Yoko
Ono: “No me sorprendió que John Lennon se sintiera atraído por mí”
El
Museo Guggenheim de Bilbao dedica una retrospectiva a Yoko Ono, la viuda de
John Lennon Ahora, cuando Paul McCartney ha firmado definitivamente con ella la
pipa de la paz
JESÚS
RUIZ MANTILLA, reportero
EL País Semanal, 23 MAR 2014
En
un local del Soho neoyorquino es la cita. Por Broome Street, a la altura de
West Broadway, un antro con cristales y fachada gris que parece medio
abandonado. Se trata del estudio de su hijo Sean, el que Yoko Ono tuvo con John
Lennon en 1975 y que ha seguido la estela artística de sus padres. Muebles
vintage y dibujos de la madre decoran las paredes. Al fondo se apilan fundas de
guitarras antiguas. ¿Serían del eterno beatle? También unos pianos de pared y
catálogos de arte.Llega con retraso y entra a lavarse las manos. Aparece con
abrigo y sombrero, protegida por gafas oscuras. Se quita el abrigo, pero se
deja el resto. Estoy obligado a creer que es Yoko Ono, por fe en la cita que
hemos pactado por medio del Museo Guggenheim de Bilbao, que desde el pasado día
14 le dedica una retrospectiva. Aunque frente a mí solo se mueven unos pómulos
anchos y una boca pequeña de la que emana un inglés con marcado acento japonés.
Se
deja caer mucho por España. Algunas veces, pero para mí no suficientes. Hice eso del Ebro en Zaragoza,
estuve en Mallorca, ahora Bilbao.
Para
mostrarnos 60 años de trabajo, ni más ni menos. El tiempo pasa. Sí, 60 años de obra ya.
Pero no he cambiado tanto.
¿Ha
pensado usted en un concepto sobre su propio trabajo? ¿Cuál sería? Pues diversión, que me he
divertido mucho.
No
es poco. Está bien el balance, ¿no?
¿Incluso obsesionándose con
esos dibujos puntillosos que hace? Hasta eso me divierte. Pero lo más destacable, aparte de
todo, es que me he sentido muy libre. Y dicho detalle es muy importante. En mi
trabajo y en mi vida personal.
¿Cómo
se libera uno a lo largo de su existencia? Siempre me he sentido así.
¿Desde
que era niña? Desde el día que nací. Yo
lo recuerdo.
¿Cómo?
¿A la manera de las memorias intrauterinas que Dalí describió en su libro ‘La vida
secreta’? Bueno, como un sueño o, más
bien, una pesadilla. Me preguntaba: “¿De dónde procede esa pesadilla?”. Pues
del mismo momento en que vine al mundo.
Dalí
decía que recordaba la humedad en la placenta de su madre. ¿Usted? Yo también. No era muy
feliz. Lo que recuerdo más que ninguna otra cosa es el silencio.
¿Un
silencio que podría describir? No estaba mal.
Después
apareció en el Japón de antes de la guerra. ¿Dónde le queda esa memoria? Era
usted de buena familia. Claramente. Muy bien. De todo, de todo me acuerdo. Yo era una niña
obsesionada con comunicarme, pero estaba siempre sola, y eso me entristecía.
Comunicarse…
¿en qué sentido?
A un nivel muy simple. Con mi primo, por ejemplo. Él era mayor que yo y ya iba
a la escuela, recuerdo que siempre me hacía ilusión esperarle. Tenía tres años
más que yo. Era un muchacho increíblemente inteligente y con una maravillosa
sensibilidad artística. Dibujábamos, jugábamos en el jardín.
¿Fue
su primer amor?
Eso, eso, mi primer amor. ¡Qué gracia! Kio se llamaba. Todo lo relativizaba. Un
día le esperaba en su habitación y rompí una de sus flechas. Todo el mundo se
puso muy tenso advirtiéndome que cuando llegara se enfadaría. Pues bueno,
llegó, se lo dijeron y, en vez de molestarse, agarró otra flecha, la partió
delante de todo el mundo y dijo: “Muy bien, y qué pasa”. Fue un gran detalle.
Con
eso quizá aprendió que no había que exagerar ciertas reacciones, a relativizar. Algo así, él era esa clase
de persona, empatizaba.
¿Aparecerá
su primo en las memorias que esperamos para 2015? No creo que las publique para esa fecha. Ni he
empezado. Ya sé que todo el mundo las espera, pero no soy capaz de hacerlo.
Japón
es todo un misterio en usted, ¿por qué nos lo oculta? Lo sé, lo sé. Es un misterio.
Los
años de guerra, por ejemplo, ¿cómo fueron? Recordar eso me entristece. Yo ya había viajado
a Estados Unidos antes de que se declarara la guerra, tenía amigos aquí y me
dio mucha pena. No podía imaginar que pasaría algo así. Un trauma. Aunque al
comenzar, seguíamos viviendo igual de bien. Mi niñez y mi adolescencia eran
pura alegría. Mis tías, mi madre, siempre con sus fiestas.
¿Vivían
el glamour?
Ni siquiera pensábamos eso. Para nosotros era normal. Hasta que invitaron a una
echadora de cartas.
¿Y
qué pasó? Nos predijo que nuestras
familias lo perderían todo. Se rieron de ella y creyeron que era ridículo, que
si los Yashuda, la familia de mi madre, quedaban sin nada, significaba que el
país también. Y así fue.
Les
resultaría inimaginable. Absolutamente. Pero ocurrió. La mujer daba miedo.
¿Sus recuerdos de infancia
afloran ahora que ha cumplido 81 años con más intensidad? No, no creo. Realmente,
toda mi vida yo he sido muy observadora. Tenía más talento para afrontar todo
así que para experimentar sobre mí misma. Eso ha sido bueno, porque me ha
salvado completamente de muchas cosas que he visto venir. Esto es muy
interesante. Incluso cuando la gente me ataca, cuando empiezan a decir que soy
una arpía, una mujer fatal, una dragon lady, me quedo pensando: qué
interesante.
¿En
serio? ¿Sabe tomar distancia o es un mecanismo de defensa por lo que le han
atacado? Bueno, en cierto sentido me
duele, pero no tanto. Me coloco como una outsider en cada situación.
De
hecho, no le importa equipararse a personajes como la última emperadora china,
a la que todo el mundo consideraba eso, una ‘dragon lady’. Bueno, después me enteré de
que la llamaban así porque el Gobierno británico encontró una gran oposición en
ella cuando quisieron invadir China, así que por ello empezaron a llamarla de
ese modo y a inventar cuentos sobre la mujer.
Muy
familiar. Su caso y esa estrategia
británica de desarmar al enemigo con propaganda. Mire la ‘leyenda negra’
española. Mientras ellos exterminaron el norte, en el sur se imponía algo tan
celebrado en la posmodernidad como el mestizaje. No se fíe de los ingleses… Ya.
Dentro
de aquel ambiente familiar suyo, la hija de un padre banquero, ¿cómo les sentó
que quisiera ser artista? Nada mal. Mi madre también pintaba y mi padre, no hay que olvidarlo, era
pianista. Se hizo banquero porque mi abuelo se empeñó. Y al morir este, le
enterró con el primer sueldo que mi padre ganó. Se lo metió en el ataúd. Para
demostrarle que le había obedecido. Pero él fue un artista toda su vida. Sufrió
mucho aquella decisión. Llegó a dar varios conciertos y con buenas críticas. Me
viene a la mente que hay algo muy curioso entre los españoles y Japón.
¿Qué? Cuando llegaron por allí,
les dijeron que podían quedarse solo en Nagasaki. El ADN me dice que existe
alguna mezcla dentro de mí.
¿Española? Sí.
Mire
qué bien. ¿No le parece gracioso?
¡Claro! Pues en Japón eso está muy
mal visto, al menos en el pasado. Las mezclas, ya sabe, daban lugar a mucho
cotilleo. La cultura española y la portuguesa me han llamado siempre la
atención por ese motivo. El catolicismo estaba prohibido y se escondían bajo
tierra, como en las catacumbas romanas. Todavía hasta hace poco se podían
encontrar imágenes enterradas de Jesucristo y la Virgen como si fueran Budas.
Muy curiosos. Ocurrió que para averiguar quién realmente era católico en
tiempos de persecución, extendían las imágenes cristianas en el suelo y
obligaban a la gente a pisarlas. Quien no lo hiciera, se delataba solo y lo
crucificaban. Así fue como por lo menos se han canonizado 40 santos.
¿Siente
usted simpatía por los católicos por eso? No, por los católicos no en especial, aunque sí
me llama la atención su valentía en ese sentido. También me interesa el
budismo, aunque soy una existencialista, respeto las religiones. Pero la
valentía de aquellos católicos me hubiese gustado heredarla para mis propios
principios. Los rendí homenaje al inicio de mi carrera con una obra que vino de
aquello.
Iba
a preguntarle si con el tiempo se ha convertido en una mujer religiosa. No.
¿Ni
siquiera cree en un dios? Solo creo en mí misma.
Ya
lo dijo Nietzsche, que cada uno de nosotros podía llevar un embrión divino
dentro de sí. Estoy de acuerdo.
¿Y
un demonio? No, eso no lo creo. No
concibo una figura divina, a Dios en este caso, como algo moralista. Dios no es
la palabra correcta para lo que quiero decir. Diosa, quizá sí.
Mejor. Lo planteo para relativizar
el poder masculino. Hagamos una mezcla. Lo que digo es que me respeto mucho a
mí misma y estoy orgullosa de lo que soy. Quiero enfatizar lo del orgullo
porque si algo no me gusta de las religiones es precisamente que han sido
creadas y utilizadas por las clases dominantes para someter a los demás
precisamente machacando su orgullo y aconsejándoles humildad. No les convenía.
¿Humildes para quién?
Le
pondré una prueba de humildad. Echando la vista atrás, para alguien que vivió
en Japón el trauma de la bomba atómica, que después se ha dedicado en cuerpo y
alma a predicar la paz, contemplar hoy el mundo, con sus tensiones y sus
guerras, ¿le produce sensación de fracaso? ¿Ha tenido sentido? Terrible. Pero precisamente
por eso hay que esforzarse el doble, para limpiar las heridas y curar.
¿Así
que sigue siendo una idealista? ¡Qué le vas a hacer! ¿Te vas a quedar parada mientras la gente se mata? No
tenemos otra elección. Mire, yo soy muy pragmática, algunos creen que me paso
de optimista y en realidad lo que yo hago es desechar ese optimismo. Le voy a
hablar en términos pragmáticos sobre algo que tengo calculado.
¿Qué? Que la paz se impondrá en
el mundo hacia 2050.
¿Lo
predice? Sí.
Quizá
cuando a finales de los sesenta promovía el pacifismo con John Lennon, ambos
creían que hacia el año 2000 ya viviríamos en un mundo tranquilo, y mire. No, no me imaginaba un
mundo así ni en pintura. Pero en este caso lo veo claro.
¿En
qué se basa? Más que pragmatismo, me
parece magia. No es magia.
Convénzame. Tiene que convencerse
usted. Piense…
A
ver. Mire alrededor y
comprenderá.
Veo
bastante guerra y conflicto. Porque se fija en eso, pero ponga sus sentidos en otras cosas. Mire esa
gente que ni se habla y se dedica solo a teclear sus smartphones.
Terrible. En absoluto. Está empezando
a ocurrir en Japón que muchos niños se encierran en sus habitaciones. Los hikikomori, les llaman.
Sus padres se preocupan alarmantemente y hasta les dejan la comida a la puerta
de su cuarto. No existe ninguna comunicación y creen que es tremendo, aunque yo
no lo veo así. En realidad están encerrándose en sí mismos en vez de compartir
con otros, pero ese fue el mismo camino que escogieron Buda o los monjes
cartujos. Buscan un rumbo para mejorar y se ha contagiado a países como Estados
Unidos. Tiene un componente budista, pero sin serlo. El budismo, al fin y al
cabo, se ha convertido aquí en algo muy esnob. Veo todo ese fenómeno como un
camino de meditación positiva. Cuando aquello transforme su rabia,
anónimamente, en vez de preocuparnos por el hecho de que no nos hablen, deben
saber que será por ahí por donde llegue la revolución. Silenciosamente. Eso
solo por una parte. Por otra, que hay Gobiernos como el de Obama que van a
reducir los gastos militares. Lo hace por razones financieras, pero es una
tendencia que seguirá su curso por todo el mundo.
China
acaba de anunciar que los aumenta. Pues cualquier Gobierno inteligente acabará dándose
cuenta de que eso es un derroche. Ocurrirá gradualmente.
Un
gran paso para la paz, en lo que le concierne personalmente, fue lo que dijo el
otro día Paul McCartney: que The
Beatles se hubieran separado igual, estuviera o no usted por medio. ¿Ya son
amigos? Yo siempre me he llevado
bien con él. El mundo es un lugar curioso. Les encanta pensar que estamos
siempre peleándonos. Como en un ring de boxeo. Y les decepciona ver que no es
así. Para él supone un riesgo admitirlo: el hecho de que, en fin, Yoko está
bien. Lo dicho, se supone que soy una víbora.
¿Pero
no lo es? Pues no lo sé.
Así,
de cerca, no me lo parece. Usted verá.
¿No
debo fiarme de las apariencias? Depende de usted…
¿Qué
colgaría hoy en esos árboles del deseo que promueve? Bueno, es otro elemento que ayuda a construir la
paz. Hacer florecer deseos en la gente en vez de que nos dé por matarnos. Para
este año, lo que he pedido es que todo el mundo sea feliz.
Difícil. ¡En absoluto! Eso es porque
usted se empeña todo el rato en encontrar complicaciones. ¡No diga eso, hombre!
Ser
feliz es más sencillo de lo que parece, lo que ocurre es que la angustia y la
amargura tienen mucho prestigio entre la intelectualidad. Yo también lo creo. Pero
esa es la actitud que busco, hay que tener más confianza en el ser humano. Lo
que ocurre es que nos pasamos la vida obsesionados por mantenernos, por
sobrevivir. ¿Por qué? No lo sé.
Pero hubo una época en que
usted no lo conseguía. Cuando era joven quiso suicidarse. No era feliz, pero tampoco
infeliz. Aquello fue muy extraño. Contemplaba mi vida y hacía balance. ¿Adónde
quería llegar? No sé, pero pronto me reconforté convenciéndome de que el camino
que había elegido por medio del arte era el correcto. No llegué a estar
desesperada realmente. También la posguerra fue un momento difícil. Yo tenía
que ocuparme de mis hermanos, alimentarlos, darles cobijo. Para eso fui muy
fría y usé mi cabeza en todo momento. Nos trasladamos de la ciudad a vivir al
campo y la gente no era muy amable con nosotros, los de la ciudad, tanto que
nos obligaban a lograr sustento en otros pueblos de alrededor; buscarse la vida
ya daba sentido a todo en sí.
¿Cómo
ve su etapa más vanguardista en la que colaboraba con músicos como John Cage o La Monte Young? Eran tipos muy
interesantes. Lo que logró John Cage ha pasado a la historia. A mí no me
llegaba tanto porque su trabajo se inspiraba mucho en cuestiones asiáticas que yo
conocía, relativas al budismo también. Lo que realmente me impresionaba de él
era que se trataba de un gran cocinero y que preparaba unas ensaladas
magníficas.
¡Qué
gracia, oiga! ¿Qué es lo que encuentra
tan gracioso?
¿Y
La Monte Young?
Brillante, pero hay que dejarle tranquilo, darle espacio para que se desarrolle
como él quiere hacerlo.
Realmente,
con ellos se encontraba usted fuera del mundo. Porque asombra que cuando
conoció a Lennon en una galería de arte ni siquiera sabía quiénes eran The
Beatles. ¡Es cierto! ¡No lo sabía!
Pero es que a los que nos dedicábamos a otros ámbitos no nos interesaba. Yo era
algo elitista, es verdad.
¿Cree
que fue eso, el hecho de que ni lo conociera, lo que le atrajo de usted? No sé qué le atrajo, quizá
eso.
¿No
se lo confesó con el tiempo? No, la verdad. En fin, a mí no me sorprendió que yo le atrajera.
¿Y
a usted de él?
Me fascinó, aunque viniera de un mundo por el que yo no sentía ningún interés
concreto, ni mucho respeto, por desconocimiento, me resultó increíblemente brillante.
Eso, sin duda, influyó.
Pero
en aquella época, cuando ustedes se conocieron, a ellos sí les atraía la
vanguardia. Incluso la incorporaron a sus canciones consiguiendo que resultara
atractiva para el gran público. Era fácil de escuchar lo que hacían. No es que fueran simples, es que
ellos conseguían llegar a todo el mundo de manera muy sencilla. Acercar una
calidez vital. Eso resultaba realmente impactante.
Pero
complicado. No tanto. Musicalmente, no.
Con
los años se ha ido demostrando que no crearon cosas tan fáciles. Es su opinión. Y no me
malinterprete, no quiero decir que el hecho de que fuera simple sea malo, creo
que eso en sí es una clave fundamental porque les hizo llegar a todo el mundo.
¿Sigue
sin perdonar a Chapman,
el asesino de John?
No.
¿Ni
siquiera ahora que ha dicho entrar en una segunda vida pasados los 80? ¿Se
siente moderna?
Siempre, aunque es una palabra que no me gusta. La ha usado usted.
Más moderna que posmoderna,
me refiero. Me siento yo misma; el
resto de adjetivos, que los pongan los críticos.
Vanguardia y pacifismo
(Tokio, 1933) Yoko Ono es una artista de vanguardia vinculada a grupos como Fluxus en la Nueva York de los años sesenta (arriba, en una imagen de 1968). Pintora, creadora de instalaciones, performances, música impulsora de grupos como la Plastic Ono Band, se crio en la alta sociedad japonesa y se casó en 1969 con John Lennon en lo que fue su tercer matrimonio después de haberlo estado con el compositor Toshi Ichiyanagi y con el músico de jazz Anthony Cox, con quien tuvo a su hija Kyoko. Junto a Lennon y después de su muerte, ha destacado como una activista del pacifismo y ha seguido con su labor artística, además de encargarse del multimillonario legado que dejó el músico, con quien tuvo un hijo, Sean.
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