La
sociedad mexicana, enferma de violencia/RODRIGO
VERA
Las
decenas de miles de víctimas de la violencia en el país se encuentran en el
mismo estado de desprotección e indefensión a pesar del “cuento de hadas” de la
Ley de Víctimas y como consecuencia de la ineptitud e indolencia del Estado. En
el caso de Guerrero, la entidad federativa con más ejecuciones, la
arquidiócesis de Acapulco asumió una tarea que en primera instancia le
corresponde al gobierno: intentar recomponer una “sociedad enferma” por “el gravísimo
problema de salud pública” que causan las secuelas de la violencia. Este
programa busca extenderse a otras regiones del país para frenar los “deseos de
venganza” que campean en México.
ACAPULCO,
Gro.- El sacerdote Jesús Mendoza, encargado de iniciar en Guerrero un ambicioso
proyecto eclesiástico para atender a las víctimas de la violencia, asegura
enfático: “Actualmente, en México el rostro de los pobres es el rostro de las
víctimas de la violencia. De manera que para el episcopado mexicano la opción
preferencial por los pobres es la opción por las víctimas. Nosotros las
ayudamos a sanar sus heridas, a que se les haga justicia y a recuperar la
esperanza”.
–¿Tan
grave está la situación que ya nos convertimos en un país de víctimas? –se le
pregunta.
–El
problema de las víctimas es tan tremendo que ya tenemos una sociedad enferma:
enferma de miedo, rabia, impotencia, desesperación, angustia y deseos de
venganza. A tal extremo hemos llegado que el de las víctimas ya se convirtió en
un gravísimo problema de salud pública. Y nos esperan tiempos más difíciles si
el Estado, principalmente el sector salud, sigue sin asumir su responsabilidad
de atender a este amplio sector de la población que cada día crece más.
Ante
el abandono gubernamental, la Comisión para la Pastoral Social, dependiente de
la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), decidió hace dos años instaurar
un programa nacional de atención a víctimas. Acordó entonces que la
arquidiócesis de Acapulco –por tener los más altos índices de violencia–
lanzara el programa piloto. El padre Mendoza fue el encargado de hacerlo.
–El
programa piloto lo iniciamos en mayo de 2012. En la arquidiócesis veníamos
trabajando con víctimas desde tiempo atrás, sólo que de manera lírica. Nos
dimos cuenta de que vivíamos una situación de emergencia que nos rebasaba
porque las víctimas llegaban a las parroquias a pedirnos auxilio. Para hacer el
proyecto vinieron expertos del episcopado colombiano que nos ayudaron a
diseñarlo, pues la Iglesia en Colombia tiene mucha experiencia en el tema.
Así
empezaron a surgir en la arquidiócesis de Acapulco los llamados “centros de
escucha” y los “talleres vivenciales de sanación”, entre otros espacios donde
las víctimas de la violencia reciben atención psicológica y asesoría jurídica.
Según
las estadísticas de la propia arquidiócesis, de octubre de 2012 a enero de este
año atendió a mil 58 víctimas; a 112 familias golpeadas por la violencia; a 599
personas se les dio “acompañamiento psicosocial”, y a 85 víctimas se les
asesoró jurídicamente.
Entrevistado
en su oficina –ubicada en la zona de Caleta y en cuya puerta de acceso dice
“Pastoral del consuelo”–, el padre Mendoza explica: “Por lo general las
víctimas se acercan por primera vez a nosotros a través de la pastoral; llegan
a las parroquias para pedir exequias por algún familiar asesinado, una misa por
algún desaparecido o simplemente buscando consuelo por un secuestro. Llegan
deshechas. Sin embargo hay víctimas que se encierran en sus casas y viven
aisladas en su dolor. A ésas las buscamos nosotros. En algunas parroquias
tenemos equipos de pastoral encargados de detectar a esas familias afectadas.
Tocamos a su puerta y las invitamos a los centros de escucha”.
–¿Cuántos
centros de escucha han abierto?
–Ya
están operando seis centros en la ciudad de Acapulco y uno en la Costa Grande,
concretamente en el municipio de Tecpan de Galeana. Estamos por abrir más
centros a lo largo de los 500 kilómetros de franja costera que comprende la
arquidiócesis. En la Costa Grande pronto abriremos uno más en el municipio de
Tecpan y otro en Zacualpan. Y en la Costa Chica, uno en Copala y otro en
Marquelia. Nuestra intención es atender a las víctimas en su propia comunidad.
Todos los centros de escucha están en el interior de las parroquias para mayor
seguridad. Así las víctimas quedan más protegidas de las bandas del crimen
organizado.
El
rastro de la sangre
Una
mujer de Acapulco cuya hija fue secuestrada y asesinada –y quien prefiere
omitir su nombre por seguridad– cuenta su caso:
–Mi
hija era una estudiante universitaria de arquitectura de 20 años de edad. La
secuestraron en octubre de 2010. Los secuestradores me pidieron 30 mil pesos
por el rescate. Los pagué. Pero aun así mi hija apareció muerta a los 11 días
del secuestro. Por lo menos encontré su cadáver y los criminales fueron
capturados, aunque el proceso legal continúa y está muy viciado.
“La
pérdida nos afectó muchísimo a mí y a mi hijo de 10 años. Yo no podía dormir ni
comer. Tenía mucho miedo y no salía a la calle. Pedí apoyo psicológico a la
procuraduría estatal y a la Procuraduría General de la República. Toqué otras
puertas en el gobierno, pero me di cuenta que el apoyo gubernamental a las
víctimas es pura fantasía y la famosa Ley de Víctimas es un cuento de hadas.
“A
principios del año pasado supe que la Iglesia estaba abriendo centros de apoyo
para las víctimas. Acudí a uno junto con mi hijo y mis papás. Sus terapias me
están ayudando bastante. Sobre todo encontré el consuelo que necesitaba. Empecé
a comer y a dormir sin necesidad de pastillas, también a recuperar el rumbo de
mi vida. Y ya puedo decir que mi hijo está volviendo a la normalidad.”
En
septiembre de 2012 se abrió el primer centro de escucha en el templo de San
Antonio de Padua, situado en la colonia Hogar Moderno, una hacinada zona
popular de Acapulco muy apabullada por la delincuencia, la drogadicción y el
desempleo.
El
joven sacerdote Bulmaro Hernández, párroco del templo, dice preocupado: “Aquí
la gente tiene miedo de salir por las noches porque está siendo muy afectada
por el crimen. A mí con frecuencia me toca celebrar exequias por los
asesinados”.
El
religioso sube unas escaleras de la casa parroquial y, al llegar a la planta
alta, muestra un salón de muros azules. Hay dos largos sillones, algunas sillas
y juguetes de plástico regados en el piso. Mientras invita a pasar comenta:
“Este es nuestro centro de escucha. Aquí damos terapia individual y familiar.
Tenemos que hacerlo porque en Guerrero no hay ninguna institución de gobierno
que atienda psicológicamente a las víctimas”.
–¿Quiénes
lo apoyan en su trabajo parroquial?
–Un
equipo de dos psicoterapeutas y una abogada. Ellos son, digamos, los
profesionales. Aunque en realidad la comunidad también apoya mucho; desde la
anciana que reza el rosario y trae una víctima, hasta el maestro de escuela que
nos apoya con sus alumnos huérfanos por la violencia.
–¿Es
un trabajo comunitario?
–Sí,
incluso de apoyo mutuo entre las propias víctimas. Yo mismo soy una víctima
más… hace siete años sufrí el secuestro de una hermana.
Los
13 psicoterapeutas que, por el momento, están trabajando en el proyecto son
coordinados por las psicólogas Sonia Quezada y Maritza Blanco, quienes señalan:
“Los
trastornos de las víctimas van en la línea del estrés postraumático y sus
síntomas asociados: depresión, ansiedad, delirio de persecución, aislamiento,
alteración del sueño y del apetito. Estos problemas se agravan aún más cuando
hay estigmatización social, pues es común que la gente diga: ‘Te mataron a un
familiar porque seguramente andaba en malos pasos’. Este rechazo provoca una
mayor exclusión social de las víctimas.”
–¿Y
qué tipo de terapia realizan ustedes para ayudarlas?
–Se
enfoca en la escucha principalmente. Las víctimas necesitan mucho ser
escuchadas para poder sacar sus emociones y tener una catarsis, de ahí que los
centros se llamen precisamente ‘de escucha’, donde se les atiende de manera individual
o familiar, según el caso, pues es común que las relaciones familiares resulten
muy dañadas. Nosotros les ayudamos a gestionar sus emociones y a tomar
conciencia de sus fortalezas para seguir adelante.
“Aparte
realizamos terapia de grupos a través de los talleres vivenciales de sanación,
en los que participan víctimas de algunos centros de escucha. Por lo mismo,
estos talleres son muy concurridos, se realizan en salones más amplios y duran
todo un día. La víctima cuenta ante las demás lo que le duele. El hecho trágico
no debe olvidarse, sino ser recordado para poder superar la experiencia
traumática. Además la intención es juntar a las víctimas para que no se sientan
aisladas.”
Los
trabajos de asesoría jurídica los coordina la abogada Nury Peralta, quien
indica: “Al llegar las víctimas a los centros de escucha les hacemos ver que
tienen el derecho a la verdad, a la justicia y a la reparación del daño. Y las
instamos a levantar una denuncia. De ahí que la etapa jurídica sea generalmente
la última”.
–¿Qué
porcentaje interpone una denuncia formal?
–Muy
pocas víctimas se atreven a denunciar, serán alrededor de 8%. La mayoría no lo
hace por miedo a sus victimarios, pues éstos generalmente las amenazan. Otras
víctimas desisten al padecer los maltratos en los tribunales. La justicia en
México es muy lenta. Hasta el momento no ha habido ninguna sentencia en los
casos a los que damos acompañamiento jurídico.
La
arquidiócesis realiza su trabajo en un clima de violencia extrema. Acapulco,
por ejemplo, es actualmente la ciudad más violenta del país, con 883 averiguaciones
previas por homicidio doloso documentadas sólo en 2013. Y Guerrero es el estado
más violento, ya que registró 2 mil 457 ejecuciones de diciembre de 2012 a
enero de este año, según información publicada por el semanario Zeta de
Tijuana.
Y
en el estudio Proceso de construcción de la paz en la arquidiócesis de
Acapulco, elaborado por la propia arquidiócesis, se abunda sobre Acapulco:
“En
una ciudad con una población de 1 millón de habitantes, se puede decir que la
mayoría de la población ha sido víctima de alguna forma de violencia, como las
extorsiones, las amenazas y el cobro de piso, esto debido a que por cada
víctima de la violencia que se registra de manera directa, hay un entorno de 10
personas más que son afectadas de forma indirecta. Los secuestros se han
desarrollado con mucha amplitud, pues hay que decir que cualquier acapulqueño
es secuestrable.”
El
estudio añade que desde hace “cinco décadas” el narcotráfico se enseñorea en la
región, empezando con el cultivo de mariguana y después con el de la amapola. Y
en Acapulco –“puerto de alcance internacional”– se tuvo también que “responder
a la demanda de drogas que ciertos sectores del turismo requiere”.
Fue
a partir de 2005 –prosigue el estudio– cuando en el puerto empezaron
perpetrarse los asesinatos y los ajustes de cuentas entre los grupos
criminales.
Sobre
este punto, el padre Mendoza señala: “En varias zonas de Guerrero se están
presentando pugnas entre los cárteles de la droga. En la Costa Grande, sobre
todo en los municipios de Tecpan, Petatlán y Zihuatanejo, se está posicionando
el Cártel de Jalisco, que ha logrado replegar hacia Michoacán a Los Caballeros
Templarios.
“En
la Tierra Caliente y en el centro del estado tienen más presencia Los Rojos,
que derivan del grupo de los Beltrán Leyva. Pero también se habla de la
presencia de Los Zetas.
“Y
en Acapulco hay una pulverización de grupos. Pero los predominantes son el
Cártel Independiente de Acapulco, que controla la zona urbana, y La Barredora,
cuya presencia se observa principalmente en el área suburbana.”
El
sacerdote sintetiza: Toda la trama del crimen organizado ya se incubó en la
sociedad guerrerense y tiene un componente social muy fuerte: “Por citar un
caso; aquí en Acapulco todo el sector del comercio informal está funcionando a
partir de la dinámica implantada por los grupos criminales. Por eso es un
desatino del Estado aplicar una estrategia militar y policiaca para combatir el
problema. Primero debe haber oportunidades de desarrollo para la población.”
Ante
este escenario, advierte que si las víctimas no son atendidas pueden
convertirse en victimarios por sus deseos de venganza, “y así caemos en una
espiral de violencia incontenible”. Por eso, puntualiza Mendoza, el enfoque
global de este trabajo es la construcción de la paz. “En este momento
evangelizar en México es construir la paz. Mi trabajo cotidiano se inspira en
la exhortación del Papa Francisco Evangelii Gaudium, que considero programática
de su pontificado”.
Con
ese objetivo, un equipo de capacitadores del padre Mendoza recorre las más
remotas parroquias de la costa guerrerense para abrir nuevos centros de
escucha. El viernes 7 estuvieron en la calurosa población de Marquelia, cerca
de los linderos con Oaxaca. Ahí, bajo un enorme techo de lámina juntaron a los párrocos
y a los agentes de pastoral de la zona para darles un taller de “acompañamiento
psicosocial”. Con gráficas y ejercicios de dramatización, empezaron a
adiestrarlos en la tarea de atender a viudas, huérfanos, guardias comunitarios
y demás víctimas de la violencia.
–Usted
coordina un proyecto piloto del episcopado mexicano, ¿a qué diócesis se
extenderá próximamente este proyecto? –se le inquiere.
Y
el sacerdote responde –sentado frente a una imagen del mártir salvadoreño Óscar
Arnulfo Romero, bajo la que se lee: “Absolutamente fiel al pueblo y
absolutamente fiel a Dios”–:
“La
intención es continuar con las otras tres diócesis del estado de Guerrero: las
de Ciudad Altamirano, Tlapa y Chilpancingo. Son como nuestra familia y padecen
la misma realidad violenta. El proyecto también empieza a extenderse a diócesis
de otros estados en las mismas condiciones, como las de Apatzingán, Zamora,
Nuevo Laredo, Torreón y Gómez Palacio.
“De
pronto me invitan a esas diócesis para que les hable sobre mi experiencia.
Estuve en Apatzingán con el obispo y el clero de allá. Planeaban realizar una
asamblea con el tema ‘Evangelizar en tiempos de guerra’. Pero tuvieron que
suspenderla por no haber condiciones de seguridad. Pensaba que aquí estábamos
en el infierno… pero me di cuenta que allá están peor.”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario