Periodismo
bajo asedio/JESÚS
CANTÚ
Revista Proceso # 1951, 22 de marzo de 2014
Mientras
el gobierno federal se esmera en construir la percepción de que la inseguridad
y la violencia disminuyen, las agresiones contra periodistas y medios de
comunicación crecen; 2013 ha sido el peor año para el ejercicio de dicha
profesión desde 2007, periodo en que la organización de la sociedad civil
Artículo 19 empezó a llevar la cuenta de los atentados en contra de la libertad
de expresión.
Además
de que en 2013 las agresiones crecieron 60% respecto del año anterior, lo más
significativo es que 60% de los ataques los cometen funcionarios públicos, es
decir, son las autoridades los principales enemigos de los medios de
comunicación. De acuerdo con el documento de Artículo 19, en 2013 se perpetraron
330 agresiones contra periodistas y medios de comunicación. De los 274 casos en
que fue posible identificar a los agresores, 146 recayeron en funcionarios
públicos, 49 en organizaciones sociales, 39 en el crimen organizado, 30 en
particulares, y 10 en partidos políticos.
Así
sentencia el documento: “Las autoridades agreden de un lado, el crimen
organizado asesina del otro”, aparte de que fracasan las acciones que las
autoridades instrumentan para proteger a los periodistas y medios de
comunicación.
Aunque
es innegable que hay entidades en las que se exacerba la violencia en contra de
los comunicadores (Veracruz, Coahuila y Distrito Federal), otro de los cambios
más significativos es que en 2007 las agresiones se concentraban en 15
entidades, es decir, 17 (53%) no registraban ningún ataque de este tipo;
mientras que en 2013 los únicos estados que no reportan ningún atentado son
Tabasco, Hidalgo y Nayarit, caracterizados no por la vigencia del estado de
derecho o el respeto a la libertad de expresión, sino por su pobre periodismo.
Y
para reforzar los hallazgos del documento, la semana pasada los gobiernos de
dos entidades (Estado de México y Jalisco) evidenciaron su vocación
silenciadora. El domingo 16 de marzo, las autoridades del Estado de México
realizaron un operativo para comprar masivamente los ejemplares de Proceso 1950
que se encontraban en circulación (difícilmente podría atribuirse al crimen
organizado tratar de impedir que se conociera la incapacidad del gobierno
mexiquense para detener la guerra de las narcobandas, hecho que desenmascaraba
dicha edición de este semanario). Lo mismo sucedió en Jalisco, por el reportaje
que la revista divulgaba en su suplemento Proceso Jalisco respecto a la
actuación de la Fiscalía General del Estado.
Lamentablemente
la práctica parece extenderse rápidamente, pues se ha repetido en Veracruz,
Tamaulipas y Nuevo León, entre otras entidades. Tal acción no llega a
contabilizarse dentro de las agresiones contra los periodistas, y no los
pretende silenciar, pero el objetivo final es el mismo: que la ciudadanía no se
entere de lo que acontece en su estado, ni de la deficiente, irregular,
arbitraria y/o autoritaria actuación de sus autoridades. Aun cuando puede
argumentarse que tales operativos no atentan contra el periodismo, sí atentan
contra el estado de derecho (al desviar recursos del erario para violentar una
garantía constitucional) y el derecho a la información (al impedir a la
ciudadanía acceder a fuentes alternativas de información), dimensiones
indispensables de cualquier democracia.
Por
otra parte, el lunes 17, la organización que elaboró el revelador e inquietante
reporte denunció que habían allanado el domicilio de su director, Darío
Ramírez. Precisó que habían extraído computadoras, documentos de trabajo y
objetos de valor, y aunque no se podía afirmar que los mismos estuviesen
vinculados con su “ejercicio de defensa de la libertad de expresión”, el hecho
de que sea la quinta agresión en contra de su personal, y el de que ninguno de
estos incidentes haya “sido investigado para dar con el paradero de los
responsables”, parecen corroborar las intenciones de los allanadores y la
ineficacia o complicidad de las autoridades. Apenas en abril del año pasado
Ramírez y otros colaboradores habían recibido amenazas de muerte.
Artículo
19 documenta detalladamente algunas de las agresiones e incluso el asesinato de
un periodista, y transparenta la intención de los atacantes (habría que añadir:
y de las autoridades al no detenerlos): cancelar la libertad de expresión y
delinquir libremente en la secrecía.
El
informe recoge declaraciones muy reveladoras de algunos de los periodistas
agredidos. Gil Cruz, director de un periódico de Veracruz, reconoce: “No
podemos escribir libremente la información, aun cuando sabemos que se trata de
un dato verdadero”. Y Roberto Hernández, de un periódico editado en Oaxaca pero
distribuido también en Veracruz, denuncia: “En Veracruz nos la sentenciaron. No
podíamos entrar a vender el periódico. Encontramos la manera de regresar cuando
dejamos de hablar del gobernador. En Oaxaca, en cambio, el actual gobierno es
más tolerante. Aun con los defectos que pueda tener el gobernador, respeta la
libertad de expresión. Sabemos que en Oaxaca hay mandos policiacos que tienen
ganas de rompernos la madre, pero la línea del gobernador es no tocar a los
medios. Eso nos ha ayudado a sobrevivir y a no sufrir atentados de una mayor
magnitud por parte de las estructuras del poder en el estado”.
Lo
anterior evidencia tres hechos incontrovertibles: uno, la afectación del
trabajo periodístico; dos, la responsabilidad directa en las amenazas del
gobernador veracruzano, Javier Duarte, ya que al ignorarlo en el periódico les
permitió circular; y, tres, lo determinante que es la decisión de los titulares
del Ejecutivo en los ataques a los periodistas y medios de comunicación o en el
respeto a los mismos.
En
cualquier caso, la conclusión del informe es una realidad: “En ninguno de los
casos documentados por Artículo 19 los comunicadores pudieron retomar su
actividad periodística al ciento por ciento. El miedo a sufrir nuevas
agresiones sin protección del Estado los llevó a modificar su actividad
profesional. En ocasiones dejan de cubrir sucesos policiacos, se autocensuran o
directamente cierran los medios”.
Finalmente,
sin importar la identidad del perpetrador de las agresiones, es un hecho que se
vulneran los derechos de la ciudadanía, de los periodistas y de los medios de
comunicación, y que el principal responsable de ello son las autoridades por su
incapacidad o complicidad o porque se benefician de los obstáculos para el
libre ejercicio periodístico, pues –al menos– dificultan que se informe sobre
sus irregularidades, delitos o ineficiencia.
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