No
somos iguales/Esperanza Aguirre, presidente del PP de Madrid.
Publicado en ABC
|10 de marzo de 2014
EL
sábado pasado, día 8, se celebró, como todos los años, el Día Internacional de
la Mujer. Es así desde que, en 1977, la Asamblea General de la ONU lo proclamó.
La razón de esa proclamación es conmemorar la lucha de las mujeres para
alcanzar, primero, la igualdad de derechos con los hombres y, después, la
igualdad real de oportunidades en todos los campos de la sociedad, y conmemorar
la lucha de las mujeres para acabar con cualquier tipo de discriminación.
Siempre
he pensado que lo mejor sería no tener que celebrar este día, porque sería la
demostración de que esa igualdad real de derechos y oportunidades ya se habría
alcanzado y de que habrían desaparecido todas las discriminaciones que, a lo
largo de la Historia, han sufrido y sufren las mujeres.
Pero
eso, desgraciadamente, está muy lejos de ocurrir. Es verdad que en los países
occidentales, como España, la igualdad jurídica está absolutamente asentada,
pero todavía entre nosotros siguen existiendo muchas diferencias a la hora de
acceder realmente a las oportunidades que ofrece nuestra sociedad. Y en otros
muchos países y sociedades ni siquiera está reconocida esa igualdad jurídica.
Por
eso, sigue teniendo sentido dedicar un día a reflexionar acerca de la
emancipación de la mujer para llamar la atención sobre las injusticias que las
mujeres sufren en nuestra sociedad, y para reclamar que acaben las
discriminaciones en aquellos países donde todavía existen.
En
muchas ocasiones se ha dicho que el siglo XX ha sido el siglo de las mujeres
porque en ese siglo ha triunfado de manera indiscutible la que podemos llamar
«revolución de la mujer». Hay que recordar que ese siglo empezó sin que la
mujer tuviera derecho al voto en ningún país, y hoy, al menos en todos los
ordenamientos jurídicos de los países occidentales, ya no existe ninguna
distinción en los derechos que amparan a hombres y mujeres.
El
éxito de esta «revolución de la mujer» se hace especialmente significativo
cuando la comparamos con las otras revoluciones que tuvieron lugar en el siglo
pasado y que fracasaron estrepitosamente. Porque la revolución comunista, la
fascista o la nacionalsocialista sólo han dejado un rastro de millones de
muertos y de sociedades arruinadas.
Todas
esas revoluciones fracasaron porque eran totalitarias y liberticidas. Mientras
que la clave del éxito de la revolución de la mujer estriba, precisamente, en
que es una revolución de libertades, de reconocimiento de derechos
individuales. En un cierto sentido, es una consecuencia del cambio sustancial
que introdujo el liberalismo cuando acabó con la sociedad de privilegios del
Antiguo Régimen para propugnar una sociedad de ciudadanos libres e iguales.
Lograr
la igualdad de mujeres y hombres ante la Ley ha costado muchos años, y las
mujeres han tenido que luchar mucho para conseguirla. Y hay que resaltar que el
impulso que ha movido siempre las reivindicaciones de las mujeres ha sido el
ansia de libertad.
Ese
largo camino para lograr la plenitud de derechos de las mujeres en España fue
especialmente difícil, por la sencilla razón de que, durante el régimen de
Franco, no es que no se reconociera la igualdad de derechos entre hombres y
mujeres, es que no había libertad política ni para unos ni para otras. Por eso
puedo recordar que, todavía cuando estudiaba mi carrera de Derecho en los años
setenta, en el ordenamiento jurídico de la época la mujer carecía de capacidad
para obrar. De facto estaba equiparada al menor y al loco. Por ejemplo, para
abrir una cuenta corriente necesitaba el permiso de su padre o marido, si
estaba casada, aunque fuera mayor de edad.
De
hecho, podemos decir que en España las mujeres alcanzaron el reconocimiento
pleno de todos sus derechos al mismo tiempo que los hombres: con la
Constitución de 1978.
Pero
ese reconocimiento legal de sus derechos presenta muchos problemas a la hora de
plasmarse en una igualdad real. El más grave es, sin duda, la violencia que
algunos hombres ejercen con las mujeres por el simple hecho de ser eso,
mujeres, Una violencia que se ha dado en llamar «violencia de género», cuando
ninguna de las posibles acepciones de la palabra «género» se corresponde con el
hecho de que un hombre utilice la violencia contra una mujer. Pero, hecha esta
salvedad acerca de esa incorrecta expresión que oímos tantas veces, la denuncia
y castigo de todos los que usan la violencia contra las mujeres debe ser una
prioridad en nuestra sociedad.
El
siguiente caballo de batalla para las mujeres es el de conseguir la igualdad
real en el campo laboral. No es de recibo que los salarios de algunas mujeres
sean más bajos que los de hombres que hacen el mismo trabajo, como ocurre con
demasiada frecuencia. Y tampoco es comprensible el todavía escaso número de
mujeres en puestos directivos en empresas, universidades, empresas
periodísticas y muchas otras instituciones.
Esto
nos plantea el eterno dilema de la discriminación positiva, el de las cuotas,
que, sobre todo en política, ya se están aplicando. Estoy convencida de que es
muy difícil que una discriminación, de cualquier tipo, sea positiva, aunque
quizás, en algún momento, haya podido producir resultados beneficiosos. Porque
la mejor manera de ayudar a las mujeres a emanciparse no es el paternalismo de
ofrecerles ventajas por el hecho de serlo, sino la de no ponerles nunca la
menor traba.
Además,
este Día de la Mujer puede servirnos también para mostrar nuestra solidaridad
con todas aquellas mujeres que viven en países, donde, por atavismos culturales
o por fanatismos religiosos, aún perduran prácticas, costumbres o leyes que las
privan de sus derechos y que, en la práctica, las someten a la voluntad y al
capricho de los hombres. Como ocurre con la aberración que supone la ablación
del clítoris que sufren millones de mujeres en países no tan lejanos de
nosotros.
La
última reflexión que me suscita la celebración de este Día es la de que la
lucha por lograr la legítima igualdad real de derechos y oportunidades no puede
en ningún caso confundirse con la búsqueda de la igualdad entre los hombres y
las mujeres. Somos y queremos seguir siendo diferentes. Y queremos serlo sin
perder ningún derecho ni renunciar a ninguna oportunidad.
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