Por
qué Reino Unido perdió la batalla/Charles
Grant, es director del Centro para la Reforma Europea.
Traducción de Juan Ramón Azaola.
El
País, 4 de julio de 2016
Los
partidarios de quedarse padecieron cinco inconvenientes: los mensajeros, el
mensaje, las migraciones, los medios y la maquinaria de la campaña.
La
campaña de marcharse la dirigieron los mejores vendedores. Michael Gove y Boris
Johnson fueron unos mensajeros elocuentes y persuasivos. Los sondeos
demostraron de forma sistemática que eran más fiables a propósito de la UE que
los principales líderes de quedarse, David Cameron y George Osborne, su
canciller.
Pese
a haber ganado unas elecciones generales un año antes, la credibilidad de
Cameron estaba erosionada por los contradictorios mensajes que estuvo lanzando,
durante y después de su renegociación. Lo que significó que sus desesperadas
advertencias sobre las consecuencias del Brexit parecieron poco convincentes a
sus votantes. También se vio perjudicado por su manejo del escándalo de los
papeles de Panamá, como anteriormente lo había sido el canciller por su
desastroso presupuesto.
Tampoco
sonó convincente la tardía y tibia conversión a quedarse del laborista Jeremy
Corbyn, tras su inveterada oposición a la Unión Europea. En muchos de sus
discursos había tanta crítica a la UE como elogio. No era precisamente el
apasionado defensor que necesitaba la campaña de quedarse para los
tradicionales votantes laboristas del norte y los Midlands.
Algunos
de los más elocuentes portavoces de quedarse resultaron ser políticos regionales,
como Nicola Sturgeon, la primera ministra escocesa; Ruth Davidson, la líder
conservadora de Escocia, y Sadiq Khan, el flamante alcalde de Londres. Pero
ningún líder de quedarse igualó el poder de convocatoria o el carisma de
Johnson.
Quedarse
también tuvo problemas con el mensaje. Su tarea era intrínsecamente más difícil
que la de marcharse: los argumentos para permanecer en la Unión Europea son
complicados, numéricos, difíciles de explicar y a menudo aburridos, mientras
que los argumentos para abandonarla son sencillos y emotivos. Quedarse se
centró en gran medida en la economía, y fue bueno que lo hiciera, ya que en sus
sondeos se veía que los votantes estaban preocupados por las consecuencias
económicas del Brexit.
Lamentablemente,
sin embargo, los ministros y los portavoces se pasaron de la raya en su manera
de presentar los datos económicos sobre el Brexit. Además, su mensaje fue casi
exclusivamente negativo.
Un
mes antes del referéndum, marcharse, que estaba perdiendo la argumentación económica,
empezó a centrarse en la inmigración. La agresividad de sus mensajes no fue
contrarrestada por los confiados argumentos de la otra parte. Cameron luchaba
en entrevistas y debates televisados, ya que su insensato manifiesto prometía
situar la migración por debajo de 100.000 personas al año (la inmigración neta
en 2015 fue de 335.000), algo que no podría cumplirse incluso si en la UE
cesara toda migración.
Los
políticos laboristas y escoceses cantaron las bondades de la inmigración, pero
el mensaje laborista quedó debilitado por discrepancias en su liderazgo:
Corbyn, Gordon Brown e Hilary Benn no querían controles en la migración legal
de la UE, mientras que Yvette Cooper, Ed Balls y Tom Watson dijeron que las
normas de la UE sobre la libre circulación debían ser revisadas. Así que el
asunto se convirtió en “disensión laborista sobre la migración” en lugar de “el
laborismo respalda a la UE”.
La
cobertura de los medios fue un problema adicional. Antes y durante la campaña,
los periódicos euroescépticos difundieron el potente mensaje de que los
migrantes de la UE eran un gran problema para Reino Unido. Ocuparon portada
tras portada con alarmantes historias sobre cómo migrantes y refugiados estaban
intentado llegar al país, a menudo entremezclando a ambos grupos. Muchos de
esos artículos eran objetivamente incorrectos. La prensa escrita hizo un gran
trabajo al reforzar el mensaje de marcharse diciendo que miles de extranjeros
—ya fueran sirios, terroristas, turcos, demandantes de asilo o rumanos— estaban
resueltos a entrar en el país.
La
actuación de la BBC durante la campaña del referéndum fue lamentable.
Naturalmente, hizo lo correcto al conceder protagonismo y tiempo a las dos
partes por igual. Pero no cumplió con su obligación legal de informar y educar.
A menudo, cuando veteranos periodistas entrevistaban a partidarios de marcharse
que decían mentiras, esos comentarios no fueron cuestionados. Ello se debió en
parte a una general carencia de conocimientos sobre la UE por parte de muchos y
conocidos presentadores y entrevistadores de la BBC. Tampoco ayudó mucho que,
como institución, la BBC estaba aterrada de que se pudiera pensar que estaba a
favor de la UE. Hizo lo imposible por no conducirse de un modo que pudiera
interpretarse en tal sentido.
Finalmente,
hubo un problema con las campañas. La que abogaba por marcharse fue dirigida
por dos activistas políticos sumamente experimentados, Dominic Cummings y
Matthew Elliott, responsables de la exitosa campaña no al voto alternativo en
el referéndum de hace cinco años sobre el sistema electoral. Condujeron una
campaña concentrada pero implacable, diciendo e imprimiendo a sabiendas cosas
que no eran ciertas: mitos tales como el pago de 350 millones de libras
semanales de Reino Unido a Bruselas, o el inminente acceso de Turquía a la UE.
Abusaron del hecho de que en la publicidad política, a diferencia de la
comercial, no hay sanciones por falsedad.
Mientras
tanto, la campaña Gran Bretaña fuerte en Europa tuvo un director, lord Rose,
cuyas primeras intervenciones fueron tan embarazosas que después se le mantuvo
fuera de antena. En su equipo había gente digna que hizo un trabajo excelente
en las redes sociales. Pero era una lucha por rebatir la propaganda puesta en
circulación por sus oponentes.
En
última instancia, los de marcharse consiguieron que la campaña se viera como
una batalla de la gente contra las élites. De algún modo, a nadie pareció
importarle que Johnson se educó en Eton y en Oxford, Gove en Oxford y Farage en
Dulwich College. Los de quedarse probablemente no tuvieron otra opción que
citar a los muchos expertos que dijeron que Reino Unido estaría mejor dentro.
Sin embargo, cada vez que lo hacían, se reforzaba el argumento de los
partidarios de marcharse sobre su condescendencia con la gente corriente.
La
hostilidad hacia las élites se ha convertido en una fuerza poderosa no solo en
Europa sino también en EE UU. Ello representa un problema a largo plazo para la
Unión Europea, ya que, sean cuales sean sus fortalezas y sus debilidades, la
Unión siempre será vista como una institución íntimamente ligada a la clase
dirigente. Recientemente, me dijeron en Holanda que nunca habrá un nuevo
tratado europeo, porque, independientemente de su contenido, la gente
rechazaría ese tratado en un referéndum. A menos que encuentre un modo de
revitalizar esa anticuada idea de democracia representativa, puede que la UE no
tenga mucho futuro.
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