (luego recompensada
tras la victoria electoral) hizo todo lo posible para «demostrar» que el
Gobierno de Aznar mentía y quería ocultar que el atentado era islamista.
La
torpeza del Gobierno, unida a que, de hecho, durante 48 horas hubo muchas
dudas, dio la oportunidad al PSOE de fabricar un discurso tremendamente
destructivo y eficaz. Recuerden aquella rueda de prensa del sábado por la tarde
en la que Alfredo Pérez Rubalcaba afirmó: «Merecemos un Gobierno que no nos
mienta».
El
sábado había sido detenido, en su locutorio de Lavapiés, Jamal Zougam,
relacionado, aunque no procesado, por la Policía con la célula de Abu Dhadha:
las tarjetas para los móviles que pusieron en marcha los detonadores de las
bombas habían sido vendidas en su tienda.
Zougam
fue, sin duda, la gran baza para los que apostaban por la autoría islamista y
argumentaban que Aznar mentía con objetivos espurios.
En
ese estado de ánimo (recuerden las manifestaciones, las agresiones al
vicepresidente Rato en Barcelona) se acudió a las urnas el domingo 14 de marzo.
Ganó
el PSOE y el PP recibió un duro castigo por su torpeza en la gestión de la
crisis.
Posteriormente,
la instrucción le fue encomendada a Del Olmo, al que este caso le sobrepasó
desde el principio. El juez se puso en manos de la Policía, que fue la que
dirigió, de hecho, la investigación.
Se
cometieron muchos errores. La actuación del jefe de los Tedax, Sánchez Manzano,
es el ejemplo más acabado de lo que no debe hacer un policía ante un atentado
de esas dimensiones.
Y
todo se quiso tapar. La posible colaboración de ETA en el atentado se desechó
de principio. No había que dar ni una sola baza a los llamados conspiranóicos.
Por
tanto, la investigación de la Policía se centró en demostrar que las tesis de
la Fiscalía eran ciertas y en echar tierra sobre fallos imperdonables, que
ahora sería demasiado prolijo repetir.
Los
que dudamos de esa versión (Al Qaeda se venga de España por su intervención en
Irak con un gran atentado), también cometimos errores. Dimos crédito a algunas
informaciones faltas de rigor, que sólo tenían como fin confundirnos y
llevarnos a un callejón sin salida.
La
labor de los servicios secretos (que se sirvieron de algún abogado y de ciertos
miembros de las fuerzas de seguridad) fue crucial para hacer que los que
buscábamos honestamente la verdad, pareaciéramos una pandilla de iluminados.
Pero,
cuando repaso las portadas del periódico, debo decir que, con excepciones,
hicimos un magnífico trabajo en el que participaron buena parte de nuestros
mejores periodistas. Las aportaciones, que luego se incorporaron como hechos
probados, ahí están.
Pero
no, este artículo no es para pedir disculpas, ni para ponerme medallas, sino
para reflexionar sobre lo ocurrido en estos 10 años.
Lo
importante, insisto, es que los demócratas no aprendimos la lección de la lucha
contra ETA. Una fotografía de Aznar y Zapatero, una investigación de la Policía
sin contaminación política, podía haber evitado muchas heridas, muchos
malentendidos. Las víctimas merecen que seamos menos arrogantes, reconocer que
todos cometimos errores.
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